Mons. Oscar Julio Vian Morales, sdb Arzobispo Metropolitano de Santiago de Guatemala SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN

Transcripción

1 1 Mons. Oscar Julio Vian Morales, sdb Arzobispo Metropolitano de Santiago de Guatemala Presentación de la Carta Encíclica de S.S. el Papa Francisco Laudato Si (Alabado Seas) SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN EL GRITO DE LA TIERRA Unos primeros apuntes sobre la Encíclica ecológica del Papa Francisco Como recibí el texto de la encíclica tres días entes de su publicación, he tenido la oportunidad de hacer esta primera aproximación de conjunto que les comparto con mucha ilusión. Tendremos tiempo de ir entresacando los puntos que más nos afectan a nosotros, en nuestra Arquidiócesis. Compartamos ahora esta visión general. La he preparado para ustedes con mucho afecto y esperanza. Y, personalmente, la he gozado. Esperada como pocas, aquí tenemos ya la Encíclica ecológica del Papa Francisco. Su nombre es expresión de agradecimiento, de alabanza, de cercanía, de unión y de compromiso con la hermana madre tierra. El Alabado seas de su título es el inicio del hermoso canto de las criaturas, de San Francisco de Asís, compuesto en el año 1,226. Francisco de Asís es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, aquella que une preocupación por la naturaleza con preocupación por la justicia por los pobres, compromiso con la sociedad y paz interior. Vivida siempre, además, con alegría y autenticidad (n.10). La Encíclica se desarrolla en torno al concepto de ecología integral, aquella que integra y articula las relaciones fundamentales de la persona: relación con Dios, con uno mismo, con los demás seres humanos y con la creación. Y lo primero que quiere el Papa es que, a partir de los recientes conocimientos científicos, sepamos escuchar la situación de nuestra pobre hermana tierra. Que oigamos su grito, su gemido que, unido al gemido de los pobres, interpela nuestra conciencia para reconocer los pecados que cometemos contra la creación (n.2).

2 Los sufrimientos de nuestra hermana, la pobre madre tierra Y, desde ahí, toda la Encíclica es una urgente invitación a realizar un itinerario ético y espiritual, a través de sus diferentes capítulos. Es interesante el presupuesto ya referido: que la ciencia es el instrumento privilegiado a través del que podemos escuchar el grito de la tierra; y el desafío que nos plantea: atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar (n. 19). El Papa describe la situación de la tierra con frases impactantes: la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (n.21). Y, en el origen de ese depósito de porquería, la cultura del descarte y los escasos modelos de producción basados en la reutilización y el reciclaje. Habla del cambio climático y de su funesta consecuencia con relación a poblaciones enteras y a los movimientos migratorios Y, ahí, pone el dedo en la llaga: muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse, sobre todo, en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas (n.26). Y continúa con la cuestión del agua, para denunciar que privar a los pobres del acceso al agua, significa negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable (n. 30). Y recuerda la pérdida de la biodiversidad, señalando que las diversas especies no son sólo eventuales recursos para provecho el hombre; que tienen un valor en sí mismas y no en función del ser humano (n. 42) y una constatación que viene bien recordar, que el deterioro del medioambiente y de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles (n.48), a causa de un consumismo extremo y selectivo de una minoría de la población mundial (n. 50). Frente a esta situación dramática, señala el Papa la debilidad de las reacciones (n. 52) y un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad (n. 59). El itinerario ético/espiritual Y comienza el itinerario ético y espiritual desde la fe, que ofrece grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos más frágiles (n.64), basada en la sabiduría de los relatos bíblicos, con sus tres referencias fundamentales: Dios, prójimo y tierra. La ruptura de estas relaciones, de cualquiera de ellas, es el pecado. Según la Biblia, la tierra es un don, no una propiedad y nos fue entregada para administrarla, no para destruirla; y, en Cristo, la creación entera camina hacia su plenitud. El universo es lugar de presencia de Dios e invitación a su adoración. Y para nosotros es una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde (n. 89). Esto no significa ni divinizar la tierra ni negar que el ser humano es el primero en la creación; por eso no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza, si al mismo tiempo, en el corazón, no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos (n. 91). Y 2

3 con fuerza recuerda el Papa que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos (n. 93). Las causas de la crisis ecológica El Papa está convencido de que la crisis ecológica tiene causas concretas. Enumera algunas: el dominio impresionante sobre la humanidad y sobre el mundo entero que tiene el conocimiento tecnológico y, sobre todo, el poder económico para utilizarlo (n. 104). Por lo que reclama un ética sólida, una cultura y una espiritualidad (n. 105). La tecnología no es neutral y domina también la economía y la política: la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito ; pero, el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano y la inclusión social (n. 109). Por lo que se hace indispensable una valiente revolución cultural (n. 114), para recuperar los valores. Apunta después a la crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno, contraponiéndole una concepción del señorío del hombre sobre la creación, no como dueño, sino como administrador responsable (n. 116); de no tener esa concepción de administrador responsable se deriva un antropocentrismo desviado que se manifiesta en el relativismo práctico para el que todo se vuelve irrelevante, si no sirve a los propios intereses inmediatos. Recuerda además la necesidad de defender el trabajo como parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal (n. 128). El núcleo de la propuesta del Papa: la ecología integral El núcleo de la propuesta del Papa es el de la ecología integral, la que incorpora el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea (n. 15). La naturaleza no es, en efecto algo separado de nosotros o un mero marco de nuestra vida (n. 139). Por lo que hay un vínculo entre cuestiones medioambientales y cuestiones sociales y humanas que no puede romperse. Por eso, las soluciones que se busquen deben ser también integrales. Recalca el Papa: no hay dos crisis separadas: una ambiental y otra social; hay una sola y compleja crisis socioambiental. Y de ahí, las alusiones concretas a la ecología cultural, con una especial atención a las comunidades aborígenes (n. 146); a la ecología de la vida cotidiana, especialmente en el medio urbano (n. 155). Nos dice el Papa que la ecología integral no puede dejar fuera el principio del bien común (n. 158), que, en el mundo de hoy, significa tomar decisiones solidarias basadas en la opción preferencial por los más pobres (n. 158). Y, sin olvidar a los pobres de hoy, la ecología integral nos pide pensar también en la justicia que debemos a las generaciones futuras. 3

4 Qué podemos y qué debemos hacer: la absoluta necesidad del diálogo Frente a una enseñanza tan hermosa y estimulante, la pregunta es qué podemos y qué debemos hacer. De una manera general, responde el Papa que hay que apostar por acciones que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo (n. 163). Y para que no sean acciones superficiales, reduccionistas o ideológicas es preciso el diálogo. En este campo, la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero el Papa invita a todos a un diálogo honesto y trasparente para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común (n. 188). Pide un diálogo sobre el medioambiente en la política internacional, proponiendo soluciones a partir de una perspectiva global y no sólo en defensa de intereses de algunos países (n.164). El Papa hace un juicio severo sobre las dinámicas internacionales recientes, al manifestar que las Cumbres mundiales sobre el medioambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos medioambientales globales realmente significativos y eficaces (n. 166). Un diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales, que pueda generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa (n. 179). Pide el Papa que se favorezcan debates sinceros y honestos y subraya que es indispensable evaluar y analizar las empresas desde el punto de vista medioambiental y social, para no dañar a las poblaciones menos aventajadas (nn ). Y afirma que el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente (n. 182). En este contexto de diálogo de la política y la economía para dar plenitud al ser humano, habla el Papa de la necesidad de redefinir el progreso (n. 194), vinculándolo al mejoramiento de la calidad real de la vida de las personas, al tiempo que recuerda que no se puede justificar una economía sin política (n. 196), una política que está llamada a asumir un nuevo enfoque integral. Y en este contexto del diálogo, sitúa el Papa el que las religiones están llamadas a hacer con la ciencia y viceversa; y recuerda que las ciencias empíricas no explican completamente la vida y las soluciones técnicas son ineficaces, si se olvidan las grande motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio y la bondad (n.200), que suelen expresarse con el lenguaje de las religiones. Los creyentes, por su parte, tienen que ser coherentes con su propia fe y no contradecirla con sus acciones. Y las religiones deben entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de una red de 4

5 respeto y de fraternidad (n. 201). Y termina el Papa esta hermosa y fecunda vía del diálogo insistiendo en la necesidad de un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas (n. 201). La educación y la espiritualidad ecológicas La última parte de la Encíclica la dedica Francisco a la educación y espiritualidad ecológicas (n. 202), comenzando por un llamado a la conversión ecológica, consciente de que todo cambio (y en materia de ecología el cambio se prevé grande) necesita motivaciones y un camino educativo (n. 15), y recuerda, en concreto ámbitos de educación: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis (n. 213). La exposición de este capítulo es espléndida. Comienza invitando a apostar por otro estilo de vida, desde la convicción de que los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, a pesar de los condicionamientos mentales y sociales, porque no hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza (n. 205), para terminar pidiendo a cada persona de este mundo que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle (205). El Papa está convencido de que cuando somos capaces de superar el individualismo, se puede desarrollar un estilo de vida alternativo (n. 208). Opta por una educación cercana y sencilla que llega hasta el consumo del agua, la separación de residuos o el apagar las luces innecesarias (n. 211). Invita a la conversión ecológica desde la convicción de que la fe y la espiritualidad cristianas ofrecen motivaciones para alimentar una pasión por el cuidado del mundo, a ejemplo de San Francisco de Asís, pero sabiendo que el cambio individual no basta. Aboga por la sobriedad que se vive con libertad y conciencia y que es liberadora (n. 223), sabiendo que la felicidad requiere limitar algunas necesidades que nos atontan (n. 223). Y ahí, una indicación de gran sencillez: una expresión de esta actitud es detenerse y dar gracias a Dios antes y después de las comidas (n. 227). Nos invita a hacer ecología integral con gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento y del egoísmo (n. 230), así como siendo conscientes de que el amor a la sociedad y el compromiso por el bien con son una forma excelente de caridad (n.231). La vida sacramental le sirve al Papa para hacernos caer en la cuenta de que los sacramentos muestran de manera privilegiada cómo la naturaleza es asumida por Dios. El cristianismo, en efecto, no rechaza la materia y la corporeidad, sino que las valora plenamente. Y hace una alusión especial a la Eucaristía que une el cielo con la tierra, abraza todo lo creado, por lo que es fuente de luz y de motivación para nuestras 5

6 preocupaciones por el medioambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado (n. 236). Y, pensando en la Trinidad, todavía nos abre más el horizonte: la persona humana está llamada a asumir el dinamismo trinitario, saliendo de sí para vivir en comunión con Dios, con los otros y con todas las criaturas (n. 240). De la mano de María, reina y madre de todo lo creado y de San José, el hombre justo y trabajador. Y con la mirada puesta en el misterio de la infinita belleza de Dios: la vida eterna, ese asombro compartido donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados (n. 243). Para terminar con una seguridad: nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quitan el gozo de la esperanza (n. 245). 6 + Oscar Julio Vian Morales, sdb Arzobispo Metropolitano de Santiago de Guatemala Guatemala de la Asunción, 18 de junio de 2015