Damián González Bertolino Los trabajos del amor Novela Cosecha Roja. Estuario editora 1ª edición: 2015 ISBN: x 19 cm. / 288 pp.

Transcripción

1 Damián González Bertolino Los trabajos del amor Novela Cosecha Roja. Estuario editora 1ª edición: 2015 ISBN: x 19 cm. / 288 pp.

2 I Morales y el Toto entraban por la puerta de los empleados y los proveedores cuando vieron que por allí mismo la prostituta abandonaba el motel. Hacía solo un par de semanas que don Gallet los había sacado de la situación en la que se encontraban y los había hecho andar juntos para que comenzaran a arreglar algunas cosas. A cualquier hora del día o de la noche podía sonar el teléfono celular de Morales o el del Toto haciendo llegar la voz de don Gallet con todas aquellas preguntas. A cada uno, en su momento, el hombre le preguntaba si se sentía bien con su compañero, si había algún problema o incluso si quería que todo volviera a lo de antes. Después empezaba a hablar de lo jóvenes y astutos que eran. Astutos, decía, y Morales y el Toto se reían con esa palabra; pero ninguno de los dos sabía que al otro le causaba gracia. Además, por qué iban a perder esa oportunidad de trabajar para don Gallet? Porque no les gustaba el compañero que les había tocado? Esa no podía ser una respuesta. Al final, era como él les decía: era cosa de que el tiempo pasara para que el Toto conociera bien a Morales y para que Morales conociera bien al Toto. A don Gallet lo habían visto tres veces. La primera de ellas había sido unos días después de Año Nuevo, en su casa. Llegaron de noche y, cuando entraron, no pudieron creer cómo alguien era capaz de tener una vida como la que él tenía, con tanto lujo y con tanta gente alrededor. Gente que estaba para él. Y todo en medio del campo; cerca de la costa, pero en medio del campo. Y también habían sentido miedo. Cuando el Toto o Morales supieron que don Gallet quería conocerlos, alguno se les acercaba y les decía: Así que andan en vueltas con Cara con Semen?. Cara con Semen?, preguntaban ellos. Era como le decían a don Gallet. Nadie sabía, en realidad, si el propio don Gallet se había enterado de eso. Más valía que no. En medio de la noche en que lo conocieron, tanto el Toto como Morales quisieron alejar de su mente esas tres palabras cada vez que les tocó enfrentar aquel rostro... Nada de tomarse confianzas, pensaban. Don Gallet hablaba como un padrastro bueno y ellos lo oían con atención. Después de hacer los arreglos, cenaron y la conversación derivó hacia cualquier parte. Entonces don Gallet les pareció más bueno, y más padrastro también. Había mencionado a su padre, un hombre que llegó de Suiza por la época de la guerra y que vivió en esa misma casa cuando no era ni la centésima parte de lo que veían. Era un niño cuando su padre se quemaba la piel blanca con los soles del verano. Más blanca que la mía, todavía, decía don Gallet. Recién en ese momento el Toto y Morales se dieron cuenta de que su piel era muy blanca. Les daba lo mismo... Al día siguiente preguntaban por el apodo y unos sencillamente contestaban que no sabían nada y otros se reían y se negaban a darles cualquier tipo de explicación. Tres días más tarde los llamó de vuelta para cumplir con la promesa del automóvil. Era un Fiat Premio. Blanco. Impecable. También era de noche y volvieron a reunirse en aquel comedor. Pero don Gallet estaba raro. Fue entonces cuando se le tiró encima a Morales y lo tomó del cuello. Don Gallet había exigido varias cosas antes de que empezara todo. Una había sido tener el Ciclo Básico completo. Qué es esto?, le gritó mientras levantaba un papel y se lo repasaba por el rostro. Qué es esto, bichicome?. Don Gallet se había enterado de que Morales debía Matemáticas de segundo y de tercero. El Toto temblaba, pero de tranquilidad. Con él no iba a haber problemas, por lo tanto, porque había hecho hasta cuarto año, aunque abandonó en los primeros meses... La tenés clara en este sentido, Morales...? Primera y última mentira. Una más y te corto los huevos y te los pongo en el culo... Me oíste?. Luego lo soltó y cenaron como si nada hubiera sucedido. Antes de que se marcharan en el Premio, don Gallet sacó un par de tarjetas y le dio una a cada uno. Polo o

3 Lacoste, dijo. Elijan lo que quieran, pero Polo o Lacoste. No vayan vestidos de cualquier manera, muchachos. Hagan el favor.... Después de eso, agradecieron y se fueron. La tercera ocasión en que lo vieron fue esa misma mañana, la mañana del día en que tuvieron que ir al motel. Había sido del otro lado del departamento, en un campo con un arroyo no muy ancho. Don Gallet apareció con su chofer y no bajó del automóvil. Todo estaba oscuro a su alrededor. El BMW era negro, los vidrios eran negros, el chofer era negro y estaba vestido de negro también. Y en la cara de don Gallet había como dos pozos que tenían guardados los ojos. No hablaron mucho, ni siquiera un minuto. Les dijo por dónde podrían estar los bultos y luego ellos tuvieron que partir, recorrer por casi una hora el monte hasta encontrar lo que buscaban, desnudarse y pasar todo a través del arroyo hasta un grupo de talas. Con eso se mantuvieron ocupados hasta el mediodía, pero les llevó gran parte de la tarde poder salir del lugar debido a una causa que no pudieron explicarle a don Gallet, porque cuando sonó el celular de Morales se trató de uno de sus empleados. Del trabajo de los bultos solo quiso saber si estaba terminado. Luego les avisó sobre lo que había acontecido en el motel y les anunció que allí verían de nuevo a don Gallet. Iba a ser la cuarta vez desde Año Nuevo, la segunda en aquel día que había sido de un calor insoportable. Tenían la piel quemada desde la cintura hacia arriba, las uñas de los pies llenas del barro del fondo del arroyo y varias picaduras en las piernas. Cuando observaron que la prostituta abandonaba el motel, el Toto le hizo a Morales un gesto levantando las cejas. Luego se sonrieron. Y si allí hubiera estado don Gallet, también se habría sonreído, porque aquel aire que compartían los muchachos indicaba que se estaban conociendo, que era lo que él quería. Ambos razonaban que esa tenía que ser la prostituta que había causado el problema. Qué otra mujer iba a salir por esa puerta a las siete de la tarde? Qué otra mujer vestida así? Ni siquiera llevaba medias de nailon. Las piernas parecían estar hechas con piel de pollo y finalizaban en unos zapatos celestes, puntiagudos y llenos de polvo. Tenía que ser el polvo que volaba en la ruta. Había, además, cicatrices y raspones recientes en las rodillas. El Toto y Morales la recorrieron con su mirada desde la falda de algodón naranja hasta el pelo vagamente rojo. A menos de cinco metros de distancia la mujer se detuvo para revolver en su cartera y sacar un cigarrillo. Se lo puso en los labios y continuó buscando. El Toto se le adelantó. Fuego? Ella hizo como si no hubiera oído y les pasó por el medio. Morales dio vuelta la cara y se apresuró. Dejala... dijo. Estas son todas iguales. Cualquier viejo con guita las trae a un motel y se creen la gran señora. Dentro del motel la frescura del aire acondicionado les cayó encima con la liviandad de una sábana que alguien hubiera desplegado por compasión. También sintieron, mucho más fuerte, su propio olor a transpiración. El Toto levantó a medias un brazo y hundió su nariz en el espacio que se abría. Te jiede el ala, eh! dijo en seguida. Y vos? Qué hablás? Opa! Lo decía para joderte nomás... Seguro que sí. Es fácil fijarse en los otros.

4 Al Toto no le gustó el tono de Morales. Tranquilo, che! Era una broma, no? Mirá... Olé, olé. Morales extendió un brazo y mantuvo la distancia con el otro. No me rompas las bolas ahora. En qué estaba la gracia? A mí no me hizo gracia ninguna. El Toto bajó la mirada. Pero yo también tengo olor a sobaco dijo. Bueno, pero la cuestión es que a mí no me da lo mismo ver que la gente se dé cuenta. A lo que iba es que no tenés que tomártelo a mal. Yo no me lo tomé a mal. A mí me pareció que sí. Morales dobló por un pasillo y le dio la espalda. Ya está... Vamos a dejarla ahí dijo. El Toto no sabía qué decir. Morales parecía demasiado serio en algunas oportunidades y no sabía qué hacer cuando eso ocurría. Todo el día al rayo del sol le podía quitar el humor a la gente, pensaba. En realidad... Mmm... Fuera de broma. A veces hay casos que no son para reírse. Cómo es eso? preguntó Morales. Una tía mía, por ejemplo, sufría de mal olor. Habían llegado a un depósito de bebidas cuando se les apareció un hombre preguntándoles qué buscaban. Al dueño dijo Morales. De parte de don Gallet. Van a tener que esperar acá un minuto. El hombre se dio vuelta y sacó dos llaves. Con una cerró el depósito y con la otra abrió una puerta frente a ellos. Se alejó a paso rápido y el bamboleo de la puerta, cerrándose con el brazo mecánico, permitía que parte de su figura se ocultara y se mostrara durante un breve instante. Luego desapareció del todo y resonó el chasquido de la cerradura. Morales se adelantó y trató de girar el pomo. No seas ansioso dijo el Toto. Cómo es eso de tu tía? Contame... Ah...! Una hermana de mi padre. Era así... Tenía como una enfermedad y sudaba todo el día. Hasta en invierno sudaba. Lo peor era el olor como a guiso pasado que le salía de abajo de los brazos. No sé... Una cosa rara... Morales entrecerró los ojos y sus labios formaron de pronto una línea apretada que se movía hacia un costado.

5 Debe ser algo hormonal. Esas cosas existen... dijo. Entonces cruzó ambas manos por delante de la cintura y se estiró en puntas de pie hacia una cámara de seguridad. Luego se alejó un poco de su compañero y con una mirada casi natural inspeccionó su vestimenta. Y? Nunca fue al médico por eso? Que si fue al médico...? Probó de todo. Vio a montones de médicos, pero siempre le hacían tomar remedios que no le servían para nada. A veces, con suerte, le hacían efecto los primeros días. Pero poco efecto, porque seguía gastando mucho desodorante. Después parecía que el cuerpo se acostumbraba o algo así y le venía el olor mucho más fuerte... Los padres la tenían viviendo en un cuarto aparte que estaba patio de por medio de la casa. Decían que según fuera el viento de mañana sabían si se había levantado ya de la cama... Y después de los médicos empezó a ver curanderos y esas cosas. Eran peor que los médicos. Una vieja, me contó mi padre, le hacía pasarse un gallo por debajo de cada sobaco apenas cantaba al amanecer. Así estuvo como un mes. El bicho la veía venir y rajaba para el patio del vecino. Dice mi padre que ahí fue cuando se dio cuenta de que había que ayudarla en serio. Una mañana se despertó temprano y vio a la hermana trepada a un muro y con el sutién al aire. Estaba buscando al gallo, la pobre, pero a mi padre se le ocurrió cualquier cosa menos lo que era. Cuando entendió lo que pasaba, sintió mucha lástima, y al otro día bien temprano ya la estaba ayudando aguantándole el gallo mientras ella se sacaba la remera. Y no le sirvió para nada... Y... No. Para lo único que le sirvió fue para juntar pulgas y andar casi con las tetas al aire frente al hermano. La puerta se abrió y volvió a aparecer el hombre. Vengan conmigo que los están esperando. Una sensación de desajuste invadió sus pasos. O sea que también está don Gallet... dijo el Toto pronunciando con lentitud cada una de las palabras. Usted sabe si hace mucho que llegó? Hará unos quince minutos respondió el hombre, pero no se dio vuelta. El Toto y Morales lo siguieron a un par de metros. Observaban las puertas de las habitaciones y estaban atentos a los gritos o las conversaciones que escapaban amortiguados. Ambos se sentían como los representantes de una especie perdida de vigilantes, tanto ignorados como necesarios para todos. También tomaban nota de los números de las puertas por unos segundos hasta que desistían y lo intentaban otra vez. Algunas puertas tenían colores diferentes, pero la alfombra era siempre azul. Incluso el empleado del motel vestía de azul. Casi se podía decir que le habían hecho el traje con lo que había sobrado de la instalación de esa alfombra. El Toto, de hecho, tuvo una de esas ideas que le venían de tanto en tanto: pensaba que el empleado estaba en realidad debajo de la alfombra y era como un bulto que ellos perseguían, como a veces se veía en los dibujos animados.