Sobre la hipocresía moralista Mario Wainstein Algunas consideraciones en torno a la guerra que se libra en la Franja de Gaza y en el Néguev Occidental. Es cierto que Israel se encuentra al borde de tomar medidas que no son ni justas ni convenientes, y sobre eso me explayaré más adelante. Pero no es menos cierto, y no conviene olvidarlo, que los palestinos pueden evitar todo ese sufrimiento con sólo cesar de lanzar cohetes contra Sderot y alrededores. Con ello no solamente se harían un bien a sí mismos, sino que dejarían de cometer un auténtico crimen de guerra, una acción terrorista sin igual, al atacar deliberadamente un blanco civil en territorio soberano de Israel. Sin embargo, Hamás y su gente no piensan claudicar, seguramente especulando con que Israel se verá obligado a ceder ante las presiones. Es trágico desde el punto de vista palestino, que sean muchos más los israelíes que clamamos por el sufrimiento de la población en Gaza que los habitantes de esa Franja que exigen dejar de disparar contra Sderot ya no por tratarse de una acción ilegítima -algo que parece no existir en su vocabulario- sino por provocar las reacciones israelíes.
Es evidente que hablamos lenguas diferentes, no sólo en lo que respecta a idiomas, sino en lo que se refiere a normas elementales, como el respeto a la vida, la ética y la moral. Es tan evidente y ``natural'' que sea así, que el mundo entero se ha acostumbrado a que durante siete años se bombardee deliberadamente a una población civil israelí, en tanto que reacciones israelíes que abaten a terroristas armados son denunciadas por violar la ley internacional. Claro que gran parte de esas reacciones diferenciadas y de ese doble rasero obedece a un antisemitismo inconfesable. Pero hay algunos que de verdad nos exigen una conducta moral diferente y más elevada que la de los palestinos y la de cualquier otro pueblo sobre la faz de la tierra. Ya dije en una oportunidad y lo repito, que me enorgullece esa discriminación y creo que es justa: somos moralmente un pueblo al cual se le puede y se le debe exigir mucho más que a cualquier otro. Lo ganamos con justicia a lo largo de la historia. La prueba de que no sólo parecemos sino que somos mejores y de que el mundo lo acepta como un hecho natural, lo constituye nuestra actitud frente a Gaza. Si una pequeña ciudad de cualquier país de Europa o de América, para mencionar a dos de los continentes que nos exigen constituirnos en ejemplos, fuera atacada con cohetes desde un país vecino 2
pobre y desvalido, lo más probable es que exija explicaciones y advierta a quien corresponda que la situación es inadmisible. Si la acción se repite una y otra vez a lo largo de siete días consecutivos, lo más probable es que el país opte por una de las siguientes opciones: a) proteger todas las viviendas con un material especial que las hace más invulnerables a los cohetes y suministrar coches blindados para el transporte público y escolar; b) evacuar la pequeña ciudad atacada; c) tratar de negociar con el país vecino un acuerdo que le otorgue beneficios a cambio del cese de los ataques; d) concentrar fuerzas militares en la frontera, advertir que si el pequeño país vecino por alguna razón no puede o no quiere poner fin a los ataques lo hará él mismo con sus propios medios. Israel vive esa situación frente a Gaza desde hace siete días. Perdón, siete meses. Es decir, siete años. Lo ha intentado absolutamente todo, incluida la retirada y evacuación total del territorio de la Franja sin pedir nada a cambio. Nadie duda de que con sólo quererlo, Israel cuenta con los medios necesarios para borrar del mapa a toda la zona desde la cual se la ataque con cohetes en menos tiempo del necesario para hacer una declaración de condena en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, Israel se ha limitado a suministrar menos electricidad, menos combustible, y a limitar al mínimo la cantidad de pacientes que 3
llega a sus hospitales desde Gaza para tratarse de enfermedades graves. Esa actitud ha despertado una polémica interna en Israel y hay quienes sostienen, yo entre ellos, que esa política es injusta por cuanto es colectiva, e inconveniente porque la adversidad lleva a que la población se identifique con el Gobierno y no al revés. Además, es una política muy poco fotogénica. Lo único que alienta a gente como yo a seguir esa política, a pesar de todo, es la hipocresía de los que no aguantarían ni una semana y pretenden dictarnos clases de moral. Una moral sui generis, que me entra por un oído y me sale por el otro sin dejar huellas, ya que viene dictada por gente a la cual le importa un comino que durante siete años haya quienes disparan deliberadamente a una población civil; que esa población, Sderot, haya estado sin suministro de electricidad apenas dos días antes de la manifestación con velas en Gaza. Para esos moralistas, pese a los ataques al Néguev -que desearían ser a Tel Aviv si tuvieran el alcance- Israel tiene el deber de proveer a sus atacantes de combustible, de víveres, de asistencia médica, de electricidad y, ya que estamos, por qué no de municiones. Esa ni siquiera es una moral cristiana de poner la otra mejilla, sino la inmoralidad que llevó a Chamberlain a Munich. Una actitud moral es 4
defenderse frente al enemigo, tal como los pacíficos sabios dictaminaron hace milenios: ``Quien viene a matarte, anticípate y mátalo tú''. 5