Diccionario de zoología en el mundo clásico. Fulgencio Martínez Saura

Transcripción

1 Diccionario de zoología en el mundo clásico Fulgencio Martínez Saura

2 Primera edición: noviembre 2007 del autor: Fulgencio Martínez Saura Título original: Diccionario de zoología en el mundo clásico de la imagen de la portada: Rossana Cassano Maquetación: Rosa Escalante Castro de la edición Ellago Ediciones C/ Perot de Granyana, 11, bajos Castellón Tel ellagoediciones@ellagoediciones.com / (Edicións do Cumio, S.A.) Ramalleira, Vilaboa (Pontevedra) Tel cumio@cumio.com / Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la Editorial. ISBN-13: Impresión: C/A. Gráfica Depósito legal: VG Impreso en España

3 Agradezco al Profesor Dr. D. Santiago Montero su desinteresada colaboración en la redacción de esta obra. Fulgencio Martínez Saura

4

5 Prólogo Los estudios zoológicos no comienzan en la Antigüedad Clásica hasta las descripciones de Aristóteles, ya que las referencias a animales que encontramos desde la Ilíada y la Odisea o son meras citas literarias sin que se pretenda con ellas describir las características y costumbres de los animales, o se estudian bajo el punto de vista de su utilidad cinegética, dietética, terapéutica, como en el Corpus Hippocraticum, o puramente mágica. Aristóteles es el primer autor que trata de enmarcar la zoología en un programa general del conocimiento, constituyendo una parte importante del mismo y entrando esta disciplina a formar parte de la ciencia. Es Plinio el Viejo quien nos cuenta (VIII,44) que los estudios zoológicos del filósofo se originaron a instancias de su discípulo Alejandro el Grande, que le encargó realizar estos estudios ante la afluencia masiva de datos sobre animales producida tras sus expediciones por India y Egipto. Como resultado de sus investigaciones, Aristóteles publica una serie de obras mayores dedicadas a la zoología como Historia Animalium y De Partibus Animalium, y otras obras menores como De Incesiu Animalium y De Motu Animalium, además de los breves tratados contenidos en Parva Naturalia y De Anima, y los trabajos hoy perdidos Zoiká (zoología) y Anatomaí (anatomía). Con estas obras y, particularmente, con las dos obras mayores es con lo que el filósofo sienta las bases de la zoología helenística como ciencia nueva y es tal la categoría de sus estudios que superan a todos los autores posteriores, que, en su mayoría, no hacen otra cosa que seguir fielmente sus enseñanzas. Después de Aristóteles se produce un aluvión de publicaciones helenísticas sobre relatos y hechos maravillosos que constituyen la llamada paradoxografía, y que surgen como consecuencia de la ya comentada expansión griega por Oriente y Egipto. Estas narraciones encuentran un terreno abonado en los ávidos lectores que habitaban las ricas ciudades surgidas en esa época gracias al desarrollo comercial producido. Estos lectores unen a las ansias de saber típicas de los griegos las posibilidades de acceder a un alud de publicaciones, más o menos imaginarias, originadas en los viajes de los exploradores y militares de la época, lo que, favorecido por la situación económica de la nueva sociedad, permite que muchas personas posean los medios y el tiempo necesarios para leer y cultivarse. Entre los autores que narran hechos maravillosos están Aristeas de Proconeso, con su obra Arimaspea. Ctesias, con su Tratado sobre la India; Timeo, Calímaco, etc., en tanto que entre los discípulos de Aristóteles destaca Teofrasto, seguido por Antígono de Caristo, Apolonio y Flegón.

6 Fulgencio Martínez Saura No hay que olvidar que mucho antes de la aparición de los paradoxógrafos helenísticos, tanto Homero como Hesíodo habían adornado sus escritos con abundantes referencias a hechos maravillosos y a animales más o menos legendarios que constituyen una parte importante de la narración y que reflejan en muchos casos creencias arraigadas en el pueblo griego, procedentes unas de su propia mitología y otras de culturas vecinas. Todos estos conocimientos, más o menos legendarios, a la vez que aumentaron en número se vieron refrendados con las nuevas descripciones fabulosas que formaban parte de los conocimientos zoológicos unas veces reales y otras imaginarios. Tras los autores griegos y helenísticos es Plinio el Viejo quien emprende en Roma con su Historia natural las descripciones zoológicas, siendo esta obra un verdadero compendio de todo el saber de su época, siguiendo en gran parte los trabajos zoológicos de Aristóteles, aunque en ocasiones los amplía con conocimientos procedentes de viajeros, cazadores, nativos, etc., lo que enriquece lo aportado por aquel, al tiempo amplía lo ya conocido con otras descripciones de animales, unas veces reales y otras imaginados. Algo parecido ocurre con Elíano, otro curioso autor romano del siglo siguiente que, aunque nunca abandonó su Italia natal, escribió su obra en un perfecto griego, obra en la que aún abundan más las narraciones fabulosas que en la Historia Natural de Plinio. Tras Elíano tratan este tema otros autores como Opiano, al que se le atribuyen la Cinegética y la Haliéutica, ambas escritas en verso, en las que predomina la visión deportiva de sus antecesores, por lo que intenta dar una perspectiva basada en la caza y pesca de los animales más que en sus costumbres y características. Tampoco hay que olvidar la Haliéutica de Ovidio, que, aunque incompleta, describe someramente algunas de las especies de peces que viven en el Mar Negro. De Sollertia Animalium de Plutarco, que es en gran parte subsidiaria de la obra aristotélica, y también la extensa obra de Ateneo, todo esto sin olvidar las aportaciones al conocimiento de los animales domésticos que hacen los autores de temas agrícolas como Catón, Varrón, Columela y Paladio. Clasificación de los Animales Aunque en ninguno de los autores citados aparece una clasificación precisa y concreta de los animales, Aristóteles refleja un intento de sistematización que se puede resumir en una serie de conceptos básicos caracterizados por la dicotomía: animales sanguíneos y no sanguíneos, animales vivíparos y ovíparos, con patas y ápodos, etc. La mezcla de posibilidades de estas ambivalencias da como resultado una clasificación de los animales que se puede resumir en: Animales Sanguíneos Aves (ovíparos con plumas) Peces (ovíparos con escamas, aunque hay ovovivíparos y peces sin escamas) Reptiles (ovíparos con escamas): Serpientes (ápodos) y Lagartos (con patas) Cetáceos (vivíparos, marinos, mamíferos) Cuadrúpedos Vivíparos (mamíferos) Ovíparos (tortuga, rana, sapos, etc.)

7 La zoología en el mundo clásico Animales No Sanguíneos Testáceos (con concha, generación espontánea) Cefalópodos (con esqueleto duro, tinta, tentáculos) Crustáceos (parte dura exterior, ovíparos) Insectos (alados, aguijón, unos ovíparos otros por generación espontánea, etc.) Aunque Aristóteles no crea una nomenclatura científica nueva, sí hace una exposición sistemática que muestra una especie de clasificación que se seguirá utilizando hasta muchos siglos después y en la que cada animal se distinguirá por una serie de características anatómicas como son existencia o no de ciertos órganos, tamaño y forma de otros, etc., lo que muestra de forma evidente unos conocimientos anatómicos alcanzados por la práctica de la disección en la mayoría de los especímenes descritos. Plinio, sin deseo de hacer clasificación académica alguna, sigue una sistemática de los animales basada en animales terrestres, animales acuáticos, aves e insectos. Los animales terrestres los describe por separado cada uno de ellos, en tanto que los acuáticos los clasifica en vivíparos o cetáceos y en peces (ovíparos), diciendo que hay 74 especies de peces con escamas, sin incluir en ellos los que tienen una cobertura dura, de los que hay treinta especies y peces sin sangre (tres especies: peces blandos calamar, sepia, etc., los cubiertos de piel fina y los que poseen concha dura testáceos ). Además, están las aves y, por último, las diminutas criaturas desprovistas de sangre que se llaman «insectos» y que son muy variadas y abundantes en la Naturaleza. Elíano también pretende hacer una modesta clasificación de los animales (XI,37) basada, según dice, en las particularidades anatómicas, pero atiende para hacerla a una simple enumeración que carece de sistemática alguna y adolece, además, de graves errores que no encontramos en Aristóteles como el considerar entre los peces cartilaginosos a los cetáceos y los mamíferos marinos. Esta clasificación se podría resumir en: Peces Con escamas Sin escamas o cartilaginosos (entre ellos los vivíparos marinos) Moluscos: carecen de huesos, sangre e intestinos, como la sepia, el pulpo y la anémona Crustáceos: langosta, gambas y cangrejos Testáceos: ostras, buccino, caracoles, erizos Con dientes de sierra: lobo, perro, león, etc., que son carnívoros Con dientes arriba y abajo: hombre, caballo y asno Con dientes al mismo nivel: buey, oveja y cabra Con colmillos: jabalí y topo (el elefante tiene cuernos, no colmillos) Insectos: abeja y avispa Anfibios: hipopótamo, nutria, castor y cocodrilo Escamosos: lagarto, salamandra, tortuga, cocodrilo y serpiente Solípedos: caballo y asno Pezuña hendida: buey, ciervo, cabra, oveja y cerdo Con hendiduras en manos y pies: hombre y perro Palmípedas: cisne y ganso

8 Fulgencio Martínez Saura Como vemos, Elíano no pretende con esta clasificación hacer un resumen extenso de todos los animales, sino diferenciar, basándose en algunas particularidades anatómicas, unos de otros. Sistemática y características de la presente obra El presente diccionario se ha redactado de forma que cada una de las voces describe un animal basándonos en los datos aportados por los autores clásicos, principalmente Aristóteles, Plinio, Elíano y Opiano, sin olvidar, cuando aportan algo nuevo a otros como los paradoxógrafos de Plutarco, Ateneo, etc., y, por descontado, fuentes procedentes de Homero, Hesíodo, Aristófanes, Herodoto, etc. Con el fin de no hacer demasiado pesada cada descripción se ha huido casi siempre de incluir citas en el texto, lo que supondría una lectura agotadora, además de perderse la necesaria claridad. Por ello, en su redacción se ha colocado toda la bibliografía, de forma más o menos resumida, al pie de cada voz, descartándose las referencias que no aportaban nada a lo dicho por los principales autores clásicos. Es indudable que en la redacción de un diccionario como el presente se encuentran ciertas dificultades, por ejemplo la identificación de determinados animales, ya que el término que lo define en griego puede ser diferente del usado en latín; y, por el contrario, otras veces pueden encontrarse animales diferentes definidos con similar terminología en ambos idiomas. Debido a todo esto rogamos la benevolencia del lector, haciendo constar que el fin de la obra no es otro que facilitar al estudioso el conocimiento que se tenía sobre cada uno de los animales en la Antigüedad Clásica, huyendo, siempre que ha sido posible, de describir los animales exclusivamente fabulosos, ya que hay excelentes obras dedicadas a su estudio. Cada voz va seguida, en cursiva, por el nombre científico más probable del animal que se trata, basándonos siempre en su presencia en la zona en que se cree descrito, que habitualmente es la cuenca mediterránea; a continuación se dan los datos morfológicos aportados por los autores comentados siguiendo, casi siempre, un orden cronológico; posteriormente se alude a su forma de reproducción, aplicaciones del animal por el hombre y, por último, a las narraciones que cuentan historias más o menos legendarias relacionadas con él, para terminar con las referencias bibliográficas, antiguas o modernas, que se han utilizado en la redacción. Además, en cada voz aparecen en negrita los nombres de otros animales que también poseen su propia voz en la obra, por si el lector considerara oportuno la consulta de dicha referencia o la bibliografía relacionada con ella. Por fin, no queda más que desear que tanto la idea de redactar un diccionario que recoja lo que se conocía sobre zoología en la Edad Clásica, como lo que supone el conocimiento de esta en la Historia de la ciencia, puedan ser de utilidad a los estudiosos de la historia en cualquiera de sus facetas.

9 A ABEJA (Apis melifica) Tanto la abeja como sus productos, miel y cera, fueron ampliamente estudiados por distintos autores durante toda la Antigüedad Clásica. La tradición griega atribuye a Dioniso la invención de la apicultura y a Aristeo, hijo de Cirene y de Apolo, la introducción de esta en Grecia; no obstante, para Diodoro fueron los Curetes en Creta los que la crearon. Varrón denomina a las abejas servidoras aladas de las Musas. Se relacionaron con Hekicon, Olimpo, Deméter, Proserpina, etc., siendo más tarde en Roma Mellona, la protectora de la apicultura. Según Eliano, las Melissas efectuaban el rito de la Hidrophoría en honor de las abejas y no hay que olvidar que la cabra Amaltea y la abeja Melissa fueron las Ninfas, hijas de Meliseo, rey de Creta, que cuidaron y alimentaron al niño Zeus durante su infancia en la isla. La abeja fue considerada durante la Antigüedad como un animal laborioso, organizado y delicado, digno de admiración y respeto. Se describen como animales no sanguíneos, del género de los insectos, provistas de alas membranosas que les permiten volar, y tienen un aguijón venenoso unido a su intestino que cuando se utiliza causa la muerte del animal. Hay varios tipos de abejas: pequeñas y redondas, largas, ladronas (negras y aplanadas), zánganos (mayores que las demás y carentes de aguijón) y reinas (mayores que las demás abejas, con largo aguijón que no usan y un tipo de color rojo y otro de color negro). Las abejas pueden ser domésticas o salvajes; estas últimas son más irascibles, pero también más trabajadoras e inteligentes. Las domésticas pueden ser redondeadas y cortas, que son las mejores, o bien alargadas de inferior calidad; también hay otro tipo de abejas en el Ponto, de color blanco, que producen miel dos veces al año. Reproducción. Era creencia general que los machos eran los zánganos y las hembras las abejas, aunque se conocía el hecho de que sin la reina no se podían reproducir, deteriorándose el enjambre, pero no estaba claro si engendraban con o sin cópula previa. Después depositan los huevos en los panales y los incuban, como las aves, aunque Aristóteles cree que engendran sin cópula, naciendo todas de la reina sin que los zánganos participen en su fecundación. En cuanto a su metamorfosis, se describen los siguientes estadios: larva, crisálida y ninfas. También estaba admitido por la mayoría de los autores (Magón, Demócrito, Aristóteles, Arquelao, Antígono de Caristo, Virgilio, etc.) que podían

10 A nacer del cadáver de un buey, de una vaca o de un ternero muertos, lo mismo que las avispas podían nacer del cadáver de un caballo. Se observó que la vida media de las abejas era de alrededor de seis años, a veces siete, y que su inteligencia era comparable a la de las hormigas y arañas. Según Eliano, se sabe la edad de las abejas porque cuando tienen menos de un año son de color verdoso y brillantes, pero luego, con el paso del tiempo, se van arrugando y perdiendo su brillo. Costumbres. Su carácter gregario, la existencia de una reina y una supuesta estructuración social, con una admirable organización encaminada a la producción de cera y recolección de miel, causaba la admiración general de todos los autores. Se creía que poseían buen olfato, lo que les apartaba de las sustancias pútridas y malolientes, aunque también odiaban los perfumes artificiales, e incluso se les atribuían una serie de características casi morales como que eran poco libidinosas, que llevaban una vida pura, que no comían carne y que castigaban a las personas muy perfumadas o lujuriosas picándolas. Se alimentan de sustancias dulces y de agua pura, y en invierno de la miel acumulada en el panal, siendo sus alimentos preferidos: rosas, tomillo, amapolas, serpillo, habas, lentejas y, sobre todo, citiso. Las reinas jamás salen solas del panal, volando acompañadas del enjambre, y no teniendo, como las otras abejas, que buscar comida ni elaborar las celdillas del panal y si alguna vez se pierden del enjambre, las demás abejas las encuentran por el olfato. Las abejas están especializadas en distintas labores: unas liban el jugo de las flores y llevan el polen en sus patas, otras llevan agua en la boca, otras alisan los panales, otras hacen cera, otras miel, etc. Para hacer sus necesidades vuelan lejos del panal, o bien las hacen en unas celdillas especialmente dedicadas a este fin en el mismo panal, y todos los residuos, cadáveres de abejas muertas, etc., los sacan del panal arrojándolos lejos de él. Su actividad comienza cuando aparecen las Pléyades (a comienzos de noviembre) y cesa al desaparecer estas (a comienzos de mayo). Se decía que la ubicación de las abejas dentro de los panales variaba de acuerdo a su edad, así las de más edad se ubicaban en las celdillas del panal más próximas a la cámara de la reina, las que estaban en plena madurez residían en las celdillas más externas y entre unas y otras se aposentaban las más jóvenes. También era creencia general que si se recogían las abejas muertas y se las cubría de cenizas de higuera, después de haberlas calentado al sol podían revivir de nuevo. En relación con el tiempo meteorológico son pronóstico de mal tiempo si vuelan persistentemente alrededor de la colmena sin alejarse de ella y se creía por algunos autores (Plinio) que cuando hacía viento, acarreaban una piedra entre sus patas para impedir ser arrastradas. Cuenta Antenor en sus Relatos de Creta (según Plinio) que a la ciudad de Raucos la atacó tal enjambre de abejas que sus habitantes, incapaces de combatirlas, tuvieron que huir a otro lugar, en donde fundaron una segunda Raucos. Panales. Según Varrón, los geómetras demuestran que la forma hexagonal de los panales se debe a que esta figura geométrica, encerrada en un 10

11 A círculo, es la que posee mayor superficie y las abejas los utilizan para depositar en ellos tanto a sus crías como la miel que constituye su alimento. Están construidos de cera y para fabricarla utilizan el jugo de las flores y la resina de ciertos árboles como sauces, olmos, etc., que poseen goma en abundancia. Las primeras celdas que se construyen son las de las abejas obreras, luego las de las reinas y, por último, las de los zánganos, siendo estas las de mayor tamaño. La construcción de las celdas se comienza desde la parte superior del panal para ir descendiendo conforme terminan cada piso, hasta llegar al suelo de la colmena. Cada celdilla posee dos aberturas y, además, toda la colmena está impregnada de una sustancia gredosa denominada mitys, que cierra todas sus posibles grietas, usándose este producto en medicina para la resolución de abscesos y supuraciones. Sobre esta capa impregnante están superpuestas (Plinio XI,6): commosis, pissoceros y propolis (actualmente las tres reciben el nombre común de propóleos. La commosis, que es la primera capa, tiene sabor amargo. Encima de ella está el pissoceros, que es más fluida, y por último está el propolis, que sirve para fortalecer las celdillas. Los panales los fabrican las abejas obreras ya que ni los zánganos ni las llamadas ladrones efectúan ninguna labor, si acaso destruyen lo hecho por sus compañeras. Cuando esto ocurre, si son descubiertas, las matan las demás abejas. Además de la miel, de la que hablaremos a continuación, en los panales se almacena el denominado erithace, al que algunos llaman sandaraca o pan de abejas, utilizado como alimento por las propias abejas cuando están trabajando. Su sabor es amargo por estar hecho de resinas y gomas de higueras, nogales, etc., y en cuanto a la cera propiamente dicha, está hecha con el jugo de flores de todo tipo, con excepción de la buglosa y la acedera común, siendo la cera más selecta la procedente de los panales de Sicilia y de los Abruzzos. Miel. La mejor época para la recolección es después de la primavera, luego de que las abejas expulsaran a los zánganos del panal, y entonces, tras ahumarlo, se cortaba en trozos más manejables con un largo cuchillo. Durante toda la Antigüedad se pensó que la miel caía del aire, recogiéndola las abejas con su lengua de las flores, pero sin creerse que fuera elaborada por ellas. Según Plinio (XII,18), en Hircania existía un árbol llamado occhi del que caían durante dos horas por la mañana grandes cantidades de miel, pero en el resto de los casos procedía del cielo. El momento en que se producía más miel era al ponerse las estrellas, sobre todo cuando brillaba en el firmamento la estrella del Perro; entonces las hojas de los árboles se embebían de miel, lo que para Plinio era como si el cielo respirara una especie de saliva de las estrellas, o fuera la humedad exhalada por el propio aire ; después la libaban las abejas, se mezclaba en sus estómagos con el jugo de las flores y se producía la miel. Había tres tipos de miel: de primavera o de flores; de verano, de color más rojizo, y la miel silvestre o tetralice, que se recogía tras las lluvias de otoño y era la menos valorada. La miel que se consideraba de mejor calidad era la de Himeto e Hibla en el Ática, seguida por la de Sicilia, la de la isla de Calidna, la de Creta, Chipre y la de África. También se cita una miel de boj 11

12 A procedente de Trapezunte, que se creía que enloquecía a los sanos y devolvía la salud a los dementes y epilépticos. Nicandro habla de una miel que se produce sin panales en Capadocia y que es tan espesa como el aceite. Además de como alimento, la miel se utilizaba en ofrendas a determinadas deidades (Plutón, Pan, Ninfas, etc.) para que se alimentaran con ella y formaba parte de la ambrosía con la que se nutrían todos los seres divinos. Estrabón hace referencia a la exportación desde Turdetania, entre otros productos, de miel y cera, y Plinio comenta, además de la excelente calidad de la miel hispana, cómo en ciertas regiones de Hispania la elaboran las abejas en los campos de esparto que carecen de flores y también en zonas abundantes en olivos, ya que estos árboles favorecen la multiplicación de los enjambres. En casos de hambrunas son transportados los panales a lomos de mulo para que los afectados puedan comer miel para poder sobrevivir. Enemigos de las abejas. En casi todos los autores clásicos, encontramos referencias a los enemigos de las abejas: mamíferos como la oveja, aves como el carbonero común, la golondrina y el abejaruco, reptiles como la serpiente y el lagarto, anfibios como la rana e insectos como las avispas y las mariposas nocturnas. Plinio describe todas las técnicas utilizadas por los colmeneros para ahuyentar de las colmenas a todos estos animales. En cuanto a las enfermedades que pueden padecer las abejas se describen la diarrea, la pérdida de brillo y debilidad, etc. Todas ellas se tratan con dieta adecuada y quemando algunas sustancias como el gálbano delante de los panales. Estos también pueden verse atacados por determinados parásitos que los destruyen; entre ellos destacan, en primer lugar, el denominado cleros o pyraustes ( papilio para Plinio), que es la polilla de la cera y son pequeñas larvas que forman a modo de telarañas (ver polilla de la cera); también hay unas orugas que causan el mismo efecto y a las que las abejas no atacan. Otra enfermedad es la denominada por los griegos phagedasma o phagedena, en la que, según Columela, se destruyen los panales ya construidos a causa de que las abejas, por haber disminuido su número por distintas causas, no pueden llenarlos. La solución de esto es juntar dos enjambres para que utilicen todos los panales. Para Aristóteles, los panales son más atacables por estas pestes cuando las flores están atacadas por el anublo y en épocas de sequía. La técnica de la apicultura se estudió detalladamente por los autores romanos: Varrón, Higinio, Virgilio, Celso, Columela, etc. Antes que ellos por los griegos y, también, por el cartaginés Magón, cuyas obras sobre agricultura se tradujeron precozmente al latín; en todas estas obras se dan una serie de consejos sobre la ubicación de los panales (en lugares no lejanos del pueblo, carentes de ruidos, con agua y plantas con flores próximas y en particular de citiso, etc.), el material que debe componerlos (corcho en lugares con alcornoques, boñigas o ladrillos en otros lugares, etc.), forma de construirlo e instalarlo, cuidados que hay que tener con ellos, etc. Incluso algunos autores como Columela, aconsejan que el colmenero, antes de acercarse a la colmena para efectuar los oportunos cuidados, ha de abstenerse durante el día anterior de los placeres de la carne, no estar borracho, lavarse y no comer alimentos de olor intenso como salazones, etc. 12

13 A Las abejas tuvieron también su aplicación en la terapéutica, tanto mágica como en la usada por los médicos de la época, comentando Plinio su utilización en abscesos, dolores abdominales y el carbunco de miel en la que haya abejas muertas, y Marcial hace referencia a una joya consistente en una abeja encerrada en una gota de ámbar. [Bibl.: Aristóteles, H.A., 531b7, 551a30, 553b10-554b20, 605b1-b20; Pindaro, Olymp., VI, 45; Apolodoro de Atenas, Frg.H, 244F.89; Varrón, Agricultura III, XVI, 3-38; Virgilio, Georgicas, IV, 237; Estrabón, III, 3, 6; Plinio, XI, 6-70; XXI 10, 12, 41-49; XXX, 50, 58, 107; Marcial, Epigramas, V, 32; Elíano, I, 10, 11, 58, 59, 60; V, 10, 11, 12, 13, 42; XI, 37; XII, 37; XVII, 35; Columela, Agricultura, IX, 2-16; Opiano, Caza, IV, 271; Paladio, Agricultura, I, 37, 38; IV, 15; V, 7; VI, 10; VII, 6; IX, 7; XI, 13; XII, 8. Fernández Uriel, P., La evolución mitológica de un mito: la abeja, II coloquio ARYS, Madrid 1990] ABEJARUCO (Merops apiaster) Aristóteles dice que su plumaje es de color amarillento por la parte inferior, por encima azul oscuro, y que el extremo de sus alas es de color rojo. Pone los huevos en agujeros del suelo de hasta cuatro codos de profundidad, siendo cada puesta de alrededor de seis huevos. Se le considera como una de las aves más perjudiciales para las abejas, por ello los colmeneros las destruyen a ellas y a sus nidos. Casi todos los autores hacen referencia a que esta ave cuida de sus padres desde el momento en que aprende a volar, viviendo en su nido con ellos. Según Elíano, el abejaruco vuela al revés que las demás aves, es decir, hacia atrás, observación que puede deberse a que, al ser muy estrecha la entrada a su nido, para salir de él tiene que hacerlo de espaldas. En el mito de Eumelos, se cuenta cómo su hijo Botres se comió el cerebro de un cordero antes de consagrarlo en el altar por lo que Apolo, ofendido, tras hacerlo caer al suelo entre convulsiones, lo convirtió en abejaruco. [Bibl.: Aristóteles, H.A., 615b25; 626a9,13; Plinio, X, 99; Elíano, I, 49; XI, 30] ABEJORRO (Género Bombus) Aristóteles describe a este insecto (Bombykion) como un coleóptero (con alas encerradas en élitros), solitario (no gregario como las abejas), que nace en las boñigas de vaca y de otros animales, que construye sus nidos de arcilla, junto a una piedra, y dentro tiene una o dos celdillas con una cera especial. Según Plinio, estos nidos tienen gran dureza y dentro se forma una larva grande envuelta en una telilla. Para él una de las variedades de este insecto sería el gusano de seda, y dice que Hesiquio lo considera como un insecto semejante a la avispa y también como dicho gusano de seda. [Bibl.: Aristóteles, H.A., 555a13; 623b12;629a29-31; Plinio, XI, 15, 75; Ateneo, XI, 784d] 13

14 A ABICHÓN (Atherina presbyter) Pez citado por Opiano, del que dice que acostumbra a alimentarse bajo las verdes algas. [Bibl.: Opiano, Halieut., I, 108] ABRAMIS O BREMA COMÚN (Abramis brama) Es una variedad de mújol (ver éste). Opiano solo dice que nada en bandadas. [Bibl.: Opiano, Halieut., I, 244] ABUBILLA (Upupa epops) Todos los autores coinciden en que esta ave que fabrica sus nidos con excrementos, cambia de aspecto en verano e invierno, desapareciendo, según Plinio, cuando comienzan a volar sus crías. Tiene en invierno un aspecto moteado y una cresta que ocupa toda la longitud de su cabeza. Se alimenta principalmente de insectos y del fruto del mirto, y su canto anuncia una buena cosecha. Según Elíano, odia las mujeres, ama a sus progenitores y narra la historia de un guardián que tapó con barro el nido que una abubilla había hecho en el agujero de una muralla. Entonces la ave, aplicando sobre el barro cierta planta, consiguió que este se resquebrajara, pudiendo así entrar de nuevo en él. Desde entonces el guardián utilizaba esa planta para acceder a tesoros ocultos destruyendo por medio de ella la cubierta que los esconde. Dice este mismo autor que la propia abubilla utiliza contra el mal de ojo de brujos y hechiceros la planta llamada cabello de Venus (culantrillo de pozo) y también que la abubilla de la India, que es el doble de grande que la europea, es la ave preferida del rey de la India, contando los brahmanes que tiene su origen en un príncipe que enterró en su cabeza el cadáver de sus padres, por lo que el Sol, apiadado de su acción, lo convirtió en esta ave. Plinio comenta que los magos aplican el corazón de esta ave en los dolores de costado. También, según el mito de Tereo, este fue convertido en abubilla. En Egipto estaba considerada como una ave sagrada, símbolo del sol, creyéndose también que poseía virtudes curativas y mágicas. [Bibl.: Aristóteles, H.A,488b3; 559a8; 615a16; 616a35; 633a17-28; Aristófanes, Aves, 32; 642; Plinio, X, 73, 86; XXX, 53; Elíano, I, 35; III, 26; X, 16; XVI, 5; Esquilo, Frag. 297 de N; Apolodoro, 3, 193; Ovidio, Metamorfosis, VI, 424] ACANTO (Parus cianeus) Ave que, según Elíano, debe su nombre a las espinas que constituyen su alimento y dice que su canto es tan divino como el de las Musas. Se decía 14

15 A que odiaba tanto a otra ave, el aegithus, (pardillo), que si se vertían en un mismo recipiente sangre de ambas aves, no se mezclaban, y también que siendo una ave consagrada a los dioses acompañaba a los viajeros. [Bibl.: Plinio, X, 95; Elíano, X, 32] ACHARNAS (Pez no identificado) Dice Aristóteles que este pez lo pasa mal en verano, que adelgaza entonces y que devora a las crías del cabezón. [Bibl.: Aristóteles H.A., 570a33; 602a11] ACOMIS (Mus cahirinus) Plinio, sin decir su nombre, comenta que en Cirene hay unos ratones, como erizos de tierra, que tienen púas punzantes (pungentibus pilis). Elíano hace referencia a que, en ese mismo lugar, viven una especie de ratones semejante a erizos a los que los nativos denominan ratones con púas. [Bibl.: Aristóteles, Mirac., 833a21; Plinio, VIII, 221; Elíano, XV, 26] ACTINIA O ANÉMONA DE MAR (Celentéreos Antozoos) Según Aristóteles es uno de los animales marinos que nacen por generación espontánea, como las conchas y esponjas, existiendo dos tipos de ella: una que vive fija en las oquedades de las rocas, y otra que nada libremente. Tienen la boca en el centro del cuerpo rodeada de tentáculos y se alimentan de pequeños peces, pero si se tocan se produce hinchazón en la parte que ha estado en contacto con ella. Se dice que las menores de ellas son comestibles, en tanto que no lo son las mayores, y Elíano comenta que son comestibles a partir del equinoccio de invierno, puesto que a partir del verano su carne se corrompe y disgrega. [Bibl.: Aristóteles, H.A., 531a31-b18; 548a23-27; 590a27-32; Elíano, XI, 37] ADMÓN (Pez plano no identificado) Opiano comenta la forma de capturarlo por medio de una nasa de mimbre en la que se introduce una piedra marina que tenga verdosín, esta atrae a los admones al interior de la nasa y quedan allí presos. [Bibl.: Opiano, Halieut., III, ] 15