Cementerio de Favores. Fede Martín Arroyo

Transcripción

1 Cementerio de Favores Fede Martín Arroyo

2 Copyright 2012 Author Name All rights reserved. ISBN: ISBN-13:

3 A los que me animaron a seguir escribiendo.

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5 AGRADECIMIENTOS A Josefa Inés García Benito por su ayuda desinteresada y sus sabios consejos para que este libro sea más legible y no tenga faltas. A Javier Romojaro por su interés, ideas para la portada y sus fotos. A Charo Vicente por diseñar y maquetar la portada del libro anterior. A María Asensio por sus está bien y animarme a seguir escribiendo. Muchas gracias a todos. i

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7 Capítulo 1 Cuando sonó el móvil a las tres de la madrugada, dormía profundamente. Estaba de guardia y tenía que estar disponible a cualquier hora. Se incorporó de la cama y miró la pantalla del teléfono, aunque no le hacía falta saber quién llamaba. Cogió una libreta y un bolígrafo de la mesilla y contestó al teléfono. Anotó el nombre y la dirección que le dieron, arrancó la hoja y la dobló para guardarla en el bolsillo junto al móvil, mientras se levantaba para ir al servicio. Se miró al espejo del lavabo y se lavó la cara. Tenía barba de tres días, pero no era el momento de afeitarse. Las noches de guardia se acostaba vestido para no perder mucho tiempo. En su trabajo, el tiempo era muy importante y no podía perderlo en vestirse. Cuando le llamaban en mitad de la noche, se calzaba las zapatillas, se lavaba la cara y salía por la puerta. Procuraba aparcar la ambulancia cerca de casa por el mismo motivo. 1

8 Fede Martín Arroyo Esa noche hacía mucho frío, era pleno mes de diciembre. Puso la calefacción al máximo y metió la dirección que le habían dado en el gps. Tuvo suerte, el destino sólo estaba a 75 kilómetros de allí, y a esas horas no tardaría más de 50 minutos en llegar. Después de callejear unos minutos, entró en la autopista que le llevaría a su destino. Le vino a la memoria el primer servicio que hizo al volante de aquel mismo tipo de vehículo. También fue de madrugada y por esa misma carretera. Estaba tan nervioso, que nada más arrancar, encendió la sirena a pesar de que, en todos los cursos que había realizado le insistieron en que solo la usase en momentos muy puntuales y estrictamente necesarios. Por suerte, en aquella época era obligatorio que fuese un sanitario acompañando al conductor en los vehículos, y fue éste el que apagó la sirena antes de despertar a todo el vecindario. Había entrado en la empresa gracias a los contactos de su padre, pensando que, ya que estaba estudiando Medicina, lo mejor sería estar cerca de los enfermos, pero en el primer año se dio cuenta de que le gustaba más conducir que curar gente. La carrera la dejó cuando llegaron los primeros exámenes, pero el trabajo lo mantuvo. A los 45 minutos estaba entrando en el pueblo que le había dicho la operadora. Enseguida localizó la calle Teresa Fuentes. Aparcó en la puerta de la vivienda. Había luz en la casa, señal de que habían avisado al paciente. Mejor así. Varias veces había tenido que despertar a la familia y meterles prisa para irse. Además de ser un poco violento, hacía que el paciente y los familiares que viviesen con él se pusiesen demasiado nerviosos. 2

9 Cementerio de Favores Llamó a la puerta con delicadeza. Le abrió una señora mayor con el pelo alborotado y cano. Tenía cara de recién levantada. - Hola, vengo a buscar a... -miró el papel donde estaba anotado el nombre-...joaquín Márquez, es aquí, verdad? - Sí. Pase. Es mi hijo. Miguel entró sin dudarlo. La estancia que vio era pequeña. Apenas era un salón minúsculo con chimenea. El típico de pueblo con mesa camilla, tres sillas y televisión vieja en un rincón. En el rincón opuesto había algunas bombonas de oxígeno y una maleta más bien pequeña. - Se está vistiendo. Necesita su tiempo le dijo la mujer. - No se preocupe señora, que no tenemos prisa. La mujer se alejó por el pasillo. Miguel aprovechó para mirar las fotografías colgadas en las paredes. En todas se veía al que debía ser Joaquín en distintas etapas de su vida; en todas aparecía con los tubos de oxígeno en la nariz. No hacía falta ser muy listo para saber que el problema lo tenía en los pulmones. Con suerte, al día siguiente tendría unos mejores y su vida cambiaría radicalmente a mejor. Era duro tener que despertarse a las tres de la mañana y conducir con aquel frío por carreteras vacías, pero siempre que veía a un paciente, al que le esperaba un futuro mejor gracias a su esfuerzo, se olvidaba de todo. Joaquín apareció por el pasillo arrastrando los pies calzados con zapatillas de estar por casa, ayudado por su 3

10 Fede Martín Arroyo madre. Su aspecto era bastante enfermizo, aunque se trataba de una persona de menos de cuarenta, parecía un sesentón: encorvado, extremadamente delgado y sin fuerzas casi para andar. Entre los dos llevaban una pequeña bombona de oxígeno para los traslados cortos. - Qué tal Joaquín? Contento? - preguntó Miguel animado. - Bueno, un poco nervioso. - escuchó decirle a través de la mascarilla. - Tranquilo, ya verás como dentro de unos días estás mejor. La mujer le ayudó a cambiarse las zapatillas de casa por unos zapatos, a la vez que Miguel le tapaba con el abrigo que éste llevaba en la mano. Salieron a la calle y, entre la madre y Miguel, ayudaron a Joaquín a entrar en la ambulancia. Le acomodó en la parte de atrás y le ayudó con la mascarilla de aire para que no gastase la suya de viaje. La madre se sentó delante con Miguel y dejó la maleta a sus pies. Cogieron la carretera nacional por la que apenas treinta minutos antes había pasado Miguel en sentido contrario, esta vez en dirección al hospital donde a Joaquín le serían trasplantados los pulmones. Por el camino, la madre le contó que llevaban seis meses en lista de espera y que estaban perdiendo la esperanza. La salud de Joaquín empeoraba día a día y la llamada del trasplante parecía no llegar nunca. La mujer estaba preocupada por el rechazo que pudiese haber a los nuevos órganos que recibiría en unas horas. Por lo visto, los médicos les habían dicho que el porcentaje de casos en que los órganos no eran compatibles entre donante y 4

11 Cementerio de Favores receptor era muy alto. Miguel intentó animarla contándole los muchos casos favorables que había vivido a lo largo de sus once años de conductor de ambulancias. - No le voy a llevar la contraria a los médicos, - intentó justificarse - pero muchas veces lo dicen para que la gente no se haga ilusiones, y si sale mal cubrirse las espaldas. Pero en todo el tiempo que yo llevo en esta empresa, sólo he visto un caso de rechazo. La señora se relajó un poco con las palabras de Miguel. Cuando llegaron al hospital ya les estaban esperando dos celadores y una enfermera. Abrieron el portón trasero antes que el conductor y la acompañante saliesen del vehículo. Sentaron a Joaquín en una silla de ruedas. Casi sin tiempo de despedirse, le llevaron dentro del hospital por la puerta de urgencias. El trabajo de Miguel había concluido. La madre le dio dos besos, a la vez que le agradecía el trasporte y las palabras de ánimo, justo antes de salir corriendo con la maleta. Los besos de la mujer hicieron que se ruborizase un poco. Se despidió de ambos, levantando la mano. - Miguel, qué tal te va? - le llamó la atención un celador con el abrigo puesto, que esperaba en un banco cercano a la puerta. Era su último compañero en el trasporte de enfermos justo antes de cambiar la normativa. Se trataba de un hombre de cincuenta años extremadamente delgado al que Miguel siempre había conocido como el Fino, llegando incluso a pensar que era su nombre verdadero. - Hombre, Fino!, no te había visto. Te toca guardia 5

12 Fede Martín Arroyo hoy por lo que veo, no? - Sí. Además, tenemos una noche de locos, no hacen más que llegar ambulancias de tu empresa para trasplantes. Creo que ha habido un accidente múltiple a las afueras y están intentando aprovechar todo lo que puedan. - Ah! se sorprendió Miguel - No he oído nada. La verdad es que otras veces pongo la radio cuando voy de camino y me entero de estas cosas. - Que te ha tocado a ti? - preguntó el celador con curiosidad. - Pulmones para un chaval. A ver si tiene suerte porque la madre estaba un poco preocupada por el tema del rechazo. En ese momento vieron llegar otra ambulancia con la sirena luminosa encendida. - Bueno, Fino se disculpó Miguel tengo que dejar sitio. - Si, y yo tengo que seguir currando, que éste me toca llevarlo a mí. A ver si nos vemos un día con más tranquilidad y nos podemos tomar un café aunque sea de la máquina, así me cuentas que tal te apañas sin mi ayuda. - Bromeó el hombre. - Pues ahora que lo dices, tengo que llevar mi coche al taller, así que un día de estos te doy un toque y me paso por el taller de tu padre. Fino se había criado prácticamente en el taller mecánico de su padre. Era un hombre al que era raro encontrar ocioso fuera de algún trabajo, llegando incluso, mientras trabajó como compañero de Miguel a 6

13 Cementerio de Favores compaginar tres empleos: celador, mecánico y sanitario en la ambulancia. Cuando entró en vigor la normativa que obligaba a los conductores a ir solos para el trasporte de enfermos, el Fino tuvo la oportunidad de quedarse en la empresa, puesto que no sólo podía llevar a gente, sino que además en sus ratos libres ponía a punto las ambulancias. Prefirió rechazarlo y dedicar más horas a su trabajo en el hospital y a echar una mano a su padre cuando lo necesitase, así como poder dedicarse, como siempre había querido, a una ONG en la que colaboraban algunos de sus amigos. - Cuando tú quieras, pero avísame con tiempo respondió el Fino. Miguel se puso de nuevo al volante. Miró por el espejo retrovisor cómo la otra ambulancia ocupaba el sitio que había dejado libre. Al ver la hora en el salpicadero confirmó que ya no tendría más servicios. Encendió la radio por si en el próximo boletín decían algo del accidente y puso rumbo al garaje donde dejaría aparcado el vehículo hasta el próximo turno. Luego podría volver a casa y dormir un poco. 7