Carta semanal del Sr. Cardenal Arzobispo de Valencia LA INMACULADA y EL ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN Domingo, 13 de diciembre de 2015 Dos fechas, de gran importancia y alcance, hemos celebrado estos días atrás: la fiesta de la Inmaculada y el Día de la Constitución española. La primera contiene la realidad del proyecto de Dios sobre la humanidad entera: Una humanidad nueva nacida de una mujer nueva, a la que no ha tocado el pecado, que es toda santa e irreprochable ante Él por el amor, llena de su gracia, y nos muestra dónde está la verdad: en Dios del que el hombre es inseparable y por el que está apasionado. Ella, la Inmaculada, la toda santa, es nuestra patrona, la Patrona de España, tierra de María, inmaculista como ninguna otra nación del mundo; Ella es nuestra singular protectora siempre, y, especialmente, en momentos delicados como los que atravesamos. Ante la Inmaculada ponemos el presente y el futuro de España, invocamos su protección que nos ha acompañado a todos los pueblos y ciudades de España a lo largo de nuestra historia más que milenaria, desde los primeros años de la vida cristiana en nuestras tierras.
Esta España, protegida por María, ha celebrado, un año más, un nuevo aniversario de su Constitución, que surgió de un afán de concordia y reconciliación entre todos los españoles y de anhelo de libertad, pensando en España, como una España de todos, en la que todos cabemos, a la que habría que salvar entre todos. En su base estuvo el ánimo de llegar a un texto que fuese de todos, no de unos frente a otros o sobre otros. Así, hoy, aunque perfectible como toda obra humana, la vemos como fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento y como instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos (Conferencia Episcopal Española, 1999). Como tal se ha mostrado a lo largo de estos más de cinco lustros y esperamos que esta Constitución siga siendo el gran apoyo para esa unidad, solidaridad y concordia que ella misma alienta y confirma, porque los principios, derechos y libertades y cuadro de valores, que la sustentan van más allá de un consenso que puede producirse en un momento u otro de la historia. Entiendo que entre estos principios hay que destacar la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles (Constitución Española, Art. 2), y el reconocimiento, como fundamento del orden político y de la paz social, de la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás (Art. 10). Tanto un principio, la unidad de España, como otro la dignidad de la persona humana y sus derechos inalienables, son de sí mismos anteriores a la misma Constitución y, además, forman parte integrante del patrimonio moral que nos configura como personas y como pueblo. El consenso con que se elaboró no creó ni esos derechos, porque son fundamentales, ni constituyó un pacto en virtud del cual se fragua la unidad de la Nación que es España. Ambos aspectos pertenecen al orden moral previo sobre el que se asienta el orden político, un orden moral que se sustenta sobre la verdad. Quebrar esto significaría violar el orden moral. Ante la Inmaculada, patrona de España, en defensa de la verdad, y con la mirada contemplativa puesta en María Inmaculada en este diciembre de 2015, quiero afirmar con palabras de la Conferencia Episcopal, en su documento sobre la 2
situación moral de nuestro pueblo de hace unos años: nuestra voluntad y la voluntad de todos los católicos de vivir en el seno de nuestra sociedad, cumpliendo lealmente nuestras obligaciones cívicas, ofreciendo la riqueza espiritual de los dones que hemos recibido del Señor, como aportación importante al bienestar de las personas y al enriquecimiento del patrimonio espiritual, cultural y moral de la vida. Respetamos a quienes ven las cosas de otra manera. Sólo pedimos libertad y respeto para vivir de acuerdo con nuestras convicciones, para proponer libremente nuestra manera de ver las cosas, sin que nadie se vea amenazado ni nuestra presencia sea interpretada como una ofensa o como un peligro para la libertad de los demás. Deseamos colaborar sinceramente en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad, en la consolidación de la tolerancia y de la convivencia, en libertad y justicia, como fundamento imprescindible de la paz verdadera. Pedimos a Dios que nos bendiga y nos conceda la gracia de avanzar por los caminos de la historia y del progreso sin traicionar nuestra identidad ni perder los tesoros de humanidad que nos legaron las generaciones precedentes (n. 81). Tener en cuenta esto ante las próximas elecciones generales, recuperarlo en los momentos cruciales que vivimos, orientar nuestro voto y emitirlo responsablemente puede sernos de gran utilidad y criterio. La mirada y la súplica a la Inmaculada, nuestra Patrona, nos serán para todos una grandísima luz y esperanza y un grandísimo estímulo. Para redondear más esta reflexión, quiero recordar que no fue la Comisión redactora del proyecto de texto constitucional, sometido posteriormente a la aprobación popular y legislativa, sancionado por S.M. el Rey, ni el consenso de las mayorías que le dieron su sí con su voto, los que crearon esas normas de conducta básica mencionadas de nuestra Constitución, porque, en definitiva, no es el consenso ni las mayorías lo que determinan las normas éticas básicas en las que se fundamenta el orden político, asentado en el bien común y a su servicio, espacio abierto para la libertad y libertades de los ciudadanos. El bien común pasa por el respeto pleno del orden ético y del político derivado. El vínculo entre la verdad, el bien y la libertad es clave en el orden moral y ético, y, consiguientemente, 3
también en la fundamentación del orden político y de la paz social que tenemos en nuestra Constitución. Seguramente, los problemas con los que actualmente nos encontramos en la aplicación de la Constitución, bien sea los que se refieren a la dignidad inviolable de todo ser humano y a sus derechos en el orden, por ejemplo, de la vulneración del derecho a la vida, o los referidos a la verdad del matrimonio (Art. 32), o en los recortes a la libertad de enseñanza, o al no desarrollo de todo lo implicado y exigido en el derecho a la libertad religiosa y de conciencia, bien sea los que se refieren a la puesta en riesgo de la unidad e integridad de España, son expresión del gravísimo problema que afecta hoy al comportamiento moral: la separación entre verdad y libertad. La crisis que padecemos en España en los problemas mencionados tiene mucho que ver con la crisis de la verdad y con la corrupción de la idea y experiencia de libertad. El exaltar la libertad, individual o de grupo, léase en la aplicación en el derecho a la vida o a otros asuntos que tienen que ver con los derechos personales o sociales, o en el concepto de autodeterminación que algunos propugnan, hasta considerarla como un absoluto, como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente o ciertamente insolidaria, inclinada a juzgar las cosas según los propios intereses y como voluntad de poder que se impone sobre los demás, es uno de los problemas principales con los que a varios lustros de la Constitución nos enfrentamos. Con los límites que pueda tener nuestra Constitución, incluso en el desarrollo del articulado donde se explicitan los principios o fundamentos de toda ella, y más todavía en ciertos desarrollos legislativos o en estados de opinión que se han creado, nuestra Constitución, en sus mismas bases, respeta y se asienta en ese vínculo de verdad-derechos-libertades. Por eso creo totalmente acertadas y hago enteramente mías aquellas palabras de la Conferencia Episcopal: Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario respetar y tutelar el bien común de una sociedad 4
pluricentenaria. Sólo así seguiremos respetando nuestra Constitución, todavía muy joven, que exige de todos la concordia, la unidad, la paz social. De otra suerte, la conduciremos si no se está haciendo ya por los caminos de la desintegración de la sociedad pluricentenaria diría que milenaria que es Hispania, España. Y para esto la mirada y la súplica a la Inmaculada, nuestra patrona, nos serán para todos una grandísima ayuda abierta a la esperanza. + Antonio, Card. Cañizares Llovera Arzobispo de Valencia 5