Capítulo XIV La ropa usada por los campurrianos

Transcripción

1 Capítulo XIV La ropa usada por los campurrianos En este apartado tenemos que distinguir la ropa de diario y la usada los días de fiesta. Como es natural, la normal de todos los días era mucho más sencilla y práctica. Los hombres usaban pantalones de pana, también llamados bragas (fíjese en la derivación a que ha llegado esta palabra), con muchos zurcidos, pues en Campoo no había costumbre de implantar grandes remiendos como hacían en La Montaña, las clásicas remontas. Hemos llegado a ver pantalones de este tipo tan remendados que era difícil comprobar cómo era la tela original. Ya saben lo que dice el refrán: duras más que un traje de pana; por lo que, a lo largo de su vida, el mi hombre poco estrenaría, se les haría durar hasta extremos inconcebibles. De calzoncillos no hablemos pues no los gastaban. Los de tela fuerte y largos hasta los tobillos sería moda más reciente. De camiseta nada, una camisa de tela grosera sin cuello, abotonada desde la nuez hasta la cintura. Siempre encontramos el chaleco sin mangas, de pana en la parte delantera y por detrás de una tela negra más sencilla. Los bolsillos del chaleco servirían para guardar el tabaco, el mechero de viento y, si el dueño era pudiente, el reloj con su correspondiente cadena amarrada a uno de los botones para que se viera bien y poder presumir de ello. Atropando recuerdos de mi tierra campurriana 93

2 Si había ovejas en la casa llevaría un jersey de cuello alto, abierto por delante, los días más crudos, y hasta el gambitu, una especie de bufanda. Cuando nevaba o hacía mucho frío se cubrirían con el tapabocas, gran bufanda larga y ancha, capaz de envolver el cuerpo desde la cabeza a la cintura con varias vueltas; aunque para ir de vecería se usaba más el caperuzu, capa corta de estameña, rematada por la parte superior en un cucurucho que se adaptaba a la cabeza, todo formando una sola pieza. Para cubrirse la cabeza usaban la boina de paño, de poco vuelo, pues preferían las que fueran del menor diámetro posible, llegando, entre los jóvenes, a ser poco más o menos que un medio bonete. En los pies calcetines de lana de casa, más bien medias, atadas con una cinta por debajo de la rodilla, que no se veían por cubrirlas las perneras del pantalón. Por fuera los escarpines de paño fuerte, en los hombres con dos lengüetas, una por delante y otra por detrás, generalmente reforzados con suela de badana de cuero. Los escarpines los hacían las mujeres en la casa, poniendo la costura por debajo, con ello se conseguía que las albarcas se adaptasen perfectamente al pie; los había también de fieltro, que se compraban en las ferreterías, rematados con una cinta negra por las partes abiertas. Las albarcas calzadas con escarpines son tan cómodas que todavía algunos puristas los siguen usando. Las albarcas era el calzado normal de todos, a lo sumo, para ir al monte, en algunas casas se veían fuertes botas de piel de becerro, que llamaban borceguíes, bien juntadas de sebo para hacerlas impermeables, y con las suelas cubiertas de recias tachuelas para que durasen más y no resbalasen fácilmente. Las mujeres solían usar el refajo (camisola de tejido muy fuerte, amplia hasta los pies y con mangas) como única ropa interior, sin bragas ni sostén, pues por encima de la camisa, esta ya con cuello, cruzarían un gambitu amarrado a la espalda, que serviría para abrigar y sostener los pechos. Las camisas solían ser de color negro, con muchos pequeños botones desde el cuello hasta la cintura, y muy entalladas. Para cubrirse usaban la toquilla de lana, y en los días más señalados el mantón, generalmente también de lana negra, que las cubría desde la cabeza hasta más debajo de la cintura y cruzado por delante. Las sayas eran los clásicos manteos ; llamaban así a unas faldas acampanadas, amarradas a la cintura y que les llegaba hasta los pies. Generalmente eran de colores amarillas, rojas y anaranjadas, con una 94 Nicanor Gutiérrez Lozano El Montero

3 cinta negra cosida todo alrededor como a una cuarta del vuelo. Contra los fríos del invierno solían colocarse superpuestos varios manteos, las muy frioleras hasta tres y cuatro. Cubriendo la cabeza usaban un pañuelo cuadrado, al que doblaban por la diagonal para hacer de él un triángulo, de color negro a diario, o blanco y de colorines los días de fiesta. Con él cubrían todo el pelo y orejas, anudándole por debajo de la barbilla. Como las más presumidas querían tener la piel blanca, aún en pleno verano, anudaban de tal manera el pañuelo, cruzándole por delante de la cara, que no se les veía más que los ojos. Las piernas las cubrían con medias de lana igual que las de los hombres, pero que las cubrían hasta por encima de la rodilla, donde las sujetaban por medio de ligas o una simple cinta amarrada. En los pies escarpines, pero diferentes a los de los hombres, pues no tenían lengüeta delantera, cruzando el empeine hacia el costado exterior, donde se amarraban con tres botones. También, las albarcas de a diario se diferenciaban: no gastaban tarugas, supliendo a estas con unos fuertes clavos de herrero, eran las que llamaban las machorras. Por cierto, cuando bajaban con ellas a Reinosa hacían un ruido infernal al transitar por las aceras. Como es lógico todo lo que hemos descrito era lo usado generalmente, sin que ello no quiera decir que hubiese muchas variedades. Para cubrir, por la parte delantera, la ropa y evitar que se ensuciase demasiado, superponían delantales que colgaban del cuello por medio de una cinta que sostenía el peto; de cintura para abajo eran más amplios, y se amarraban en torno a la cintura con otra cinta. Solían ser de color negro, sobre todo entre las casadas y ancianas, aunque para tal menester cualquier tela valía, hasta de saco se veían. Si a la paisana se le daba bien la aguja, solían adornarlos con verdaderos primores. Para las fiestas y los días de incienso se solían usar unos trajes mucho más rebuscados, basados en tiempos pasados. Hasta nuestros días han llegado los detalles de su composición, máxime ahora que la gente joven, como en el Día de Campoo, han dado en volver a usarlos. No obstante, para que quede constancia voy a reseñarlos. El traje de la mujer se componía de un jubón de pana negra fina, abrochado por medio de un cordón que se cruzaba de lado a lado para conseguir un entallamiento tipo faja de ballenas, ya que lo bonito era tener una cintura de avispa al estilo de las señoritas. Por debajo de este Atropando recuerdos de mi tierra campurriana 95

4 Campurrianos vestidos con sus trajes típicos

5 chaleco se colocaba una camisa de fina tela, generalmente de color blanco, con mangas muy amplias tipo jamón y sujetas al puño por medio de dos o tres botones de metal, usándolos de plata las más pudientes. Como cubrición usaban una especie de chaqueta corta, no llegaba más que a la cintura, de panilla negra, orlada con una cinta de color negro más intenso; se cerraba solamente el tercio inferior por medio de unos broches metálicos de color amarillo, o de plata, aunque, si el tiempo no lo impedía, la solían llevar abierta para que se viera el pañuelo de rico colorido, cruzado sobre el pecho y sujeto por medio de alfileres de filigrana. De falda llevaban los manteos, a poder ser nuevos, con los colores que ya hemos citado, diferenciándose de los de a diario por llevar cosidas dos amplias cintas negras, paralelas y separadas unos cinco centímetros, a diez del vuelo. También en esto presumían llevando más de un manteo superpuesto. Cubriendo la cabeza llevaban pañuelos blancos, pero a diferencia del de todos los días se anudaban por la parte superior, para que se pudiese ver las trenzas o el primoroso moño, tan diferente a la castaña, llamaban así al somero moño anudado con un cordón que, sin más preámbulos, era el peinado diario. Como calzado escarpines de fieltro de color pardo, orillados con una cinta negra, y las albarcas, primorosamente talladas con dibujos por su parte superior, aunque con el pico muy grande y saliente hacia el exterior. Este tipo de albarcas son las que se llaman campurrianas, para diferenciarlas de las carmoniegas que tienen el pico hacía arriba, en vertical. Los zapatos eran muy raros, si alguna los tenía sus formas eran sumamente sencillas, casi planos, pues el tacón apenas sobresalía, amarrados por delante con una correilla pasante por medio de agujeros sin ningún refuerzo. Las poseedoras de estos, iban a las romerías calzadas con alpargatas, no poniéndose los zapatos más que al entrar en el ruedo. Dicen algunos autores que usaban delantales, solo de la cintura para abajo, de rayas verticales azules y blancas, algo parecido a lo que todavía se ve en los trajes típicos de las mujeres francesas. Yo eso no lo vi nunca, me figuro que sería que fue alguna moda pasajera; generalmente eran negros, y de seda en las más pudiente, adornados con abalorios. Como joyas, pendientes grandes y largos de metal o de plata. En el cuello lucían collares de coral, con cuentas diminutas, con dos o tres vueltas, de los que colgaban pequeñas cruces de oro o metal blanco. Atropando recuerdos de mi tierra campurriana 97

6 Los hombres usaban trajes de paño de Béjar, con un color muy pardo entremezclado con hilos rojos. Los pantalones eran ajustados a la pierna, llegando hasta por debajo de la rodilla, teniendo por el lateral una abertura, reforzada con cuero para evitar su rotura., a través de la cual se dejaban ver las blancas perneras de los calzoncillos, cuando ya empezaron a usarse. La bragueta era toda la parte delantera del pantalón, como una especie de trampilla, cuyos extremos se amarraban a la cintura por medio de una cinta. La camisa solía ser de lino, con un color amarillento. Las mangas no eran amplias como las de las mujeres, se ajustaban al brazo, y cerraban el puño con un solo botón; el cuello tenía solapas muy amplias, bien caídas hacia el pecho, o muy almidonadas y erectas hacia la cara. Cubriéndola llevaban un chaleco sin mangas, de la misma tela que los pantalones, abierto por delante, pudiéndole abrochar con cinco botones. Solapas grandes en la parte superior, con dos bolsillos, uno a cada lado, sin tapas exteriores. La chaqueta una forma muy parecida a la del chaleco por la parte delantera, pero con mangas, cuello alto y tres botones para cerrarla. Estos botones, así como los del chaleco, eran de metal que solían tener impresas las armas reales, los pudientes los ponían de plata con otro tipo de adornos. Cubrían la cabeza con una montera, de unos treinta centímetros de altura, rematada a pico del que colgaba una borla, generalmente de color negro. Por el interior iba forrada con un paño rojo. Entre paño y paño colocaban algo rígido para que estuviese siempre tiesa, algunos lo hacían con engrudo (ya saben, harina disuelta en agua que al secarse forma como una especie de cartón, quedando adherida a los laterales como si fuese un pegamento), aunque esto era muy peligroso cuando se guardaba en el arca de la ropa, por atraer a los ratones que la podían destrozar. La montera se prolongaba por los costados hasta cubrir las orejas, y de allí salía una cinta fuerte que anudaban por debajo de la barbilla, para evitar que el viento se la tirase. Aunque algunos presumidos la adornaban con crucecitas o similares, la mayoría la usaba tal cual era. Las medias, escarpines y albarcas eran como las de las mujeres, aunque más finas que las de diario. Y de esta guisa nuestros antepasados presumían de elegantes, aunque eran pocos los que tenían posibilidades de llegar a tener todo el atuendo completo que hemos descrito. 98 Nicanor Gutiérrez Lozano El Montero