(Universidad de Barcelona. Asociación Multidisciplinar de Gerontología)

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Transcripción:

6 FELICIANO VILLAR POSADA (Universidad de Barcelona. Asociación Multidisciplinar de Gerontología) EL ENFOQUE DEL CICLO VITAL: HACIA UN ABORDAJE EVOLUTIVO DEL ENVEJECIMIENTO I. Introducción. II. Principios del enfoque del ciclo vital. 2.1. Hacia una visión más compleja del desarrollo.2.2. La importancia de la cultura y la historia.2.3. La adaptación, clave del desarrollo III. Aplicación de los principios del ciclo vital a la investigación sobre el envejecimiento.3.1.cambios cognitivos. 3.2. Ciclo vital y cambios en el self. 3.3. Ciclo vital y evolución de las relaciones sociales en la vejez IV. Referencias bibliográficas V. Lecturas recomendadas

I. INTRODUCCIÓN Si la Psicología Evolutiva es la disciplina psicológica que se ocupa de la evolución y cambio del comportamiento a lo largo del tiempo, podríamos esperar que el envejecimiento, en tanto proceso de cambio, haya sido uno de sus temas más tratados. Sin embargo, quizá sorprendentemente, esto no ha sido tradicionalmente así, al menos hasta hace pocas décadas. Si examinamos la obra de los grandes autores evolutivos ya clásicos, entre los que podíamos mencionar a Piaget, Vigotski, Freud, Bolbwy o Gesell, o incluso entre algunos de sus herederos más insignes, como Flavell, Chomsky o Bruner, observamos que el centro de atención de todos ellos se encuentra en la infancia y en un concepto de desarrollo que se entiende como un progreso en las funciones y/o las estructuras psicológicas y de comportamiento hacia niveles cada vez más diferenciados, más complejos y, de una forma u otra, mejores. Pero, una vez obtenido el nivel óptimo, en la adolescencia o la adultez, ya no existen cambios? Obviamente sí, aunque estos autores no los tratan. De hecho, en muchas ocasiones esos cambios que acontecen en la segunda mitad de la vida, cuando han sido tratados, se han entendido únicamente desde una perspectiva: la perspectiva de la pérdida. Si durante las primeras décadas de la vida la persona progresaba en los más variados dominios y aspectos, en las últimas parecía predestinado sólo a perder. Desde este punto de vista, el curso evolutivo humano seguiría una trayectoria en forma de U invertida: unas primeras etapas de crecimiento y mejora seguidas de una fase más o menos prolongada de estabilidad para, en las últimas décadas de la vida, acabar con un periodo de declive y pérdida. En este contexto, a finales de la década de los 70 del pasado siglo, un grupo de autores europeos (fundamentalmente alemanes, como Hans Thomae o Paul Baltes) y estadounidenses (Warner Schaie o John Nesselroade) plantean una nueva forma de estudiar el envejecimiento desde la Psicología Evolutiva de manera que aparezca como un proceso integrado dentro del conjunto de la trayectoria vital humana. Esta alternativa, que pronto fue conocida como la orientación o el enfoque del ciclo vital (Life Span Approach) es, más que una teoría formal, un conjunto de principios para poder estudiar el cambio evolutivo con independencia del punto temporal en el que acontezca, incluidas las últimas décadas de la vida. Entre los precedentes e inspiradores del enfoque del ciclo vital es destacable la aportación de Erik Erikson. Formado inicialmente en lo que podríamos denominar psicoanálisis clásico, Erikson se aleja de la propuesta original freudiana en tres importantes sentidos (Wrightsman, 1994). El primero

es, obviamente, que mientras Freud trata del desarrollo hasta la adolescencia, para Erikson el desarrollo no se detiene ahí y continúa a lo largo de toda la vida. Por otra parte, mientras Freud se centra en la dinámica del inconsciente, para Erikson lo importante es el yo como entidad que unifica a la persona y trata de asegurar un comportamiento competente en cada momento, lo que implica su cambio a lo largo de la vida. Por último, mientras Freud enfatiza el poder de las fuerzas biológicas de naturaleza sexual, para Erikson lo relevante es, sobre todo, la relación del yo con las fuerzas sociales que lo circundan. Como veremos, los tres aspectos (el ciclo vital como objeto de estudio, el papel del yo y el cambio adaptativo, el papel de la sociedad y la cultura) son también elementos que recogen los autores del ciclo vital y que fundamentarán esta propuesta. A partir de estos principios, Erikson (2000) plantea una visión del ciclo vital entendida como una secuencia de encrucijadas en las que el yo se ha de enfrentar a ciertos compromisos y demandas sociales. Si las encrucijadas se superan con éxito, suponen una expansión y la adición de nuevas competencias y cualidades al yo, si no, pueden implicar un estancamiento e incluso una regresión del yo que dificulta el abordaje de encrucijadas futuras. Desde este punto de vista, el ciclo vital, y en concreto el envejecimiento, se contempla como un proceso abierto que puede suponer tanto pérdida como ganancia en función de cómo se resuelve o no cada una de las encrucijadas. Puede haber maneras de envejecer ciertamente muy negativas, dominadas por el aislamiento, con sentimientos de culpa, de depresión y con temor a la muerte, pero también hay muchas otras altamente positivas, como por ejemplo cuando el individuo es capaz de expandir su capacidad creativa, de comprometerse con su entorno y de asumir los errores y éxitos que ha cometido conservando un sentimiento de satisfacción en relación con su propio devenir evolutivo. Como veremos, y aunque desde el ciclo vital no se plantea una visión en etapas, la variabilidad en los patrones de envejecimiento y la concurrencia de pérdidas y ganancias también serán ideas que estarán muy presentes. Sin embargo, y en un primer momento, los esfuerzos renovadores del enfoque del ciclo vital se centraron en dos aspectos (Baltes y Goulet, 1970; Baltes, Reese y Nesselroade, 1981): a. En primer lugar, se pretendía ofrecer un marco de comprensión del envejecimiento que superara las concepciones negativas que prevalecían en aquel momento y que asociaban envejecer a un proceso de pérdida irreversible. En este sentido, su espíritu es claramente optimista y, aún sin negar los procesos de pérdida puedan estar presentes (y ser incluso dominantes en

algunos momentos y/o algunos casos), su objetivo es integrarlos en un marco más amplio que matice su importancia y que los incluya junto con otros procesos que también pueden estar presentes, como los que impulsan el mantenimiento o incluso el crecimiento y la ganancia. Este movimiento hacia un mayor optimismo implicará el análisis del envejecimiento y la vejez como un momento evolutivo no segregado del resto del ciclo vital y que puede entenderse a partir de mecanismos y procesos que operan también en otros momentos de la vida. Desde de este punto de partida, el enfoque del ciclo vital ha elaborado un marco conceptual amplio que describiremos brevemente en los siguientes apartados. b. En segundo lugar, en esos primeros momentos los defensores del enfoque del ciclo vital invirtieron gran parte de sus esfuerzos en la crítica metodológica a los estudios que apoyaban una visión exclusivamente negativa del envejecimiento. Este tipo de estudios generalmente optaban por utilizar diseños de tipo transversal, en los que se aplicaba un mismo instrumento de recogida de datos a muestras de personas de diferentes edades en un único momento temporal. Los resultados de este tipo de estudios, que solían mostrar unos niveles de rendimiento y funcionamiento psicológico en áreas diversas menos eficientes en las muestras más mayores que en las jóvenes, tienden a confundir los factores relacionados con el propio proceso de envejecimiento con otros que poco o nada tienen que ver con él, y que se relacionan con la experiencia histórica concreta de cada una de las generaciones que participan en el estudio. En muchos casos, estas diferencias generacionales (especialmente en la investigación sobre aspectos cognitivos y de rendimiento) pueden sesgar los resultados a favor de los jóvenes y dar cuenta de al menos parte del supuesto déficit atribuido al envejecimiento que se suele obtener de los estudios trasversales. Como alternativa, los autores del ciclo vital enfatizan el valor de los diseños longitudinales y secuenciales en la investigación evolutiva. INSERTAR CUADRO 1 Actualmente, y más allá de esos dos núcleos de interés originales que se han mantenido en el tiempo, desde el enfoque del ciclo vital se han venido elaborando una serie de principios generales sobre la naturaleza del curso de la vida y del envejecimiento que comparten diferentes autores y que han inspirado (y siguen inspirando) algunas de las teorías evolutivas, líneas de investigación y proyectos de intervención más relevantes en el campo de la gerontología actual, especialmente desde su vertiente psicológica. Así, junto con

las propuestas de Baltes y su grupo de investigación (Baltes, 1997; Baltes y Baltes, 1990; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998), que siguen siendo una referencia inexcusable al hablar del ciclo vital, este enfoque ha ido aglutinando a numerosos autores que, explícitamente o no, han suscrito sus principios y han contribuido a ampliarlos, refinarlos y aplicarlos a ámbitos diversos en relación con el desarrollo y el envejecimiento (ver, por ejemplo, Brandtstatder, 1998 o Heckhausen, 1999). II. PRINCIPIOS DEL ENFOQUE DEL CICLO VITAL Aunque los diferentes autores enfatizan diversos principios, hemos resumido en tres los puntos de coincidencia de todas aquellas perspectivas que podemos englobar dentro del enfoque del ciclo vital: la defensa de una visión compleja del desarrollo, el acento en la cultura y la historia como factores que determinan trayectorias evolutivas y, por último, el énfasis en la adaptación como aspecto clave del desarrollo a lo largo de la vida. 2.1. Hacia una visión más compleja del desarrollo Como hemos comentado anteriormente, el concepto clásico de desarrollo que se ha manejado en la Psicología Evolutiva ha estado marcado por la idea de progreso hacia un estado de funcionamiento óptimo. Una noción como ésta, que resulta de la trasposición al ámbito psicológico de una idea biológica de desarrollo como crecimiento y maduración orgánica, parece funcionar en las primeras décadas de la vida, pero es inviable más allá, en especial si la intentamos aplicar a las últimas. Por ello, si el desarrollo ha de ser el objeto de estudio de una Psicología Evolutiva que abarque todo el ciclo vital, es necesario modificar esa noción de desarrollo para introducir en ella mayor complejidad y pluralidad que las que ofrece la mera idea de progreso o crecimiento. El enfoque del ciclo vital lo hace en varios sentidos: -En primer lugar, el desarrollo se entiende como un proceso en el que están presentes tanto la pérdida como la ganancia. Esta co-ocurrencia de pérdidas y ganancias caracteriza todo el ciclo vital, y se pone de manifiesto tanto en las etapas que tradicionalmente han sido consideradas sólo de pérdidas (la vejez) como en aquellas que únicamente han sido concebidas en función de las ganancias (la infancia). Así, en el caso de las primeras décadas de la vida, podemos encontrar que ciertos avances implican consecuencias secundarias negativas. Por ejemplo, al aprender a vocalizar se mejora en la

producción de ciertos sonidos de la lengua del contexto, pero se pierde la capacidad para captar y producir sonidos de otras lenguas. De manera similar, al especializarnos y seleccionar ciertas trayectorias evolutivas (escogiendo determinados estudios o cierta oferta laboral, por ejemplo), estamos de alguna manera también perdiendo las posibilidades que hubieran estado a nuestro alcance si la decisión hubiese sido otra. Del mismo modo, la vejez no puede ser entendida sólo como un periodo de pérdidas, sino también como una fase en el que también pueden conseguirse ciertas ganancias. Además de ciertos aspectos de mantenimiento o ganancia que se dan en las últimas fases de la vida, incluso las pérdidas, desde este punto de vista, pueden tener cierto valor como ocasional desencadenante de ganancias posteriores, como catalizadoras de procesos compensatorios para mitigar sus consecuencias y volver a un nivel de funcionamiento equivalente y a veces incluso superior al que se tenía antes de la pérdida. -Considerar pérdidas y ganancias a lo largo de toda la vida no contradice el hecho de que se evidencien aumentos o decrementos globales. Así, parece difícil negar (y, obviamente, desde el enfoque del ciclo vital no se hace) la preeminencia de pérdidas y declives en las últimas décadas de la vida. Sin embargo, sería un error desde este punto de vista concebir la vejez como sólo pérdida. Lo que se produce es un cambio en el balance entre pérdida y ganancia hacia un mayor peso y frecuencia de la pérdida, más que la eliminación de un polo en favor de la presencia exclusiva del otro (Baltes, 1987). De esta manera, Baltes y sus colaboradores abogan por ampliar el concepto tradicional de desarrollo, centrado en el crecimiento entendido como comportamientos destinados a alcanzar niveles más elevados de funcionamiento o de capacidad adaptativa, para incluir también dos aspectos adicionales (Baltes, Lindenberg y Staudinger, 1998): a. El mantenimiento, entendido bien como comportamientos destinados a sostener el nivel de funcionamiento actual en situaciones de riesgo o bien como el retorno a niveles previos de funcionamiento tras haber experimentado una pérdida. b. La regulación de la pérdida, entendida como la reorganización del funcionamiento en niveles inferiores tras una pérdida de recursos externos o internos que hace imposible el mantenimiento de niveles de funcionamiento habituales. Como observamos en la figura 1, a lo largo del ciclo vital se observa una distribución cambiante de los recursos disponibles (biológicos o culturales) en cada una de estos aspectos: mientras en la infancia la mayoría de recursos se

invierten en la meta evolutiva del crecimiento, esta meta recibe menos inversiones a medida que pasan los años. En cambio, para las otras dos metas, la trayectoria evolutiva es la contraria: pocas inversiones de recursos en los primeros años, cada vez mayor inversión a lo largo de la vida hasta llegar a la vejez, donde el mantenimiento y la regulación de la pérdida son las metas evolutivas prioritarias, a las que se dedican la gran mayoría de los recursos disponibles. Pese a todo, es importante destacar que las tres metas están presentes a lo largo de toda la vida, lo que cambia es simplemente el balance relativo de recursos que se dedican a cada una de ellas. INSERTAR FIGURA 1 Esta convivencia entre pérdida y ganancia en todos los momentos de la vida y la idea de la multiplicidad de metas evolutivas hace posible que la diferencia y la diversidad sean componentes esenciales del desarrollo y también del envejecimiento. Este énfasis en lo diferencial se concreta en dos aspectos. Por una parte, se otorga una gran importancia a las diferencias intraindividuales, dado que el desarrollo (y el envejecimiento) es un proceso potencialmente multidireccional. Los procesos de cambio no afectan necesariamente por igual ni en el mismo momento a todas las dimensiones del ser humano. Así, mientras algunas de estas dimensiones pueden observar cambios positivos en determinado momento evolutivo, simultáneamente en otras pueden darse procesos de cambio negativo o pueden permanecer estables. Una persona mayor, por ejemplo, puede estar experimentando declives en su capacidad de memorizar información nueva mientras, al mismo tiempo, su capacidad de buen juicio en problemas complejos puede mantenerse intacta o incluso incrementarse. Por otra parte, las diferencias interindividuales también son importantes. No podemos hablar desde este punto de vista de un único patrón de envejecimiento sino, en todo caso, de un proceso que se expresa de manera diferente en personas diferentes. Así, mientras algunas personas pueden experimentar problemas crónicos de salud, declives cognitivos o pérdidas psicosociales desde edades relativamente tempranas, otras llegan a edades muy avanzadas sin mostrar estas pérdidas, sin que afecten a su funcionamiento cotidiano o incluso experimentando ganancias. Estudiar qué es lo que determina esta forma óptima de envejecer (lo que se denomina envejecimiento con éxito ) será una de las temáticas más estudiadas desde el enfoque del ciclo vital. Este enfoque también enfatiza la diferencia entre unos primeros años en

los que este envejecimiento con éxito es probable y otros (aproximadamente desde los 80 años en adelante) en los que el riesgo de pérdida aumenta exponencialmente (Baltes y Smith, 2003). 2.2. La importancia de la cultura y la historia En la visión tradicional del desarrollo, que lo hacía equivalente a únicamente crecimiento y lo restringía a las primeras fases del ciclo vital, este proceso estaba relacionado con (y, en último término, causado por) la maduración biológica. Si trasponemos este esquema a las últimas etapas de la vida, el proceso de envejecimiento se asociaría al de declive biológico, enfatizando exclusivamente su carácter de pérdida. Sin embargo, más allá de las influencias biológicas, desde el enfoque del ciclo vital se entiende que la cultura es otra fuente de influencias que configuran de manera decisiva el tipo o tipos de trayectorias evolutivas posibles a lo largo de toda la vida. El individuo se desarrolla inevitablemente en un escenario sociocultural que coexiste con el biológico y que, al igual que este, proporciona al individuo una serie de restricciones, pero también de oportunidades. Entre las restricciones culturales que afectan a nuestra trayectoria evolutiva, cabe destacar la idea de tarea evolutiva, entendida como las metas a conseguir en determinados momentos de la vida. Las diferentes culturas proporcionan guiones que especifican cómo ha de ser un ciclo vital normativo, guiones que incluyen tanto elementos descriptivos (lo que es sucede en diferentes fases de la vida) como prescriptivos (lo que deberíamos tener, cómo deberíamos ser, etc). Así, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten ciertos esquemas sobre cómo es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las metas que deberíamos conseguir o a las que deberíamos aspirar. Estas metas comprenderían diferentes dominios evolutivos (familia, trabajo, formación, etc.) y estarían vinculados, de manera más o menos estricta, a ciertas edades o periodos de edad (ver p. ej., los trabajos de Settersen, 1997; Settersen y Hagestad, 1996a; 1996b). Una vez asumidos y elaborados personalmente, estos esquemas sirven de guía de comportamiento que va a configurar las decisiones que tomemos. Estas metas culturales nos servirán, además, como patrón de comparación para valorar nuestro propio desarrollo personal. Estos guiones culturales influyen en el desarrollo, pero no lo determinan. Por una parte, son guiones flexibles (aunque en ciertas culturas más que en otras), abiertos a cierta variabilidad y con trayectorias alternativas posibles. En ocasiones, la transformación personal que supone interiorizar esas metas evolutivas puede implicar conflictos entre el individuo en desarrollo y su

ecología cultural. Por ejemplo, el individuo puede querer conseguir metas no normativas, o puede aspirar a metas relevantes culturalmente, pero no contempladas para determinado momento evolutivo. En ocasiones, a partir de estos conflictos los esquemas culturales sobre el ciclo vital pueden a su vez cambiar históricamente, como producto de las propias acciones intencionales, personales o colectivas, de los miembros de la cultura. De hecho, se argumenta que estos esquemas están cambiando de manera acelerada en los últimos años, cambio que se dirige a una mayor apertura y flexibilidad: actualmente en nuestra cultura existiría una mayor diversidad de trayectorias evolutivas contempladas y unas normas menos estrictas respecto al devenir evolutivo del ser humano. Por ejemplo, la gran diversidad actual de formas familiares posibles en la edad adulta era algo no contemplado hace tan sólo unas décadas, cuando únicamente era aceptable una sola forma de familia. De esta manera, los límites y las trayectorias posibles del desarrollo humano están constantemente abiertas a discusión y son renegociadas culturalmente generación tras generación. Pero la cultura no proporciona sólo normas y límites al desarrollo, facilitando ciertos cursos evolutivos y dificultando otros. También ofrece instrumentos y posibilidades que nos permiten ampliar nuestro horizonte evolutivo, nuestra potencialidad como seres humanos compensado o superando ciertas restricciones biológicas. Este idea de la cultura como elemento superador de limitaciones es especialmente relevante en el caso del proceso de envejecimiento: los grandes avances en cantidad y calidad de vida en las últimas décadas de la vida están íntimamente vinculados a innovaciones culturales. Desde este punto de vista, avances culturales como los cuidados médicos, ciertos instrumentos tecnológicos (las gafas, los marcapasos, etc.) o incluso instituciones como los mecanismos de protección social cumplen este papel de sustitución y apoyo que ayuda a mantener el funcionamiento cotidiano ante situaciones de riesgo o limitadoras. Por ello, los recursos culturales son cada vez más necesarios a medida que nos hacemos mayores y sólo a partir del uso extensivo de instrumentos culturales podemos concebir el mantenimiento (o incluso la mejora en algunas facetas) de nuestro funcionamiento a medida que pasan los años (Markiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995). Desgraciadamente, si bien la necesidad de la cultura es cada vez mayor a medida que envejecemos, también parece claro que la efectividad de los artefactos culturales en el mantenimiento o promoción de nuestro funcionamiento tiende a ser cada vez menor a medida que pasan los años, y especialmente en la vejez muy avanzada.

Esta importancia de los contextos culturales durante todo el ciclo vital y su estrecha relación con los procesos biológicos de maduración y declive hace que los autores del ciclo vital opten por superar la dicotomía tradicional entre biología-cultura para entender las influencias que experimenta el curso de nuestras vidas desde un nuevo punto de vista. En concreto, consideran un modelo multicausal en el que se pueden diferenciar tres conjuntos de factores antecedentes que influyen en la producción de procesos de cambio evolutivo (Baltes, 1979): a. Influencias normativas relacionadas con la edad (Normative age-graded influences): hacen referencia a factores biológicos o sociales que muestran una alta relación con la edad de los individuos. Es decir, aparecen generalmente a una edad determinada. Dentro de este grupo caben tanto las tradicionales influencias biológico-madurativas, como otros factores sociales (p. ej., la escolarización en la infancia o la jubilación en la vejez) que muestran una gran homogeneidad interindividual en la forma y momento de aparición. Son responsables de los grandes rasgos en los que se parece el desarrollo de todas las personas. b. Influencias normativas relacionadas con la historia (Normative historygraded influences): hacen referencia a factores también de tipo biológico o social, pero que son específicos de cierto momento histórico y afectan a personas de diferentes edades (generaciones) de manera diferenciada. Pueden incluir tanto influencias lentas o a largo plazo (como p. ej. el proceso de cambio tecnológico, el cambio de valores respecto a la vida en pareja, etc.) como otras más puntuales y específicas (por ejemplo, una guerra, una epidemia o la invención de un electrodoméstico). Se suele hacer referencia a este tipo de determinantes como factores generacionales o de cohorte. Son los responsables de que los miembros de una determinada generación, por el hecho de haber vivido las mismas experiencias históricas, muestren cierto parecido. c. Influencias no-normativas (Nonnormative influences): se refieren a factores biológicos o sociales que afectan a individuos o grupos sociales muy concretos en un momento dado de sus vidas, sin seguir patrones ni secuencias fijas. Por ejemplo, este tipo de eventos pueden afectar a la esfera laboral (cierre de la empresa en la que se trabaja), familiar (divorcio, orfandad) o de la salud (accidente grave). Como representantes de las experiencias vitales únicas, estos factores son responsables de gran parte de las diferencias interindividuales, sobre todo en personas de la misma generación. La importancia de cada uno de estos tipos de influencias, sin embargo, no es la misma en todos los puntos del ciclo vital. En concreto, Baltes argumenta

que durante la infancia los factores más relevantes son aquellos normativos relacionados con la edad, precisamente aquellos que enfatizan la regularidad y homogeneidad de los cambios. Estos factores son relativamente poco importantes durante la vida adulta, y únicamente en la vejez (y debido al declive biológico o la pérdida de ciertos roles sociales) vuelve a aumentar su influencia. En cuanto a los factores normativos relacionados con la historia, son especialmente importantes para la persona en la adolescencia y juventud, momentos en los que ciertos hechos históricos pueden marcarnos para toda la vida. Las influencias no normativas, por su parte, incrementan su importancia a medida que pasan los años. En el caso de la vejez, se relacionan por ejemplo con el riesgo de enfermedades o de pérdida inesperada de personas queridas, aspectos que pueden determinar el modo en el que se vive esta etapa. De hecho, si bien los tres tipos de factores pueden actuar como facilitadores de ganancias o como provocadores de pérdidas, a medida que envejecemos la probabilidad de esto último crece. En suma, podemos decir que el enfoque del ciclo vital no únicamente aspira al estudio de un individuo que cambia a lo largo de la vida, sino a entender este cambio como un fenómeno intrínsecamente vinculado a un entorno biosocial también en transformación. 2.3. La adaptación, clave del desarrollo Un último aspecto especialmente destacado por el enfoque del ciclo vital es el papel de la capacidad adaptativa del ser humano. El desarrollo, desde este punto de vista, no se entiende únicamente ni como el despliegue de un programa madurativo preestablecido ni como determinado socioculturalmente. Más bien, se entiende como un proceso activo en el que el individuo es capaz de cambiar sus propias circunstancias y, hasta cierto punto (dentro de los límites marcados por restricciones biológicas y culturales), ser arquitecto de su propio desarrollo. Este papel activo de la persona implica tanto responder a cambios en las condiciones sociales y/o biológicas que se pueden producir con el paso del tiempo como, proactivamente, generar cambios en un intento de adecuar esas condiciones a las propias preferencias personales o estados que se desean. Esta perspectiva permite a Baltes y sus colaboradores (Baltes y Baltes, 1990; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998) entender el desarrollo como un proceso de selección, a lo largo de la vida, de una serie de posibilidades y trayectorias evolutivas, trayectorias que experimentan un proceso de optimización una vez se eligen y la persona se implica en ellas. En este sentido,

el desarrollo (y, por extensión, el envejecimiento) exitoso consiste en la orquestación a lo largo del tiempo de tres tipos de procesos: a. Selección: la elección, consciente o no consciente, de determinadas trayectorias o dominios de comportamiento como espacio de desarrollo, ya sea este entendido como crecimiento, como mantenimiento o como regulación de pérdidas. Ante una situación en la que los recursos son finitos (y lo son cada vez más a medida que envejecemos), la persona ha de priorizar ciertos dominios o trayectorias por encima de otros, lo que hace más manejable el número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se encuentra. El proceso de selección puede implicar, en caso de pérdidas, el cambio de las metas del desarrollo con el fin de facilitar la consecución de las nuevas metas, generalmente más modestas, con los medios aún disponibles. b. Optimización: una vez hemos escogido ciertas trayectorias o dominios evolutivos, hemos de explotar los recursos a nuestro alcance (biológicos, psicológicos, socioculturales) para maximizar, dentro de las restricciones en las que nos movemos, nuestro funcionamiento en esas trayectorias o dominios, poniendo en marcha las mejores estrategias y medios para conseguir las metas evolutivas deseadas. c. Compensación: aparece en respuesta a una ausencia o pérdida de un medio o recurso que es relevante para la consecución de nuestras metas evolutivas. Se puede originar a partir de la pérdida de un recurso que antes estaba a nuestro alcance (lo que suele ser más frecuente a medida que envejecemos) o de un cambio en el contexto evolutivo que nos dificulta la consecución de nuestras metas. En cualquier caso, la compensación puede implicar la adquisición de nuevos medios (o la reconstrucción de los antiguos) para sustituir a los que se han perdido o no están disponibles. Como hemos comentado, a partir de la integración de los tres mecanismos y de su puesta en marcha dinámica la persona puede conseguir las tres principales metas evolutivas que describimos en secciones anteriores: el crecimiento (o mejora en los niveles de funcionamiento), el mantenimiento del funcionamiento y la regulación de la pérdida. Es, en este sentido, en el que podemos hablar de desarrollo (y de envejecimiento) con éxito. Este proceso adaptativo se ilustra en la figura 2. INSERTAR FIGURA 2 Por otra parte, el énfasis en la adaptación supone que el ser humano dispone de un cierto margen de maniobra, de un potencial de flexibilidad. En

cualquier momento de la vida podemos cambiar en alguna medida, y nuestra composición biológica, nuestra cultura o nuestras elecciones pasadas sólo hacen más fácil o probable ciertas trayectorias evolutivas futuras, pero no las determinan de manera estricta. Esta flexibilidad y potencialidad para el cambio es lo que se conoce como plasticidad, que determina el rango y los límites del cambio evolutivo. En el caso del envejecimiento, la noción de plasticidad implica que las personas mayores pueden también cambiar y modificar ciertos procesos evolutivos, lo que, por otra parte, es el fundamento de cualquier intervención centrada en personas mayores. La plasticidad, sin embargo, tiene ciertos límites, y estos límites parece que se relacionan con la edad. Para esclarecer estas relaciones, los psicólogos del ciclo vital concretan la noción de plasticidad en lo que denominan capacidades de reserva (Baltes, 1987). Así, más allá del funcionamiento cotidiano, el rendimiento de un determinado individuo puede incrementarse en dos sentidos: -Si se ponen en juego ciertas reservas internas, que permiten que la persona por sí misma ofrezca un rendimiento mayor cuando la tarea requiere una alta exigencia, cuando de lo que se trata es de dar lo mejor de uno mismo (lo que generalmente no ocurre en la vida cotidiana). Estas reservas hacen referencia, por ejemplo, a nuestra capacidad para realizar determinadas tareas de la manera más precisa posible o en el menor tiempo posible. -Si se ponen en juego ciertas reservas externas, que permiten que la persona eleve su rendimiento cotidiano en circunstancias contextuales favorables y cuando se cuenta con apoyos. Estas reservas externas determinarían el nivel al que el individuo puede llegar si el contexto es el más óptimo posible. Ejemplos de este tipo de reservas son, por ejemplo, las ayudas de otras personas o de instrumentos técnicos. En cualquier caso, la existencia de esas reservas y su efecto beneficioso sobre el rendimiento nos hablan de la capacidad plástica de la persona. Sin embargo, a medida que envejecemos tanto las capacidades de reserva internas como el grado en el que somos capaces de beneficiarnos de condiciones contextuales facilitadoras parecen disminuir con la edad. Es decir, lo que decrece con la edad no es tanto el funcionamiento cotidiano (al fin y al cabo, nos movemos generalmente en situaciones muy familiares que no exigen el despliegue de todas nuestras reservas), sino el rango de plasticidad evolutiva que nos permite mantener un rendimiento óptimo incluso en situaciones muy exigentes o bien beneficiarnos de las ayudas. La determinación de estos rangos