Patricia García-Rojo. La Fábrica Creátor. Libro primero de la tetralogía «Los portales de Éldonon» Berenice

Transcripción

1 Patricia García-Rojo La Fábrica Creátor Libro primero de la tetralogía «Los portales de Éldonon» Berenice

2 Colección dirigida por Javier Fernández Primera edición: febrero 2008 Patricia García-Rojo Cantón, 2008 De esta edición, Berenice, Editora: Ana Ramos Asistente editorial: Luis Gámez Ilustración de cubierta: Marta Mesa Maquetación: Rafael Ruiz Comunicación y prensa: Marisa Montes prensa@editorialberenice.com Impresión: Imprenta San Pablo, S. L. - Córdoba Encuadernación: Taller de libros, S. L. - Córdoba ISBN: Depósito legal: CO. 107/08 No se permite la reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial de este libro sin la autorización previa y por escrito del editor. Todos los derechos reservados. Impreso en España / Printed in Spain

3 Para Marina, porque siempre he deseado hacerla soñar, y para Lucía, por la cara de interés que pone cuando le cuento cuentos.

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5 1. El portal Carlos miró a su padre por encima del hombro y comenzó a impacientarse. Aquella mañana lo había despertado con un críptico: «No vas a creerte mi regalo» y se había negado a explicar nada más. Ahora el jardín estaba lleno de globos de colores, de los árboles colgaban largas guirnaldas y la piñata estaba preparada, aunque con las cintas recogidas. Todo parecía mucho más alegre, la mesa de piedra con el mantel amarillo y los platos de plástico llenos de gominolas y dulces de chocolate, las sillas de jardín con los gorros de cartón coloreado para los invitados y la extensión de césped junto a la piscina esperando a llenarse de gritos y carreras. Carlos había pasado toda la tarde decorando la casa con sus padres y no había recibido ni siquiera una pista acerca de su supuesto regalo. Había utilizado todas las técnicas de disuasión que conocía, pero ni la amabilidad, ni las bromas, ni los brazos cruzados con gesto enfadado habían funcionado. Sólo faltaban diez minutos para que la casa estuviese repleta de sus amigos y sólo le quedaba aguardar esperanzado a que su padre lo sorprendiese cuando estuviese soplando las velas. Carlos era un chico alto para su edad y, aunque normal- 9

6 mente lo confundían con niños mayores, aquel iba a ser su decimosegundo cumpleaños. Por la mañana su madre le había dado una postal de parte de sus abuelos, que vivían en el extranjero, en un pueblo del sur de Italia, y nunca podían acudir a sus fiestas. Sólo habían ido el año que cumplió cinco y casi no podía recordarlo, pero las fotos que tenía de aquel día eran estupendas, sobre todo aquella en la que el abuelo lo sujetaba mientras él apagaba las velas sobre la tarta de nata y fresas. El abuelo siempre le escribía largas cartas en las que le contaba historias que después su madre le leía antes de dormir. Para su decimosegundo cumpleaños le habían mandado una tarjeta con un número doce enorme en color verde rodeado de un dragón rojo que tenía las alas extendidas. A Carlos le había parecido magnífica y estaba deseando encontrar un momento apropiado para mostrársela a sus amigos. Estaba convencido de que se morirían de envidia. Su madre llegó con la última bandeja de sándwiches y después de ponerla sobre la mesa del jardín se sentó a su lado con las rodillas abrazadas. Tenía el pelo castaño claro y muy rizado, pero hoy lo llevaba recogido en la nuca y Carlos la veía guapísima. Ya no tardarán en llegar le dijo su madre mirando hacia la puerta. Quieres que juguemos a imaginar mientras llegan? Aquel era el juego preferido de Carlos y su madre, era muy sencillo y se podía jugar de mil maneras diferentes, la que más les gustaba era aquella. Se trataba de imaginar una criatura maravillosa con partes del cuerpo de otros 10

7 animales, a veces podía incluso ser totalmente alocada y no parecerse a nada, a veces podía tener poderes especiales o hablar, y a las que mejor quedaban les ponían un nombre tras dibujarlas en el cuaderno de imaginar de Carlos. Empiezo yo: ojos amarillos y con forma de botón. Cabeza naranja con forma de cojín continuó su madre. Piel escamada con reflejos dorados y rojos. Se parece al Tricton comentó su madre mientras pensaba. El Tricton era una de las criaturas preferidas de Carlos, la había creado cuando tenía siete años y desde entonces la había modificado miles de veces. De hecho tenía un cuaderno lleno de dibujos del Tricton y cuentos sobre él. Realmente se trataba de un lagarto gigante y aventurero que en ocasiones resultaba un poco tonto. Es lo que pretendía dijo Carlos mirando hacia la puerta, pensé que tenía que renovar un poco el diseño, ahora que tengo doce años ya Ya vienen! gritó dando un salto y corriendo hacia la puerta de forja que había en el jardín. La fiesta fue todo un éxito. A las cinco y media la casa estaba repleta de invitados y los regalos se amontonaban encima de una silla. Carlos los encontró todos fantásticos, sobre todo el nuevo libro que le regaló su vecino. Tenía una portada aterradora con un castillo sobre el que volaban murciélagos y prometía ser muy interesante. Había disfrutado de la lectura desde que era un enano, primero escuchando los cuentos de sus abuelos en voz de su madre y después leyendo numerosos libros. Carlos se sentía muy orgulloso de haber leído un libro con más de doscientas páginas durante el 11

8 verano. Después de la merienda, los chicos organizaron una pequeña liguilla de fútbol para estrenar la pelota que Carlos había recibido de sus compañeros de clase. Sólo jugaron dos chicas, por lo que las demás se sentaron en el borde de la piscina. Cuando comenzó a anochecer, la madre de Carlos avisó de que era la hora de la tarta y todos se congregaron alrededor de la mesa. Carlos se puso a regañadientes en el puesto del anfitrión y aguantó emocionado el chaparrón de aplausos y canciones desafinadas. Después de soplar las velas en la gran tarta de chocolate, miró a sus padres con un gesto significativo, esperando que sacasen de detrás de alguna silla su regalo, pero sólo recibió sonrisas enigmáticas a cambio. Descubrió que definitivamente tendría que aguardar a que la casa se vaciase de gente para saber en qué consistía la sorpresa de sus padres. A las doce y media de la noche todavía estaban recogiendo el jardín y Carlos comenzaba a impacientarse seriamente; todavía no había percibido ni una señal que indicase que pronto recibiría su regalo. Su madre sonreía cada vez que se cruzaba con él con ese gesto tan característico del que está haciéndote esperar para algo muy especial, esa sonrisa pícara que ponía cada vez que tenía una historia fascinante que contar o un nuevo capítulo terminado del libro que estaba escribiendo. Carlos sabía que para aquel cumpleaños le esperaba algún dibujo especial por parte de su padre; el año anterior le había regalado un lienzo enorme en el que aparecía un guerrero subido a lomos de un lagarto gigante, 12

9 y este año no podía esperar menos, pero no entendía el por qué de tanto misterio. El padre de Carlos trabajaba como profesor de arte en un instituto y amaba la pintura, era un hombre delgado y fuerte, con el pelo desordenado y oscuro cayéndole siempre sobre los ojos marrones, como los de su hijo. Le encantaba tomarle el pelo a Carlos y disfrutaba como un niño haciéndose de rogar. Después de recoger las sillas en un montón debajo del porche del jardín, los tres se quedaron en silencio contemplando los resultados de un trabajo bien hecho. Carlos estaba a punto de perder la paciencia y resopló airado. Irene, parece que Carlos quiere algo dijo su padre con una sonrisa mirando con fingido gesto de asombro a su mujer. Oh ya está bien! dijo la madre de Carlos sacudiéndole con el trapo que había utilizado para limpiar la mesa. No hagas sufrir más al chico, Javier. Carlos supo que el momento había llegado por fin y no pudo evitar sonreír de oreja a oreja, porque, si todo el día había sido fantástico, estaba convencido de que ahora llegaba lo mejor. Su padre los guio hacia el interior de la casa a pasos de tortuga, primero recorrió todo el salón mientras decía: «Dónde lo he dejado?». Después atravesaron el pasillo y volvieron a la entrada. Carlos sentía que iba a estallar de emoción si no le daba su regalo enseguida. «Seguro que es el cómic que le pedí sobre los monstruos que inventamos mamá y yo. O quizá un dibujo del Tricton a tamaño real.» Pero seguían recorriendo la casa dando vueltas y más vueltas. 13

10 Cuando Carlos se quejaba su madre se reía con aquella risa cristalina y le removía el pelo diciéndole que tuviese paciencia, que todo tenía un protocolo. Finalmente comenzaron a bajar las escaleras del sótano y entraron en la habitación que utilizaban como trastero. Allí estaban las viejas bicicletas de Carlos, la pantalla rota del ordenador, las cajas con la ropa de invierno y algunos de los lienzos de Javier, pero el único que estaba colgado era el que llamaban El Portal. Antes había estado colgado en el dormitorio de sus padres en Málaga, pero con la mudanza lo habían dejado en el trastero porque, según decía su madre, «no iba con la decoración». A Carlos le encantaba aquel cuadro, quizá por los recuerdos que le traía. Representaba un arco de piedra con una puerta de madera tallada y lo más impresionante es que era a tamaño real. En el antiguo dormitorio parecía enorme, pero allí, en el trastero, con poca luz y rodeado de trastos se veía mucho menos interesante. Irene solía ambientar todos sus cuentos detrás de aquella puerta, siempre comenzaba diciendo: «Después de atravesar el portal y el largo pasillo que lleva a la Casa de las Puertas, empieza la aventura que vamos a contar». Puso tan de moda aquel comienzo que pronto incluso los cuentos del abuelo comenzaban detrás de aquella puerta. Carlos también había inventado criaturas que vivían en el mundo que imaginaba detrás. Para él aquella puerta era una invitación a soñar. Pero, aparte del lienzo y los trastos viejos, no había nada en la habitación que indicase que su regalo estaba escondido en algún sitio, a no ser que su padre lo hubiese colocado entre el resto de los lienzos apilados. 14

11 Dónde está? preguntó mirando a su alrededor, vamos!! Llevamos ya mucho rato dando vueltas por la casa, papá Su padre se quitó el pelo de la cara con las manos y se sentó sobre una de las cajas con la ropa de invierno. No parecía tener prisa en absoluto, acaso no se daba cuenta de lo nervioso que estaba Carlos? Miró el reloj despreocupadamente y dijo: Sólo dos minutos más. Mamá se quejó Carlos desesperado. Ya lo has oído contestó Irene con una sonrisa y se sentó en una de las cajas mirando el cuadro del portal. Carlos miró también su reloj y se dio cuenta de que en dos minutos su cumpleaños habría terminado, se trataba de eso, de darle su regalo a las doce de la noche para que todo hubiese pasado? La verdad es que si ese era el plan no le hacía mucha gracia, Carlos siempre quería recibir los regalos justo el día de su cumpleaños, ni antes ni después. Parecía que las agujas del reloj no iban a moverse nunca. Cada minuto tardaba una eternidad y las caras de sus padres lo sacaban de quicio; eran caras de emoción y de satisfacción, quizá por hacerlo sufrir de aquella manera, pensó Carlos molesto. Por fin la aguja marcó las doce, las dos agujas se pararon sobre el número brillante de su reloj, las tres agujas sobre el número brillante y fosforescente de su reloj y entonces Pluf! Las agujas dejaron de moverse, todas se quedaron allí clavadas, como si el reloj se hubiese quedado para siempre en su cumpleaños. Carlos dio unos 15