Don Ramón Espinel Retratos de una época Fotografía iluminada Miércoles 28 de enero de 2015 Conversatorio Fotografía Iluminada Ramón Alberto Espinel y Juan Fernando Mesa 4:00 p.m. Biblioteca Central, Aula Multipropósito, piso 1 Inauguración 6:00 p.m. Sala de arte, Biblioteca Central Bloque 15, Campus Laureles Exposición abierta hasta el 27 de Febrero Entrada Libre Sistema de Bibliotecas Conocimiento y cultura para todos Informes 354 4582 http://bibliotecas.medellin.upb.edu.co www.upb.edu.co
Notas sobre la iluminación manual de la fotografía El arte de la pintura de fotografía a mano es casi tan antiguo como la fotografía misma, casi tres años después de su aparición en 1838 se encuentran daguerrotipos pintados a mano, en algunos casos con el propósito de añadir mayor realismo a la reciente técnica o para lograr un efecto artístico de mayor impacto en aquellas primeras impresiones de la realidad captadas por un lente. El proceso, conocido como retoque de colores o Iluminación, alcanzó a tener vigencia durante algo más de cien años, hasta que a mediados del siglo pasado la fotografía a color por medios químicos y más recientemente por medios electrónicos convirtieron esta técnica en algo obsoleto. Irónicamente las actuales técnicas de manejo digital de imagen presentan las opciones de lograr fotografías con el efecto de iluminación al óleo sobre fotografías monocromas. Mi madre, Sofía Chávez de Espinel, fue una de esas personas que a mediados del siglo pasado practicaron el arte de la iluminación al óleo de fotografías, complementando con ello el extraordinario trabajo de retratista de mi padre Ramón Espinel. Parte de su obra se expone por primera vez en Antioquia gracias al apoyo de la Universidad Pontificia Bolivariana. No profundizaré en esta nota en detalles generales de la técnica, los que se encuentran en diferentes medios, hablaré sucintamente del oficio de mi madre, algo que no se había reseñado hasta ahora. El proceso se iniciaba con una preparación de la fotografía que obviamente era monocromática en blanco y negro, mediante un proceso de virado a tonos sepia. (En la muestra por fortuna se cuenta con las dos versiones de varios retratos, el original en blanco y negro y la pieza iluminada). Al respecto M. Vallvé en su Tratado Moderno de Fotografía publicado en 1950 (pág. 448) decía: A veces un retrato, especialmente cuando se trata de una cabeza, adquiere un valor extraordinario si a una prueba en sepia se le dan algunos toques de otro color en las partes claras u obscuras, pues llega a producir la ilusión de que la imagen posee los colores naturales. El autor indica cómo llevar a cabo el proceso de la iluminación, para lo cual se requería la mayor discreción y buen gusto, dones que por fortuna poseía mi madre.
Disponiendo de la ampliación en un papel mate ligeramente texturado, la fotografía se viraba a tonos sepias y una vez concluido el secado, se colocaba sobre un retablo en un caballete y se impregnaba con trementina de pino para lograr una buena adherencia del óleo sobre el papel. A continuación se empezaba a trabajar aplicando el óleo con un palillo envuelto en algodón desde el fondo hacia los primeros planos, para las zonas de mayor detalle como los ojos y los labios se debía trabajar con un tieto. Así expuesto parece fácil, pero como lo señalaba M. Vallvé en su famoso tratado, se requería algo más que delicadeza y buen gusto, era necesario saber teoría del color para preparar las mezclas y de alguna manera conocer el carácter de la persona retratada para crear la atmósfera adecuada. Tengo mi retrato a los seis años vestido de cardenal, ya además de colocarme los ojos azules mi madre me beatificó desde pequeño porque el aura que despide el retrato es casi celestial. Ella me habrá de perdonar por no haber logrado ninguno de esos cometidos y anhelos. Ni fui cardenal ni mucho menos santo En alguna ocasión las hermanas del Asilo de Ancianos San José de Pamplona le encargaron la iluminación de una fotografía gigantesca de la Madre Fundadora de la Orden con motivo de su canonización y elevación a los altares. El trabajo fue arduo y difícil por las dimensiones de la fotografía pero su resultado fue extraordinario, los colores intensos propios de los frescos de las iglesias barrocas brillaban a la distancia. A pesar de ello, la paleta de los retratos generalmente era de tonos suaves y pasteles como se aprecia en la muestra, sorprende la estabilidad del color, muy superior a la de las impresiones digitales de hoy, en efecto las fotografías conservan las tonalidades de hace sesenta años sin mayor alteración. Lo valioso de este trabajo es que es el resultado de una sensibilidad innata y de una técnica desarrollada de manera empírica en la que la experiencia producía cada vez niveles de avance superiores. Por fortuna ella vivió en su época, en el momento adecuado para iluminar. Ramón Alberto Espinel Chávez Bucaramanga, diciembre 8 de 2014
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