Mi nombre es lo de menos, da igual que me llame Rosa, Pilar o Ana, lo importante es todo lo que puedo hacer ahora como mujer y que antes no podía. Ahora puedo decir que soy feliz, que me siento realizada como mujer que soy, que me siento libre y en las mismas condiciones personales y laborales que cualquier otra persona. Tengo 58 años y dos hijos, ambos mayores de edad. Llevo casada 34 años y sin duda estos últimos años han sido los mejores de mi vida. Soy la menor de cuatro hermanos y la única mujer. No recuerdo bien los primeros años pero al cumplir los 16, tuve que dejar de estudiar y comencé a realizar tareas domésticas en casa bajo la vigilancia estricta de mi madre mientras veía como mis hermanos mayores continuaban con sus estudios o comenzaban en sus primeros trabajos. Nunca tuve ningún pensamiento de revelarme ante ello ni de buscar un enfrentamiento con mis padres por algo que me parecía injusto, simplemente acepté que debía hacer eso y no había más opción. Fueron años duros, años de tensiones entre mi madre y yo. Pasábamos muchas horas juntas, cocinábamos, limpiábamos la casa, hacíamos la compra y veíamos como los hombres de la casa desayunaban y se marchaban, a veces incluso volvían de noche. Por parte de ellos nunca existió un gracias o lo hago yo o un te ayudo? y a día de hoy tampoco les pido nada a cambio por esos años que me sentí esclava de ellos. 1
Mis padres fallecieron hace años tras una vida feliz; a la que más echo de menos es a mi madre, aunque hubo momentos malos, me enseñó mucho y siempre la estaré agradecida. Me gustaría que ella pudiera vivir esta época en las que las cosas han cambiado mucho y en la que ahora las mujeres somos muy valoradas (o al menos más que antes). Mis hermanos están felizmente casados, todos salvo uno, que se divorció hace poco. Por lo que hemos podido saber existían problemas entre ellos en la forma de organizar las tareas de la casa y muchas horas de trabajo por parte de mi hermano, en fin, cosas que si hubieran ocurrido en otra época no habrían acabado en divorcio. Y yo sigo, a día de hoy, felizmente casada. Me casé joven, con 24 años. Mi marido trabaja como mecánico en un pequeño taller. Lleva trabajando allí desde hace 41 años, algún día de estos me vendrá diciendo que quiere jubilarse, y yo le entenderé, lleva muchos años y se ha ganado el descanso. Tenemos dos hijos, uno de 32 años y otra de 30 años. El mayor está casado desde hace tres años y me siento orgullosa de él, al igual que de la menor, que aunque no está casada ya le he dicho que no tenga prisa y que disfrute de todo lo que puede hacer ahora con la libertad que yo no pude tener. Ahora puede estudiar, elegir la vida que quiere tener, salir con amigos y amigas, llevar la ropa que más le guste y sobre todo, ser libre. Desde que nacieron me encargué de cuidar de ellos, día y noche. Cuando lloraban por la noche allí estaba yo, cuando estaban enfermos era yo la que cuidaba de ellos, al igual que de los asuntos del colegio, las comidas, las cenas, la limpieza de la casa, las compras y tantas y tantas cosas. Mi marido siempre me dice que tiene la sensación de no conocer a nuestros hijos, que ha pasado más horas en su taller que en casa y que hay veces que se ha sentido como un desconocido frente a ellos. Ojalá nos hubiéramos conocido en la 2
época de ahora porque las cosas son muy distintas y ambos podríamos haber disfrutado de nuestros hijos y habríamos compartido más cosas en familia. Cuando mi hija pequeña tenía 17 años mi vida empezó a cambiar. Una vecina, amiga mía y profesora en el colegio de mis hijos, me comentó un día en el supermercado que en el colegio estaban buscando a alguien para hacerse cargo de la guardería, que no necesitaban experiencia y que el horario, aunque había que madrugar un poco, era muy cómodo. Mi primera respuesta fue decirle que no, que ya tenía una cierta edad, jamás había trabajado en otro lugar que no fuera en la casa y que no sería fácil hacerse cargo de un grupo de 15-20 niños de diferentes edades dos horas al día. Al llegar mi marido a casa se lo comenté y me dijo que no hacía falta que trabajase, que estábamos bien económicamente y que no iba a ser fácil para mí, sobre todo porque tenía 45 años y había que sumar muchas horas de trabajo, madrugones y cansancio, además de tener que dedicar tiempo a la casa que siempre lo necesita. Pero a pesar de ello me decidí a dar el paso, la razón final es que necesitaba hacer algo que me hiciera sentirme útil y que seguiría teniendo tiempo para las tareas de casa, que cada vez eran menos, ya que mi hija pequeña cada vez era más independiente y necesitaba menos de mí. Ella fue la que más me animó, aunque debo decir que mi marido aceptó mi decisión y la respetó siempre. Y es aquí donde mi vida empezó a cambiar. Los primeros días fueron difíciles, duros, pero poco a poco me adapté al trabajo diario. Eran dos horas al día que se me pasaban volando aunque hay que decir que también era cansado ya que cuando llegaba a casa el día no había hecho más que comenzar. 3
Pasados dos años el director del colegio estaba muy contento con mi trabajo y la verdad es que me sentí muy valorada. Me ofreció la posibilidad de ampliar el horario vigilando el recreo de mediodía, dos horas más. Tras hablarlo con mi marido dije que sí, y aunque tendría que organizarme de otra manera ya que no estaría en la hora de la comida en casa, era una buena oportunidad para continuar sintiéndome más activa que nunca, tanto o más de lo que jamás habría soñado en mi vida de mujer. No me arrepentiré jamás de aquella decisión de empezar a trabajar. En estos 13 años que llevo trabajando, mi marido y yo hemos disfrutado de la vida, nos hemos permitido ciertos caprichos que jamás hubiéramos imaginado, viajes, escapadas, tener una casa propia y lo que es más importante, me siento valorada tanto en mi casa como en mi trabajo. Tengo más distracciones, aficiones y sueños aún por delante. Estos últimos años trabajo seis horas al día en el colegio, dos en la guardería, dos como cuidadora de patio y dos más como colaboradora en algunas de las actividades extraescolares que tiene el colegio. Además de esto, acudo a un centro cultural dos veces por semana, una para hacer un taller de informática que se ha convertido en una de mis pasiones y otra para yoga que me ayuda a sentirme relajada y liberada después de una semana de trabajo. Muchos fines de semana mi marido y yo nos escapamos a una casa que hemos podido comprar en las montañas y que nos ayuda a estar libres y disfrutar de nuestra nueva vida. Desde allí observo feliz cómo mi hijo se implica en las tareas de su nueva vida de casado. Mi nuera habla de lo mucho que colabora en casa y de cómo se distribuyen las tareas. También veo al novio de mi hija, un chico encantador que ha permitido que mi hija pueda 4
viajar libremente con sus amigas, que trabaje y lo más importante, que sea feliz y disfrute de su vida como mujer. Lo que no sé es lo que habría pensado mi padre de todo esto, quizás habría dicho que no está bien, que nuestra vida de mujer no puede ser ésta, que debe ser hacerse cargo de la familia, cuidar de los hijos y procurar que a ellos no les falte de nada, pero yo, sinceramente, tras estar viviendo esta experiencia, prefiero vivir esta vida, una vida en la que puedo sentirme realizada, útil y con los mismos derechos que cualquier otra persona, sea de la condición que sea, hombre o mujer. Incluso creo que mi madre podría haberse adaptado a esta vida sin problemas, igual que lo hice yo e igual que lo han hecho tantas y tantas mujeres en estos últimos años. Ahora veo a mujeres ocupando cargos importantes tanto en la política como en la vida social. Mujeres que son directoras de empresas, que conducen coches, que comparten la baja de maternidad con sus maridos, mujeres que son felices y al fin mujeres que pueden sentirse plenamente realizadas, aunque todavía queda mucho recorrer y cambiar. 5