Las negociaciones de paz y la política interior israelí

Transcripción

1 La situación en Oriente Medio Las negociaciones de paz y la política interior israelí Efraim Inbar Director Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat (BESA), Universidad Bar-Ilan, Ramat-Gan La teoría de las interdependencias en política internacional, que presupone interacciones entre las políticas interior y exterior, tiene un largo pedigrí intelectual. La teoría de la paz democrática, que postula que el carácter interno de un régimen influye en las tendencias bélicas de un Estado, es una variante de la política de las interdependencias que tiene su origen en Emmanuel Kant. Gran parte de la opinión convencional en ese sentido considera la dinámica política interior como la variable independiente, mientras que la política exterior se convierte en un resultado de la dinámica política interior y las percepciones del contexto internacional. Henry Kissinger observó en cierta ocasión, hablando de Israel, que éste no tenía política exterior, sino únicamente política interior; una afirmación que se convirtió en dogma en la literatura académica y en objeto de comentarios en los medios de comunicación. Posteriormente, muchos expertos han atribuido las dificultades de Israel de cara a alcanzar un acuerdo de paz con algunos de sus vecinos a la «fragmentación» de la sociedad y la política israelíes, lo que lleva a malinterpretar el comportamiento de un importante actor en el Mediterráneo oriental. En este artículo se rechaza esa generalizada afirmación, mostrando que existe una relación más compleja entre la política interior de Israel y su política exterior. En el primer apartado se refuta la tesis de un Israel fragmentado, mientras que en el segundo se describe la opinión predominante en Israel sobre el fracasado proceso de paz. En el tercer apartado se analiza el impacto del fracaso del proceso de paz en la política interior israelí, examinando en particular el declive del Partido Laborista; y el cuarto, por último, se centra en el auge de un marcado instinto unilateral en la política exterior israelí, resultado del fracaso del proceso de paz. Es Israel una sociedad dividida? La imagen común de una opinión pública israelí profundamente desgarrada es totalmente inexacta. Un análisis de la dinámica política, social y económica de Israel indica de hecho que las divisiones político-sociales del pasado han desaparecido en gran medida. En primer lugar, los duros debates acaecidos hasta finales de la década de 1970 en torno a las políticas económicas hace tiempo que han desaparecido. La mayoría de los israelíes coinciden en que el capitalismo es el mejor modo de crear una mayor riqueza. La fuerte y pujante economía de Israel es un resultado de las sabias políticas económicas de las dos últimas décadas, haciendo hincapié en los valores del mercado y adaptándose a la globalización. Actualmente todos los indicadores económicos pronostican buenas perspectivas pese a los constantes infortunios económicos globales y los problemas de seguridad. Una economía fuerte refuerza la estabilidad y alivia las tensiones sociales y políticas. En segundo término, la brecha social entre asquenazíes y sefardíes se ha hecho mucho menos divisiva que en el pasado: aumentan los matrimonios mixtos; el número de políticos sefardíes a nivel local y nacional se ha incrementado, y las tres últimas décadas han presenciado una afluencia de judíos sefardíes en la clase media y entre los oficiales de alta graduación del ejército israelí. Israel cuenta asimismo con un buen historial a la hora de integrar satisfactoriamente en su sociedad a los inmigran- 55 Med.2011 Claves

2 56 Med.2011 Claves tes de toda una serie de países con diversos contextos culturales. Asimismo, existe un mayor consenso en toda la sociedad israelí en torno a las cuestiones relativas al proceso de paz. De manera significativa, el debate ideológico sobre el futuro de los territorios adquiridos en 1967 ha llegado a su fin. En 1979 se renunció al Sinaí, y en 2005 a la Franja de Gaza; hoy nadie aboga realmente por recuperar esos territorios. Las actitudes con respecto a la recuperación de los Altos del Golán a cambio de una paz plena con Siria han sido sumamente constantes desde 1994: alrededor de las dos terceras partes de la opinión pública judía se oponen a la cesión del Golán, y aproximadamente el mismo porcentaje no cree en la realidad de una paz duradera con Damasco o en la sinceridad de las declaraciones de Assad cuando dice que está interesado en la paz. Además, la mayor parte de los israelíes suscriben una solución «de dos estados» con los palestinos a los que antaño veían como un peligro mortal, aunque el escepticismo con respecto a la capacidad de forjar un Estado palestino sea generalizado. De hecho, una gran mayoría están a favor de renunciar a las partes de población mayoritariamente árabe de Judea y Samaria (Cisjordania), y conservar los bloques de asentamientos, Jerusalén (en particular el Monte del Templo) y el Valle del Rift jordano. El debate territorial, centrado en torno a qué porcentaje del territorio histórico debería cederse al control árabe, no es ideológico, sino que se formula en el marco de una evaluación pragmática de las necesidades de seguridad de Israel. Además, las expectativas de la izquierda tras los acuerdos de Oslo para la coexistencia pacífica con los palestinos, que suscitaron numerosas críticas en varias partes de Israel, desde entonces se han visto reemplazadas por un crudo consenso en torno a la idea de que la paz no está a la vuelta de la esquina. Según un sondeo realizado en enero de 2011, el 68% de la opinión pública judía cree que los palestinos no ven una solución de dos estados como el final del camino, y que incluso si se firma un acuerdo de paz los palestinos proseguirán su lucha en pro de un Estado palestino en todo el territorio de Israel (un sondeo paralelo en los territorios, llevado a cabo por un equipo estadounidense, reveló que la mayoría de los palestinos de hecho ven la fórmula de los dos estados como una etapa intermedia y creen que el conflicto sólo terminará cuando se establezca un Estado palestino desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo). La sociedad israelí se ha resignado a la idea de que en un futuro inmediato debe vivir en estado de guerra, y ha mostrado una gran resistencia social frente el terrorismo palestino y al bombardeo con misiles desde el Líbano y Gaza. La única brecha en la sociedad israelí que todavía tiene una gran importancia social, cultural y política es la división entre lo religioso y lo laico. Sin embargo, esta situación no se diferencia demasiado de las aflicciones de política identitaria que afrontan otras sociedades occidentales. Además, el conflicto no se da entre dos bandos claramente definidos, lo que deja margen para establecer un modus vivendi razonable. Un creciente número de israelíes se identifican como tradicionalistas, situándose en medio del espectro ortodoxo-secular. El fracaso del proceso de paz La sociedad israelí, a excepción de los círculos izquierdistas radicales periféricos, es unánime en su apreciación de que las negociaciones de paz con Siria y los palestinos, iniciadas a comienzos de la década de 1990, han fracasado, y de que la responsabilidad de tal fracaso le corresponde a la otra parte. En general, se considera que Siria se muestra irrazonable e inflexible territorialmente, y que pretende conseguir un acuerdo mejor que el de Egipto en la década de Asimismo, se cuestiona la intención de alcanzar una paz verdadera por parte del régimen de la minoría alauita. Se argumenta que en realidad el régimen actual prefiere la continuidad del conflicto (el statu quo) a fin de legitimar su Gobierno, y se muestra interesado en las negociaciones sólo para proteger a Siria de una potencial agresión israelí inspirada por Estados Unidos. Al fin y al cabo, los primeros ministros israelíes Isaac Rabin ( ), Ehud Barak ( ) y Ehud Olmert ( ) ofrecieron todos ellos la retirada de los Altos del Golán, y, sin embargo, no pudieron lograr un tratado de paz. La responsabilidad palestina del colapso de las negociaciones de paz es aun más clara. Rabin estuvo de acuerdo en el establecimiento de la Autoridad Palestina (AP) en Gaza y Cisjordania, ya que creía en el intercambio de territorios por seguridad (no por paz). Pero el líder palestino Yasser Arafat no cumplió su parte, ya que el terrorismo continuó e incluso alcanzó nuevas cotas a partir de Asimismo, los dirigentes palestinos se negaron a acep-

3 tar las ofertas sumamente generosas de dos primeros ministros israelíes: Ehud Barak en el verano de 2000 (Camp David), y Ehud Olmert en el otoño de Del mismo modo, la retirada total israelí de su presencia en Gaza en 2005 ejército y asentamientos no ha logrado suscitar buena voluntad entre los palestinos. Los palestinos dicen «no» a las negociaciones con Israel. Esperan concesiones israelíes sin negociaciones, creyendo que la comunidad internacional presionará a Israel. Tal estrategia no hace más que reforzar la apreciación israelí de que no tiene realmente un socio palestino La falta de pragmatismo de la política palestina impide un compromiso histórico con el movimiento nacional sionista (judío). Este problema se ha visto agravado por una escisión interna entre el movimiento Fatah, el representante histórico del nacionalismo palestino, y Hamás, un movimiento islamista establecido en fecha más reciente. Hamás, una organización islamista radical que trata de imponer la sharia y se consagra a la destrucción del Estado judío, resultó vencedor en las elecciones de enero de 2006 al Consejo Legislativo de la AP. En junio de 2007, las milicias de Hamás asumieron el Gobierno de Gaza en un sangriento golpe de Estado. La brecha entre la Gaza controlada por Hamás y la Cisjordania controlada por Fatah parece haberse hecho permanente, intensificando las tendencias centrífugas de la sociedad y la política palestinas. La creciente influencia de Hamás radicaliza a la sociedad palestina y merma su capacidad para alcanzar e implementar un acuerdo con Israel. Es la actividad militar del Ejército israelí contra los activistas de Hamás en Cisjordania la que impide que también ahí Hamás se apodere de la AP. El Gobierno de Hamás en Gaza se ha negado a acep tar las condiciones del Cuarteto (Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas) para darle su reconocimiento y apoyo; éstas son: un compromiso público con la no violencia, el reconocimiento de Israel, y la aceptación de los anteriores acuerdos y obligaciones. Además, en los últimos años Hamás ha lanzado miles de cohetes Kassam sobre poblaciones israelíes. Pese a las dificultades económicas que afrontó tras el golpe militar, y la destrucción infligida por Israel durante la incursión en Gaza (invierno de 2008/2009), Hamás no ha variado de rumbo. Hoy día, los palestinos (la AP y Hamás) dicen «no» a las negociaciones con Israel. Esperan concesiones israelíes sin negociaciones, creyendo que la comunidad internacional presionará a Israel. Tal estrategia no hace más que reforzar la apreciación israelí de que no tiene realmente un socio palestino. El impacto del fracaso del proceso de paz en la política interior El declive del Partido Laborista en la política israelí se debe en gran parte a su asociación con el fracaso del proceso de paz. En las elecciones de junio de 1992, los laboristas obtuvieron 44 escaños en la Knesset. Desde entonces se ha producido una contracción sustancial del Partido Laborista. En las elecciones de mayo de 1996, mayo de 1999, enero de 2003, marzo de 2006 y febrero de 2009, los laboristas obtuvieron respectivamente 44, 34, 26, 19 y 13 escaños en la Knesset. En enero de 2011, como consecuencia de una escisión en el partido, los laboristas conservaron sólo ocho escaños en la Knesset, con un futuro muy incierto. Un somero análisis del comportamiento electoral en el siglo xxi indica que el Partido Laborista ha perdido su control sobre una gran parte de los votos centristas, que se han desplazado primero al Shinui (en 2003) y luego al Kadima (en 2006 y 2009). El declive del Partido Laborista también se ha constatado en su reducida capacidad para formar coaliciones de gobierno. Desde 1977, Israel sólo ha estado gobernado por una coalición dirigida por los laboristas en dos ocasiones, en los períodos y , cuando llevaban el timón líderes centristas con una orientación segura, como Isaac Rabin en 1992 y Ehud Barak en 1999, ambos más populares que su partido. La capacidad de Barak de formar un Gobierno de coalición en 1999, pese a la mayoría de la derecha en la Knesset, se basaba en el hecho de que fue elegido primer ministro de manera directa (en el marco de un sistema de doble votación: un voto para un partido y un voto para el primer ministro). 57 Med.2011 Claves

4 58 Med.2011 Claves Los laboristas iniciaron el proceso de Oslo en Sin embargo, desde entonces el «proceso de paz» se ha visto desacreditado en Israel, y el de paz se ha convertido en un término peyorativo para muchos, incluso para quienes apoyaron el experimento. Del mismo modo, el intento de intercambiar los Altos del Golán por un tratado de paz con Siria iniciado por Rabin en la década de 1990 y por Barak en 2000 no logró suscitar el apoyo de la mayoría de los israelíes. A partir de 2000, al supuesto «bando de la paz» de la política israelí, encabezado por los laboristas, se le atribuyó la responsabilidad de la campaña de terror de los palestinos. La mayor parte de los israelíes culparon a los acuerdos de Oslo de permitir una situación donde los terroristas palestinos podían tener su santuario tan cerca de las principales ciudades de Israel. Los resultados de las elecciones de 2003, 2006 y 2009 reflejan esta opinión. Mientras los líderes del Partido Laborista seguían apoyando de boquilla la idea de la pacificación, subrayando la necesidad de negociaciones con los palestinos, existía una creciente incongruencia entre esas declaraciones y los hechos sobre el terreno. El auge de partidos centristas como el Shinui y el Kadima, y su relativo éxito electoral, ponen claramente de relieve el desplazamiento de los laboristas hacia el extremo más conciliador del espectro. Amram Mitzna y Amir Peretz, que lograron obtener el liderazgo antes de las elecciones de 2003 y 2006 respectivamente, mostraron ambos posiciones muy izquierdistas. Abandonar el centro del mapa político a manos del Likud y/o de los nuevos partidos centristas les costó a los laboristas una gran parte del voto del que constituye el mayor sector de los votantes israelíes. Además, con el tiempo los laboristas perdieron su activo político más importante: su identificación con la creación y la construcción de Israel. Dos actividades principales de la construcción del Estado judío el servicio militar y la colonización de la tierra gradualmente fueron abandonadas por los laboristas y sus partidarios. En el pasado, los miembros de los kibutz, generalmente alineados con el Partido Laborista, contaban con una representación desproporcionadamente elevada entre los oficiales de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). Éste ya no es el caso. La composición social de los cursos de graduación de oficiales en las IDF ha ido cambiando gradualmente, con una excesiva representación de reclutas moderno-ortodoxos en la actualidad. Mientras que las IDF siguen siendo la institución más estimada de Israel, ya no se identifica al Partido Laborista como el pilar del ejército. Es una necedad política subestimar el gran atractivo que tiene Jerusalén para los judíos de Israel. Los laboristas lo ignoraron, y pagaron un precio. Poco a poco, las posturas originales de los laboristas en las cuestiones de la guerra y la paz, así como sobre los territorios, fueron adoptadas por el partido Likud Del mismo modo, la intensiva actividad de colonización bajo la dirección de gobiernos de liderazgo laborista básicamente llegó a su fin en 1977, dejando que otras subpoblaciones vinieran a llenar ese vacío. Mientras que la mayoría de israelíes están dispuestos a hacer grandes concesiones territoriales en Cisjordania en el marco de una solución de dos estados, todavía consideran que colonizar la tierra de Israel constituye un importante valor sionista. Los laboristas han permitido tontamente a los círculos moderno-ortodoxos y conservadores adoptar los valores y los símbolos que antaño se hallaban claramente asociados al partido fundador del Estado. Otro importante símbolo sionista del que el Partido Laborista ha hecho dejación es Jerusalén, que fue unificada por las IDF en la guerra de junio de 1967 bajo el mando de Rabin, entonces jefe del Estado Mayor. Esa Jerusalén unificada ha sido durante años una representación de la fe en el marco de un consenso nacional, una visión que Rabin siguió manteniendo en todo el proceso de paz de Oslo. Luego, la predisposición de su discípulo y heredero político Ehud Barak a dividir Jerusalén en la cumbre de Camp David en 2000 dejó perplejos a muchos israelíes. La violación de ese «tabú» retrató a los laboristas como un partido izquierdista periférico, y les perjudicó desde un punto de vista electoral, ya que más de las dos terceras partes de los judíos israelíes se oponen a cualquier partición de Jerusalén. Las elecciones de 2009 plantearon de nuevo la cuestión de una Jerusalén unificada a raíz de las informaciones de que el Gobierno Kadima-laborista había ne-

5 gociado con la AP y había acordado transferir partes de Jerusalén a los palestinos. Es una necedad política subestimar el gran atractivo que tiene Jerusalén para los judíos de Israel. Los laboristas lo ignoraron, y pagaron un precio. Poco a poco, las posturas originales de los laboristas en las cuestiones de la guerra y la paz, así como sobre los territorios, fueron adoptadas por el partido Likud, mientras que los laboristas se desplazaban más a la izquierda del espectro político israelí. En este apartado se muestra que los intentos de desviarse del consenso israelí en las cuestiones relacionadas con la guerra y la paz han resultado políticamente contraproducentes. El auge de la unilateralidad Desde el año 2000 Israel parece haberse decantado por una pronunciada unilateralidad. Lo que viene de inmediato a la mente es la retirada del Líbano en mayo de 2000, la construcción de la barrera de seguridad, la retirada de Gaza en 2005, y la congelación de los asentamientos en Los motivos de esta transformación del pensamiento israelí son complejos; pero esencialmente se relacionan con los fracasos del proceso de paz. La unilateralidad israelí expresa ante todo una gran decepción por el rechazo sirio de las propuestas de paz israelíes y la cruda percepción de que no tiene un socio palestino dispuesto a un compromiso histórico con el movimiento sionista, aun a costa de dolorosas concesiones israelíes. El surgimiento de una sociedad palestina corrupta e inepta, hipnotizada por el uso de la violencia, y que exhibe elementos de una especie de culto a la muerte, ha reforzado el impulso israelí hacia la separación. La búsqueda unilateral de dicha separación tuvo una expresión adicional en el sólido apoyo público a la construcción de una barrera de seguridad, que aspira a proteger a los israelíes de las amenazas y peligros planteados por una sociedad palestina corrupta, despótica y fanática. El impulso unilateral, un rasgo arraigado en la cultura política israelí, también refleja una mezcla de elementos contradictorios en la psique sionista. El espíritu «prometeico» la humanidad desafiando a los dioses, tomando su destino en sus propias manos siempre ha atraído a los sionistas. El activismo está bien considerado en Israel. La declaración del padre fundador de Israel, David Ben-Gurión, de que «no importa lo que digan los gentiles, sino lo que hagan los judíos», refleja la creencia firmemente arraigada de que los hechos creados sobre el terreno, aun cuando se ignoren los deseos de los vecinos y de la comunidad internacional, tienen un impacto duradero. La unilateralidad israelí expresa ante todo una gran decepción por el rechazo sirio de las propuestas de paz israelíes y la cruda percepción de que no tiene un socio palestino dispuesto a un compromiso histórico con el movimiento sionista, aun a costa de dolorosas concesiones israelíes Al mismo tiempo, la unilateralidad de Israel muestra el reconocimiento de los límites de su poder militar. Israel carece de las capacidades de las grandes potencias para imponer sus demandas sobre los rivales vencidos. Muy pocos en Israel se aferran a la idea de que la superioridad tecnológica, económica y militar de Israel podría obligar a los árabes a firmar un tratado de paz. En cierto modo, la unilateralidad también reconoce pragmáticamente que los vecinos de Israel no pueden decidirse a aceptar formalmente las demandas de Israel, pero sí podrían aceptar de manera informal un statu quo diseñado por Israel. El libre movimiento de personas y bienes a través de los puentes sobre el Jordán a partir de 1967 es un claro ejemplo de un arreglo unilateral e informal que ha durado muchos años. Barak, en 1999, prefirió alcanzar un acuerdo con Siria para permitir a Israel escapar a su conflicto de baja intensidad con Hezbolá en el sur del Líbano. Cuando esto no se materializó, presionó en favor de una retirada unilateral del sur del Líbano. En ausencia de un interlocutor palestino, Israel cree que tiene todo el derecho a dejar de esperar y definir sus propias fronteras. De ahí que Ariel Sharon se retirara unilateralmente de Gaza. La plataforma del Gobierno Olmert (elegido en 2006), que prometió definir unilateralmente las fronteras de Israel a fin de mantener un Estado judío y democrático, expresaba no sólo un sano deseo étnico-nacionalista de no caer en la trampa del binacionalismo, sino también un deseo profundo de separación de los vecinos palesti- 59 Med.2011 Claves

6 60 Med.2011 Claves nos. En circunstancias algo distintas, el Gobierno de Benjamín Netanyahu decidió una congelación unilateral de los asentamientos durante diez meses para desviar las críticas estadounidenses, sin hacerse ilusiones con respecto a un cambio en el comportamiento palestino. Esta decisión contó con el apoyo de la mayoría de los israelíes debido a que éstos están a favor de una reducción de la presencia israelí en Cisjordania y debido a la necesidad de mantener buenas relaciones con Estados Unidos. El atractivo de las medidas unilaterales probablemente sea también la expresión de una ingenua aspiración a una solución simple. Primero se quiso probar el eslogan de «Paz ahora», y posteriormente también el de «Nosotros por un lado y ellos por otro». Resulta psíquicamente difícil digerir la instrucción de «poner al mal tiempo buena cara» cuando uno está en medio de una prolongada lucha por su propia casa. La unilateralidad ha resultado atractiva para Israel a pesar de que el terrorismo palestino no le permite realmente retirarse de los territorios (las IDF prosiguen sus incursiones en ciudades palestinas en el marco de su campaña antiterrorista, y, mientras se lanzan cohetes Kassam ininterrumpidamente sobre Israel, se está considerando la opción, nada atractiva, de volver a ocupar Gaza). Las desventuras del proceso de paz han llevado a Israel a adoptar una postura profundamente unilateral. En la medida en que la situación en Oriente Medio no muestre ningún signo de mejora, la predisposición de Israel a hacer concesiones territoriales arriesgadas disminuirá, al tiempo que su necesidad de unas fronteras defendibles sigue aumentando En realidad, los líderes israelíes entienden que la unilateralidad pura, por atractiva que pueda resultar a la gente, no es una verdadera opción política. La retirada de Gaza no fue completamente unilateral, dado que primero fue aprobada en Washington y sólo después por el gabinete israelí. El Gobierno Olmert esperaba conseguir cierto apoyo internacional para sus proyectos unilaterales de retirarse de diversas partes de Cisjordania, que se abortaron tras el fiasco del Líbano en Abandonar a los palestinos a sus propios medios bien puede ser lo que merecen, pero hasta los partidarios israelíes de la unilateralidad ven positivamente la implicación internacional a fin de evitar un desastre humanitario a gran escala en los territorios palestinos. La posición unilateral israelí también desafía la crítica expresada a menudo de que la naturaleza de la política interior israelí produce una parálisis de su política exterior. En la última década, el sistema político israelí ha producido unas cuantas decisiones valientes en política exterior. De manera significativa, ha demostrado su capacidad para desmantelar asentamientos en Gaza y Samaria en 2005 (y en el Sinaí en 1981, en el marco del tratado de paz con Egipto). A pesar de la crítica generalizada a las retiradas unilaterales del sur del Líbano y de Gaza, el enfoque unilateral tiene su atractivo, y puede resurgir en la política exterior israelí. Conclusión En este artículo se rechaza la afirmación de que la fragmentación interna de la política israelí está dificultando el proceso de paz. En realidad, la sociedad israelí se ve menos acosada por divisiones internas de lo que quizá puede percibirse, y ha exhibido un importante consenso en torno a las negociaciones con sus vecinos árabes. Además, los israelíes están convencidos de que la generosidad territorial mostrada por sus gobiernos sigue sin verse correspondida en igual medida por los sirios y palestinos, y cuestionan la sinceridad de sus interlocutores. Consideran que los palestinos se hallan profundamente divididos y que Hamás está en auge. El resultado político interno de esta visión realista y ampliamente aceptada ha sido la disminución del apoyo a los partidos asociados con el fracasado proceso de paz, en particular el Laborista. Asimismo, las desventuras del proceso de paz han llevado a Israel a adoptar una postura profundamente unilateral. En la medida en que la situación en Oriente Medio no muestre ningún signo de mejora, la predisposición de Israel a hacer concesiones territoriales arriesgadas disminuirá, al tiempo que su necesidad de unas fronteras defendibles sigue aumentando.