Sándor Márai DIVORCIO EN BUDA. Tra duc ción del húngaro de Judit Xantus Szarvas



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Transcripción:

Sándor Márai DIVORCIO EN BUDA Tra duc ción del húngaro de Judit Xantus Szarvas

Tí tu lo ori gi nal: Valas Budan Co py right Heirs of Sándor Márai, Csaba Gaal, Toronto Co py right de la edición en castellano Edi cio nes Sa la man dra, 2002 Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A. Almogàvers, 56, 7º 2ª - 08018 Bar ce lo na - Tel. 93 215 11 99 www.salamandra.info Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones es ta ble ci das en las le yes, la re pro duc ción par cial o to tal de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. ISBN: 978-84-7888-704-0 Depósito legal: B-46.269-2010 1ª edición, abril de 2002 15ª edición, diciembre de 2010 Prin ted in Spain Impresión: Ro manyà-valls, Pl. Ver da guer, 1 Capellades, Barcelona

Lo que se cons truía de día, de no che se de rrum ba ba. Balada popular transilvana

1 Sep tiem bre se anun cia ba con un ca lor so fo can te. En una de esas tar des de oto ño en que se de ba ten los úl ti mos días ca lu - rosos del verano, el joven juez Kristóf Kömives estudiaba en su despacho los autos de algunos procesos de divorcio. Le in te re sa ba en es pe cial uno de ellos, pues co no cía, aun que de le jos, a sus pro ta go nis tas. El ma ri do, la par te de - man da da en la vis ta que ten dría lu gar al día si guien te, era un jo ven mé di co muy cé le bre, jefe del la bo ra to rio de un sa - natorio de la capital. Había sido compañero de colegio de Kömives; habían estudiado juntos los primeros años del ba - chi lle ra to y se ha bían en con tra do de vez en cuan do en los círculos so cia les de los años uni ver si ta rios, en los bai les y las reunio nes es tu dian ti les. El juez re cor da ba con sim - pa tía a aquel com pa ñe ro de co le gio mo des to, si len cio so y algo tí mi do. Aho ra que reor de na ba los do cu men tos de su di vor cio, la fi gu ra del mé di co se le apa re cía con ab so lu ta ni ti dez, como si lo es tu vie ra vien do en el ves tí bu lo de un ho tel ele gan te, en uno de aque llos bai les uni ver si ta rios, a los vein ti dós o vein ti trés años, res pon dien do a las pre gun - tas con des cen dien tes pero ama bles de la gen te im por tan te con una son ri sa con fu sa y la ex pre sión cohi bi da del jo ven poco he cho a la vida mun da na. En aquel gru po es ta ba tam - 9

bién él, en ton ces pa san te de un des pa cho de abo ga dos, y había sentido de repente una profunda simpatía por aquel compa ñe ro de es tu dios ape nas co no ci do y ol vidado. Ha - bía sido un mo men to de sim pa tía re pen ti na que no te nía explicación. Luego se separaron tras sonreír con amabilidad e in ter cam biar unas pa la bras de cor te sía, como si una prohibición indefinida pero invencible los separase. Esos torpes y estúpidos intentos de acercamiento se repitieron; algunas veces se encontraban en la calle y se saludaban con una son ri sa lle na de ale gría, pero sa bien do que tam po co esa vez ocu rri ría nada, que todo se re du ci ría a un cor dial apre - tón de ma nos y a unas cuan tas pa la bras ama bles pro nun cia - das con embarazosa lentitud, como si «hablaran de cosas distintas». Distintas? Cuáles? El juez se le van ta y se acer ca a la ven ta na. Del pa tio lle - ga el rui do de unas rue das que chi rrían bajo el peso de un ca rro. Oye las ór de nes de los guar dias, los gol pes sor dos de objetos pesados, seguramente sacos que caen al suelo, el mur mu llo de los pre sos tra ba jan do. La ven ta na de su des - pa cho da al muro di vi so rio de la cár cel, lle no de pe que ños agujeros de ventilación; en su calidad de funcionario recién iniciado en la carrera judicial, situado aún en los peldaños más ba jos del es ca la fón, le han asig na do esa ha bi ta ción muy poco có mo da, que se re ca lien ta en ve ra no y se que da pron to a os cu ras en in vier no. Los des pa chos más am plios y confortables, con ventanas a la calle, están asignados a los jue ces de edad avan za da y ran go su pe rior, algo que él con si - dera equitativo y justo. Abajo, en el patio empedrado, los presos descargaban los sa cos del ca rro, se los echa ban al hom bro y de sa pa re cían en fila in dia por la puer ta de hie rro de la can ti na. El juez lle - va ba tres años tra ba jan do en aquel des pa cho y cada día de - di ca ba unos mi nu tos a ob ser var la vida que dis cu rría en el pa tio de la cár cel. Allí lle va ban a los pre sos para que pa sea - 10

sen, por allí cru za ban los fa mi lia res de los pre sos en las ho - ras de vi si ta, por allí con du cían a los pre sos ha cia los juz ga - dos para ser in te rro ga dos o para de cla rar ante el tribunal el día de la vis ta. Cono cía has ta el abu rri mien to esa ima gen, ese mun do tris te y mo nó to no; sin em bar go, no pa sa ba un día sin que, an tes de irse, se aso ma ra a la ven ta na y se que da ra con tem - plando la vida que se de sa rro lla ba en el pa tio, como si qui - sie ra cer cio rar se de algo que en el fon do no que ría des cu - brir. En la escena cotidiana del patio había algo objetivo que le re cor da ba a una fá bri ca; pa re cía el pa tio de una plan ta in dus trial don de cada día se su ce den los mis mos tur nos de tra ba jo de ter mi na dos por un ho ra rio in fle xi ble, don de siem pre ocu rre lo mis mo, y lo que ocu rre no es tan ho rri ble ni tan abominable como podría suponer un profano, sino que se tra ta más bien de algo tris te y de ses pe ran za do. Con estos sentimientos observaba a diario, durante unos minutos, el muro de la cár cel y el pa tio cus to dia do por va rias puer tas de hie rro. Imre Grei ner, doc tor Imre Grei ner, pen só dis traí do. Así se lla ma ba el mé di co que iba a di vor ciar se. Poco an tes, el juez ha bía es ta do le yen do con aten ción todo lo re la ti vo a su antiguo compañero de clase, buscando recuerdos comunes. El doc tor Grei ner era ori gi na rio de la par te mon ta ño sa del nor te de Hun gría, y pro ce día de una fa mi lia sa jo na. Des cu brió que era seis me ses ma yor que él; en ju nio ha bía cum pli do trein ta y ocho, mien tras que él, aun que ha bían es ta do en la mis ma cla se, no los cum pli ría has ta di ciem bre. No sa bía muy bien por qué, pero el ha llaz go le pro du jo cierta sensación de desencanto. También le había sorprendi do la edad de la mu jer. La se ño ra Grei ner, de sol te ra Anna Fa ze kas, ha bía cum pli do ya los trein ta años. El juez echaba cuentas y reflexionaba. Con los documentos del divor cio ha bían apa re ci do ante sus ojos per so nas de car ne y 11

hue so que le ha bían traí do mu chos re cuer dos; en tre ellos, el de un verano especialmente caluroso y sofocante, nueve años atrás, cuan do co no ció a Anna Fa ze kas en las can chas de te nis de la isla Mar ga ri ta. En aque lla épo ca la jo ven no po día co no cer aún al doc tor Grei ner, o al me nos no se ha - blaba todavía de posibles noviazgos. Una tar de, Kris tóf y Anna ca mi nan jun tos por los ca - mi nos de la isla, ha cia el puen te Mar ga ri ta. Él le lle va la ra - que ta, ella tie ne pues to un ves ti do de ra yas ban cas y azu les. Mientras oscurece van hablando de una excursión por el Da nu bio. En la pa ra da del tran vía ve el ros tro de Anna Fa - ze kas a la luz de una fa ro la. Bajo la te nue luz, la jo ven vuel ve la cara ha cia él y son ríe, y su voz es muy dul ce, aun que qui zá esa dul zu ra, ese tono tier no y cá li do lo está ima gi nan do aho ra. Van cua tro en to tal: ellos dos, una ami ga de Anna Fa ze kas y un se ñor ma yor, el pa dre de la ami ga. Antes de aquel en cuen tro, ha bía vis to a Anna Fa ze kas dos o tres ve ces como mu cho. Lo úni co que sa bía de ella era que su pa dre ha bía sido ins pec tor es co lar en al gu na ciu dad de pro vin cias, que se ha bía ju bi la do y que unos años des - pués se ha bían mu da do a Bu da pest, aun que ella ya ha bía estado estudiando varios años en un colegio de la capital. Anna es ta ba en esa edad en que las chi cas quie ren ca sar se, y du ran te aquel año ha bía asis ti do a mu chos bai les. De qué habían hablado? El juez no con si gue re cor dar las pa la bras, pero aún pue de oír la voz de la chi ca. Avan zan en si len cio por el ca - mi no en pe num bra. En un re co do se de tie ne y la mu cha cha se vuel ve ha cia él como si qui sie ra de cir le algo. En ese mo - men to ve su ros tro con ab so lu ta ni ti dez. Lle gan al puen te y siguen caminando en silencio. Al día si guien te él se iba de va ca cio nes du ran te cua tro semanas a un balneario de Austria, donde conocería a su fu tu ra es po sa, con la que no se ca sa ría has ta un año más tar - 12

de. Duran te aquel año en que cor te ja ba a su no via y se comportaba como alguien que ya está comprometido, aunque no de ma ne ra ofi cial, él con ti nuó con su vida so cial, aceptan do in clu so in vi ta cio nes a las ca sas de mu cha chas casaderas; no obstante, las madres y las hijas interesadas sabían, por me dio de cier tos in for ma do res se cre tos, que te - nía no via. En aquel tiem po tam bién vol vió a ver al gu na vez a Anna Fa ze kas. La jo ven te nía un cuer po es plén di do, qui - zá has ta era be lla Be lla? El juez mira ha cia aba jo, al pa tio de la pri sión, como bus can do a al guien. Han va cia do el ca rro y los guar dias acom - pa ñan a los úl ti mos pre sos con su car ga ha cia el por tón de hie rro. Ya no re cuer da el ros tro de Anna Fa ze kas. Orde na una vez más los do cu men tos. Las di li gen cias pre vias cum - plen todos los requisitos legales: las partes implicadas llevan más de seis meses haciendo vidas separadas; se solicita la disolución del matrimonio por abandono de hogar. Senta do ante su es cri to rio, se in cli na ha cia de lan te, saca del ca - jón in fe rior un pa que te de ci ga rri llos lia dos en casa y pone al gu nos en su pi ti lle ra. De otro ca jón saca un pa que te de ci - garrillos ma nu fac tu ra dos que guar da para las vi si tas, mu - cho me jo res que los su yos, con la bo qui lla do ra da. A él le bas tan los que le pre pa ra Hert ha o la cria da, pero hoy tie ne un compromiso social y quizá tenga que ofrecérselos a alguien, de modo que guar da tam bién en la pi ti lle ra unos cuantos cigarrillos de boquilla dorada. Sus movimientos no son del todo espontáneos; mientras ordena los cigarrillos refinados y «elegantes» en uno de los compartimentos de la pitillera, piensa que esa especie de obligación moral de os - ten ta ción aca ba con una par te de su suel do pe que ña, pero que tal vez bas ta ría para ha cer más có mo da, más tran qui la su vida y la de su fa mi lia. Él se con ten ta ría con los ci ga rri - llos más ba ra tos, con un tra je de peor ca li dad, con una casa más pe que ña y mo des ta, con una vida so cial más sen ci lla, 13

pero debe ostentar los cigarrillos de boquilla dorada ante el «mundo». Conoce estos pensamientos hasta el límite del has tío, y el has tío re sur ge aho ra que debe pre sen tar se en so - cie dad, don de lo pa sa rá bien o mal, pero don de debe re pre - sentar su pequeño papel por exigencias profesionales. Lanza un sus pi ro y son ríe con dis gus to. Sus pi ra por que ve como una car ga inú til las obli ga cio nes so cia les de la vida y por que sabe que no pue de cam biar nada de todo eso. Plie - ga los papeles ya or de na dos y, con mo vi mien tos mecáni - cos, como los que se ha cen en casa al to car ob je tos cono - cidos, guarda en los cajones los cigarrillos y algunas cosas personales: la pluma estilográfica, las lentes, el tintero con esa tin ta ver de cuyo co lor le en can ta y que echa de me nos en cuan to se aca ba o si, por des cui do del ujier o suyo pro - pio, o por que se haya se ca do, fal ta de su mesa. Anna Fa ze kas e Imre Grei ner, pen só. Echó la lla ve a los cajo nes y se la guar dó en el bol si llo. Pa sa ban unos mi - nu tos de las seis y me dia. El edi fi cio es ta ba ya va cío y hun - di do en el si len cio. En su mesa ha bía otros cua tro au tos de di vor cio; co gió uno, lo ho jeó y vol vió a de jar lo en su si tio. Se movía con rapidez, irritado. Buscaba en su memoria el úl ti mo en cuen tro, pero no con se guía re cor dar cuándo ha - bía vis to a Anna Fa ze kas por úl ti ma vez. En los úl ti mos años, el juez ha bía in ten ta do mos trar se en so cie dad sólo en ocasiones excepcionales. Tal retiro silencioso tenía segura - mente explicación, quizá la familia, quizá el modesto sueldo. Pero tal vez ha bía otro mo ti vo: se ha bía re fu gia do de - ma sia do pron to en el tra ba jo y en la fa mi lia, sien do aún jo ven; no le gus ta ba pen sar en ello, ha bía algo en el fon do de ese asun to que no que ría afron tar. De la boda de Anna Fazekas se en te ró por los pe rió di cos. Lue go no ha bía vuelto a sa ber nada de ellos du ran te años. Re cor dó el mo - mento en que descubrió, con un extraño sentimiento de hostilidad, que Imre Grei ner, aquel Imre Grei ner por quien 14

sen tía sim pa tía des de la ado les cen cia y los años uni ver si ta - rios, con quien le hu bie ra gus ta do en con trar se y con ver - sar, y con quien se ha bía cru za do a ve ces sin po der ha - blarle, se ha bía ca sa do con aque lla jo ven que él co no cía y que Pero en este pun to se de te nía. Quién ha bía sido para él Anna Fa ze kas? Ha bía sig ni - fi ca do para él algo más que una mera re la ción so cial, una re - la ción tan su per fi cial como cual quier otra? De sol te ro la ha - bía vis to dos o tres ve ces en las pis tas de te nis, y era cier to que tam bién la ha bía vuel to a ver des pués de ca sar se, pero sólo de paso, de la mis ma ma ne ra fu gaz con la que se cru za - ba con otras jó ve nes sol te ras y ca sa das que co no cía de vis ta, cuyos nombres recordaba a duras penas. De todas formas, le sor pren dió que pre ci sa men te aquel Imre Grei ner se fue se a ca sar exac ta men te con aque lla Anna Fa ze kas, la mis ma con la que ha bía pa sea do por la isla Mar ga ri ta, que se ha - bía vuel to ha cia él en el ca mi no en pe num bra como si qui - sie ra de cir le algo y no ha bía di cho nada. Y aho ra él te nía en su es critorio los do cu men tos de la se ño ra Grei ner, de soltera Anna Fa ze kas. Así jue ga la vida con no so tros, pen - só dis traí do e irónico, y soltó una risita maliciosa, muy que - da, como aver gon za do de sí mis mo por un pen samiento tan tri vial. La mujer ha interpuesto la demanda de divorcio alegan do como cau sa el aban do no de ho gar por par te del ma - rido, Imre Grei ner. En la mesa hay otros tres ca sos de abandono de ho gar, y él mira los do cu men tos con hos ti li - dad. Si se tra ta ra de un jui cio pe nal, re cha za ría lle var el caso de personas conocidas, aun superficialmente, como lo son su an ti guo com pa ñe ro de es tu dios y la es po sa, pero en un pro ce so de di vor cio la ley no le per mi te ne gar se a dic tar sentencia, y si el intento de reconciliación no surte efecto, a las doce de la ma ña na si guien te él, por mi nis te rio de la ley, decretará la disolución del matrimonio formado por Imre 15

Grei ner y Anna Fa ze kas. La cir cuns tan cia de co no cer a las partes implicadas no es razón suficiente para solicitar el cam bio de juez. Y como tie ne to dos los au tos de di vor cio or de na dos en su mesa y se está ha cien do tar de, con tem pla por úl ti ma vez el pa tio de la cár cel y, tras ase gu rar se de que no hay na die, coge el som bre ro y aban do na el edi fi cio con paso len to, como si los lar gos y si len cio sos pa si llos fue ran los de su casa. Al fi nal de la es ca le ra, jun to al por tón, el vie jo por te ro lo sa lu dó con res pe to pero tam bién con un leve to que de con fian za. Ese ges to, que para un des co no ci do hu bie ra pa sa do inad ver ti do, no se le es ca pa ba al jo ven juez cada vez que lo sa lu da ba al en trar y al sa lir. Di cho tra ta mien to mo les ta ba un tan to a su or gu llo ju ve nil, pero al mis mo tiem po lo ha la ga ba. Era un sim ple fun cio na rio, bas tan te ma yor que él y de ran go in fe rior, que sa lu da ba así al juez, un su pe rior de una cla se so cial más ele va da pero per te ne - cien te al mis mo gre mio; y él per ci bía esa com pli ci dad, ese com por ta mien to pa ter nal y re ve ren te a la vez. Y sin per - der su acti tud de su pe rio ri dad le de vol vía ama ble men te el sa lu do por que el vie jo por te ro, hijo de un ma tri mo nio de cam pe si nos, tam bién for ma ba par te de aque lla com - ple ja y gran fa mi lia de la que él era sólo un miem bro pro - me te dor. Se de tu vo bajo el por tón y puso en hora su re loj de pul - se ra con el gran re loj de la en tra da. Pen só en el pa tio de la cárcel, en los do cu men tos de su mesa, en la sen sa ción de in ti mi dad co rrec ta pero fir me que rei na ba en todo el edi fi - cio, entre los jueces y los funcionarios, entre superiores y sub or di na dos. Como tan tas otras ve ces, sa lía de mala gana, ta ci tur no, era casi siem pre el úl ti mo juez en de jar el edi fi cio; le contrariaba abandonar su despacho. Estaba indeciso, inquie to, como el mon je que duda al sa lir del con ven to para en trar en la vida. Ese sen ti mien to, que no po día ca ta lo gar se 16

más que como pánico injustificado frente al mundo, le hizo reflexionar. Atravesó la entrada, se detuvo en el primer pel - da ño y miró a su al re de dor con la mis ma in de ci sión. A su es pal da se ce rró el gran por tón de ro ble. Pudo oír cómo gi - ra ba la lla ve en la ce rra du ra. 17