Biología de la Regulación Emocional: su impacto en la psicología del afecto y la psicoterapia



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Transcripción:

TERAPIA PSICOLÓGICA 2003, Vol.22, Nº 1, 163-172 Copyright 2003 by Sociedad Chilena de Psicología Clínica ISSN 0716-6184 Biología de la Regulación Emocional: su impacto en la psicología del afecto y la psicoterapia Biology of Emotional Regulation: Its impact on affective psychology and psychotherapy Jaime Silva C. Laboratorio de Neurociencia Afectiva y Psicopatología Facultad de Psicología,Universidad Mayor,Chile (Rec: 28-Agosto-2003 Acep: 17-Octubre-2003) La regulación emocional incluye todas aquellas estrategias dirigidas a mantener, suprimir o aumentar un estado emocional. Los estudios de laboratorio han mostrado que diferentes formas de regulación tienen múltiples consecuencias para la salud mental y física. Investigaciones de la Neurociencia Afectiva sugieren que variaciones en la actividad cerebral tónica están asociadas con variados parámetros de la respuesta emocional, dando lugar a estilos afectivos. Se analiza la evidencia científica correspondiente, presentando un amplio programa de investigación en curso, cuyo objeto es el desarrollo de un modelo putativo de la afectividad y su sustrato biológico. Palabras claves: Regulación emocional, neurociencia afectiva, psicoterapia. Emotional regulation includes all those strategies directed at the maintenance, suppression or increase of an emotional state. Laboratory studies have shown that different forms of emotional regulation have multiple consequences for physical and psychological health. Research in affective neuroscience suggest that variations in the tonic activity of the brain are associated with a variety of emotional response parameters, originating affective styles. The scientific evidence is analyzed, presenting an ongoing research program, aimed at the development of a putative model of affectivity and its biological substrate. Keywords: Emotional Regulation, Affective Neuroscience, Psychotherapy. INTRODUCCIÓN Agradecimientos: El autor agradece especialmente la colaboración de Cecilia Avendaño y Felipe Lecannelier. También agradece las sugerencias y comentarios de René Gempp, Paola Henríquez y de los integrantes del Laboratorio de Neurociencia Afectiva y Psicopatología. Correspondencia: Biología de la Regulación Emocional: su impacto en la psicología del afecto y la psicoterapia Jaime Silva C. Laboratorio de Neurociencia Afectiva y Psicopatología Facultad de Psicología Universidad Mayor jaimesilva@email.umayor.cl El estudio científico del comportamiento emocional humano ha experimentado enormes cambios en la última década. De especial interés han sido los avances producidos al interior de la neurociencia, cuyo explosivo progreso ha posibilitado el surgimiento de una disciplina parcialmente independiente: la Neurociencia Afectiva (Panksepp, 1991; Davidson & Sutton, 1995). El objetivo primordial de la Neurociencia Afectiva es dilucidar los sustratos cerebrales de la respuesta emocional, valiéndose de métodos y técnicas de diversas áreas científicas afines (Neurobiología, Neurociencia Cognitiva, Psicobiología, Psicología, etc.). Los estudiosos del comportamiento afectivo han arribado al consenso de que las emociones son fenómenos multicompuestos, que requieren de la integración de variadas aproximaciones para su comprensión. Así, en la medida en que el fenómeno emocional observable puede ser abordado desde diferentes niveles de abstracción e integración, toda aproximación a éste debe considerar la inclusión de diversos parámetros explicativos y descriptivos. En este sentido, el análisis cerebral de los afectos ha requerido la disección del objeto de interés en componentes elementales, de tal modo de hacer accesible su estudio. Más aún, además de reconocer las múltiples dimensiones de las emociones, en cada nivel se ha debido seleccionar y distinguir variadas unidades constituyentes que dan forma a la afectividad. Una aproximación de este tipo incluye la llamada Cronometría Afectiva (Davidson, 1998a), es decir, la investigación centrada en el curso temporal de los procesos que se inician con la respuesta emocional. Por ejemplo, el comportamiento emotivo puede variar en cuanto a la magnitud de la respuesta, el tiempo en alcanzar su máxima activación, el tiempo en recuperar el estado basal inicial, etc. La regulación emocional es un ingrediente específico del comportamiento afectivo y, como tal, ha sido abordado, entre otras múltiples disciplinas, por la neurociencia. Existen numerosas concepciones de los procesos relacionados a la regulación emocional (para una revisión ver Gross, 1998a), sin embargo, se ha generado cierto acuerdo en torno a la idea, que regular los estados y experiencias emocionales requiere que las personas mantengan, dismi-

164 SILVA nuyan o aumenten una respuesta emocional en curso. Los procesos mentales que acompañan la respuesta de regulación han mostrado poseer un sustrato cerebral bastante delimitado, al tiempo que los procedimientos experimentales para su investigación se están encaminando hacia manipulaciones de mayor validez ecológica (Silva, 2003). En el siguiente artículo se revisan las estrategias de regulación emocional que más atención han recibido, las consecuencias que suponen para los individuos que las utilizan y los mecanismos cerebrales que las sustentan. Se enfatizan especialmente los estudios que develan las diferencias individuales, tanto en los procesos cerebrales como en el comportamiento observable, abordando las implicancias que suponen para la Psicopatología, la Psicología de la Emoción y la Psicoterapia. Regulación emocional En un programa de investigación que se ha desarrollado por más de una década, James Gross y sus colaboradores han identificado importantes variables que participan en la regulación de los afectos (para una revisión ver Gross, 2002). A partir de estudios en que se manipula la respuesta emocional induciendo estados de ánimo negativo (e.g. desagrado), se han utilizado diversos parámetros para la evaluación y medición de las distintas formas de regulación, incluyendo auto-reportes, medidas fisiológicas e índices conductuales. Más aún, un Modelo Procesal de la Regulación Emocional (Gross, 1998a) ha sido propuesto para describir y explicar las distintas formas y facetas que adquieren estas estrategias comportamentales. En términos generales, el modelo centra su atención en el momento de ocurrencia de las distintas formas de regulación a lo largo del proceso emocional. En este contexto se diferencian (a) estrategias de aparición temprana (focalizadas en los antecedentes), por ejemplo, aquellas que versan sobre el contexto, situación, significado atribuido a la fuente de activación, entre otras, y (b) estrategias de aparición más tardía (focalizadas en la respuesta), por ejemplo, sobre los cambios somáticos experimentados una vez que la emoción se inició completamente. Si bien, aquella formulación reconoce la existencia de diversos modos de regulación, que ocurren en distintos momentos de la respuesta emocional, los estudios empíricos se han centrado principalmente en sólo dos de ellos: la supresión (Gross & Levenson, 1993) y la reevaluación (Gross, 1998b). La supresión ocurre cuando un individuo inhibe su conducta emocional expresiva mientras está afectivamente activo. La reevaluación, en cambio, implica un proceso de cambio de significado, donde la persona reinterpreta una situación emocionalmente relevante en términos neutros o no afectivos. Con base en dichas nociones, no sólo se desarrolló un modelo general de la Regulación Emocional, sino que también se identificaron importantes consecuencias para la salud física y mental humana, derivadas de las diferentes estrategias. Múltiples consecuencias de la supresión y la reevaluación Los hallazgos más significativos de esta línea de investigación han sido el descubrimiento de consecuencias diferenciales de los distintos modos de regulación, ya sea focalizados en los antecedentes (específicamente como reevaluación) o focalizados en la respuesta (en la forma de supresión), en la expresión, experiencia, fisiología (Gross, 1998b), en la memoria (Richards & Gross, 2000; Gross & John, 2002), y en los procesos interpersonales (Butler, Egloff, Wilhem, Smith & Gross, 2003). Los datos de Gross (1998b) indican que la reevaluación cognitiva disminuye significativamente la experiencia subjetiva de desagrado, mientras que la supresión falla en lograrlo. Es decir, las personas que intentan modificar el significado que le atribuyen al estímulo emocional, a diferencia de los que intentan controlar la activación somática, efectivamente disminuyen la intensidad de su experiencia afectiva. Por otro lado, si bien los niveles de expresión emotiva disminuyen para ambos tipos de Regulación, esta disminución es de mayor magnitud para la supresión. En otras palabras, aquellas personas que centran el autocontrol del afecto en los cambios somáticos conectados a éste, exteriorizan exiguamente sus estados internos en comparación a los que reevalúan. Desde el punto de vista fisiológico, los sujetos que utilizan la supresión muestran una actividad simpática intensificada, tanto en índices cardíacos como en medidas de conductancia de la piel. Al contrario, las personas que reevalúan muestran actividad fisiológica bastante más reducida en los mismos índices. Así, la reevaluación ha mostrado ser una forma relativamente efectiva para regular la emoción. La supresión, en cambio, fue efectiva en disminuir la conducta expresiva pero no así la experiencia subjetiva ni los parámetros fisiológicos. Más aún, la respuesta fisiológica simpática se vio incrementada en varios de sus marcadores. Se ha propuesto que el alto costo biológico de la supresión se debe a la activación paralela de zonas subcorticales junto con estructuras de nivel superior relacionadas al control inhibitorio (la corteza prefrontal, por ejemplo). Gross y John (2002) extendieron los resultados ya descritos incluyendo como variable de estudio las diferentes consecuencias de la Regulación Emocional en procesos de memoria. Según ellos, la supresión involucra un alto esfuerzo cognitivo, producto principalmente del auto-monitoreo y auto-corrección durante el proceso. Este esfuerzo reduciría los recursos cognitivos disponibles del sujeto,

BIOLOGÍA DE LA REGULARIZACIÓN EMOCIONAL: SU IMPACTO EN LA PSICOLOGÍA DEL AFECTO Y LA PSICOTERAPIA 165 dificultando la retención de sucesos durante el período de activación. La reevaluación, como estrategia de aparición temprana, no incluiría un esfuerzo de auto-regulación y, por lo tanto, los recursos cognitivos, como la memoria, estarían disponibles para el individuo durante situaciones afectivamente relevantes. Más aún, verdaderos estilos de regulación parecen caracterizar los patrones de control emotivo, donde las personas que utilizan frecuentemente la re-evaluación tienen un mejor desempeño en pruebas objetivas de memoria, en comparación con sujetos que usualmente suprimen (Richards & Gross, 2000). Es decir, la influencia de las estrategias de regulación sobre las capacidades cognitivas tendría un efecto inmediato y uno a largo plazo, siempre favoreciendo a la reevaluación. En un sugerente estudio Butler et al. (2003) mostraron que diferentes formas de Regulación Emocional tienen insospechadas consecuencias interpersonales para el individuo. En situaciones emocionalmente desagradables, la reevaluación disminuye la conducta emocional expresiva negativa, pero no la positiva. La supresión, sin embargo, tiene consecuencias globales sobre la expresión emocional, disminuyendo tanto la expresión negativa como la positiva. Esta expresividad disminuida (especialmente la positiva) genera diversos tipos de reacción en sujetos que interactúan con personas que utilizan esa estrategia de regulación. Tales personas tienen un aumento de la presión sanguínea y son más activos en general, fisiológicamente hablando. Así, las estrategias de regulación emocional que favorecen la expresión de emociones positivas son apaciguadoras tanto de los sujetos que las utilizan como de los que interactúan con ellos. Por otro lado, las estrategias que disminuyen la expresión de emociones positivas incrementan la respuesta fisiológica de los sujetos que las utilizan, así como la de los que se relacionan con estos. Regulación emocional y psicopatología Si consideramos que (a) todo trastorno psicopatológico incluye, en mayor o menor medida, una alteración de la respuesta emocional (Davidson, 2000) y que (b) dos de los trastornos psiquiátricos de mayor prevalencia (Depresión y Ansiedad) se caracterizan principalmente por síntomas que podemos considerar de naturaleza afectiva (Shackman, 2000), es inevitable preguntarse por la influencia de procesos relacionados al afecto (incluyendo la regulación) en tales fenómenos. De este modo, una aproximación lógica comenzaría por establecer si las propiedades y principios que rigen a elementos discretos de la respuesta afectiva, están relacionados con el inicio, curso o remisión de una condición psicopatológica. Sin embargo, no hay información suficiente que apoye la relación entre regulación emocional y psicopatología porque todavía la exploración es muy limitada (ver para un modelo putativo general, Bradley, 2000). Si bien diversos modelos de psicoterapia han sostenido la idea de que regular los afectos tendría una consecuencia directa sobre la salud mental de las personas, la literatura científica no ha tenido perspectivas congruentes al respecto. Por ejemplo, la medicina psicosomática, al contrario de modelos desarrollados en psicoterapia, consideró dañina para la salud física, los esfuerzos por regular las emociones. Independiente de esta controversia, existe cierta escasez de datos científicos que permitan sostener firmemente una relación directa (o inversa) entre los niveles de Psicopatología y las habilidades para regular los estados afectivos. Los datos de Gross (1998b), como vimos, han mostrado que las consecuencias para la salud física y mental podrían depender más del tipo de regulación utilizado por las personas, que de si el proceso regulador ocurre con mayor o menor frecuencia. Existe evidencia reciente de que la habilidad de distinguir emociones personales tiene directa consecuencia en la capacidad de un sujeto de regular dichos afectos (Feldman Barrett, Gross, Conner, & Benvenuto, 2001). En este sentido, cuanto más hábil es un individuo en diferenciar un estado interno y experimentarlo como una emoción, mayor posibilidad tiene de regular aquella experiencia. Con este concepto organizador, mis colegas y yo (Silva & Gempp, en preparación), utilizamos auto-reportes de diferenciación emocional e índices de Psicopatología para explorar la relación entre dichos constructos. En un amplio estudio, en estudiantes universitarios de Santiago y Temuco, encontramos una alta incidencia de síntomas psicopatológicos en personas que tenían dificultad en reconocer sus estados emocionales. Es decir, un buen predictor de los niveles de trastorno psicopatológico es la capacidad que tiene el individuo de diferenciar tanto estados internos como experiencias afectivas. Esto sugiere que las personas con dificultad en distinguir estados emocionales, al ser menos hábiles en regularlos, experimentarían afectos (tristeza, por ejemplo) con menos control sobre ellos y, muy probablemente, con mayor intensidad. Tal como lo ha demostrado Gross (1998b) cuando no se utilizan estrategias de regulación, la experiencia de emociones negativas aumenta considerablemente su intensidad. Por otro lado, en una línea de investigación desarrollada, Paul Silvia (2002a; 2002b) ha revelado cómo la intensidad con que se experimenta una emoción depende de los niveles de auto-conciencia en interacción con los estándares utilizados para evaluar la conducta afectiva de sí mismo y los demás. En ese sentido, si un sujeto tiene como estándar de expresión emocional que la alegría no debe ser expresada libremente en cualquier contexto, su experiencia de dicha emoción se verá disminuida en los momentos de activación de afectos positivos. Así, si integramos estos datos, más los de Silva & Gempp (en preparación), podemos hipotetizar que las personas al experimentar estados internos indiferenciados, donde sus niveles de autoconciencia

166 SILVA no alcanzan a decodificar la activación somática como activación emocional, tenderán a apreciar sólo los componentes somáticos de la respuesta afectiva viviéndolos de una manera intensa y poco regulada (Hipótesis de acentuación somática). De hecho, en el estudio antes mencionado, encontramos una apreciable relación entre la dificultad de distinguir los afectos y la incidencia de trastornos somatomorfos. Neurociencia afectiva y regulación emocional Gran parte del conocimiento que se ha acumulado en el estudio neurocientífico de la emoción, proviene de investigaciones que utilizan animales inferiores (para una visión comprensiva ver Panksepp, 2003). En dicho contexto, las estructuras cerebrales sub-corticales han recibido un gran énfasis, siendo probablemente la más estudiada la amígdala (LeDoux, 2000). Sin embargo, existen importantes diferencias anatómicas, y por ende funcionales, en los cerebros no humanos, que hacen poco fiable las extrapolaciones de dichos estudios al comportamiento humano (para la discusión de este problema en el contexto de la neurociencia afectiva ver Davidson, 2003). Debido a la importancia que cobra en los primates superiores, en especial humanos, la corteza cerebral, comenzó a ser estudiada ampliamente por investigadores interesados en conocer su participación en procesos afectivos. Parte de esos hallazgos serán descritos en esta sección, sin embargo, lo que sigue no representa una revisión exhaustiva de la participación del cerebro en la Psicología de la Emoción, sino que refleja sólo una fracción de los estudios de la Neurociencia Afectiva. Robinson, Starr y Price (1984), estudiando pacientes con daño frontal, fueron relativamente pioneros en establecer una relación entre la corteza cerebral y el comportamiento afectivo. Para sorpresa de los investigadores, los cambios afectivos en pacientes con daño frontal dependían de la cercanía del daño con la corteza prefrontal y del hemisferio involucrado. Específicamente, los sujetos con lesiones próximas al polo frontal del hemisferio izquierdo presentaban sintomatología depresiva significativamente mayor que los sujetos con lesiones alejadas de dicha zona. En la medida en que se considera que la lesión focal actúa como una fuerza que desactiva la región involucrada (Burke et al., 1982), los autores supusieron que la corteza frontal izquierda estaba relacionada con la generación de afectos positivos. Estudios posteriores (para una revisión, Robinson & Downhill, 1995), extendieron la zona de interés al hemisferio derecho, comprobando que las personas que sufrían lesiones de la corteza prefrontal derecha presentaban una sintomatología diagnosticable como manía secundaria. Así, se asumió que la corteza frontal derecha estaría relacionada con la generación de afectos negativos. Tales investigaciones sugieren que la corteza cerebral tendría un rol asimétrico en su participación de procesos afectivos, localizados fundamentalmente en la porción prefrontal, generando asimetrías rostro-caudales de activación relativas a la emoción versus cognición (Davison, 1987). Durante más de 15 años, Davidson y sus colaboradores han llevado a cabo estudios que confirman los datos en sujetos con lesiones, expandiendo los hallazgos a la población normal. En dicha empresa, se ha formulado un modelo general de motivación y emoción humana, se han develado importantes implicancias para el entendimiento de las diferencias individuales en diversos parámetros de la afectividad, surgieron conceptos como Estilo Afectivo (Davidson, 1992), y se han desarrollado paradigmas para su estudio. Estilo Afectivo El estilo afectivo corresponde al rango de diferencias individuales en los múltiples componentes del ánimo disposicional y la reactividad afectiva. Varios fenómenos se incluyen bajo este término, por ejemplo, el nivel emocional tónico, el umbral de reactividad emocional, la amplitud de la respuesta emocional y el tiempo de recuperación (Davidson, 1998b). Diversas estructuras cerebrales subyacen al estilo afectivo, y han sido categorizadas con base en estudios de laboratorio, en dos sistemas que sustentan la motivación y emoción: el sistema de aproximación y el sistema de inhibición (Sutton, & Davidson, 1997; Davidson, & Irwin, 1999). El sistema de aproximación se ha descrito como favorecedor de conductas apetitivas y como generador de afectos positivos relacionados al logro de metas. El sistema de evitación facilita al organismo el distanciamiento de una fuente aversiva de estimulación y organiza las respuestas apropiadas cuando es confrontado con estímulos amenazantes (ver para una revisión, Davidson, Jackson, & Kalin, 2000). Los componentes fundamentales del sistema de aproximación son la corteza prefrontal, los ganglios basales y el núcleo accumbens. El sistema de evitación, a su vez, estaría compuesto fundamentalmente por la corteza prefrontal y la amígdala (Davidson, 1998a). En general, se ha encontrado que la lateralización según la valencia emocional sólo existe para alguno de los componentes de estos circuitos, en particular, la activación de la corteza prefrontal. Así, se concibe que la corteza prefrontal derecha está directamente implicada en el sistema de evitación, mientras que la izquierda lo estaría del sistema de aproximación (Sutton, & Davidson, 1997). Congruente con esta formulación, las diferencias en la actividad tónica de estos componentes, así como su relación funcional, representan el sustrato biológico del estilo afectivo. Tomarken y sus colaboradores (1992) mostraron que los niveles de asimetría en la activación de la corteza prefrontal, debido a su patrón de comportamiento en el tiempo, puede ser considerada un índice de rasgo disposicional. Estas con-

BIOLOGÍA DE LA REGULARIZACIÓN EMOCIONAL: SU IMPACTO EN LA PSICOLOGÍA DEL AFECTO Y LA PSICOTERAPIA 167 diciones, luego de múltiples investigaciones, se entienden como determinantes estables de la personalidad que configuran modos generales de actividad emocional. De este modo, las medidas de asimetría son un índice confiable y válido para abordar las diferencias individuales en los afectos y la personalidad (ver para una discusión crítica, Hagemann, et.al. 2002). En efecto, se ha demostrado en adultos e infantes que un nivel tónico extremamente activo de la corteza prefrontal izquierda o de la corteza prefrontal derecha, se asocia a diferencias sistemáticas en el estilo afectivo (Lane et al. 1997). Específicamente, los sujetos con asimetría derecha de la corteza prefrontal tienen una tendencia a experimentar mayor intensidad de afecto negativo, en comparación con su contraparte izquierda. De hecho, las personas con asimetría izquierda experimentan con mayor probabilidad afectos positivos. Así, los individuos con una corteza prefrontal izquierda tónicamente más activa tienden a experimentar afecto positivo más frecuentemente y organizarán sus recursos limitados probablemente para sustentar su comportamiento dirigido a metas. En contraste, los individuos con la corteza prefrontal derecha tónicamente más activa están predispuestos a ser más sensitivos a los estímulos amenazantes, inhibiendo su conducta y experimentando más afecto negativo (Tomarken, Davidson, Wheeler, & Doss, 1992; Wheeler, Davidson, & Tomarken, 1993). Davidson (1992) ha sido enfático en subrayar que las asimetrías cerebrales funcionales deben ser entendidas dentro de un modelo de diátesis, esto es que la asimetría frontal no es suficiente para causar estados emocionales específicos sino que predisponen a responder, bajo condiciones apropiadas, de un modo u otro. Se ha acumulado bastante evidencia, en diversos tipos de alteraciones emotivas y comportamentales, relativa a las consecuencias que tienen sobre la afectividad los diferentes patrones de asimetrías cerebrales. En adultos, Davidson, R. J., Marshall, J. R., Tomarken, A. J. y Henriques, J. B. (2000) encontraron que los fóbicos sociales presentan una actividad fásica de mayor magnitud que personas normales, en zonas corticales derechas cuando se inducía ansiedad de anticipación. Esto implica que un fóbico social tiene un sistema de evitación conductual significativamente más responsivo frente al enfrentamiento social. Henríquez y Davidson (1991) reportan que personas depresivas tienen una hipoactivación tónica de la corteza frontal izquierda, lo que implica una hipofuncionalidad del sistema de activación. Es decir, en depresivos las áreas corticales relacionadas a la generación de comportamiento proactivo y de respuestas ante el refuerzo positivo, tendrían un nivel de activación muy por debajo de lo esperado. Más aún, este patrón de actividad cerebral sería característico de aquel tipo de población, y no tendría que ver exclusivamente con los períodos en que la persona presenta los síntomas depresivos (Henríquez & Davidson, 1990). Tal como lo predice el modelo de diátesis, es una condición que predispone a dicha patología pero que no la determina. Finalmente, mis colegas y yo, reportamos que personas que hacen dieta crónicamente (DC) y que se sobrealimentan en situaciones de ansiedad, presentan una asimetría tónica derecha de la corteza prefrontal (Silva, Pizzagalli, Larson, Jackson, & Davidson, 2002). De este modo, los DC son personas cuyo sistema de inhibición conductual es preponderante a la hora de organizar su comportamiento. Por supuesto, la presencia de asimetría funcional derecha no es necesaria ni suficiente para producir un DC, representando sólo un marcador de vulnerabilidad emocional (Silva, en prensa). En infantes, la actividad cerebral en respuesta a estímulos positivos y negativos parece seguir los mismos patrones que en adultos. La actividad frontal derecha está asociada con respuestas y expresiones frente a estímulos negativos, mientras que la corteza frontal izquierda a los positivos (Fox & Davidson, 1987; 1988). Además, Davidson y Fox (1989) descubrieron que los niveles tónicos de asimetría eran predictivos del llanto de bebés de 10 meses frente a la separación de la madre. Específicamente, los niños con asimetría tónica derecha de la corteza prefrontal lloraban más frecuentemente, que su contraparte izquierda, frente a la separación de la madre. Recientemente, Buss y colaboradores (2003) expandieron dichos resultados al mostrar que los infantes de 6 meses con asimetría tónica derecha tienen niveles de cortisol más elevados y presentan más comportamientos evitantes. Los bebés con asimetría izquierda presentan un patrón opuesto de comportamiento y tienen niveles más reducidos de cortisol. Regulación emocional y estilo afectivo Recientemente se ha logrado develar qué procesos ocurren durante la regulación de emociones negativas. Estudios de laboratorio han develado que, mientras ocurren afectos negativos, la regulación emocional toma lugar al tiempo que la corteza prefrontal modula la activación de la amígdala (Schaefer, Jackson, Davidson, Aguirre, Kimberg, & Thompson- Schill, 2002). Sin embargo, aun cuando los mecanismos que operan en tales procesos son comunes a la especie humana, la efectividad de ellos dependería de variables como la actividad tónica de las áreas involucradas, especialmente de la corteza prefrontal (Silva, 2003). Al utilizar la actividad cerebral y medidas de magnitud de la respuesta emocional (parpadeo como respuesta de alarma, ver para la descripción del procedimiento, Lang, Bradley, &. Cuthbert, 1990), se pudieron identificar diferentes consecuencias en la efectividad de la regulación, dependientes de los niveles de actividad tónica de la corteza prefrontal. Los sujetos que recibían instrucciones de mantener o suprimir un estado emocional inducido por fotografías (usando el International Affective Picture System;

168 SILVA Lang, Ohman, & Vaitl, 1988) eran más o menos efectivos en reducir la magnitud de su respuesta afectiva, según sus niveles de actividad tónica de la corteza prefrontal. Específicamente, los sujetos con activación tónica frontal asimétrica derecha presentan dificultades para regular emociones negativas, en comparación con su contraparte asimétrica izquierda. En otras palabras, el tiempo que toma recuperarse de un afecto negativo está asociado a las diferencias en las asimetrías prefrontales, donde los sujetos con asimetrías derechas tienen mayor dificultad en terminar con una emoción negativa una vez que ha comenzado (Larson, Sutton, & Davidson, 1998; Jackson, Burghy, Hanna, Larson, & Davidson, 2000). Este hallazgo ilumina los datos descritos anteriormente en adultos e infantes: Si bien no se ha estudiado directamente, cada uno de los trastornos o desórdenes conductuales antes descritos implica un afecto que puede perturbar al individuo por su intensidad (Watson, 2000). Incluso, en Dietantes Crónicos se ha especulado que la sobrealimentación frente a la ansiedad se debe a un mecanismo de autorregulación emocional poco efectivo, que implica reinterpretar la ansiedad producida por un evento incontrolable, y atribuirla al haber roto la dieta (hipótesis de enmascaramiento, Polivy & Herman, 1999). Aun así, los sujetos se sienten ansiosos, pero de un modo más tolerable. De este modo, este agente común relativo a la actividad de la corteza prefrontal muestra que las diferencias en el nivel tónico y en el de fase son un importante factor de contribución para la calidad de respuesta afectiva, y especialmente su regulación, pues en todos los casos mencionados los sujetos son incapaces de modificar exitosamente tales condiciones. En un estudio reciente Ochsner et al. (2002) estudiaron la actividad cerebral durante una estrategia específica de regulación: la reevaluación. Los datos obtenidos son una evidencia más de que la regulación emocional depende de la activación y modulación de áreas delimitadas del cerebro. En este caso, el hallazgo principal fue que la reevaluación está relacionada con la activación de ciertas zonas de la corteza prefrontal izquierda, en conjunto con la modulación de la amígdala y la corteza orbitofrontal medial izquierda. Esta activación delimitada al hemisferio izquierdo es congruente con los datos descritos sobre asimetría. En efecto, la asimetría izquierda, ya sea fásica o tónica, está relacionada con la experimentación de afectos más positivos y mayor eficiencia en la regulación afectiva, respectivamente. Esto quiere decir que dichas asimetrías podrían estar relacionadas con los estilos de regulación que los individuos actualizan en situaciones emocionales. En la actualidad nos encontramos investigando la posible conexión entre las diferentes estrategias de regulación y las asimetrías tónicas de la corteza prefrontal (Silva & Lecannelier, estudio en progreso). La hipótesis que nos orienta es que los individuos que poseen asimetría tónica derecha de la corteza prefrontal, probablemente son personas que utilizan la supresión como estilo de regulación y que, por lo tanto, son menos eficientes en lograr un control exitoso de los afectos. Por otro lado, las personas con asimetría izquierda de la corteza prefrontal debieran utilizar con mayor frecuencia la reevaluación, y por ello, ser más eficientes en regularse afectivamente. Por supuesto, que el efecto de las asimetrías sobre las estrategias de regulación pueden ser variadas. Por ejemplo, también es posible que la asimetría cerebral tenga que ver con la eficiencia en que la persona actualiza esas estrategias, más que con el estilo de regulación. Es decir, también pudiera ocurrir que personas con asimetrías derechas tengan dificultad para regularse afectivamente porque implementan deficientemente la reevaluación. Por ejemplo, uno podría argumentar que el problema de los Dietantes crónicos es justamente ése, el utilizar una reevaluación (enmascaramiento) que sólo modifica la sensación de controlabilidad, pero que es inefectiva en modular la ansiedad (por ello ocurriría la sobrealimentación). Por ahora nos encontramos en una fase inicial de exploración de aquellas relaciones putativas. Consecuencias para la Psicología de la Emoción y la Estructura del Afecto Uno de los métodos más sencillos para evaluar el comportamiento humano (i.e. auto-reporte) ha originado uno de los mayores debates al interior de la Psicología de la Emoción, a saber, la configuración de la estructura del espacio afectivo. Existe un amplio reconocimiento, desde el sentido común, de que los estados afectivos estarían organizados en dimensiones opuestas bipolares. La visión tradicional del mundo emocional sostiene que los afectos oscilarían en polos mutuamente excluyentes, en donde la aparición de una experiencia afectiva implica la ausencia de su opuesto. Esto es, por ejemplo, que si la tristeza se considera el opuesto de la alegría, el reporte de tristeza implicaría ausencia de reporte de alegría. Sin embargo, casi desde el inicio de la utilización de las formas modernas de análisis estadísticos sobre los datos arrojados por auto-reportes del afecto, se han obtenido resultados que desafían esa noción tradicional de la configuración emocional. Específicamente, diversos grupos de investigación comenzaron a obtener resultados donde el espacio afectivo parecía organizarse en torno a dos factores unipolares e independientes. En este contexto podría asumirse contra intuitivamente que, por ejemplo, el grado de felicidad no predice el grado de tristeza, aun en un mismo momento del tiempo (Feldman Barrett, & Russell, 1998). En términos estadísticos, el hallazgo replicado ampliamente consistía en una débil correlación negativa entre afectos de valencia opuesta. Esta disposición del espacio afectivo ha sido propuesta incluso como un principio psicométrico fundamental de éste (Watson & Clark, 1997). Sin embargo, no todos

BIOLOGÍA DE LA REGULARIZACIÓN EMOCIONAL: SU IMPACTO EN LA PSICOLOGÍA DEL AFECTO Y LA PSICOTERAPIA 169 los estudios han coincidido en esta concepción, dando lugar al llamado debate entre modelos del afecto bipolares versus modelos de independencia (Green, Godman & Salovey, 1993). Los hallazgos de la neurociencia afectiva (y la neurociencia en general) han mostrado que la visión más adecuada de la estructura del afecto pareciera ser aquella que sostiene la independencia de los afectos. En efecto, al estar las estructuras cerebrales de los sistemas de activación e inhibición parcialmente segregadas, cabe la posibilidad cierta de la co-activación e independencia. Basados en parte en esta evidencia, Cacioppo, Gardner & Berntson (1999) han desarrollado el Modelo del Espacio Evaluativo. Este modelo admite la co-activación de emociones negativas y positivas, bajo dos principios fundamentales: la compensación positiva y el sesgo negativo. Estos autores sostienen que ello es posible pues existirían dos canales evaluativos (uno para estímulos positivos y otro para los negativos) y un canal bipolar de respuesta (o hay aproximación o hay evitación). En este contexto, al asumir una estructura del afecto que sostiene como válida la independencia, algunos alcances deben ser explicitados, y se debe definir qué consecuencias tendría esto para la regulación emocional. En primer lugar, hasta ahora se ha dado por hecho que las estrategias de regulación emocional son las mismas para emociones positivas y negativas. Si bien el estudio de las emociones se ha centrado, por razones obvias, en las de carácter negativo, es necesario pensar seriamente en la posibilidad que las estrategias para regular las emociones positivas sean completamente diferentes que las hasta ahora abordadas. Aunque existen estudios de afectos positivos y regulación, donde se ha inducido alegría y se ha evaluado la regulación de ella, nunca se ha establecido la forma en que las personas regulan dichas emociones. Silvia (2002a), por ejemplo, establece que los estándares de expresión emocional y la autoconciencia modifican la experiencia emocional de alegría, pero no explica qué estrategia utilizan las personas para hacer uso de esos estándares. En segundo lugar, y si lo anterior es correcto, la relación supuesta entre asimetrías y regulación, se mantendrá para las emociones positivas? En otras palabras, también podría suponerse que las personas con asimetría izquierda, si bien regulan de mejor modo las emociones negativas, podrían tener problemas en regular las positivas. Del mismo modo, aquellas personas con asimetría derecha de la corteza prefrontal podrían ser más eficaces para regular emociones positivas. Finalmente, lo más obvio; los esfuerzos por regular los estados emocionales podrían tener resultados ortogonales. Es decir, la persona eficaz en regular sus afectos negativos podría no serlo en regular su afectividad positiva, y viceversa. Por otro lado, una persona podría eficazmente regular afectividad positiva y negativa, o todo lo contrario. Aun más, estas combinaciones deberían no sólo ocurrir en el nivel intra-individual sino que también en el interindividual, complejizando enormemente el panorama. Psicoterapia El modelo estructural de Freud sostenía que las defensas del ego ejercían influencias reguladoras sobre la ansiedad. Se asumía implícitamente que los fenómenos atribuidos a aquella emoción específica, debían ser similares a los procesos asociados al resto de los afectos negativos (Gross, 1999). De este modo, casi desde el inicio de la Psicoterapia como disciplina, se atribuyó cierto valor explicativo a mecanismos similares, o teóricamente comparables, al de regulación emocional. Sin embargo, lejos de ser el centro de atención, la regulación emocional siempre ha sido un elemento adyacente a formulaciones más amplias del psiquismo humano. En un estudio clásico, Mahoney, Norcross, Prochaska & Missar (1989) reportaron la conceptualización de distintos aspectos relativos a la experiencia humana en terapeutas psicodinámicos, conductuales, humanistas-existenciales, eclécticos y cognitivos. Existía acuerdo en considerar que la ansiedad y la depresión eran fenómenos comunes para al desarrollo de las personas. Sin embargo, los tratamientos implementados para enfrentar tales desafíos son bastante disímiles. Esa diferencia puede entenderse como aproximaciones diferenciales al mundo emocional, donde algunos enfatizan la expresión emocional (Humanistas-Existenciales) y otros el control emotivo (Conductuales, Cognitivos). Con el surgimiento de los modelos Constructivistas en Psicoterapia (para una revisión crítica ver Zagmutt, Lecannelier & Silva, 1999), las emociones han comenzado a considerarse de un modo distinto, siendo la mayor parte de las veces concebidas como fenómenos positivos, que son una oportunidad para el cambio y desarrollo personal. En ese contexto se han formulado teorías centradas en la regulación de los afectos a través de la auto-conciencia (haciendo explícito lo tácito, Guidano, 1990; Zagmutt, & Silva, 2000), pero, también reconociendo las propiedades de regulación intrínsecas a las narrativas personales (ver Brunner, 1997). Independiente del modelo teórico escogido, una aproximación congruente debería incluir sistemáticamente los hallazgos en el campo de la regulación emocional y dirigir los esfuerzos para construir una intervención terapéutica basada en la manipulación de dichos procesos. Tomando en cuenta el momento teórico y empírico, podemos decir que el primer problema a enfrentar deriva de asumir una estructura del afecto que acepta la independencia de las emociones. Así, ante la presencia de un caso clínico donde el afecto negativo es preponderante (por ejemplo, un estado depresivo con tristeza como síntoma primordial) requiere que dicho afecto sea el foco de intervención, pues el aumentar el afecto positivo no implicaría la disminución del negativo. Es decir, crear estrategias para que las personas

170 SILVA tengan experiencias positivas, no necesariamente tendrá un efecto sobre la experiencia de emociones negativas. Más concretamente, debido a que los afectos negativos se activan independientemente de los positivos, la modificación de los afectos también debe respetar esa independencia. En ese contexto, una aproximación inicial sería enfrentar tal clase de emociones desde el punto de vista de la estrategia de regulación que se ha demostrado como más eficiente, la reevaluación. Sin embargo, aunque pudiera parecer la misma propuesta de la Psicoterapia Cognitiva, la diferencia reside en que las modificaciones cognitivas que favorecían dichos modelos eran aquellas que excluían o negaban el mundo emocional (Mahoney, 1990), algo similar a la supresión. Pareciera ser que el enfoque más apropiado fuera una reevaluación que incluya y acepte, como parte de la experiencia personal, los afectos negativos. De hecho, como se dijo, la diferenciación emocional sería la clave para el autocontrol de los afectos (Feldman Barrett et al., 2001), algo totalmente opuesto al camino tomado por la Psicoterapia Cognitiva en general. Junto con ello, los datos de la Neurociencia Afectiva muestran que las diferencias individuales en el estilo afectivo tiñen cualquier etapa del proceso emocional que uno quiera abordar, incluyendo las que involucran la regulación. Es decir, parte importante del trabajo que debe ser desarrollado descansa en la implementación de una metodología terapéutica que reconozca estas diferencias individuales en el estilo afectivo, y que las técnicas de intervención correspondientes se acomoden a diferencias de ese tipo. En este sentido, se hace necesario el diseño de instrumentos psicométricos, conceptualmente comparables a las asimetrías cerebrales, que nos permitan diferenciar personas con un sistema de activación o inhibición tónicamente más activo. En la actualidad, algunas escalas ya han sido elaboradas para este objetivo (The BIS/BAS Scales, Carver, & White, 1994), y se ha sugerido su utilidad en procesos de Screening (Diego, Field, & Hernandez-Reif, 2001). En Chile hemos validado dicha escala (Gempp & Silva, 2003), por lo que su utilización en el contexto de la psicoterapia puede ser investigada localmente. Aun así, se puede anticipar que las personas con un sistema de inhibición emocional más activo deberán ser sometidas a entrenamientos centrados en la reevaluación o, en su defecto, al mejoramiento de la implementación de éste. Trastornos de ansiedad, alteraciones del comportamiento emocional (Dietantes Crónicos) podrán verse favorecidos con un programa de este tipo. Finalmente, una historia distinta surge si consideramos que una persona puede presentar problemas por experimentar afecto positivo disminuido. El caso de la anhedonia, por ejemplo, debe ser enfrentado intentando aumentar la afectividad positiva. Es decir, debería implementarse una estrategia opuesta a la sugerida cuando el síntoma afectivo se relaciona con la afectividad negativa. Aquí, el problema de los sistemas motivacionales se torna más complejo pues, una hipoactivación del sistema de aproximación, no necesariamente se debe abordar aumentando las estrategias de regulación. En este caso, quizá el problema subyace en una sobre-regulación emocional, lo cual implica modificar los intentos de control del dominio emocional que el sujeto ejerce. Tal objetivo requiere que comprendamos aun más la dinámica y principios que rigen los procesos de regulación afectiva. Por supuesto, existen más combinaciones, pero escapa al objetivo de este artículo hacer un análisis exhaustivo de este problema. El punto fundamental es que la Psicoterapia puede verse favorecida, tanto en el nivel conceptual como en el de intervención, de las formulaciones y hallazgos de la Neurociencia Afectiva y el estudio de la regulación emocional. Se requiere un enorme esfuerzo para traducir estas nociones derivadas de investigaciones controladas en técnicas relevantes y ecológicamente adecuadas, y así avanzar hacia una investigación en psicoterapia clínicamente más válida (Goldfried & Wolfe, 1998). CONCLUSIÓN La regulación emocional es un aspecto del proceso afectivo que tiene importantes implicancias para la Psicopatología y la Psicoterapia. Debido al creciente avance en la Psicología de la Emoción, se ha, logrado diferenciar dos grandes clases de estrategias de regulación: las focalizadas en los antecedentes (i.e., la reevaluación) y las focalizadas en la respuesta (i.e., supresión). Tanto reevaluación como supresión tienen efectos en la experiencia, expresión, fisiología, memoria e interacción interpersonal de los sujetos que las utilizan. Los estudios de laboratorio han mostrado que la reevaluación es una forma de regulación más efectiva y que tiene menos consecuencias adversas para las personas que las emplean. La supresión ha mostrado ser una forma de regulación que tiene un alto costo fisiológico y es poco eficaz en modificar la experiencia que intenta regular. Por otro lado, existe evidencia de que la psicopatología estaría relacionada en parte con la habilidad de regular los afectos, y que esta habilidad a su vez dependería de la capacidad de diferenciar las emociones que un individuo posee. La Neurociencia Afectiva ha develado que determinadas estructuras cerebrales están relacionadas a las distintas formas de regulación. Una zona de alta importancia es la corteza prefrontal, que por medio de la modulación de amígdala, permite que las emociones negativas puedan ser modificadas por las personas que las experimentan. Más aún, la actividad tónica de aquella área cerebral determina el estilo afectivo individual, es decir, la reactividad emocional y el ánimo disposicional característico de una persona. Diferencias en la actividad tónica de la corteza frontal derecha versus la izquierda, genera diferencias correspondientes en el estilo afectivo mencionado: (a) por un lado, las personas con asi-

BIOLOGÍA DE LA REGULARIZACIÓN EMOCIONAL: SU IMPACTO EN LA PSICOLOGÍA DEL AFECTO Y LA PSICOTERAPIA 171 metría derecha experimentan más frecuentemente afecto negativo, con mayor intensidad y menor habilidad para regular esa emoción; y (b) por otro, las personas con asimetría izquierda de la corteza prefrontal experimentan más afecto positivo y son más hábiles en regular los afecto negativos. Estas diferencias individuales se superponen a la reactividad emocional particular, donde se actualizan mecanismos específicos de regulación. El reconocimiento de REFERENCIAS Bradley, S. (2000). Affect regulation and the development of psychopathology. Guilford Press, New York. Brunner, J. (1991). Actos de significado. Alianza, Buenos Aires. Buss, K.A., Malmstadt, J.R., Dolski, I., Kalin, N.H., Goldsmith, H.H., & Davidson, R. J. (2003). Right frontal brain activity, cortisol, and withdrawal behavior in 6-month-old infants. Behavioral Neuroscience, 117, 11-20. 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