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Transcripción:

Author Núria Querol i Viñas Title La importancia de la consideración del maltrato a animales por menores

"La importancia de la consideración del maltrato a animales por menores" La consideración por la crueldad hacia los animales no humanos no es un fenómeno nuevo en nuestra sociedad, sino que ha sido objeto de reflexión desde los inicios mismos de la Filosofía, ya fuera como condena al trato cruel a seres sintientes o como preocupación por la expresión de comportamiento violento. La posible conexión entre la violencia hacia animales y humanos fue apuntada ya por Santo Tomás, Locke o Kant y descrita desde un punto de vista psiquiátrico por Pinel. En los últimos tiempos, los casos de crueldad hacia animales, especialmente por parte de menores, han sido recogidos por los medios de comunicación, reavivando el debate sobre las implicaciones que se derivan y cómo debe actuar nuestra sociedad. La tragedia de los 15 perros mutilados en la perrera de Reus, fue el catalizador de una campaña liderada por la Fundación Altarriba gracias a la cual se modificó el Código Penal con lo que pasó a considerarse delito el maltrato injustificado y con ensañamiento según el artículo 337 del Código Penal, pero no existe la obligatoriedad de una evaluación psicológica, como sucede en otros países. Los humanos tenemos una predisposición biológica para reconocer las necesidades emocionales de los otros (Hoffman, 1975 [1]), además de la capacidad de desarrollo de la empatía como un factor de cohesión con nuestros congéneres (Hastings, Zahn- Waxler, Robinson, Usher, & Bridges, 2000 [2]). Para la mayoría de niños, el desarrollo de la empatía progresa hasta niveles adecuados pero si esto no sucede, puede ser una señal de alarma de desarrollo psicopatológico. Los niños diagnosticados de trastorno de conducta, muestran niveles bajos de empatía (Hastings et al., 2000; Luk, Staiger, Wong, & Mathai, 1999 [3]). Los clínicos incluyeron la crueldad hacia los animales como uno de los síntomas del trastorno de conducta (conduct disorder) por la American Psychiatric Association en su edición del 1987 del Diagnostic Statistical and Manual of Mental Disorders III R. La crueldad hacia los animales se considera, además, un criterio diagnóstico (aunque no exclusivo) fiable (Spitzer, Davies & Barkley, 1990 [4]). Hay pocos estudios hasta la fecha que hayan examinado la prevalencia de crueldad infantil hacia animales. En un estudio, se midió la cifra de crueldad hacia animales en una muestra de niños de clínicas de salud mental y una muestra no clínica (Achenbach & Edelbrock, 1981 [5]). La muestra clínica presentaba cifras de 10-25% comparadas con el 5% de la muestra no clínica. Las investigaciones con menores (14-18 años) en régimen penitenciario revelaron cifras del 14 al 22% (Ascione, 1993 [6]). Un estudio comparó las cifras y las características de la crueldad hacia animales en una muestra clínica y una no-clínica (comunitaria) (Luk et al, 1999 [7]): la crueldad estaba presente en casi un tercio de la muestra clínica y en un 1% en la comunitaria. Los investigadores vieron también que los niños presentaban cifras más altas que las niñas, y que los niños crueles tendían a presentar en mayor frecuencia y severidad síntomas de trastorno de conducta, pobre dinámica familiar, percepciones elevadas de sí mismos. Se sugiere la hipótesis de una asociación entre esta elevada autopercepción y crueldad hacia animales con la presentación de rasgos psicopáticos en la vida adulta (Frick, O'Brien, Wooton & Mc Burnett, 1994). De los niños 1

diagnosticados de trastorno de conducta, el 25 % han sido, o son en el presente, crueles hacia los animales (Arluke et a. 1999 [8]). En el meta-análisis de Frick et al. (1993 [9]), la crueldad hacia los animales se consideró uno de los síntomas más precoces (a la edad de 6.75 años). Es interesante destacar la importancia de este hecho ya que un inicio temprano de los síntomas suele ir asociado a una pobre prognosis del trastorno de conducta (APA, 1994). Los niños que cometen actos de crueldad hacia animales es más probable que tengan problemas de conducta más severos que los que presentan otros síntomas (Luk, Staiger, Wongg & Mathai, 1999). Los niños con trastorno de conducta presentan mayores cifras de crueldad hacia animales que otros grupos (Achenbach, Howell, Quay & Conners, 1991). Varios estudios apuntan que cuando un niño es maltratado en el hogar o sufre bullying: puede intentar ganar el control sobre otro ser vivo (humano o no humano) que sea menos poderoso (Gullone et al., 2004 [10]), se produce una disrupción en el desarrollo de su empatía y se produce la desconsideración por el bienestar de los otros (Ascione, 1999; Lahey, Waldman, & McBurnett, 1999 [11]; Thompson & Gullone, 2003 [12]). En niños que crecen en un hogar donde se produce violencia hacia humanos y animales: pueden generalizar la violencia a otras áreas de su vida, siendo crueles hacia compañeros y animales (Faver & Strand, 2003 [13]; Flynn, 2000 [14]; Pelcovitz, Kaplan, DeRosa, Mandel, & Salzinger, 2000 [15]); la agresividad aprendida puede jugar un papel causal en la victimización y llevar a cabo comportamientos de alto riesgo de rechazo por compañeros (Schwartz et al., 1999, Hay et al., 2004;) y tienen dos veces más probabilidad de tomar parte en maltratos a animales (Baldry, 2003a [16]; Currie, 2006 [17]). Antecedentes de crueldad hacia animales se han asociado a delincuencia posterior y criminalidad (Arluke, Levin, Luke, & Ascione, 1999; Henry, 2004 [18]), violencia adulta hacia humanos, (Merz-Perez, Heide, & Silverman, 2001) y trastorno antisocial de la personalidad en la edad adulta ( Gleyzer, Felthouse, & Holzer, 2002 [19]). Los adolescentes maltratadores de animales presentan una relación parental, familiar y con compañeros más negativa que los no maltratadores (Miller & Knutson, 1997 [20]). En una muestra de violadores varones y pedófilos se encontraron mayores cifras de crueldad infantil hacia animales (Tingle, Barnard, Robbins, Newman & Hutchinson, 1986 [21]). En la primera investigación española sobre crueldad hacia los animales en la infancia en población médico-forense con diagnóstico de psicopatía, se observó que el 41% había cometido actos de crueldad hacia los animales, el 23% presentaba la tríada de McDonald y un 41% la tríada de Pincus. El mayor ensañamiento con animales correlacionaba con mayor violencia en la comisión de actos violentos interpersonales en la edad adulta (Cuquerella, Subirana, Querol y Ascione, 2003) [22]. Un estudio muy conocido, en este caso, en una muestra de 36 asesinos y agresores sexuales (Ressler et al. 1998 [23]) concluyó que el 36% habían cometido actos de 2

crueldad hacia los animales en la infancia, el 46% había sido cruel durante la adolescencia y el 36% persistía en la conducta en la edad adulta. La importancia de modificar el marco en que han crecido los niños que maltratan a animales viene apoyado por los hallazgos de Frick et al (1994) [24] en que los niños con trastorno de conducta estaban más motivados por la recompensa que por el castigo. Varios autores (e.g. Ascione, 1992 [25]; Ascione & Weber, 1996 [26]; Paul, 2000 [27]), sugieren que si tales esfuerzos van dirigidos a la promoción de interacciones positivas con animales, es probable que se interrumpa el descenso en la empatía que se aprecia en la historia de niños en riesgo ( c.f., Hastings et al., 2000 [28]) y se refuercen actitudes socialmente aceptables para intentar evitar el distanciamiento emocional (Frick & Ellis,1999 [29]). Los programas conocidos como educación humanitaria o los específicos de tratamiento de niños y adultos crueles con animales pretenden ser una estrategia para enseñarles el reconocimiento de sus acciones potencialmente dañinas hacia los animales y los humanos. Dichos programas ayudan a desarrollar el sentido de la responsabilidad (Ross, 1999, p.368 [30]), preocupación por los demás (Serpell, 1999 [31]), colaboran en el desarrollo de la autoestima, la cooperación y socialización (George, 1999 [32]). Los programas de educación humanitaria pueden incorporar técnicas de actividades o terapia asistidas con animales de compañía o bien programas de intervención en las aulas con alguna actividad complementaria como una visita a un refugio de animales [33]. Las investigaciones apuntan al papel importante de la empatía para el desarrollo de un comportamiento social responsable y aceptable, además de ser un factor protector del trastorno de conducta (Hastings et al., 2000 [34]). Las relaciones positivas con animales pueden predecir la disposición futura hacia los humanos (e.g., Ascione, 1992 [35]; Paul, 2000 [36]) La investigación de los factores relacionados con el comienzo y la frecuencia de la crueldad hacia los animales constituye una oportunidad de explorar y desentrañar sus influencias y sugerir posibles soluciones y estrategias preventivas. El trabajo de Ascione sugiere además que el ser testigo de actos de crueldad puede empezar a erosionar el desarrollo emocional y moral del niño (Merz-Perez & Heide, 2003 [37]), con lo que la intervención temprana sería asimismo esencial para evitar dicho proceso. Todas estas consideraciones llevan a la conclusión lógica de la necesidad del trabajo integrado de diversos colectivos (padres, educadores, maestros, asociaciones de protección animal, trabajadores sociales (Zilney 2001 [38]), veterinarios (Landau 1999 [39], Green & Gullone, 2005 [40]), pediatras (Muscari 2001 [41]), agentes de la autoridad, etc. ) junto con el desarrollo de líneas de investigación por parte de sociólogos, criminólogos y psicólogos para proporcionar unas bases teóricas para 3

comprender cómo se produce el inicio del maltrato infanto-juvenil a los animales (Agnew, 1998 [42]) e iniciar una intervención adecuada (Lewchanin, S. & Zimmerman, E., 2000 [43]; Shapiro, K., 2005 [44]). Cada vez que no tomamos en consideración el maltrato a los animales, somos partícipes de una actitud moralmente injusta (Solot, 1997 [45]) y "perdemos una oportunidad de identificar un comportamiento que podría ser un precursor de violencia contra los humanos" (Merz-Perez et al.,2001, p. 571 [46]). [1] Hoffman, M. L. (1975). Developmental synthesis of affect and cognition and its interplay for altruistic motivation. Developmental Psychology 11: 607-622. [2] Hastings, P. D., Zahn-Waxler, C., Robinson, J., Usher, B., & Bridges, D. (2000). The development of concern for others in children with behaviour problems. Developmental Psychology 36: 531-546. [3] Luk, E. S. L., Staiger, P. K., Wong, L., & Mathai, J. (1999). Children who are cruel to animals: A revisit. Australian and New Zealand Journal of Psychiatry 33: 29-36. [4] Spitzer, R. L., Davies, M., & Barkley, R. A. (1990). The DSM-III-R field trial of disruptive behavior disorders. Journal of the Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 29, 690-697. [5] Achenbach, T. M., & Edelbrock, C. S. (1981). Behavioral problems and competencies reported by parents of normal and disturbed children aged four through sixteen. Monographs of the Society for Research in Child Development, 46(1). [6] Ascione, F. R. (1993). Children who are cruel to animals: A review of research and implications for developmental psychopathology. Anthrozoos, 6, 226-247. [7] Luk, E. S. L., Staiger, P. K., Wong, L., & Mathai, J. (1999). Children who are cruel to animals: A revisit. Australia and New Zealand Journal of Psychiatry, 33, 29-36. [8] Arluke, A., Levin, J., Luke, C., & Ascione, F.R. (1999). The relationship of animal abuse to violence and other forms of antisocial behavior. Journal of Interpersonal Violence, 14, 963-975. [9] Frick, P. J., Van Horn, Y., Lahey, B. B., Christ, M. A. G., Loeber, R., Hart, E. A., Tannenbaum, L., & Hanson, K. (1993). Oppositional defiant disorder and conduct disorder: A meta-analytic review of factor analyses and cross-validation in a clinical sample. Clinical Psychology Review, 13, 319-340. 4

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