S.S. Benedicto XVI La oración de los salmos
La preghiera dei salmi S.S. Benedicto XVI Libreria Editrice Vaticana ISBN: 978-88-209-8682-7 La oración de los salmos Primera edición, noviembre de 2013. ISBN: 978-607-8293-28-5 Hecho en México Con las debidas licencias Derechos reservados a favor de: Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C. Ventas: Orozco y Berra 180 Sta. María la Ribera Tel. 5546 4500 exts. 111 a 117 Apartado M-2181 06000 México, D.F. ventas@buenaprensa.com Tel. 5546 4500 Fax 5535 5589 Sin costo para usted: www.buenaprensa.com 01 800 5024 090 Librerías San Ignacio: www.buenaprensa.com México, D.F. Col. Santa María la Ribera. San Cosme 5. Tels: 5592 6928 y 5592 6948 Col. Roma. Orizaba 39 bis. Tels. 5207 7407 y 5207 8062 Tlalpan. Congreso 8. Tels. 5513 6387 y 5513 6388 Centro. Pasaje Catedral. Donceles 91, locales 25 y 115. Tels. 5702 1818, 5702 1648 y 5512 5946 Chihuahua, Chih. Av. Tecnológico 4101. Plaza Comercial. San Agustín. Col. Granjas. Tel. (614) 410 9461 y 415 0092 Culiacán, Sin. Jesús G. Andrade 214 Ote. Esq. Ángel Flores. Tel.(667) 712 4088 Guadalajara, Jal. Madero y Pavo, Sector Juárez. Tels. (33) 3658 1170 y 3658 0936 Guadalupe, Zac. Calle Jardín de Juárez 10. Tels. (492) 899 7980 León, Gto. Hermanos Aldama 104. Col Centro. Tel. (477) 713 7901 Mérida, Yuc. Calle 60 # 490 B. Col. Centro. Parque La Madre. Tel. (999) 9280 340 Monterrey, N.L. Washington 812 pte. Centro. Tels. (81) 8343 1112 y 8343 1121 Puebla, Pue. Blvd. Valsequillo 115. Plaza Crystal locales 9-12. Col. Residenciales Boulevares. Tel. (222) 211 645l Tijuana, B.C. General Juan Sarabia (Calle 10) 8570. Centro. Tel. (664) 634 1077 Torreón, Coah. Czda. Cuauhtémoc 750 Nte. Centro. Tels. (871) 793 1451 y 793 1452 Tuxtla Gutiérrez, Chis. Tercera Oriente Sur 165-3. Col. Centro. Tel. (961) 613 2041 En los Estados Unidos: Good Press Liturgical Press cromero@goodpress.us sales@litpress.org Tel. 619 955 7952 Tel. 1 800 858 5450 Más cerca de usted con la Librería Itinerante. Se terminó de imprimir esta primera edición el 23 de noviembre de 2013, festividad del beato Miguel Agustín Pro, S.J., en los talleres de Offset Santiago, S. A. de C. V., Río San Joaquín 436. Col Ampliación Granada. 11520 México, D. F. Tel. 91 26 90 40
índice Levántate, Señor! Sálvame!. Salmo 3... 7 Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?. Salmo 22 (21)... 13 El Señor es mi pastor, nada me falta. Salmo 23 (22)... 21 El Señor ha estado grande con nosotros. Salmo 126 (125)... 29 El Gran Hallel. Salmo 136 (135)... 37 El gran canto de la Ley. Salmo 119 (118)... 45 El rey Mesías. Salmo 110 (109)... 53 5
Levántate, Señor! Sálvame! Salmo 3 Queridos hermanos y hermanas: Reanudamos hoy las audiencias en la Plaza de San Pedro y, en la escuela de oración que estamos viviendo juntos en estas catequesis de los miércoles, quiero comenzar a meditar sobre algunos salmos, que, come dije el pasado mes de junio, forman el libro de oración por excelencia. El primer salmo sobre el que me detendré es un salmo de lamentación y de súplica lleno de una profunda confianza, donde la certeza de la presencia de Dios es la base de la oración que brota de una condición de extrema dificultad en la que se encuentra el orante. Se trata del salmo 3, referido por la tradición judía a David en el momento en que huye de su hijo Absalón (cfr. v. 1): es uno de los episodios más dramáticos y sufridos de la vida del rey, cuando su hijo usurpa su trono real y le obliga a abandonar Jerusalén para salvar su vida (cfr. 2 Sam 15ss). La situación de peligro y de angustia que experimenta David hace, por lo tanto, de telón de fondo a esta oración y ayuda a comprenderla, presentándose como la situación típica en la que puede recitarse un salmo como este. Todo hombre puede reconocer en el clamor del salmista aquellos sentimientos de 7
La oración de los salmos dolor, amargura y, a la vez, de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañaron a David al huir de su ciudad. El salmo comienza con una invocación al Señor: 8 Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: Ya no lo protege Dios (vv. 2-3). La descripción que el orante hace de su situación está marcada por tonos fuertemente dramáticos. Tres veces se subraya la idea de multitud numerosos, muchos, tantos que en el texto original se expresa con la misma raíz hebrea, de forma repetitiva, casi insistente, con el fin de recalcar aún más la enormidad del peligro. Esta insistencia sobre el número y la magnitud de los enemigos sirve para expresar la percepción, por parte del salmista, de la absoluta desproporción que existe entre él y sus perseguidores, una desproporción que justifica y fundamenta la urgencia de su petición de ayuda: los opresores son muchos, toman la delantera, mientras que el orante está solo e inerme, bajo el poder de sus agresores. Sin embargo, la primera palabra que pronuncia el salmista es Señor ; su grito comienza con la invocación a Dios. Una multitud se cierne y se rebela contra él, generando un miedo que aumenta la amenaza, haciéndola parecer todavía más grande y aterradora. Pero el orante no se deja vencer por esta visión de muerte, mantiene firme la relación con el Dios de la vida y en primer lugar se dirige a él en busca de ayuda. Pero los enemigos tratan también de romper este vínculo con Dios y de mellar la fe de su víctima. Insinúan que el Señor no puede intervenir, afirman que ni siquiera Dios puede salvarle. La agresión, por lo tanto, no es sólo física, sino que toca la dimensión espiritual: el Señor no puede salvarle dicen, atacan el núcleo central del espíritu del salmista. Es la extrema tentación a la
Levántate, Señor! Sálvame! que se ve sometido el creyente, es la tentación de perder la fe, la confianza en la cercanía de Dios. El justo supera la última prueba, permanece firme en la fe y en la certeza de la verdad y en la plena confianza en Dios, y precisamente así encuentra la vida y la verdad. Me parece que aquí el salmo nos toca muy personalmente: en numerosos problemas somos tentados a pensar que quizás incluso Dios no me salva, no me conoce, quizá no tiene la posibilidad de hacerlo; la tentación contra la fe es la última agresión del enemigo, y a esto debemos resistir; así encontramos a Dios y encontramos la vida. El orante de nuestro salmo está llamado a responder con la fe a los ataques de los impíos: los enemigos como dije niegan que Dios pueda ayudarle; él, en cambio, lo invoca, lo llama por su nombre, Señor, y luego se dirige a él con un tú enfático, que expresa una relación firme, sólida, y encierra en sí la certeza de la respuesta divina: Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su santo monte (vv. 4-5). Ahora desaparece la visión de los enemigos, no han vencido porque quien cree en Dios está seguro de que Dios es su amigo: permanece sólo el tú de Dios; a los muchos se contrapone ahora uno solo, pero mucho más grande y poderoso que muchos adversarios. El Señor es ayuda, defensa, salvación; como escudo protege a quien confía en él, y le hace levantar la cabeza, como gesto de triunfo y de victoria. El hombre ya no está solo, los enemigos no son invencibles como parecían, porque el Señor escucha el grito del oprimido y responde desde el lugar de su presencia, desde su monte santo. El hombre grita en la angustia, en el peligro, en el dolor; el hombre 9
La oración de los salmos pide ayuda, y Dios responde. Este entrelazamiento del grito humano y la respuesta divina es la dialéctica de la oración y la clave de lectura de toda la Historia de la Salvación. El grito expresa la necesidad de ayuda y recurre a la fidelidad del otro; gritar quiere decir hacer un gesto de fe en la cercanía y en la disponibilidad a la escucha de Dios. La oración expresa la certeza de una presencia divina ya experimentada y creída, que se manifiesta en plenitud en la respuesta salvífica de Dios. Esto es relevante: que en nuestra oración sea importante, presente, la certeza de la presencia de Dios. De este modo, el salmista, que se siente asediado por la muerte, confiesa su fe en el Dios de la vida que, como escudo, lo envuelve a su alrededor de una protección invulnerable; quien pensaba que ya estaba perdido puede levantar la cabeza, porque el Señor lo salva; el orante, amenazado y humillado, está en la gloria, porque Dios es su gloria. La respuesta divina que acoge la oración dona al salmista una seguridad total; se acabó también el miedo, y el grito se serena en la paz, en una profunda tranquilidad interior: 10 Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor (vv. 6-7). El orante, incluso en medio del peligro y la batalla, puede dormir tranquilo, en una inequívoca actitud de abandono confiado. En torno a él acampan los adversarios, le asedian, son muchos, se levantan contra él, le ridiculizan y buscan hacerle caer, pero él en cambio se acuesta y duerme tranquilo y sereno, seguro de la presencia de Dios. Y al despertar, encuentra a Dios todavía a su lado, como custodio que no duerme (cfr. Sal 121, 3-4), que le sostiene, le toma de la mano, no le abandona nunca. El miedo a la muerte está vencido por la presencia
Levántate, Señor! Sálvame! de aquél que no muere. Precisamente la noche, poblada de temores atávicos, la noche dolorosa de la soledad y de la angustiosa espera, ahora se transforma: lo que evoca la muerte se convierte en presencia del Eterno. A la visibilidad del asalto enemigo, violento, imponente, se contrapone la presencia invisible de Dios, con todo su poder invencible. Y es a él a quien, después de sus expresiones de confianza, nuevamente el salmista dirige su oración: Levántate, Señor; sálvame, Dios mío (v. 8a). Los agresores se levantaban (cfr. v. 2) contra su víctima; quien en cambio se levantará es el Señor, y será para derribarlos. Dios lo salvará, respondiendo a su clamor. Por ello el salmo concluye con la visión de la liberación del peligro que mata y de la tentación que puede hacer perecer. Después de la petición dirigida al Señor para que se levante a salvar, el orante describe la victoria divina: los enemigos que, con su injusta y cruel opresión, son símbolo de todo lo que se opone a Dios y a su plan de salvación, son derrotados. Golpeados en la boca, ya no podrán agredir con su destructiva violencia y ni podrán ya insinuar el mal de la duda sobre la presencia y el obrar de Dios: su hablar insensato y blasfemo es definitivamente desmentido y reducido al silencio de la intervención salvífica del Señor (cfr. v. 8bc). De este modo, el salmista puede concluir su oración con una frase de connotaciones litúrgicas que celebra, en la gratitud y en la alabanza, al Dios de la vida: De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo (v. 9). Queridos hermanos y hermanas, el salmo 3 nos ha presentado una súplica llena de confianza y de consolación. Orando este salmo, podemos hacer nuestros los sentimientos del salmista, figura del justo perseguido que encuentra en Jesús su realización. En el dolor, en el peligro, en la amargura 11
La oración de los salmos de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del salmo abren nuestro corazón a la certeza confortadora de la fe. Dios siempre está cerca incluso en las dificultades, en los problemas, en las oscuridades de la vida, escucha, responde y salva a su modo. Pero es necesario saber reconocer su presencia y aceptar sus caminos, como David al huir de forma humillante de su hijo Absalón, como el justo perseguido del Libro de la sabiduría y, de forma última y cumplida, como el Señor Jesús en el Gólgota. Y cuando, a los ojos de los impíos, Dios parece no intervenir y el Hijo muere, precisamente entonces se manifiesta, para todos los creyentes, la verdadera gloria y la realización definitiva de la salvación. Que el Señor nos done fe, nos ayude en nuestra debilidad y nos haga capaces de creer y de orar en los momentos de angustia, en las noches dolorosas de la duda y en los largos días del dolor, abandonándonos con confianza en él, que es nuestro escudo y nuestra gloria. Gracias. Audiencia general, 7 de septiembre de 2011 Plaza de San Pedro 12