Pasado y presente de los palestinos: la lucha por la libertad



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Transcripción:

La situación en Oriente Medio Pasado y presente de los palestinos: la lucha por la libertad Joharah Baker Directora del Departamento de Medios e Información, MIFTAH Iniciativa Palestina para la Promoción del Diálogo Global y la Democracia, Jerusalén Los palestinos y el establecimiento de Israel Para ser un pueblo con una población relativamente reducida, los palestinos tienen problemas enormes. Sin embargo, por colosales que sean estos problemas, el principio que subyace tras ellos es de lo más elemental. Los palestinos desean al igual que cualquier otro pueblo del mundo su propio Estado en el que vivir dignamente y en paz. La cuestión palestina lleva décadas desestabilizando toda la región, una región que sin duda ganaría política y económicamente con una paz duradera para el pueblo de Palestina. La historia de los palestinos no es sencilla: está colmada de conflictos, luchas, exilio y determinación. Para no alargarnos, el punto de inflexión es la etapa inmediata que condujo a la creación del Estado de Israel en 1948, aunque la historia de los palestinos con la invasión sionista de Palestina se remonta a los años setenta del siglo xix. Como resultado, la guerra, el exilio, la ocupación y la fragmentación que siguieron durante los 60 años posteriores han desembocado en un liderazgo debilitado y dividido en Gaza y Cisjordania. La culminación de varios factores, tanto externos como propios, nos ha llevado exactamente a la situación actual: un pueblo forzado a vivir en un marco de cuasi gobierno que sigue buscando la independencia y la soberanía. El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó su plan de partición, que asignaba el 56,5% de Palestina a un estado judío y el 43% a un estado árabe, con un enclave internacional en torno a Jerusalén. Los representantes árabes acabaron abandonando la sesión, por su rechazo al plan. Tras los enfrentamientos que se desencadenaron entre palestinos y judíos poco después, Gran Bretaña recomendó a la ONU que su mandato expirara el 15 de mayo de 1948. Entonces bandas judías se dedicaron a introducir armas en Palestina, por lo que la lucha entre ambas facciones empezó a recrudecerse. Las masacres de Deir Yassin y Ayn Al Zaytun en abril y mayo, respectivamente, marcaron el inicio de una guerra sin cuartel. Tras declararse el estado de Israel el 15 de mayo, tropas árabes entraron en Palestina, en un débil intento de vencer a las fuerzas judías, pero fueron repelidas al cabo de 14 meses, con un saldo de miles de palestinos muertos y unos 800.000 exiliados. Y así arrancó el viaje de una nación desposeída y oprimida en busca de su condición de estado, la liberación y la independencia. 1967 y más allá Entre la guerra de 1948 y la subsiguiente ocupación israelí de Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Oriental y los Altos del Golán en 1967, los palestinos empezaron a forjarse una identidad revolucionaria a partir de la catástrofe. Su objetivo era recuperar Palestina y remediar la injusticia histórica que habían sufrido. Por aquel entonces más de un millón de palestinos vivía en el exilio, en campos de refugiados de países árabes vecinos concretamente Jordania, Siria y el Líbano, además de la Franja de Gaza y Cisjordania. Los palestinos querían recobrar su tierra natal perdida y ayudar a quienes habían sido expulsados de sus hogares a regresar a salvo. Por desgracia, muchos de esos hogares estaban destruidos y nuevos asentamientos israelíes ocupaban su lugar. Las fuerzas sionistas aniquilaron el 85% de los pueblos palestinos en la guerra de 1948, para 61 Med.2011 Claves

62 Med.2011 Claves acomodar la llegada de inmigrantes judíos, la mayoría de países europeos. El sionismo pretendía crear una patria exclusivamente para los judíos, incluso a costa de su población nativa. La actitud israelí inicial con respecto a los palestinos se resume en esta declaración del primer ministro hebreo de Educación, Ben-Zion Dinur, en 1954: «En nuestro país sólo hay lugar para los judíos. Les diremos a los árabes: Marchaos!. Si se oponen, si se resisten, los echaremos por la fuerza». Israel no tardaría mucho en cumplir este objetivo. Trece años después estallaba la guerra de 1967, tras el intento de tropas árabes de reconquistar Palestina. En seis días fueron derrotadas e Israel ocupó el resto de Palestina, incluida Jerusalén. Los palestinos necesitaron tiempo para reagruparse y reestructurarse en un ente político organizado. De ahí nació la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fundada en 1964 por la Liga de Las Naciones árabe y reconocida como único representante oficial del pueblo palestino. Fatah, que llegó a ser y sigue siendo la facción mayoritaria de la política palestina, nació a finales de los cincuenta de la mano de nada menos que Yasser Arafat, el hombre de la kufía a cuadros que capitanearía a los palestinos en la revolución, dos levantamientos o intifadas y varios acuerdos de paz con Israel, antes de pasar los dos últimos años de su vida confinado en su complejo presidencial de Ramala, cercado por el entonces Gobierno israelí del primer ministro Ariel Sharon. Murió en agosto de 2004 en un hospital de París. Independientemente de la historia de Arafat, los errores que cometió durante la historia y su lugar como líder de Fatah, la OLP y más tarde la Autoridad Palestina, los palestinos siempre le considerarán el padre de la revolución y quien puso a Palestina en el mapa. Desgraciadamente, su sueño largamente acariciado de rezar en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén no se haría nunca realidad. Sin embargo, el legado de Arafat ha sido factor de unidad y división entre todos los palestinos, dentro de las fronteras de Palestina y en la diáspora. La OLP Mientras Fatah permanecía al timón en la incipiente OLP, otras facciones nacían paralelamente a la guerra de 1967. La ocupación del resto de Palestina provocó un nuevo colapso de los palestinos y condenó a nuevos ciudadanos a una vida en el exilio, en algunos casos por segunda vez. Naturalmente, se prohibió a la OLP fijar su sede en Palestina, y se convirtió en el gobierno de facto del pueblo en el exilio. Al principio se estableció en Damasco, Siria; luego en el Líbano y, por último, en Túnez, antes de volver a los territorios palestinos tras firmar los Acuerdos de Oslo en 1993. Hay varias facciones palestinas dentro y fuera de la OLP, aunque sólo unas cuantas desempeñan hoy un papel crucial en la configuración de la política palestina. El segundo, por detrás de Fatah, en la jerarquía de la OLP es el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el movimiento izquierdista partidario de una ideología marxista-leninista para el caso de Palestina. Liderado por el carismático George Habash, el FPLP, fundado poco después de la guerra de 1967, se hizo famoso por adoptar la lucha armada contra Israel y mantener una postura firme con respecto a la liberación de toda Palestina «desde el Río [Jordán] hasta el Mar [Mediterráneo]». Poco después, en 1969, el Frente Democrático para la Liberación se escindió del FPLP y quedó bajo la batuta de Nayef Hawatmeh, un jordano que creía profundamente en el nacionalismo árabe y preconizaba la idea de la responsabilidad árabe en la liberación de Palestina. El ascenso de Hamás Hamás, cuyo alumbramiento llegó junto a la primera intifada palestina, en 1987, se ha convertido en la autoridad opositora que se opone con más fuerza a la OLP. Esta oposición se ha puesto de manifiesto con la peor división política de la historia palestina, también geográficamente, con la Franja de Gaza controlada por Hamás y la Autoridad Palestina al mando de Cisjordania. Los años previos a la división son esenciales para comprender el aprieto en el que hoy se hallan los palestinos y, tal vez, dar alguna pista sobre maneras de remediar la situación. En los primeros meses posteriores a la creación de Hamás el Movimiento de Resistencia Islámica en Gaza y Cisjordania por parte del jeque líder espiritual Ahmed Yasín, las facciones de la OLP y el movimiento islámico lucharon codo con codo contra el ocupador israelí. Hay quien dice que Hamás fue creado y alimentado por terceros, para ejercer de algún modo un liderazgo alternativo a la OLP; el caso es que las verdaderas diferencias tardarían casi un año en surgir.

Hamás, considerada la interpretación palestina de los Hermanos Musulmanes, abogaba por una república islámica en Palestina, pero no chocaría con la laica OLP hasta que su presidente, Yasser Arafat, hizo su declaración histórica de condición de estado en Argel el 15 de noviembre de 1988. En su discurso, Arafat renunciaba a la violencia y el terrorismo, reconocía el derecho de Israel a existir y aceptaba la idea de dos estados para dos pueblos basada en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Con este reconocimiento, los palestinos habían concedido oficialmente el 78% de la Palestina histórica y aceptado un estado en el 22% restante. Para la mayoría, la concesión era más que suficiente. Para muchos, era demasiado. Hamás, junto con el FPLP y el FDLP, rechazó la idea de renunciar al derecho palestino a la lucha armada. Sin embargo, los dos últimos mantuvieron un cauteloso equilibrio en los pasillos de la OLP, que seguía siendo el único representante legítimo del pueblo palestino en Palestina y ante el resto del mundo. Al no ser miembro de la OLP, Hamás quedaba fuera del organismo, por lo que no se sentía obligada a adherirse a las concesiones. Y así empezó una profunda división entre ambos movimientos e ideologías, con los palestinos en la calle, cada vez más partidarios de Hamás, a medida que avanzaba su desencanto con el liderazgo de la OLP. Madrid, Oslo y el Proceso de Paz La Conferencia de Madrid, reunida el 30 de octubre de 1991, marcó el primer intento de que las partes enfrentadas se sentaran a dialogar. Para los palestinos, aquello fue un hito que situó el curso de la historia en el camino de las negociaciones, un camino que resultaría largo, arduo y, en última instancia, fracasaría. En aquel momento, claro está, la opinión era otra. Aunque Israel rechazó toda representación de la OLP en la mesa en su lugar, se invitó a palestinos de los territorios ocupados, sabían que constituía el primer paso de lo que ellos confiaban en que fuera el último viaje a la condición de estado. De hecho, la conferencia generó intensos debates bilaterales hasta que la Declaración de Principios, conocida generalmente como los Acuerdos de Oslo, se firmó en un ambiente de celebración en los jardines de la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993. Una de las condiciones de los Acuerdos era permitir a la OLP, representante de los palestinos en el exilio, volver a casa. Posteriormente, se estableció la Autoridad Palestina para gobernar a la población de Gaza y Cisjordania (sin incluir Jerusalén) y el presidente de la OLP, Yasser Arafat, fue recibido como un héroe a su regreso al hogar. Poco después lo eligieron primer presidente de la Autoridad Palestina, con la labor de conducir a su pueblo, mediante el acuerdo mutuo con Israel, hasta la línea de meta de 1999 para establecer un estatus definitivo y la creación del estado palestino. Eso nunca llegó a suceder. Los acontecimientos sucedidos desde entonces y hasta la fecha han estancado a los palestinos en un marasmo de nuevos acuerdos y nuevas restricciones, con menos esperanza en la independencia. Igual de perjudicial ha sido la ruptura entre Hamás y Fatah, que ha reducido a la población a una mentalidad «a favor o en contra», algo que los palestinos habían evitado en todos los años de revolución. La división Hamás-Fatah Durante los años de Oslo, un acuerdo que Hamás rechazaba enérgicamente, los palestinos pasaron de la esperanza al decaimiento. Los Acuerdos eran una retahíla de términos de jerga legal, restricciones y condiciones para palestinos e israelíes que debían respetarse si se pretendía cumplir con el plazo de 1999. Uno de los puntos más importantes del texto tenía que ver con los asentamientos judíos ilegales en Cisjordania, Gaza y Jerusalén. Los críticos del bando palestino decían, con razón, que los Acuerdos no prohibían explícitamente los asentamientos en su tierra, lo que permitía al estado hebreo aprovecharse y seguir construyendo asentamientos. No obstante, dos cláusulas de la declaración de principios inicial y el Acuerdo Interino de 1995 sí obligaban a las partes a preservar la integridad del territorio que debería haberse convertido en el estado palestino. El artículo IV de la Declaración de Principios reza: «Ambas partes consideran Cisjordania y la Franja de Gaza una sola unidad territorial, cuya integridad se preservará durante la etapa interina». Y lo que es más importante, según el Artículo XXXI del Acuerdo Interino, «ninguna de las partes iniciará ni dará ningún paso que cambie el estatus de Cisjordania y la Franja de Gaza pendiente del resultado de las negociaciones sobre el estado permanente». Desde el punto de vista palestino, ambas cláusulas se referían directamente a la política de asentamien- 63 Med.2011 Claves

64 Med.2011 Claves tos de Israel, y deberían haber obligado a este último a abstenerse de construir nuevos asentamientos. Es sabido que, durante los años de Oslo, pasó justamente lo contrario. Se dobló el número de colonos en Cisjordania y Jerusalén Oriental, al igual que la construcción de casas. Aquello no fue del agrado de Hamás, el movimiento islámico emergente que era, según todas las definiciones, la antítesis de la políticamente maleable y laica OLP y la AP, su brazo ejecutivo. A medida que veían crecer los asentamientos, con la ocupación israelí cada vez más afianzada, los palestinos también se desilusionaron con la AP, encabezada por Fatah. La tensión entre ambos bandos llegó a un punto crítico en 1996, cuando las autoridades hebreas empezaron a excavar bajo la mezquita de Al- Aqsa, el tercer lugar más sagrado del islam, en el corazón de la ciudad vieja. Hubo enfrentamientos y la AP adoptó el papel de «largo brazo de la justicia», al detener a un gran número de activistas de Hamás y encarcelarlos en prisiones palestinas. Además, cuando Hamás inició su campaña de atentados suicidas en territorio israelí en 1996, la AP, siguiendo órdenes de Israel y obligada por su compromiso de combatir el terrorismo, siguió arrestando y persiguiendo a miembros de Hamás en Gaza y Cisjordania. Esta nueva dicotomía surgida en la sociedad palestina generó una gran tensión entre los movimientos y, por asociación, en la ciudadanía. Muchos consideraban que, con las detenciones de compatriotas palestinos, la AP estaba haciéndole el «trabajo sucio» a Israel, una tarea desde luego nada envidiable. Con Hamás cada vez más arraigado en Gaza tradicionalmente más conservadora que su entidad hermana, Cisjordania el miedo entre los dirigentes de Fatah y los palestinos laicos era que Hamás ganara adeptos a velocidad de vértigo. Tras la muerte de Yasser Arafat en 2004, el enfrentamiento no hizo sino expandirse y profundizarse. A pesar de sus fallos, Arafat supo movilizar a los ciudadanos en torno a su liderazgo y mantener la guerra civil a raya durante sus largos años de mandato. A su sucesor, Mahmud Abbás, ya no se le dio tan bien. Al no contar con la plataforma popular de la que gozaba Arafat, empezaron a brotar lealtades políticas que llevaron a los palestinos a posicionarse a un lado u otro de un espectro polarizado. Sin embargo, hasta 2006 el conflicto real entre ambos polos no se volvería peligrosamente explícito. Las elecciones parlamentarias celebradas a instancias de la comunidad internacional arrojarían unos resultados insólitos hasta para el propio Hamás. El ascenso al poder de Hamás El 25 de enero de 2006, Hamás arrasó en los comicios parlamentarios palestinos: se hizo con 74 de los 132 escaños, con lo que ponía fin al control histórico de Fatah sobre la Autoridad Palestina. El presidente encargó a Hamás formar gobierno. Así lo hizo y, como era de esperar, dicho gobierno fue rechazado por la comunidad internacional e Israel, al estar constituido en su mayoría por miembros de Hamás. Se suspendió la ayuda exterior a los palestinos, con el argumento de que Hamás no había aceptado las tres condiciones del Cuarteto para participar en el proceso de paz: reconocer a Israel, renunciar a la violencia y respetar los acuerdos anteriores. Sin embargo, la comunidad internacional no fue la única en impugnar el ascenso al poder de Hamás. A Fatah, acostumbrada a asumir el liderazgo palestino también en sus años revolucionarios, cuando asumió el papel de cuasi Gobierno le convenía mucho que creciera la presión sobre el movimiento islámico en Gaza para que cediera a los deseos de la comunidad internacional o quedara completamente aislado. Las dos fuerzas rivales empezaron a protagonizar enfrentamientos armados en Gaza, que culminaron en el período entre marzo y mayo de 2007, meses después de que Hamás y Fatah firmaran el Acuerdo de La Meca para constituir un Gobierno de unidad nacional. Obviamente, el acuerdo no tuvo el efecto deseado y los enfrentamientos se cobraron más de cien vidas entre los dos bandos. En junio de 2007, Hamás ya había acabado con el control de Fatah en la Franja y tenía autoridad absoluta en Gaza. El golpe ya era completo y el conflicto, enraizado años antes, había alcanzado el clímax, un punto peligroso que aún hoy padecemos. Las divisiones palestinas y el proceso de paz Así se inauguraba una página negra en la historia de los palestinos. La comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos, respaldó al presidente Abbás y sus esfuerzos independientes por formar gobierno en Cisjordania, un movimiento que Hamás calificó de anticonstitucional. Entretanto, Hamás permanecía cercada en la Franja de Gaza después de

que Israel practicara un sitio asfixiante en la zona costera, con un seguimiento concienzudo de cualquier cosa que entrara y saliera de Gaza. Su argumento, naturalmente, era que Hamás se trataba de una organización «terrorista» que cometía actos violentos contra ciudadanos israelíes, por lo que había que sancionarla. La comunidad internacional opinaba lo mismo y se negaba a tratar con el gobierno cien por cien Hamás presente en Gaza, que ejercía el mando, con puño de acero, eso sí. Todos los palestinos, sea cual sea su afiliación política o religiosa, quieren lo mismo: la libertad Para cuando Hamás se hizo con el poder en Gaza, el proceso de paz ya se había adentrado en terreno peligroso. La Intifada de Aqsa, desencadenada el 28 de septiembre de 2000, era la nueva excusa de Israel para poner diques a la resistencia palestina y seguir adelante con su plan a largo plazo de expropiar más tierra palestina y aplazar todo acuerdo final que pudiera desembocar en la creación de un estado palestino contiguo y viable. Tras desvelos intermitentes por reactivar el proceso de paz y, de algún modo, rescatar los maltrechos acuerdos de Oslo, el presidente estadounidense Barack Obama reanudó las negociaciones en 2010, en forma de «conversaciones de proximidad» entre los dos bandos. Hamás, por supuesto, seguía quedando fuera y rechazando su aislamiento diplomático, a pesar de los afanes irregulares por apaciguar al gobierno internacional durante sus años de gestión. Por ejemplo, justo después de ser elegido en los comicios parlamentarios, en 2006, el responsable del buró político de Hamás, Khaled Meshaal, declaró desde Damasco que, a pesar de que su movimiento nunca reconocería a Israel per se, sí aceptaría una tregua a largo plazo con Israel, si este último se retiraba de la tierra ocupada en 1967. Esta propuesta no cuajó en la comunidad internacional, y las tensiones entre Hamás en Gaza y Fatah y la AP en Cisjordania siguieron enconándose. Las detenciones de activistas de ambos bandos no ayudaron y ambos multiplicaron las acusaciones, lo que aún alejaba más cualquier esperanza de reconciliación. Las conversaciones de proximidad, oficialmente iniciadas en septiembre de 2010 bajo los auspicios de Estados Unidos, no duraron mucho. Al cabo de tres semanas, los palestinos se retiraron, por la negativa hebrea a renovar su moratoria sobre la construcción de asentamientos en Cisjordania como violación del acuerdo. El diálogo está pendiente de reanudación. El presidente Abbás se mantiene firme en la premisa de que Israel detenga la construcción de asentamientos antes de que ambas partes vuelvan a dialogar, una premisa que Israel sigue sin aceptar. Llamadas a la reconciliación y la revolución árabe Por desgracia, el proceso de paz no era lo único que se tambaleaba. Los esfuerzos por la reconciliación entre Hamás y Fatah también fracasaban una y otra vez, lo que a su vez afectaba a los esfuerzos por lograr la paz con Israel. Los críticos del bando palestino aseguraban que no sería posible celebrar comicios palestinos ni, desde luego, alcanzar ningún acuerdo de paz íntegro bajo la sombra del enfrentamiento entre palestinos. Y así fue, hasta el punto de que el presidente Abbás declaró que las elecciones nacionales previstas para septiembre de 2011 no tendrían lugar sin que antes hubiera reconciliación con Hamás. Hamás estuvo de acuerdo, al menos en principio. No obstante, ambos bandos están tan atrincherados en sus falsas sedes de poder que no se sabe quién moverá ficha primero. Las revoluciones del mundo árabe han alborotado las cosas, confiemos en que para bien. Con la llamada al cambio de los pueblos árabes bajo el yugo de dictadores a veces despiadados, los palestinos expresaron sus propias reivindicaciones. El pueblo, por medio de manifestaciones masivas, sentadas y huelgas de hambre, exige ahora a sus gobernantes que dejen a un lado sus diferencias y se reconcilien. Hoy por fin hay esperanzas de que los líderes de Gaza y Cisjordania escuchen. El presidente Abbás se ha reunido con dirigentes de Hamás en Cisjordania y se prevé que viaje a la Franja de Gaza en un futuro próximo, para poner fin al enfrentamiento y formar un Gobierno de unidad nacional con Hamás. Cuando se haga realidad esta gran proeza, los palestinos podrán centrar sus esfuerzos en la labor más importante, que no es otra que acabar con la ocupación israelí de Palestina y estabilizar el conjunto de la región. Todos los palestinos, sea cual sea su afiliación política o religiosa, quieren lo mismo: la libertad. 65 Med.2011 Claves