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TRANSICIONES DE LA ANTIGÜEDAD AL FEUDALISMO por P e r r y An d e r s o n

Traducción de S anto s Juliá

ÍNDICE P rólo g o............................................................... 1 Agradecimientos...................................................... 4 PRIMERA PARTE I. LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA 1. El modo de producción escla v ista................................. 10 2. Grecia............................................................ 23 3. El mundo helenístico............................................. 40 4. Roma............................................................... 48 II. LA TRANSICIÓN 1. El marco germ án ico............................................. 105 2. Las invasiones...................................................... 110 3. Hacia la síntesis................................................... 127 SEGUNDA PARTE I. EUROPA OCCIDENTAL 1. El modo de producción fe u d a l.................................... 147 2. Tipología de las formaciones sociales........................... 155 3. El lejano n o r te...................................................... 175 4. La dinámica fe u d a l................................................ 185 5. La crisis general................................................... 201 II. EUROPA ORIENTAL 1. Al este del Elba................................................... 217 2. El freno nómada................................................ 221 3. El modelo de desarrollo.......................................... 233 4. La crisis en el este................................................ 251 5. Al sur del D an u b io................................................ 271 Índice de nombres................................................... 302

PRÓLOGO Son necesarias unas palabras para explicar el alcance y la intención de este ensayo, concebido com o prólogo de un estudio m ás am plio cuyo tem a se sitúa inm ediatam ente después: El Estado absolutista. Ambos libros están directam ente articulados entre sí y, en últim o térm ino, plantean una sola línea argum ental. La relación entre am bos Antigüedad y feudalism o en uno, absolutism o en otro no es inm ediatam ente perceptible en la habitual perspectiva de la m ayor parte de los estudios. Norm alm ente, la historia antigua está separada de la historia m edieval por un abism o profesional que muy pocas obras contem poráneas pretenden colmar: la separación entre am bas está arraigada institucionalm ente tanto en la enseñanza com o en la investigación. La distancia convencional entre la historia m edieval y la historia m oderna es ( natural o paradójicam ente?) m ucho m enor, aunque en todo caso ha sido suficiente para im posibilitar cualquier análisis del feudalism o y el absolutism o dentro de una m ism a perspectiva. La base argum ental de estos estudios interconectados es que, en determ inados aspectos im portantes, las sucesivas form as políticas que constituyen su objeto central deben analizarse de ese m odo. El presente ensayo explora el m undo social y político de la Antigüedad clásica, la naturaleza de su transición hacia el m undo m edieval y la resultante estructura y evolución del feudalism o en Europa; uno de sus tem as centrales será el de las divisiones regionales del M editerráneo y de Europa. El libro siguiente analizará el absolutism o en continua referencia al feudalism o y a la Antigüedad, com o legítim o heredero político de am bos. Las razones para iniciar un estudio com parado del Estado absolutista con una incursión en la Antigüedad clásica y el feudalism o se harán evidentes a lo largo del segundo libro y se resumirán en sus conclusiones, que intentarán situar la especificidad del conjunto de la experiencia europea en un marco internacional m ás am plio, a la luz de los análisis de am bos volúm enes.

2 Prólogo Es preciso, sin em bargo, in sistir desde el com ienzo en el carácter lim itado y provisional de los análisis presentados en cada uno de estos libros. La erudición y el rigor académ ico del historiador profesional están ausentes de ellos. En su sentido específico, escribir historia es inseparable de investigar directam ente los m ateriales originales del pasado, ya sean arqueológicos, epigráficos o de archivos. Los estudios que siguen no aspiran a esa dignidad. Más que verdaderos escritos de historia, estos libros se basan sim plem ente en la lectura de las obras disponibles de los historiadores m odernos, lo que es un asunto muy diferente. Por consiguiente, el aparato de referencias que acompaña al texto es lo contrario de lo que denota una obra de historiografía académ ica. Quien posee autoridad no necesita citarla: las propias fuentes los m ateriales prim arios del pasado hablan por él. El tipo y la am plitud de las notas que apoyan el texto de estos dos libros indican sim plem ente el nivel secundario en el que están situados. Naturalm ente, los m ism os historiadores producen a veces obras com parativas o de síntesis sin poseer siem pre ni necesariam ente un conocim iento profundo de toda la gama de testim onios relativos al tem a de su trabajo, aunque el juicio de esos historiadores estará normalm ente m atizado por el dom inio de su especialidad. En sí m ismo, el esfuerzo para describir o com prender estructuras o épocas históricas muy am plias no necesita excesivas disculpas ni justificaciones; sin él, las investigaciones específicas y locales reducen su propio alcance potencial. De todas formas, es cierto tam bién que ninguna interpretación es tan falible com o la que se basa en conclusiones obtenidas fuera de sus fuentes básicas, pues siem pre es susceptible de ser invalidada por los nuevos descubrim ientos o las revisiones de nuevas investigaciones prim arias. Lo que generalm ente acepta una generación de historiadores puede ser desechado por la investigación de la siguiente. Por tanto, cualquier tentativa de form ular afirm aciones generales basadas en las opiniones existentes, por muy eruditas que éstas sean, tiene que ser inevitablem ente precaria y condicional. Si esto es así, las lim itaciones de estos ensayos son especialm ente grandes, debido a la am plitud del tiem po que abarcan. En efecto, cuanto m ás am plio sea el tiem po histórico analizado, más com prim ido tenderá a ser el tratam iento dado a cada una de sus fases. En este sentido, toda la difícil com - plejidad del pasado que sólo puede aprehenderse en el rico lienzo pintado por el historiador perm anece en buena m edida fuera del alcance de estos estudios. Los análisis que en ellos

Prólogo 3 se encuentran son, por razones de espacio y de competencia, diagramas rudimentarios; nada más. Al ser breves esbozos para otra historia, lo que pretenden es proponer algunos elem entos de discusión m ás que exponer tesis cerradas o com prehensivas. La discusión a la que están destinados se sitúa principalm ente en el campo del m aterialism o histórico. Los objetivos del m étodo elegido en la utilización del marxism o se explican en el prólogo a El Estado absolutista, donde se harán visibles con más claridad en la estructura formal de la obra. Ahora sólo es necesario exponer los principios que han regido el em - pleo de las fuentes en am bos estudios. Como en toda investigación esencialm ente comparativa, las autoridades en las que se basa este estudio son muy diversas y muy variadas, tanto en su carácter intelectual com o en el político. No se ha concedido ningún privilegio especial a la historiografía marxista como tal. A pesar de los cam bios experim entados en las décadas recientes, la inm ensa mayor parte de las obras históricas rigurosas del siglo XX han sido escritas por historiadores ajenos al m arxismo. El m aterialism o histórico no es una ciencia acabada ni todos sus autores han poseído una categoría similar. Algunos cam pos de la historiografía están dom inados por la investigación marxista; en otros m uchos, las contribuciones no marxistas son superiores en cantidad y en calidad a las marxistas, y hay, quizá, m ás cam pos en los que no existe ninguna intervención marxista. En un estudio comparativo que debe tener en cuenta obras procedentes de tan diversos horizontes, el único criterio perm isible de discrim inación es su solidez y su coherencia intrínseca. La m áxim a consideración y respeto hacia la erudición de los historiadores situados fuera de las fronteras del m arxism o no es incom patible con la búsqueda rigurosa de una investigación histórica marxista, sino que, por el contrario, es su condición. Y a la inversa, Marx y Engels nunca pueden ser tom ados al pie de la letra: los errores de sus escritos históricos no pueden ser eludidos ni ignorados, sino que es preciso identificarlos y criticarlos. Hacer esto no es alejarse del m aterialism o histórico, sino volver a él. En el conocim iento racional, que es necesariam ente acumulativo, no hay ningún lugar para ningún tipo de fideísm o, y la grandeza de los fundadores de las nuevas ciencias nunca ha constituido una prueba contra las equivocaciones o los m itos, del m ism o modo que nunca ha sido deteriorada por ellos. En este sentido, tomarse «libertades» con el nom bre de Marx significa sim plem ente entrar en la libertad del m arxism o.

AGRADECIMIENTOS Desearía expresar mi agradecimiento a Anthony Barnet, Robert Browning, Judith Herrin, Victor Kiernan, Tom N airn, Brian Pearce y Gareth Stedm an Jones por sus com entarios críticos a éste y al siguiente ensayo. Dada la naturaleza de am bos, no es una mera necesidad convencional absolverlos de cualquier responsabilidad por los errores de hecho o de interpretación que estos ensayos contengan.

PRIMERA PARTE I. LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

La división de Europa en Este y Oeste ha sido, desde hace tiem po, algo convencional entre los historiadores y se remonta, de hecho, al fundador de la moderna historiografía positiva, Leopold Ranke. La piedra angular de la primera obra im portante de Ranke, escrita en 1824, fue un «Esbozo de la unidad de las naciones latinas y germánicas», en el que trazó una línea que cortaba el continente y excluía a los eslavos del Este del com ún destino de las «grandes naciones» del Oeste, que serian el tema de su libro. «No puede afirmarse que esos pueblos pertenezcan también a la unidad de nuestras naciones; sus costum bres y su constitución los han separado desde siem - pre de ella. En esta época no ejercieron ningún influjo independiente, sino que aparecen com o meros subordinados o antagonistas. Ahora y siem pre, esos pueblos están bañados, por así decir, por las olas refluentes de los m ovim ientos generales de la historia»1. Sólo Occidente participó en las migraciones bárbaras, las cruzadas m edievales y las m odernas conquistas coloniales que eran, para Ranke, los drei grosse Atemzüge dieses unvergleichlichen Vereins: «los tres grandes hálitos surgidos de esta unión incomparable»2. Pocos años después, Hegel señalaba que «en cierta medida, los eslavos han sido atraídos a la esfera de la Razón occidental», pues «en ocasiones, y en calidad de guardia avanzada com o nación intermedia, tomaron parte en la lucha entre la Europa cristiana y el Asia no cristiana». Pero el m eollo de su visión de la historia de la región oriental del continente era muy sem ejante al de Ranke. «Con todo, este conjunto de pueblos queda excluido de nuestra consideración, porque hasta ahora no han aparecido como un elem ento independiente en la serie de fases que ha asumido la Razón en el m u n d o» 3. Siglo y m edio después, los histo- 1 Leopold von Ranke, Geschichte der romanischen und germanischen Völker von 1494 bis 1514, Leipzig, 1885, p. XIX. 2 Ranke, op. cit., p. xxx. 3 G. W. F. Hegel, The philosophy of history, Londres, 1878, p. 363. [Filosofía de la historia, Madrid, Gredos, 1972.]

8 La antigüedad clásica riadores contem poráneos evitan norm alm ente ese tono. Las categorías étnicas han dado paso a los térm inos geográficos, pero la distinción entre Este y Oeste y su datación a partir de la Edad Oscura permanecen prácticam ente idénticas. Dicho de otra forma, su aplicación comienza con la aparición del feudalismo, en aquella era histórica en que com enzó a invertirse de forma decisiva la relación clásica de las regiones del Im perio romano: el Este avanzado y el Oeste atrasado. E ste cam bio de signo puede observarse en casi todos los estudios sobre la transición de la Antigüedad a la Edad Media. Así, las explicaciones de la caída del Im perio propuestas en el m ás reciente y m o- numental estudio sobre la decadencia de la Antigüedad The later R om an E m pire, de Jones giran continuam ente en tom o a las diferencias estructurales entre el E ste y el Oeste en el seno del Imperio. El Este, con sus ricas y num erosas ciudades, su econom ía desarrollada, su pequeño cam pesinado, su relativa unidad cívica y su lejanía geográfica de los m ás duros ataques bárbaros, sobrevivió; el Oeste, con su población m ás dispersa y sus ciudades más débiles, su aristocracia de m agnates y su cam pesinado oprim ido por las rentas, su anarquía política y su vulnerabilidad estratégica frente a las invasiones germ ánicas, su cu m b ió4. El fin de la Antigüedad quedó sellado entonces por las conquistas árabes que dividieron las dos orillas del Mediterráneo. El Im perio oriental se convirtió e n Bizancio, un sistem a político y social diferente a l resto del continente europeo. En este nuevo espacio geográfico que surgió en la Edad Oscura, la polaridad entre Oriente y Occidente invirtió su connotación. Bloch em itió e l autorizado juicio de que «a partir del siglo VIII existió un grupo claram ente delim itado de sociedades, en la Europa occidental y central cuyos elem entos, por muy. diversos que fuesen, estaban sólidam ente cim entados en profundas sim ilitudes y en relaciones constantes». Esta región fue l a qu e dio origen a la Europa medieval: «La econom ía europea de la Edad Media en la medida en que este adjetivo, tom ado de la vieja nom enclatura geográfica de las cinco partes del m undo, puede usarse para designar a una verdadera realidad humana es la del bloque latino y germano, bordeado por unos pocos islotes celtas y por unas cuantas franjas eslavas, y conducido gradualm ente hacia una cultura com ún [...] Así com- 4 A. H. M. Jones, The later Roman Empire, 282-602, Oxford, 1964, vol. II, páginas 1026-68.

La antigüedad clásica 9 prendida y así delim itada, Europa es una creación de la Alta Edad M edia»5. B loch excluyó expresam ente de su definición social del continente a las regiones que hoy forman la Europa oriental: «La m ayor parte del Oriente eslavo no pertenece en modo alguno a ella [...] Es im posible analizar juntas, en el m ism o objeto de un estudio científico, sus condiciones económ icas y las de sus vecinos occidentales. Su estructura social radicalm ente diferente y su especialísim a vía de desarrollo im - piden en absoluto ese tipo de confusión. Caer en ella sería com o m ezclar a Europa y los países europeizados con China o Persia en una historia económ ica del siglo XIX» 6. Los sucesores de Bloch han respetado sus órdenes. La form ación de Europa y la germ inación del feudalism o se han confinado generalmente a la historia de la m itad occidental del continente, excluyendo de este análisis a la m itad oriental. El autorizado estudio de Duby sobre la econom ía feudal temprana, que com ienza en el siglo IX, se titula ya L économ ie rurale et la vie des cam pagnes dans l O ccident m é d ié v a l7. Las form as culturales y políticas creadas por el feudalism o en el m ism o período la «secreta revolución de estos siglos»8 constituyen el núcleo principal del libro de Southern The m aking of the M iddle Ages. La amplitud del título oculta una elipsis por la que se identifica im - plícitam ente un tiem po específico con un espacio determinado. La prim era frase del libro declara: «El tem a de este libro es la form ación de Europa occidental desde finales del siglo X hasta principios del XIII» 9. Aquí, el mundo m edieval se convierte en Europa occidental tout court. Así pues, la distinción entre Oriente y Occidente se refleja en la historiografía m o- derna desde el m ism o com ienzo de la era posclásica. Sus orígenes, en efecto, son coetáneos a los del m ism o feudalism o. Por consiguiente, todo estudio m arxista de las diferentes evoluciones históricas del continente debe analizar ante todo la matriz general del feudalism o europeo. Sólo cuando se haya hecho esto será posible considerar hasta qué punto y en qué dirección es posible trazar una historia divergente de sus regiones occidental y oriental. 5 Marc Bloch, Mélanges historiques, París, 1963, vol. I, pp. 123-4. 6 Bloch, op. cit., p. 124. 7 Georges Duby, L économie rurale et la vie des campagnes dans l Ocdent médiéval, París, 1962; traducción inglesa, Londres, 1968. [Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, Península, 1973.] 8 R. W. Southern, The making of the M iddle Ages, Londres, 1953, p. 13. 9 Southern, op. cit., p. 11.

1. EL MODO DE PRODUCCIÓN ESCLAVISTA La génesis del capitalism o ha sido objeto de m uchos estudios inspirados en el m aterialism o histórico desde el m ism o m om ento en que Marx le dedicara algunos fam osos capítulos de El capital. La génesis del feudalism o, por el contrario, se ha quedado casi sin estudiar dentro de la m isma tradición y nunca ha sido integrada en el corpus general de la teoría marxista com o específico tipo de transición hacia un nuevo modo de producción. Sin embargo, y com o tendrem os ocasión de ver, su importancia para el m odelo global de historia quizá no sea m enor que la de la transición al capitalism o. El solem ne juicio de Gibbon sobre la caída de Roma y el fin de la Antigüedad aparece hoy, paradójicam ente, quizá por vez primera en toda su verdad: «Una revolución que todavía sienten y que siem pre recordarán todas las naciones de la T ierra»1. A diferencia del carácter «acumulativo» de la aparición del capitalism o, la génesis del feudalism o en Europa se derivó de un colapso «catastrófico» y convergente de dos anteriores y diferentes m odos de producción, cuya recombinación de elem entos desintegrados liberó la específica síntesis feudal, que, en consecuencia, siem pre retuvo un carácter híbrido. Los dos predecesores del m odo de producción feudal fueron, naturalmen te, el m odo de producción esclavista, ya en trance de descom posición y sobre cuyos cim ientos se había levantado en otro tiem po todo el enorm e edificio del Imperio rom ano, y los dilatados y deform ados m odos de producción 1 The history of the decline and fall of the Roman Empire, vol. I, 1896 (edición Bury), p. 1. Gibbon se retractó de este juicio en una nota manuscrita destinada a una revisión de su libro en la que limitaba su referencia sólo a los países de Europa, y no a los del mundo. «Tienen Asia y Africa, desde Japón a Marruecos, algún sentimiento o recuerdo del Imperio romano?», se preguntaba (op. cit., p. xxxv). Gibbon escribió demasiado pronto para ver en qué medida habría de «sentir» el resto del mundo el impacto de Europa y de las consecuencias finales de la «revolución» que había descrito. Ni el remoto Japón ni el vecino Marruecos quedarían inmunes a la historia que esa revolución había inaugurado.

El m odo de producción esclavista 11 prim itivos de los invasores germanos que sobrevivieron en sus propias t ierras tr as las conquistas bárbaras. Estos dos mundos radicalmente distintos habían sufrido una lenta desintegración y una silenciosa interpenetración durante los últim os siglos de la Antigüedad. Para ver cóm o se produjo todo esto es necesario volver la mirada hacia la matriz originaria de toda la civilización del mundo clásico. La Antigüedad grecorromana siempre constituyó un universo centrado en las ciudades. El esplendor y la seguridad de la temprana polis helénica y de la tardía república romana, que asombraron a tantas épocas posteriores, representaban el cenit de un sistem a político y de una cultura urbana que nunca ha sido igualado por ningún otro milenio. La filosofía, la ciencia, la poesía, la historia, la arquitectura, la escultura; el derecho, la adm inistración, la m oneda, los im puestos; el sufragio, los debates, el alistam iento militar: todo eso surgió y se desarrolló hasta unos niveles de fuerza y de com plejidad inigualados. Al m ism o tiem po, sin embargo, este friso de civilización ciudadana siem pre tuvo sobre su posteridad cierto efecto de fachada en trompe l oeil, porque tras esta cultura y este sistem a político urbanos no existía ninguna economía urbana que pudiera m edirse con ellos. Al contrario, la riqueza material que sostenía su vitalidad intelectual y cívica procedía en su inm ensa mayoría del campo. El mundo clásico fue m a v isa e invariablem ente rural en sus básicas proporciones cuantitativas. La agricultura representó durante toda su historia el ám bito absolutam ente dominante de producción y proporcionó de form a invariable las principales fortunas de las ciudades. Las ciudades grecorromanas nunca fueron predom inantem ente com unidades de manufactureros, com erciantes o artesanos, sino que en su origen y principio constituyeron agrupaciones urbanas de terratenientes. Todos los órdenes m unicipales, desde la democrática Atenas a la Esparta oligárquica o la Roma senatorial, estuvieron dom inados especialm ente por propietarios agrícolas. Sus ingresos provenían de los cereales, el aceite y el vino, los tres productos básicos del mundo antiguo, cultivados en haciendas y fincas situadas fuera del perím etro físico de la propia ciudad. Dentro de ésta, las m anufacturas eran escasas y rudimentarias: la gama normal de m ercancías urbanas nunca se extendió mucho m ás allá de los textiles, la cerám ica, los m uebles y los ob-

12 La an tigüedad clásica jetos de cristal. La técnica era sencilla, la demanda lim itada y el transporte enorm em ente caro. El resultado de ello fue que en la Antigüedad las manufacturas se desarrollaron de form a característica no a causa de una creciente concentración, com o ocurriría en épocas posteriores, sino por la descontracción y la dispersión, ya que la distancia, más que la división del trabajo, dictaba los costes relativos de producción. Una idea gráfica del peso comparativo de las econom ías rural y urbana en el mundo clásico la proporcionan los respectivos ingresos fiscales producidos por cada una ellas en el Im perio rom ano del siglo IV d. C., cuando el com ercio urbano quedó definitivam ente som etido por vez primera a un im puesto im perial con la collatio lustralis de Constantino: los ingresos procedentes de este im puesto en las ciudades nunca superaron el 5 por ciento de los im puestos sobre la tierra 2. Naturalm ente, la distribución estadística del producto de ambos sectores no basta para restar im portancia económ ica a las ciudades de la Antigüedad, porque en un m undo uniform e- m ente agrícola el beneficio bruto del com ercio urbano tal vez no sea muy bajo, pero la superioridad neta que puede proporcionar a una econom ía agraria sobre todas las dem ás tal vez sea decisiva. La condición previa de este rasgo distintivo de la civilización clásica fue su carácter costero 3. La Antigüedad grecorromana fue quintaesencialm ente m editerránea en su más profunda estructura, porque el com ercio interlocal que la unía sólo podía realizarse por mar. El com ercio m arítim o era el único m edio viable de intercam bio m ercantil para distancias m e- dias o largas. La im portancia colosal del m ar para el com ercio puede apreciarse por el sim ple hecho de que en la época de D iocleciano era más barato enviar trigo por barco desde Siria a España de un extrem o a otro del Mediterráneo que transpor- 2 A. H. M. Jones, The later Roman Empire, vo l. I, p. 465. El impuesto era pagado por los negotiatores, es decir, prácticamente por todos los que se dedicaban a cualquier tipo de producción comercial en las ciudades, ya fuesen mercaderes o artesanos. A pesar de su mínimo rendimiento, este impuesto se reveló como algo profundamente opresivo e impopular para la población urbana; hasta tal punto era frágil la economía de las ciudades. 3 Max Weber fue el primer investigador que hizo hincapié en este hecho fundamental, en sus dos grandes y olvidados estudios, «Agrarverhältnisse im Altertum» y «Die Sozialen Gründe des Untergangs der Antiken Kultur». Véase Gesammelte Aufsätze zur Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, Tubinga, 1924, pp. 4 ss., 292 ss.

E l m o do d e produ cción esclavista 13 tarlo 120 kilóm etros en carretas4. Así, no es casual que la zona del Egeo laberinto de islas, puertos y prom ontorios haya sido el prim er hogar de la ciudad-estado; ni que Atenas, su principal ejem plo, haya basado su fortuna com ercial en el transporte marítimo; ni que, cuando la colonización griega se extendió hacia el O riente Próxim o en la época helenística, el puerto de Alejandría se convirtiera en la m ayor ciudad de Egipto y fuera la primera capital m arítim a de su historia; ni que Roma, finalm ente, se convirtiera a su vez, aguas arriba del Tíber, en una m etrópoli costera. El agua era el m edio insustituible de com unicación y com ercio que hacía posible un crecim iento de una concentración y com plejidad m uy superior al m edio rural que lo sostenía. El m ar fue el vehículo del im previsible esplendor de la Antigüedad. La específica com binación de ciudad y campo que caracterizó al mundo clásico fue operativa, en últim o térm ino, debido únicam ente al lago situado en su centro. E l M editerráneo es el único gran mar interior en toda la circunferencia de la Tierra: sólo él ofrecía a una im portante zona geográfica la velocidad del transporte m arítim o junto con los refugios terrestres contra los vientos y el oleaje. La posición única de la Antigüedad clásica en la historia no puede separarse de este privilegio físico. En otras palabras, e l M editerráneo proporcionó el necesario marco geográfico a la civilización antigua, pero su contenido y novedad históricas radican, s in embargo, en la base social de la relación entre ciudad y cam po que se estableció en su interior. El m odo de producción esclavista fue la invención decisiva de l m undo grecorrom ano y lo que proporcionó la base últim a tanto de sus realizaciones com o de su eclipse. Es preciso subrayar la originalidad de este m odo de producción. La esclavitud ya había existido en form as diferentes durante toda la Antigüedad en el Oriente Próximo, com o habría de existir más adelante en toda Asia; pero siem pre había sido una condición jurídicam ente im pura -que con frecuencia tom aba la. forma de servidum bre por deu das o dé t raba jo fo rzado, entre otros tipos m ixtos de servidum bre, y form ado sólo una categoría muy reducida en un continuo am orfo de dependencia y falta de libertad que llegaba hasta m uy arriba en la escala social5. La esclavitud nunca fue el tip o predom inante de extracción de ex- 4 Jones, The later Roman Empire, II, pp. 841-2. 5 M. I. Finley, «Between slavery and freedom», Comparative Studies in Society and History, VI, 1963, pp. 237-8.

14 La antigüedad clásica cedente en e s ta s, m onarquías prehelénicas, sino un fenóm eno residual que existía al margen de la principal mano de obra rural. Los im perios sum erio, babilónico, asirio y egipcio Estados fluviales, basados en una agricultura intensiva y de regadío que contrasta con el cultivo de tierras ligeras y de secano del mundo m editerráneo posterior no fueron econom ías esclavistas, y sus sistem as legales carecían de una concepción estrictam ente definida de la propiedad de bienes m uebles. Las ciudades -Estado griegas fueron las primeras en hacer de la esclavitud algo absoluto en su form a y dom inante en su extensión, transform ándola así de puro instrum ento secundario en un sistem ático m odo de producción. Naturalm ente, el mundo helénico clásico no se basó nunca de forma exclusiva en la utilización del trabajo de esclavos. En las diferentes ciudades- Estado de Grecia, los cam pesinos libres, los arrendatarios dependientes y los artesanos de las ciudades siem pre coexistieron en diversas formas con los esclavos. Su propio desarrollo interno o externo podía cam biar notablem ente la proporción de ambos de un siglo a otro: cada formación social concreta es siempre una específica com binación de diferentes m odos de producción, y las de la Antigüedad no constituyeron una excepción6. Pero el m odo de producción dom inante en la Grecia clásica, el que rigió la articulación com pleja de cada econom ía local e im prim ió su sello a toda la civilización de la ciudad- Estado, fue el de la esclavitud. Esto m ism o habría de ocurrir también en Roma. El mundo antiguo nunca estuvo marcado en su totalidad y de forma continua y om nipresente por el predom inio del trabajo esclavo. Pero las grandes épocas clásicas en las que floreció la civilización de la Antigüedad Grecia en los A lo largo de este libro generalmente se preferirá el término «formación social» al de «sociedad». En el uso marxista, el propósito del concepto de formación social consiste precisamente en subrayar la pluralidad y heterogeneidad de los posibles modos de producción dentro de una totalidad histórica y social dada. Por el contrario, la repetición acrítica del término «sociedad» conlleva con demasiada frecuencia la presunción de una unidad subyacente de lo económico, lo político y lo cultural dentro de un conjunto histórico, cuando de hecho esta simple unidad e identidad no existen. A no ser que se especifique lo contrario, las formaciones sociales son, pues, en este libro combinaciones concretas de diferentes modos de producción organizados baio el predominio de uno de ellos. Para esta distinción, véase Nicos Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales, París, 1968, pp. 10-12. [Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1972, pp. 4-7] Una vez aclarado esto, sería una pedantería evitar por completo el familiar término de «sociedad» y aquí no realizaremos ningún esfuerzo por evitarlo.

El m odo de producción esclavista 15 siglos V y IV a. C. y Roma desde el siglo II a. C. hasta el siglo II d. C. fueron aquellas en las que la esclavitud fue masiva y general entre los otros sistem as de trabajo. El solsticio de la cultura urbana clásica siempre presenció también el cenit de la esclavitud, y la decadencia de la primera, en la Grecia helenística o en la Roma cristiana, se caracterizó invariablemente por la reducción de la segunda. A falta de estadísticas fiables, es im posible calcular con exactitud la proporción global de población esclava en la tierra originaria del m odo de producción esclavista, la Grecia posarcaica. Las estim aciones más dignas de crédito varían enormemente, pero una reciente valoración es que la proporción de esclavos/ciudadanos libres en la Atenas de Pericles era aproximadamente de 3 a 27; en épocas diversas, el número relativo de esclavos en Quíos, Egina o Corinto fue probablem ente mayor, mientras que en Esparta la población ilota siempre superó con creces a la ciudadana. En el siglo IV a. C., Aristóteles podía escribir sin darle mayor im portancia que «los Estados están obligados a tener un gran número de esclavos», mientras que Jenofonte elaboraba un plan para restaurar la riqueza de Atenas en el que «el Estado poseería esclavos públicos hasta que hubiera tres por cada ciudadano ateniense»8. Así pues, en la Grecia clásica l os esclavos fueron utilizados por primera vez y de form a habitual en la artesanía, la industria y la agricultu- 7 A. Andrewes, Greek society, Londres, 1967, p. 135, quien afirma que el total de mano de obra esclava era en esta zona de 80 a 100.000 hombres en el siglo V. cuando el número de ciudadanos ascendía quizá a unos 45.000. Este orden de magnitud exige probablemente un consenso más amplio que otras estimaciones más bajas o más elevadas. Pero todas las modernas historias de la Antigüedad se resienten de la falta de una información digna de crédito sobre el volumen de las poblaciones y de las clases sociales. Jones pudo calcular la proporción de esclavos y ciudadanos en el siglo IV, cuando ya había disminuido la población de Atenas, en 1: 1 sobre la base de las importaciones de grano en la ciudad: Athenian democracy, Oxford, 1957, pp. 76-9. Finley, por su parte, ha argumentado que esa proporción pudo llegar a ser de 3 ó 4: 1 en los períodos punta de los siglos V y IV: «Was Greek civilization based on slave labour?», Historia, VIII, 1959, pp. 58-9. La monografía moderna más extensa, aunque incompleta, sobre el tema de la esclavitud antigua el libro de W. L. Westermann, The slave systems of Greek and Roman antiquity, Filadelfia, 1955, p. 9, llega a un número global semejante al aceptado por Andrewes y Finley, esto es, entre 60 y 80.000 esclavos a comienzos de la guerra del Peloponeso. 8 Aristóteles, Politics, VII, iv, 4 [Política, Madrid, Espasa-Calpe, 1972]. Jenofonte, Ways and means, IV, 17. [La economía y los medios de aumentar las rentas.]

16 La antigüedad clásica ra en una escala superior a la dom éstica. Al m ism o tiem po, y m ientras el u so de la esclavitud s e h acía general, su naturaleza se hizo correlativamente absoluta: ya no consistía en una forma relativa de servidumbre entre otras m uchas, situada a lo largo de un continuo gradual, sino en una condición extrema de pérdida com pleta de libertad, que se yuxtaponía a una libertad nueva y sin trabas. La formación de una subpoblación esclava nítidam ente delim itada fue, precisam ente, lo que elevó la ciudadanía de las ciudades griegas a cim as hasta entonces desconocidas de libertad jurídica consciente. La libertad y la esclavitud helénicas eran indivisibles: cada una de ellas era la condición estructural de la otra, en un sistem a diádico que no tuvo precedente ni equivalente en las jerarquías sociales de los im perios del Oriente Próximo, que no conocieron ni la noción de ciudadanía libre ni la de propiedad serv il9. Este profundo cam bio jurídico fue en sí m ism o el correlato social e ideológico del «milagro» económ ico producido por la aparición del m odo de producción esclavista. La civilización de la Antigüedad clásica representaba, com o ya hem os señalado, la supremacía anómala de la ciudad sobre el cam po en el marco de una econom ía predom inantem ente rural: era la antítesis del prim er mundo feudal que le sucedió. A falta de una industria municipal, la condición de posibilidad de esta grandeza m etropolitana era la existencia de trabajo esclavo en el campo, porque sólo los esclavos podían liberar de sus bases rurales a los m iem bros de una clase terrateniente tan radicalm ente que llegaran a transm utarse en ciudadanos esencialm ente urbanos, por más que siguieran extrayendo de la tierra su riqueza básica. Aristóteles expresó la resultante ideología social de la tardía Grecia clásica con esta ocasional prescripción: «En cuanto a los que deben cultivar la tierra, si cabe elegir, deben preferirse los esclavos, y tener cuidado de que no sean todos de la m ism a nación, y principalm ente de que no sean belicosos. Con estas dos condiciones serán excelentes para el trabajo y no pensarán en rebelarse. Después es conveniente mezclar con los esclavos algunos bárbaros que sean siervos y que tengan las m ism as cualidades que aquéllos»l0. En el cam po romano fue característico del m odo de producción esclavista com pletam ente desarrollado el hecho de que incluso las funciones de 9 Westermann, The slave systems of Greek and Roman antiquity, páginas 42-3; Finley, «Between slavery and freedom», pp. 236-9. 10 Politics, IV, ix, 9. [Política, IV, ix.]

E l m odo d e produ cción esclavista 17 dirección fueran delegadas en inspectores y adm inistradores esclavos, que ponían a trabajar en los cam pos a cuadrillas de esclavos11. A diferencia del señorío feudal, la finca con esclavos perm itía una perm anente disyunción entre la residencia y la renta; el excedente con el que se am asaban las fortunas de la clase poseedora podía extraerse sin su presencia en las tierras. El vínculo entre el productor rural inm ediato y el apropiador urbano de su producto no era consuetudinario ni estaba condicionado p o r la localización de la tierra, com o ocurriría m ás tarde con la servidum bre adscripticia. Al contrario, ese vínculo era el acto com ercial universal de la com pra de m ercancías que se realizaba en las ciudades, donde el com ercio esclavista tenía sus típicos m ercados. El trabajo esclavo de la Antigüedad clásica encarnaba, pues, dos atributos contradictorios en cuya unidad radica el secreto de la paradójica precocidad urbana del mundo grecorrom ano. Por una parte, la esclavitud representaba la más radical degradación rural im aginable del trabajo, esto es, la conversión de ios hom bres en m e d ios inertes de producción m ediante su privación de todos los derechos sociales y s u asim ilación legal a las bestias de carga. La teoría romana definía al esclavo agrícola com o instrumentum vocale, herram ienta que habla, y lo situaba un grado por encim a del ganado, que constituía un instrumentum semivocale, y dos grados por encim a de los aperos, que eran el instrumentum mutum. Por otra parte, la esclavitud era sim ultáneam ente la m ás drástica com ercialización urbana concebible del trabajo, es decir, la reducción de toda la persona del trabajador a un objeto estandarizado de compra y venta en los m ercados m etropolitanos de intercam b io de m ercancías. El destino de la inm ensa m ayoría de los esclavos en la Antigüedad clásica er a e l trabajo agrícola (aunque no fuera así siem pre ni en todas partes, sí lo f u e en donjunto): su concentración, reparto y envío se efectuaba norm alm ente desde los m ercados de las ciudades, en las que m uchos de ellos, naturalm ente, tam bién estaban em pleados. La escla- 11 La misma ubicuidad del trabajo esclavo en el cenit de la república y el principado romanos tuvo el efecto paradójico de promover a determinadas categorías de esclavos a posiciones administrativas o profesionales de responsabilidad, lo que a su vez facilitó la manumisión y la subsiguiente integración de los hijos de los libertos cualificados en la clase de los ciudadanos. Este proceso no fue tanto un paliativo humanitario de la esclavitud clásica, cuanto una nueva prueba de la abstención radical de la clase dirigente romana de cualquier forma de trabajo productivo, incluso de tipo ejecutivo.

18 La antigüedad clásica vitud era, pues, el gozne económ ico que unía a la ciudad y el campo, con un desorbitado beneficio para la polis. Mantenía aquella agricultura cautiva que perm itía la diferenciación radical de una clase dirigente urbana de sus orígenes rurales y a la vez promovía el com ercio entre las ciudades que era el com - plem ento de esta agricultura en el M editerráneo. Entre otras ventajas, ios esclavos eran una m ercancía em inentem ente móvil en un mundo en que los obstáculos en el transporte tenían una im portancia capital para la estructura de toda la economía12. Los esclavos podían ser enviados por barco de una región a otra sin ninguna dificultad; podían ser adiestrados en num erosos y diversos oficios; adem ás, en las épocas de oferta abundante, los esclavos intervenían para m antener bajos los costes allí donde trabajaban obreros asalariados o artesanos independientes, debido al trabajo a ltern a tiv o que proporcionaban. La riqueza y el bienestar de la clase urbana propietaria de la Antigüedad clásica y, sobre todo, la de Atenas y Roma en el m om ento de su esplendor se basaron en el am plio excedente producido por la om nipresencia de esté sistem a de trabajo, que no dejó intacto n in gú n o tro. El precio pagado por este instrum ento brutal y lucrativo fue, sin embargo, muy alto. En la época clásica, las relaciones esclavistas de producción fijaron algunos lím ites insuperables a las fuerzas de producción de la Antigüedad. Sobre todo, esas relaciones tendieron en últim o térm ino a paralizar la productividad de la agricultura y de la industria. En la econom ía de la Antigüedad clásica se produjeron también, por supuesto, algunas m ejoras técnicas. Ningún m odo de producción está desprovisto de progresos m ateriales en su fase ascendente, y el modo de producción esclavista registró, en su m ejor m om ento, algunos avances im portantes en el equipam iento económ ico desarrollado en el m arco de su nueva división social del trabajo. Entre ellos se puede señalar la expansión de los cultivos vinícolas y oleícolas m ás rentables; la introducción de m olinos giratorios para el grano y la m ejora en la calidad del pan. Además, se diseñaron nuevas prensas de husillo, se desarrollaron m étodos de soplado de vidrio y se perfeccionaron los sistem as de calefacción. Es probable que avanzaran tam bién la com binación de cultivos, los conocim ientos botánicos y el drenaje de los cam pos13. En el m undo clásico, por tanto, no se 12Weber, «Agrarverhältnisse im Altertum», pp. 5-6. 13 Véase especialmente F. Kiechle, Sklavenarbeit und technischer Fort

El m odo de producción esclavista 19 produjo una sim ple paralización final de la técnica, pero, al mismo tiempo, nunca se produjo una importante gama de invenciones que empujaran a la econom ía antigua hacia unas fuerzas de producción cualitativam ente nuevas. En una perspectiva comparada, no hay nada m á s sorprendente que el global estancam iento tecnológico do la Antigüedad14. Será suficiente comparar el historial de sus ocho siglos de existencia, desde el ascenso de Atenas hasta la caída de Roma, con el equivalente periodo de tiem po del modo de producción feudal que le sucedió, para percibir la diferencia entre una econom ía relativam ente estática y otra dinámica. Más llam ativo todavía fue, por supuesto, el contraste dentro del propio mundo clásico entre su vitalidad cultural y superestructural y su em botam iento infraestructural. La tecnología manual de la Antigüedad fue e x ig u a y primitiva, no sólo si se mide por el patrón externo de una historia posterior, sino, sobre todo, si se compara con su propio firm am ento intelectual, que en m uchos aspectos fundam entales siempre se mantuvo por encima del de la Edad Media. Sin duda, la estructura de la economía esclavista fue, en lo fundam ental, la responsable de esta extraordinaria desproporción. Aristóteles, que para las épocas posteriores fue el pensador más im portante y representativo de la Antigüedad, resum ió lacónicam ente este principio social con la frase: «El Estado perfecto no admitirá nunca al trabajador manual entre los ciudadanos, porque la mayor parte de ellos son hoy esclavos o extranjeros»15. Ese Estado representaba la norma ideal del modo de producción esclavista, que nunca se realizó en ninguna form ación social del mundo antiguo. Pero su lógica siem pre estuvo presente de forma inmanente en la naturaleza de los sistem as económ icos clásicos. Una vez que el trabajo manual quedaba profundam ente asociado a la falta de libertad, no existía ningún espacio social libre para la invención. Los sofocantes efectos de la esclavitud sobre la técnica no fueron un sim ple producto de la baja productividad m edia del propio trabajo esclavista y ni siquiera del schritt im römischen Reich, Wiesbaden, 1969, pp. 12-114; L. A. Moritz, Grain-miils and flour in classical Antiquity, Oxford, 1958; K. D. White, Roman farming, Londres, 1970, pp. 123-4, 147-72, 188-91, 260-1, 452. 14 El problema general está planteado enérgicamente, como de costumbre, por Finley, «Technical innovation and economic progress in the ancient world», Economic H istory Review, XVIII, num. 1, 1955, pp. 2945. Para las realizaciones específicas del Imperio romano, véase F. W. Walbank, The awful revolution, Liverpool, 1969, pp. 40-1, 46-7, 108-10. 15 Politics, III, iv, 2. [Política, III, iii, 2.]

20 La antigüedad clásica volum en de su utilización, sino que afectaron sutilm ente a todas las formas de trabajo. Marx intentó expresar el tipo de acción que ejercieron en una frase fam osa, aunque teóricam ente críptica: «En todas las formas de sociedad existe una determ i- nada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango e influencia y cuyas relaciones, por lo tanto, asignan a todas las otras el rango y la influencia. Es una ilum inación general en la que se bañan todos los colores y que m odifica las particularidades de éstos. Es como un éter particular que determina el peso específico de todas las form as de existencia que allí toman relieve»16. Como es evidente, los esclavos agrícolas tenían muy pocos incentivos para realizar sus tareas económicas de forma com petente y concienzuda cuando se relajaba la vigilancia; su em pleo óptim o tenía lugar en los viñedos y los olivares. Por otra parte, muchos artesanos y algunos agricultores esclavos poseían a menudo una destreza notable, dentro de los lím ites de las técnicas dom inantes. La com pulsión estructural de la esclavitud sobre la técnica no residía tanto en una causalidad intraeconóm ica (aunque ésta era im portante en sí misma) cuanto en la m ediata ideología social que rodeaba a la totalidad del trabajo manual en el mundo clásico y contam i- naba al trabajo asalariado e incluso al independiente con el estigm a de la deshonra17. En general, el trabajo esclavo no era m enos productivo que el libre e incluso en algunos cam pos su productividad era superior, pero sentó las bases de am bos, de tal form a que entre ellos nunca se desarrolló una gran divergencia en un espacio económ ico común que excluía la aplicación de la cultura a la técnica para producir inventos. El divorcio entre el trabajo material y la esfera de la libertad era tan rígido que los griegos no tenían siquiera una palabra en su idioma para expresar el concepto de trabajo, ni com o función social ni en cuanto conducta personal. Él trabajo agrícola y el artesanal se consideraban esencialm ente com o «adaptaciones» 16 Grundrisse der K ritik der politischen Ökonomie, Berlin, 1953, p. 27. [Elem entos fundamentales para la crítica de la economía política, Madrid, Siglo XXI, 1972, pp. 27-8]. 17 Finley señala que el término griego penia, que habitualmente se opone a ploutos como «pobreza» a «riqueza», tiene en realidad el sentido peyorativo más amplio de «trabajo penoso» o de «obligación de trabajar», y puede abarcar incluso a los pequeños y prósperos arrendatarios, sobre cuyo trabajo se cierne también la misma sombra cultural: M. I. Finley, The ancient economy, Londres, 1973, p. 41. [La economía de la Antigüedad, Madrid, FCE, 1975.]

El m o do de produ cción esclavista 21 a la naturaleza y no com o transform aciones de ésta; am bos eran form as de servicio. Platón tam bién desterró im plícitam ente a los artesanos de la polis; para él «el trabajo es algo ajeno a los valores hum anos y en algunos aspectos incluso parece ser la antítesis de lo que es esencial al hom bre»18. La técnica, considerada com o instrum entación prem editada y progresiva del mundo natural por el hom bre, era incom patible con la asim ilación global del hom bre al m undo natural com o su «instrum ento parlante». La productividad quedaba fijada por la perenne rutina del in stru m en tu m vocalis, que devaluaba todo trabajo al im pedir la preocupación perm anente por los sistem as de econom ía. La vía típica de expansión para cualquier Estado de la Antigüedad siem pre fue, pues, una vía «lateral» la conquista geográfica y no el avance económ ico. En consecuencia, la civilizáción clásica tuvo un carácter inherentem ente colonial: la ciudad-e stado celular se reproducía invariablem ente a sí m ism a, en las fases de auge, por m edio del poblam iento y la guerra. Los saqueos, los tributos y los esclavos eran los objetos fundam entales del engrandecim iento, m edios y a la vez fines de la expansión colonial. El poderío m ilitar estaba quizá m ucho más ligado al crecim iento económ ico que en ningún otro m odo de producción anterior o posterior, debido a que la principal fuente del trabajo esclavo era norm alm ente la captura de prisioneros de guerra, m ientras que la form ación de tropas libres urbanas con destino a la guerra dependía del m antenim iento de la producción interna por los esclavos. Los cam pos de batalla proporcionaban mano de obra para los cam pos d e cereales y, viceversa, los trabajadores cautivos perm itían la creación de 18 J. P. Vernant, Mythe et pensée chez les Grecs, París, 1965, pp. 192, 197-9, 217. [M ito y pensam iento en la Grecia antigua, Barcelona, Ariel, 1974.] Los dos ensayos de Vernant, «Prométhée et la fonction technique» y «Travail et nature dans la Grèce ancienne» ofrecen un análisis sutil de las distinciones entre poiesis y praxis, y de las relaciones del agricultor, el artesano y el prestamista con la polis. Alexandre Koyré intentó demostrar en una ocasión que el estancamiento técnico de la civilización griega no se debió a la presencia de la esclavitud o a la devaluación del trabajo, sino a la ausencia de la física, que se hizo imposible por la incapacidad de los griegos para aplicar las medidas matemáticas al mundo terrestre: «Du monde de l à peu près à l univers de la précision», Critique, septiembre de 1948, pp. 806-8. Al hacer esto, Koyré intentaba explícitamente evitar una explicación sociológica del fenómeno; pero, como el mismo Koyré admitió implícitamente en otro lugar, la Edad Media tampoco conoció la física y, sin embargo, produjo una tecnología dinámica: no fue el itinerario de la ciencia, sino el curso de las relaciones de producción, lo que marcó el destino de la técnica.

22 La antigüedad clásica ejércitos de ciudadanos. En la Antigüedad clásica pueden observarse tres grandes ciclos de expansión imperial, cuyos rasgos sucesivos y cam biantes estructuraron el m odelo global del m undo grecorromano: el ciclo ateniense, el m acedonio y el romano. Cada uno de ellos representó una solución específica a los problem as políticos y organizativos de la conquista ultramarina, solución que quedó integrada y superada por la siguiente, sin que nunca se transgredieran las bases subterráneas de una común civilización urbana.