Tesoros en vasijas de barro La vida espiritual en nuestras comunidades Retiro espiritual para comunidades salesianas Curso 2010/11 Francisco Santos Montero, sdb
Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros (2 Co 4, 7). Introducción al tema del retiro No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos que seguir cada día al Señor, dando testimonio de su evangelio. Vivimos desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20, 28). La Vida Consagrada (VC) hoy, tiene una misión en su mismo ser: manifestar que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida y le da sentido. Sólo Dios es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo. La VC expresa de forma elocuente en sí misma que todo lo admirable de este mundo es insuficiente para el corazón del hombre, porque sólo Dios Basta. Preocupados como estamos en nuestra VC de ser testigos del amor de Dios a los jóvenes, no deberíamos olvidar que la VC en sí es el principal testimonio que ofrecer de ese amor. En este retiro nos vamos a fijar principalmente en ese tesoro en vasijas de barro que es la vivencia espiritual, el don precioso que hemos recibido, a través de nuestra vida comunitaria. Intentaremos tomar el pulso a nuestra vivencia espiritual con la intención de detectar cuanto de inadecuado en ella se produzca y ofrecer una vez más los medios para profundizar la vida espiritual en nuestras comunidades. Partimos de la convicción de que nuestras vida religiosa hoy, con su acción apostólica, está originada y animada por el Espíritu Santo. Todo en ella, por tanto es vida espiritual, ya que ejercemos nuestra misión en nombre del Señor que es quien nos llama y nos envía. El principal punto de atención durante mucho tiempo ha sido el favorecimiento de la integración entre la interioridad del religioso y su actividad. Nuestro primer deber como consagrados es estar con Cristo. Un peligro constante para nuestra vida consiste en dejarnos implicar de tal forma en nuestra propia actividad por el Señor, que nos olvidemos del Señor de toda actividad. Estar atentos a las motivaciones de nuestra acción y al sentido profundo que le damos será uno de los elementos principales para nuestra reflexión, meditación y contemplación, porque si reflexionamos sobre todo lo que realizamos, meditando el sentido de nuestro hacer, podremos llegar a contemplar a Aquel que nos llama a estar con Él y nos envía a anunciar su Reino. 2
Dimensiones de nuestra vida espiritual 1. La primacía de Dios 1. La iniciativa de Dios Padre, siguiendo a Cristo, consagrados por el Espíritu Santo. El salesiano experimenta que debe responder con la entrega incondicional de su vida. Su forma de vida casta, pobre y obediente, aparece como el modo más radical de vivir el Evangelio en esta tierra, un modo se puede decir divino, porque es abrazado por Él, Hombre-Dios, como expresión de su relación de Hijo Unigénito con el Padre y con el Espíritu Santo. Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación, llega a ser, día tras día, persona cristiforme, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor resucitado. 2. La oración es el aliento indispensable de toda dimensión espiritual. Nuestra oración personal y comunitaria debe ponernos en condiciones para reconocer, adorar y alabar la presencia de Dios en el mundo y en su historia. Esta oración, sin embargo, se evidencia tan solo si nuestro corazón alcanza un grado elevado de vitalidad y de intensidad en el diálogo con Dios y en la comunión con Cristo. Deberíamos ser conscientes de esto a la hora de programar y prever momentos cotidianos y semanales cuidadosamente elegidos y suficientemente prolongados para que nuestra experiencia de oración, ayude a convertir en alimento de la unión con Dios la misma acción apostólica que realizamos. Nuestra espiritualidad apostólica salesiana nos ofrece en los jóvenes, en nuestra entrega generosa a su educación y promoción, el lugar de la historia donde Dios nos santifica mediante el ministerio apostólico que realizamos. Sin embargo, sin una vida de oración adecuada, esta percepción no resulta fácil. 3. El cuidado de la vida en el Espíritu requiere una atención particular a estos elementos que la configuran: - La Palabra de Dios. Cobrará eficacia y actualidad incluso apostólica, si la Palabra es acogida, no solamente en su riqueza objetiva, sino también en la historia concreta que vivimos y a la luz del Magisterio de la Iglesia. Vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en exégesis viva de la Palabra de Dios - La centralidad de la Eucaristía. Ayudará a renovar cada día la ofrenda de sí mismo al Señor - El sacramento de la Penitencia. No hay dimensión contemplativa sin conciencia personal y comunitaria de conversión. - El acompañamiento espiritual. En sentido estricto merece recobrar su propia función en el desarrollo espiritual y contemplativo de las personas. - La liturgia de las horas. En cuanto oración pública de la Iglesia, es fuente de piedad y alimento de la oración personal. Está ordenado a santificar el entero curso del día. - El auxilio de María. María, la Virgen en escucha; María, la Virgen en oración, modelo en el orden de la fe, de la caridad y de la unión con Cristo, modelo de disposición interior con la cual se halla estrechamente unida al Señor, lo invoca y, por mediación suya, rinde culto al Padre. Ella, en pie junto a la cruz, muestra la contemplación de la Pasión. 3
4. El cuidado de estos medios, entraña también un compromiso por una actualización permanente (formación) de nuestro modo de cultivar la vida en el espíritu como signo de fidelidad al Señor. 5. La indispensable ascesis personal y comunitaria que nos permite dar testimonio de la relación que existe entre la renuncia y la alegría, entre el sacrificio y la amplitud de corazón, entre la disciplina y la libertad espiritual. La búsqueda de la intimidad con Dios lleva consigo la necesidad verdaderamente vital de un silencio de todo el ser, incluso para nosotros, en una vida tan activa que es en el tumulto donde debemos encontrarnos con Dios. 2. La llamada a la santidad 1. Llamados a una existencia transfigurada. Los consejos evangélicos son un camino privilegiado hacia la santidad. En la medida que profundizamos nuestra amistad con Dios, nos hacemos capaces de ayudar a otros con las iniciativas que promovemos, desde lo que experimentamos en nuestra vivencia vocacional. a. En la cultura de la libertad como valor auténtico, unido al respeto de la persona humana, nuestra obediencia testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. La actitud de Jesucristo, el Hijo, desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre, y camino de lograr progresivamente la verdadera libertad. b. Con una preponderancia del materialismo ávido de poseer, nuestra pobreza, vivida de maneras diversas y siempre comprometida activamente en la promoción de la solidaridad y de la caridad subraya que es un valor en sí misma, teniendo a Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. c. En una cultura hedonista, nuestra castidad manifiesta que la fuerza del amor de Dios puede obrar grandes cosas precisamente en las vicisitudes del amor humano, que trata de satisfacer una creciente necesidad de transparencia interior en las relaciones humanas, dignificando las relaciones interpersonales. 2. Nuestra vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntos en unión de espíritu y de corazón. En la fraternidad animada por el Espíritu, cada uno entabla con el otro un diálogo para descubrir la voluntad del Padre. 3. Con un decidido compromiso de vida espiritual. Como cualquier bautizado, quien profesa los consejos evangélicos está llamado a aspirar con todas sus fuerzas a un alto grado de perfección en la caridad. Nuestros santos, con el testimonio de fidelidad a Cristo nos indican que es posible. Vivimos un modo de vida apostólica, con especial alianza con Dios, esponsal con Cristo. 3. La vida fraterna en comunidad 1. A imagen de la Trinidad, la vida fraterna quiere reflejar el misterio de comunión, configurándose como espacio humano habitado por la Trinidad, la cual derrama así en la historia los dones de la comunión que son propios de las tres Personas divinas: exigencia de fraternidad, un nuevo tipo de solidaridad en las relaciones humanas, la belleza de la 4
comunión fraterna, vivir para Dios y de Dios, con el poder reconciliador de la Gracia de Dios. 2. Amor recíproco e incondicional al hermano, dispuesto al servicio sin reservas, pronto a acoger al otro tal como es, sin juzgarlo (cf. Mt 7, 1-2), capaz de perdonar hasta setenta veces siete (Mt 18, 22), con un corazón solo y una sola alma (Hch 4, 32) por el don del Espíritu Santo derramado en los corazones (cf. Rm 5, 5). Un amor alimentado por la Palabra y la Eucaristía, purificado por la reconciliación, sostenido por la oración. 3. Exigencia interior de poner todo en común: bienes materiales y experiencias espirituales, talentos e inspiraciones, ideales apostólicos y servicios de caridad. La comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado (cf. Mt 18,20). La atención recíproca la tarea de cuidar unos de otros ayuda a superar la soledad, el perdón cicatriza las heridas, presenta a la humanidad el verdadero rostro del Señor, mostrando los frutos del mandamiento nuevo. En este sentido, los hermanos ancianos, están llamados a vivir su vocación de muchas maneras: la oración asidua, la aceptación paciente de su propia condición, la disponibilidad para el servicio de la dirección espiritual, la confesión, la guía en la oración 4. Ser epifanía del amor de Dios en el mundo 1. Consagrados para la misión. Dios llama para que le sigamos, nos consagra y nos envía a los jóvenes para imitar su ejemplo y continuar su misión. La tarea de dedicarnos totalmente a nuestra misión juvenil comporta, antes que en las obras exteriores, llevar a cabo la misión en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. 2. Al servicio de Dios y del hombre. Hemos de poseer una profunda experiencia de Dios para tomar conciencia de lo que nos piden nuestros tiempos, discerniendo con la ayuda del Espíritu Santo, porque tras los acontecimientos de la historia, en, con y bajo ellos, se manifiesta la llamada de Dios a trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda. Discernir los signos de los tiempos, para los jóvenes, en la sociedad actual, a la luz del evangelio, es la tarea que caracteriza nuestra misión hoy para poder llegar a responder a los interrogantes de los jóvenes sobre el sentido de la vida presente y futura y la relación entre ambas. Tenemos que llegar a ser un reclamo de Dios que puedan interpretar los jóvenes, habituándoles a buscar la voluntad de Dios, percibiendo con nitidez y traduciendo con valentía en opciones coherentes un modo de vivir la vida como la vivió Cristo. 3. Amar con el corazón de Cristo. Don Rua insistió mucho en su tiempo en la devoción al corazón de Cristo, igual que Don Bosco. Hemos heredado esta actitud de nuestros padres, y es particularmente significativa para nosotros, porque el corazón de Jesús es la fuente de la caridad pastoral que nos exhorta a dedicarnos a los jóvenes. Es Jesús, manso y humilde de corazón, que nos confiere la dulzura y la mansedumbre que deberían informar nuestras palabras y acciones. El corazón de Jesús nos trae el cuidado de las personas (Da mihi animas), y es la fuente de la fortaleza, del ardor y del espíritu de sacrificio que se necesita para hacer el bien (cetera tolle). 5
4. Hacernos presentes en los nuevos areópagos. Estamos atentos a las necesidades de los jóvenes, a las nuevas fronteras, nos formamos, nos actualizamos como signo de fidelidad y entrega, sabiendo que nuestro maestro interior es el Espíritu, que sugiere, que orienta, que guía, que da fuerza. El compromiso en la educación y evangelización de los jóvenes, la evangelización de la cultura, proporcionar valores humanos y cristianos a los jóvenes, dialogar con las ciencias y la cultura, ofrecer una lectura trascendente de la realidad, promover la vida interior como espacio de encuentro en libertad con el Señor de la vida que da sentido a la propia existencia. Mirando al futuro 1. Fidelidad creativa Estamos en unos años de profundos cambios, sobre todo para la VC que recibe desafíos por los más diversos estamentos (sociales, religiosos, institucionales, juveniles ). Debemos mirar no tanto al éxito de nuestras propuestas e iniciativas cuanto al compromiso de fidelidad. La fecundidad del amor de Dios no viene a menos sino que se hace más evidente mediante nuestra confianza en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y los destinos de las personas, de las instituciones, de los pueblos y también las actuaciones históricas de sus dones. Si no perdemos adhesión espiritual al Señor, a nuestra vocación y a nuestra misión, los dolorosos momentos de crisis nos indicarán que no tenemos la prerrogativa de la perpetuidad, pero también seremos conscientes de que nuestra vida consagrada seguirá alimentando en los jóvenes la respuesta de amor a Dios y a los hermanos. Esta claridad de intención nos ayuda a no sucumbir al desánimo ni tampoco a la tentación de un fácil y precipitado reclutamiento. La invitación de Jesús: Venid y veréis (Jn 1, 39) es un estímulo para presentar a nuestros jóvenes de forma adecuada, renovada, actualizada la persona de Jesús, la belleza de la entrega total de uno mismo por la causa del Evangelio y el proyecto de vida que tuvo Jesús con el estilo de Don Bosco o de cada uno de los salesianos que están en contacto familiar y cercano con ellos. 2. Testimonio vocacional profético La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta, que se hace testigo creíble, siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la Palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y el pecado. El testimonio profético exige de nosotros, apóstoles enviados a los jóvenes, la búsqueda apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión fraterna, el discernimiento espiritual y el ampro por la verdad. También, será en ocasiones necesaria la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y la fatiga de rastrear nuevos caminos de vivencia del evangelio para la construcción del Reino de Dios. Con nuestra vida espiritual el seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto somos testimonio de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes del reino. 6
Nuestra vida fraterna en comunidad es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces imperceptiblemente, un anhelo de fraternidad sin fronteras. La fidelidad a nuestro carisma salesiano, a nuestra consagración, vida fraterna y misión salesiana, son un elocuente signo de que Dios existe y su amor es capaz de llenar una vida. 3. Una formación comunitaria y apostólica Preocupados como estamos por la reorganización de nuestras obras y la reestructuración de nuestras inspectorías, no deberíamos dejar de lado la preocupación primera por estar personal y comunitariamente dispuestos a afrontar del mejor modo posible los desafíos que se nos presenten a la hora de llevar adelante nuestra misión apostólica entre los jóvenes. Esto requiere responder generosamente y con audacia, bajo la acción siempre nueva del Espíritu, decir «sí» a la llamada del Señor, asumiendo en primera persona el dinamismo del crecimiento vocacional, recorriendo nuevos caminos de formación que manifiestan la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana. Desde el momento que el fin de nuestra vida consagrada consiste en la conformación con el Señor y con su total entrega, a esto debemos orientar toda nuestra formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo. Deberá ser formación de toda la persona, y precisamente por su propósito de transformar toda la persona, la exigencia de la formación no acaba nunca. Tenemos que contar con una preparación humana, cultural, espiritual y pastoral, poniendo sumo cuidado en facilitar la integración armónica de los diferentes aspectos. Y puesto que la formación debe ser también comunitaria, su lugar privilegiado, es la comunidad. En ella se realiza la iniciación en la fatiga y en el gozo de la convivencia. En la fraternidad cada uno aprende a vivir con quien Dios ha puesto a su lado, aceptando tanto sus cualidades positivas como sus diversidades y sus límites. Aprendemos especialmente a compartir los dones recibidos para la edificación de todos, puesto que «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Co 12, 7). La formación es un proceso vital a través del cual el salesiano se convierte a Dios, desde lo más profundo de su ser y, al mismo tiempo, aprende el arte de buscar los signos de Dios en las realidades juveniles. En una época de creciente marginación de los valores religiosos por parte de la cultura, nuestra formación, así entendida, resulta doblemente importante: gracias a ella, el salesiano no sólo puede «ver» con los ojos de la fe a Dios en medio de los jóvenes que no tienen en cuenta o ignoran su presencia, sino que además puede hacer «sensible» de un modo más claro su presencia mediante el testimonio de la vivencia del carisma salesiano, ya que enviado a los jóvenes por Dios, que es todo caridad, el salesiano es abierto, cordial y está dispuesto a dar el primer paso y a acoger siempre con bondad, respeto y paciencia (Const. 15). 7
Pistas para la oración, reflexión y diálogo Intentando mirar con fe ante el Señor, en oración nuestra vida espiritual, procuremos dialogar con Él y con los hermanos sobre algunos de estos aspectos: LA PRIMACÍA DE DIOS (cf. Vita Consecrata 17-19; 35; 39; 88-90) Mi aprecio por la llamada a la santidad, al seguimiento de Cristo y al compromiso con el Evangelio Vida de oración, abierto al Espíritu que me configura a Cristo Valor de la Palabra de Dios en mi vida VIDA EN COMUNIDAD (cf. Vita Consecrata 41-45; 69-71) Valor de la comunidad como signo de fraternidad Importancia que tiene en mi vida el compartir en la fe y los encuentros comunitarios. En qué hechos concretos hago consistir el cuidado de los hermanos. MISIÓN (cf. Vita Consecrata 72-83; 96-99) Mi entrega a los jóvenes (momentos, lugares, disponibilidad) Valor de la formación continua como respuesta de fidelidad a Dios ANIMACIÓN VOCACIONAL MIRANDO AL FUTURO (cf. Vita Consecrata 63-71) Mi testimonio de vivencia alegre de la vocación salesiana Criterios de discernimiento vocacional 8