LA VEGETACIÓN DE EXTREMADURA

Transcripción

1 LA VEGETACIÓN DE EXTREMADURA Podemos presumir de tener la cubierta vegetal mejor conservada de todo el país. Prácticas agrícolas poco agresivas y una menor densidad de población son algunos de los factores que lo explican. No obstante, nuestra vegetación no es tan rica en especies como la que existe en otras comunidades que tienen más diversidad de suelos o un relieve más variado. En Extremadura, el número de especies supera ligeramente las 2.000, lo que supone aproximadamente la cuarta parte de lo que tenemos en toda España. De ellas, cinco se encuentran sólo en nuestra región, es decir, son endemismos. Hay dos grandes tipos de vegetación en la Comunidad extremeña: la vegetación mediterránea y la caducifolia. Del antiguo bosque que todo lo cubría, hay lugares donde hoy sólo vemos matorrales o pastizales, resultado de la degradación provocada por el hombre. 1. EL BOSQUE MEDITERRÁNEO Es el que más superficie ocupa, por la sencilla razón de que Extremadura se encuentra en la región botánica mediterránea, en relación al clima que tenemos. Todos los años este bosque debe resistir el desafío de un enemigo duro y persistente: la sequía. Nuestras plantas se enfrentan a la escasez de lo más importante, el agua, precisamente cuando más falta les hace: cuando las temperaturas son más altas. Es una prueba despiadada frente a la que hay que estar muy preparado. Pues bien, la mayor parte de las características de la vegetación mediterránea están enfocadas precisamente a conservar la valiosa agua: Las hojas son pequeñas: así, la superficie de evaporación (por donde se pierde el agua) es menor. Son hojas duras, debido a una capa que las cubre a modo de impermeable, lo que reduce la evaporación. Por eso, a esta vegetación se la llama también "esclerófila", que significa "de hoja dura". Muchas veces, esas hojas tienen pelillos minúsculos, que hacen que el aire que rodea la hoja tenga más humedad, lo que reduce la pérdida de agua desde la hoja. Los estomas de las hojas son más pequeños en esta vegetación, y se cierran en las horas más calurosas del verano. La planta se cubre muchas veces de una sustancia aceitosa que, como un impermeable, reduce la evaporación del agua. Es la sustancia que da olor a nuestras

2 plantas aromáticas (tomillo, orégano, cantueso ), o la que cubre a la jara pringosa. En muchas plantas, la pérdida de hojas no tiene lugar en otoño, sino en verano: menos hoja significa menos superficie de evaporación. Las raíces están muy desarrolladas, para llegar a capas profundas del suelo donde aún se conserva en verano algo de humedad. Muchas veces, la biomasa enterrada bajo el suelo es mayor que la que se ve por encima. Las copas de los árboles crecen más a lo ancho que a lo alto. No interesa crecer mucho (hay luz suficiente para todos), sino cubrir todo el suelo que se pueda para reducir la insolación y, de esa forma, también la evaporación de la humedad que guarda ese suelo. Todas estas estrategias para adaptarse a la sequía (adaptación a la que se llama xerofilia) tienen un precio: nuestros árboles son menos eficaces a la hora de realizar la fotosíntesis, por lo que crecen más despacio que aquellos que viven en zonas sin sequía. Y esto a pesar de que nuestra vegetación mantiene la hoja todo el año, a diferencia de los seis meses que está en los árboles caducifolios. Es por ello que se necesita un siglo para que una encina se convierta en un árbol adulto Encinares En Extremadura aún tenemos unos 60 millones de árboles. La mitad de ellos son encinas. Este dato da una idea de la importancia que tienen y de su capacidad para adaptarse a ambientes muy variados. Porque podemos encontrar encinas casi en cualquier sitio: alta montaña donde el frío es muy intenso y donde llueve mucho, valles encajados, laderas pedregosas donde apenas hay suelo, llanuras calcinadas por el sol del verano, lejos de cualquier curso de agua Sin duda, la encina es la reina de nuestra vegetación, y sus bosques cubrieron antiguamente buena parte de Extremadura. Hoy, el encinar típico es un bosque abierto y sin matorral al que llamamos dehesa. Pero en muchos casos la eliminación del bosque ha dado lugar a otras etapas regresivas. Así, podemos encontrar un matorral de jaras, retamas, cantuesos, lentiscos, con menor riqueza y variedad cuanto más degradado esté. Y si el matorral también es eliminado, queda simplemente un pastizal como el que vemos en los llanos de Cáceres, en La Serena o en el sur de Badajoz Alcornocales El alcornoque es un árbol parecido a la encina, algo más grande y con la corteza convertida en corcho. Pero es más delicado y por eso ocupa menos extensión, pues habita sólo donde se den las condiciones que necesita: más humedad e invierno más suave. Es por ello que se

3 localiza sobre todo en la umbría de las sierras de escasa altitud (Sierra Morena, Montes de Toledo y piso bajo del Sistema Central). Lo habitual es encontrarlo, como la encina, formando dehesas. Y si ha sido cortado, entonces veremos matorrales de jaras, brezos, madroños, etc Otras especies Como ejemplares dispersos o formando bosquetes, pueden encontrarse otras especies de árboles típicos del bosque mediterráneo. En las laderas pedregosas con fuerte insolación, son abundantes los acebuches (riberos del Tajo y el Almonte, solanas de las sierras de Badajoz...). En las crestas rocosas de las sierras extremeñas, los enebros aguantan el sol, el frío, la escasez de suelo y de agua. Los piruétanos o perales silvestres se dispersan entre las encinas de nuestras dehesas más cálidas Matorral mediterráneo Por desgracia, es más habitual ver no el bosque mediterráneo, sino lo que queda cuando ha sido cortado. Ya se ha dicho que, cuando sólo se elimina parte de los árboles, se da un bosque aclarado donde crecen las hierbas y al que llamamos dehesa. Afortunadamente, nuestras dehesas, que forman un ecosistema de alto valor, aún ocupan amplias extensiones en ciertas comarcas. Pero cuando el arbolado desaparece por completo podemos encontrarnos con una serie de comunidades vegetales que van perdiendo diversidad y valor a medida que la intervención humana es más intensa. Son las etapas de degradación. Si lo único que se ha hecho es eliminar las encinas y alcornoques, el matorral que crecía bajo ellos se extenderá para formar una masa impenetrable de arbustos de gran tamaño y de una amplia variedad de especies (madroños, mirtos, jaras, brezos, labiérnagos, durillo ). Es el llamado matorral noble, que se vale de los vertebrados para dispersarse (de ahí la abundancia de bayas que produce), y que da cobijo a una gran diversidad animal. Si se ataca este matorral (por ejemplo con el fuego o con maquinaria), nace entonces otro mucho más simple donde una sola especie cubre todo el suelo (jarales, brezales, aulagares ). Es un matorral más resistente a la sequía, a la escasez de nutrientes en el suelo y a los incendios. Utiliza el viento o los insectos para su dispersión (por eso tiene flores llamativas y semillas pequeñas que no sirven de alimento). Su diversidad animal es bastante más escasa. Como es lógico, la destrucción de todo el matorral favorece el crecimiento de las hierbas. Lo que era un denso bosque se convertirá entonces en un extenso pastizal de suelo degradado y de una biodiversidad mucho menor. En otros casos, se recurre

4 simplemente a eliminar toda vegetación mediterránea autóctona y a sustituirla por plantaciones de pinos y eucaliptos. Sus efectos ecológicos son muy negativos, pues desaparece casi toda la fauna que habitaba antes allí, se empobrecen los suelos y los incendios forestales se multiplican. Por desgracia, estas plantaciones se han extendido por muchas comarcas extremeñas, y no sólo por las ocupadas por el bosque mediterráneo, sino también por el caducifolio. 2. LA DEHESA Mención aparte merece la dehesa, ese bosque aclarado, sin apenas matorral, que es el ecosistema más extendido de entre los bosques extremeños. Es una invención del hombre, que ha creado con ella un ejemplo perfecto de aprovechamiento económico y conservación del medio natural. Porque la dehesa nace de un acuerdo entre hombre y naturaleza; un acuerdo por el que aquél extrae una gran variedad de recursos de ésta a cambio de permitirle mantener una gran variedad de formas de vida. La clave de ese acuerdo es, por tanto, la variedad, la diversidad: diversidad de productos que el hombre aprovecha y diversidad biológica La diversidad económica. Una de las claves de la seguridad económica es la variedad de recursos, y la dehesa nos da muchos. Se destina fundamentalmente al ganado; de hecho, nació como espacio acotado para el ganado trashumante, el ganado de labor, etc. Es más, ese ganado también puede ser muy variado, pues las distintas especies animales (vacuno, ovino, porcino, caprino...) suelen aprovechar recursos diferentes y apenas compiten entre sí. Pero además de animales, en la dehesa también se obtienen cultivos, sobre todo cereales que, en su mayor parte, sirven para alimentar al ganado cuando apenas hay comida en la dehesa. También nos aporta productos forestales como leña, carbón, corcho... Y los apreciados productos naturales como las setas, la caza, la miel, las plantas aromáticas, etc. No debe olvidarse tampoco que la dehesa se está convirtiendo en uno de los principales destinos del turismo rural, debido a su elevado valor paisajístico La diversidad biológica Debe hacerse constar, en primer lugar, que el medio natural en que crece la dehesa es pobre.

5 Así, el clima es duro (pocas precipitaciones, sobre todo cuando más falta hacen, en verano; fuerte evaporación, heladas en invierno...); los suelos tienen escasos nutrientes y son delgados; la pendiente muchas veces es excesiva... A pesar de ello, aquí se encuentra una de las comunidades biológicas de más valor, tanto por la variedad de especies (sólo superada por el bosque mediterráneo bien conservado) como por la rareza de algunas de ellas. Así, la dehesa es hábitat de especies en peligro, como el águila imperial, la cigüeña negra, la orquídea Serapias perez chiscanoi, el buitre negro, etc. Por otro lado, el arbolado tiene un valioso protagonismo: protege el suelo y lo enriquece, retiene el agua para épocas más secas, proporciona oxígeno y absorbe dióxido de carbono, da cobijo y alimento a muchos animales, condensa la humedad atmosférica, bombea agua y nutrientes desde las capas profundas del suelo hasta la superficie (con el consiguiente beneficio para otros seres vivos), etc. En resumen, una dehesa bien conservada mantiene una economía estable, más segura frente a las crisis, y una biodiversidad muy valiosa. Y por ello es el mejor y, tal vez, el único ejemplo de desarrollo sostenible del que disponemos en Extremadura. 3. EL BOSQUE CADUCIFOLIO Allí donde el agua es más abundante, las plantas pueden permitirse la pérdida de la misma a través de sus hojas. Esas hojas, sin embargo, suelen ser muy sensibles al frío, por lo que la mejor estrategia para afrontar el invierno es desprendiéndose de ellas. Por tanto, la vegetación caducifolia suele crecer en áreas donde casi nunca falta esa agua, es decir, donde llueve más o cerca de los ríos. En consecuencia, si no necesita conservar a toda costa el agua, esta vegetación puede disponer de hojas grandes, blandas (no hay una capa o cutícula que reduzca la transpiración), no cubiertas por sustancias impermeables, con numerosos estomas, etc. Son por ello hojas muy eficaces al realizar la fotosíntesis, lo que permite al árbol crecer más rápidamente que los del bosque mediterráneo, aunque esas hojas sólo vivan 6 ó 7 meses. En Extremadura, la vegetación caducifolia se encuentra en la montaña (donde las precipitaciones son más abundantes y la evaporación es menor) o junto a los cursos de agua Los bosques de montaña En las laderas del Sistema Central y de las Sierras de Villuercas y Guadalupe e, incluso, en

6 Tentudía (Sierra Morena), crece un bosque caducifolio que no puede aguantar una sequía tan larga e implacable como lo que hay en los llanos de la región. Los robles de este bosque, a los que se llama también melojos o rebollos, pierden la hoja en invierno para soportar los fríos de estas zonas altas. Por desgracia, muchos de ellos han sido cortados para plantar pinos, cultivar cerezos o crear pastos para el ganado. No obstante, aún quedan buenos robledales en las Villuercas, en la Sierra de Gata o en las laderas de Gredos. En estas zonas de montaña encontramos también los castañares, bosques que han sido favorecidos desde antiguo por el hombre (en general en perjuicio del robledal) para recolectar su fruto y aprovechar su madera. Los más extensos están en la Sierra de Gata y en la Sierra de Gredos. Por último, quedan bosquetes o ejemplares dispersos de otros árboles caducifolios como quejigos (otra especie de roble, ésta menos necesitada de agua), abedules (típicos árboles de zonas mucho más frías, y que hoy quedan en Extremadura como últimos ejemplares de los que había durante las glaciaciones), etc El bosque en galería o bosque de ribera Lo más característico de este bosque es su disposición en bandas paralelas al cauce. Como está formado por especies distintas, aquéllas que requieren más humedad crecerán pegadas al agua e incluso dentro de ella, mientras que las que van necesitando menos lo harán cada vez más alejadas del cauce (o en arroyos estacionales). Así, los sauces o mimbreras son los más atrevidos pues en ocasiones quedan sumergidos cuando el nivel del agua sube; son muy útiles para evitar el arrastre de las orillas durante las crecidas. A continuación crecen los alisos, también muy cerca del agua en los ríos de montaña. Los chopos o álamos los sustituyen en los cursos de agua de zonas más bajas. Los fresnos pueden crecer más alejados e incluso junto a arroyos que permanecen secos la mayor parte del año. Lo mismo ocurre con los olmos, que prefieren zonas más frescas. A los pies de estos árboles crecen zarzas, adelfas, tamujos, enredaderas, etc. No obstante, al ocupar estos bosques suelos muchas veces llanos y de gran fertilidad, deben competir con un enemigo implacable que también quiere ese tipo de suelos: el hombre. Es por ello que buena parte de esos bosques han sido cortados, sobre todo aquellas especies que más se alejan del curso de agua. Esa es la razón por la que los mejores ejemplos los encontramos en valles encajados, con fuerte pendiente, donde el cultivo es imposible. Los ríos de la Sierra de Villuercas, las Gargantas de la Vera o del Jerte, los arroyos de montaña, etc., son sus últimos reductos.