La muerte del psicoanálisis

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La muerte del psicoanálisis Juan Manuel Martínez Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tal salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. Albert Einstein Carta a Sigmund Freud, 30 de Julio de 1932 La primera Gran Guerra había pasado y toda Europa se había visto cimbrada por la poderosa fuerza destructora que alcanzaba el ser humano. Los combates incluyeron a fuerzas militares del imperio Austrohúngaro, Serbia, Rusia y Alemania, y movilizaron a más de sesenta millones de soldados, entre ellos Jean-Martin, Oliver y Ernst Freud. El conflicto acabó con la vida de más de diez millones de personas en los campos de batalla europeos. Al mismo tiempo, los postulados del psicoanálisis eran ya en su mayoría aceptados y éste se había convertido casi en una disciplina de moda, en una práctica digna de estatus social. Sin embargo, su creador, Sigmund Freud, se veía apesadumbrado y abatido tanto en su quehacer teórico como clínico. La guerra, la hambruna, el creciente antisemitismo y la muerte de su hija Sophie, lo llevaron a replantearse profundamente sus ideas. Lejos habían quedado ya aquellos días en los que el psicoanálisis sufría duras críticas e improperios por parte de sus detractores. La tesis sobre la etiología sexual de las neurosis 1 había sido finalmente aceptada y el conocimiento de la existencia de una sexualidad infantil 2 era vox populi entre los vieneses bien leídos de 1920. La doctrina psicoanalítica había revelado la presencia de una acumulación de energía libidinal 3 en el humano, cuya liberación se vivía, a la vez, como una necesidad intrínseca del aparato psíquico y como una descarga placentera. En el caso de aquellos que sufrían de neurosis, por ende, la enfermedad era entendida como resultado del conflicto 1 Sigmund Freud, La sexualidad en la etiología de las neurosis (1898), Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 2 Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual (1905), Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 3 El distanciamiento de Freud con respecto a la erótica en vías de extinción y el paso al costado que dio en relación a la nueva demanda social, hoy explícitamente formulada, de una norma para el sexo, lo llevaron a inventar la noción de libido, aunque también algo que no es menos esencial: el Trieb, la pulsión. Jean Allouch, El sexo del amo, pág. 21, Editorial Psicoanalítica de la Letra, México D.F., 2001.

entre la libido y la represión sexual 4, donde los síntomas tenían el valor de compromisos entre ambas corrientes anímicas 5. Hasta ese momento era ésta la explicación prevaleciente: una pugna entre algo por salir y algo más por retenerlo, entre un deseo interno por expresarse y una fuerza externa por refrenarlo, una lucha entre un principio de placer y un principio de realidad 6. Era esta intrínseca búsqueda de placer y la correspondiente intención de evitar el displacer- lo que movía al ser humano en todos los ámbitos de su vida; pero, paradójicamente, también lo acercaba hacia la enfermedad. Al menos era eso lo que la clínica le había enseñado a Freud. Pero los nuevos hechos históricos y sociales además de la necesidad de una justificación teórica 7 para lo observado en la clínica, claro está- orillaron a Freud a comenzar a pensar sobre la existencia de algún tipo de motivación humana que no estuviera fundamentada en la búsqueda de placer sino, más bien, en algo que se situara más allá del principio de placer 8. Y es entonces cuando la «pulsión de destrucción» hace su intromisión en el psicoanálisis. Freud dio un giro teórico y comenzó a pensar que el hombre alberga deseos que no apuntan hacia el desarrollo o la creación, sino hacia la expresión de mociones agresivas y hostiles que habitan en su interior, y que son sobre todo ellas las que dificultan la convivencia humana y amenazan su perduración 9. Entonces propuso que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir las llamadas eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, con una consciente aplicación del concepto popular de sexualidad-, y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o destrucción 10. La concepción de «conflicto» aún se mantiene, la diferencia reside en que, ahora, el antagonismo se juega entre dos mociones pulsionales: una erótica, en la que de cierta manera se incluyen anteriores postulaciones teóricas como la de la preponderancia de la sexualidad, y una destructiva, donde podemos ver reflejado el profundo impacto filosófico que aquel momento histórico dejaba en el pensamiento de Freud. Dos clases de pulsiones de diferente naturaleza: las 4 Sigmund Freud, Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis (1906[1905]), pág. 268, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 5 Ibídem. 6 Sigmund Freud, Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico (1911), Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 7 Puesto que la hipótesis de esa pulsión descansa esencialmente en razones teóricas, es preciso admitir que no se encuentra del todo a salvo de objeciones teóricas. Pero es así como nos aparece en este momento, dado el estado actual de nuestras intelecciones. Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930[1929]), pág. 117, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 8 Sigmund Freud, Más allá del principio de placer (1920), Amorrortu, Buenos aires, 2004. 9 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 102, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 10 Sigmund Freud, Por qué la guerra? (1933[1932]), pág. 192, Amorrortu, Buenos Aires, 2004.

pulsiones sexuales entendidas en el sentido más lato el Eros, si prefieren esta denominación- y las pulsiones de agresión, cuya meta es la destrucción 11. Podemos comprender claramente que si la aceptación de un principio placentero había encontrado entre el público en general una dificultosa y tardía aprobación, un destino estrepitosamente peor le esperaría a la tesis de una inclinación agresiva como disposición pulsional autónoma, originaria, en el ser humano 12. Freud sabía que una postulación así contradecía demasiadas premisas religiosas y convenciones sociales. No; el hombre tiene que ser por naturaleza bueno o, al menos, manso. Si en ocasiones se muestra brutal, violento, cruel, he ahí unas ofuscaciones pasajeras de su vida afectiva, las más de las veces provocadas, quizá sólo consecuencia de los inadecuados regímenes sociales que él se ha dado hasta el presente 13. Si bien el supuesto de la pulsión de muerte o de destrucción tropezó con resistencia aun dentro de círculos analíticos 14, Freud no contrariaba con esta nueva tesis los conceptos sobre los que había sustentado sus postulados veinte años atrás, sino que retomaba y englobaba la propuesta hedónica en una pulsión erótica, y la contraponía a la existencia de la pulsión destructiva, en un entendimiento dual. Ahora los avatares humanos eran explicados en función de un lógica de entremezcla de estas dos pulsiones 15. Una vez más, la concepción de humano freudiano provenía de la observación clínica específica. Puesto que Freud había comenzado por estipular, originalmente, al sadismo y al masoquismo como dos destacados ejemplos de la mezcla entre ambas clases de pulsión, del Eros con la agresión, y ahora [adoptaba] el supuesto de que ese nexo es paradigmático, de que todas las mociones pulsionales que podemos estudiar consisten en tales mezclas o aleaciones de las dos variedades de pulsión 16. Entonces, todo humano posee dos tipos antagónicos de pulsión pero rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, ya que en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados en esa misma manera 17. Entendemos que de la acción conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida, a que la muerte pone término 18. 11 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 95, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 12 Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930[1929]), pág. 117, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 13 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 96, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 14 Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930[1929]), pág. 115, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 15 Cada una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida. Parece que nunca una pulsión perteneciente a una de esas clases puede actuar aislada; siempre está conectada decimos: aleada- con cierto monto de la otra parte, que modifica su meta o en ciertas circunstancias es condición indispensable para alcanzarla. Sigmund Freud, Por qué la guerra? (1933[1932]), pág. 193, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 16 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 97, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 17 Sigmund Freud, Por qué la guerra? (1933[1932]), pág. 193, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 18 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional

Ahora bien, cerca de 1930, Freud postularía que cuando esta pulsión destructiva se vuelve hacia el mundo exterior lo hace en forma de agresión 19, y dirigida hacia el propio sujeto tendrá una intención de autodestrucción; es justamente por esto que decide nombrarla «pulsión de muerte» 20. Freud no es necesariamente claro cuando utiliza, casi indistintamente, los términos de «pulsión de destrucción», «pulsión de agresión» o «pulsión de muerte» 21 ; pero sí lo es cuando expone su fundamentación: Lo mortífero de esta pulsión reside en sus afanes por reproducir un estado anterior 22, trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, en reconducir la vida al estado de la materia inanimada 23. Esta pulsión justifica su existencia en la repetición. Freud sostiene, entonces, que lo que mata al humano, lo que lo enferma, es una «compulsión de repetición». Pero esta repetición, la repetición como cualidad sintomática, la repetición que vemos en el síntoma, en los sueños e incluso en la transferencia, no posee una intención en el orden de lo placentero 24, sino más bien puede leerse como una repetición que, a fuerza de intentar reproducir todo lo vivido, pretenderá llevar al sujeto hacia un estado anterior. Qué estado anterior querría reproducir una pulsión como esta? La respuesta no es muy distante y abre vastas perspectivas. Si es cierto que alguna vez la vida surgió de la materia inanimada en una época inimaginable y de un modo irrepresentable-, tiene que haber nacido en ese momento, de acuerdo con nuestra premisa, una pulsión que quisiera volver a cancelarla, reproducir el estado inorgánico 25. Entonces, la compulsión de repetición se impone incluso más allá del propio placer. También fuera del análisis es posible observar algo semejante. Hay personas que durante su vida repiten sin enmienda siempre las mismas reacciones en su perjuicio, o que parecen perseguidas por un destino implacable, cuando una indagación más atenta enseña que en verdad son ellas mismas quienes sin saberlo se deparan ese destino. En tales casos adscribimos la compulsión de 19 La pulsión de destrucción vuelta hacia afuera, que así cobra el carácter de la agresión. Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 99, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 20 Y si ahora pasamos a discernir en esa pulsión la autodestrucción que habíamos supuesto, estamos autorizados a concebir esta última como expresión de una pulsión de muerte que no puede estar ausente en ningún proceso vital. Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional 21 Acaso valga la pena aclarar que si bien para Freud la doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir ( El malestar en la cultura (1930 [1929]), Amorrortu, Buenos Aires, 2004), y él mismo denominó Eros a la pulsión de conservación, jamás utilizó el término Thanatos para referirse a la «pulsión de muerte». La razón de esta metáfora puede comprenderse fácilmente, pero claramente debemos su intelección a los autores post-freudianos, no al propio Freud. 22 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional (1933[1932]), pág. 98, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 23 Sigmund Freud, Por qué la guerra? (1933[1932]), pág. 194, Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 24 Nos ha llamado la atención que las vivencias olvidadas y reprimidas de la primera infancia se reproduzcan en el curso del trabajo analítico en sueños y reacciones, en particular las de la transferencia, y ello no obstante que su despertar contraríe el interés del principio de placer. Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional 25 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional

repetición al carácter de lo demoníaco 26. La repetición traza el camino del individuo, un camino que lo acerca a la muerte. Freud no parece abandonar posteriormente esta postura teórica, pero sí la somete a modificaciones y agregados. Definitivamente, es en ella donde podemos encontrar la raíz de escritos y pensamientos posteriores -acusados de estar cargados de un férreo pesimismo- como por ejemplo Psicología de las masas 27 o El malestar en la cultura 28. Un pesimismo que terminó de coronarse con la llegada del nazismo y el exilio a Londres. 26 Sigmund Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32ª conferencia. Angustia y vida pulsional 27 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Amorrortu, Buenos Aires, 2004. 28 Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930 [1929]), Amorrortu, Buenos Aires, 2004.