CAPÍTULO I. La vida y el alma humana I. LA NATURALEZA HUMANA



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Transcripción:

CAPÍTULO I La vida y el alma humana I. LA NATURALEZA HUMANA Como decíamos anteriormente, trataremos de proceder didácticamente, en espiral, desde lo menos complejo hasta lo más alto, se trata de acceder a mayores niveles, tomando pie en lo ya visto, para proseguir. A continuación trataremos sobre los grandes aportes que la filosofía tradicional nos ha legado. En primer lugar, sobre la naturaleza humana. A manera de introducción recordaremos que la noción de naturaleza, de physis, es una noción griega que significa principio de operaciones y hace referencia a aquellos seres que poseen una dimensión dinámica interna. Las llamadas sustancias naturales, las que poseen naturaleza, tienen un principio intrínseco de movimiento: son los seres vivos. Dentro de estos seres hay diversos grados, el vegetativo de las plantas, el sensitivo de los animales y el nivel humano que es el racional. Los seres vivos humanos se diferencian de los vegetales y de los animales poseen logos, inteligencia, y por tanto son seres libres. De esta manera podemos distinguir la naturaleza 39

humana de aquellas otras sustancias que están en el universo, las cuales no poseen inteligencia ni libertad. Así pues la naturaleza humana, la physis humana, está especificada por la presencia de la inteligencia, de la racionalidad humana, por consiguiente, las operaciones humanas están especificadas por la razón. Esto es lo diferencial de las operaciones humanas. Todos los seres vivos poseen naturaleza, tanto los animales como los vegetales, como el hombre. Un ser vivo se distingue precisamente por poseer el alma, forma vital, principio intrínseco de movimiento, que establece la diferencia respecto de los seres inertes. En cambio el alma vegetativa o el alma sensitiva, no está especificada por la racionalidad y por tanto no son libres. De manera que para empezar, podemos hacer algunas distinciones. Los seres inertes (se pueden llamar también sustancias naturadas), son los seres que no poseen naturaleza. Son sólo sustancias hilemórficas: compuestos de materia (hylos) y forma (morfé) sin movimiento intrínseco. Luego tenemos otro nivel, el de las sustancias naturales. A diferencia de las anteriores poseen no sólo materia y forma sino que su forma es natural, tienen naturaleza que es como hemos dicho un principio intrínseco de movimiento. Los seres inertes se diferencian de los seres vivos precisamente en que estos últimos poseen automovimiento, pueden moverse por sí mismos, debido a que poseen esa forma natural llamada alma. En cambio un ser inerte no posee intrínsecamente el movimiento sino que para moverse necesita de un agente externo. A su vez, dentro de los seres vivos se pueden distinguir aquellos niveles que mencionábamos antes: el vegetativo, el 40

sensitivo y el humano. Sólo en este último se da la presencia de la racionalidad y con ella de la voluntad; por tanto tenemos una naturaleza que hace posible el obrar libre, en cambio en los niveles anteriores la operatividad está pre determinada. Vistas de modo general estas diferencias nos detendremos a considerar lo que es la vida y el alma humana, así como sus operaciones. La realidad humana es tan compleja que para empezar a conocerla es preciso detenerse en los aspectos más básicos, relacionarlos y poco a poco ir aclarándonos sobre su naturaleza, sobre sus operaciones, sobre su esencia. II. LA VIDA Y EL ALMA HUMANA Precisamente, las primeras averiguaciones sobre la naturaleza humana fueron realizadas desde la perspectiva de la psicología filosófica, según la cual lo primero que se puede ver en el ser humano es que es un ser viviente, que tiene psyché, alma. El hombre es entonces un ente vivo que comparte semejanzas y a la vez se diferencia del resto de vivientes. A. Qué es la vida? Intentemos pensar por un momento sobre qué es lo que entendemos por vida. Podemos partir de la experiencia que todos tenemos al escuchar en las letras de las canciones, de los poemas, hasta las conversaciones cotidianas y los mensajes publicitarios. De alguna manera entendemos lo que quiere decir la vida, inclusive si lo que más inmediatamente se nos ocurre es pensar en lo contrario de la vida que es la muerte. Lo primero que se puede advertir es que la noción de vida no designa un ser, una substancia. Se trata de una realidad 41

que podemos conocer a partir de los seres vivos. La vida designa un carácter de ciertos actos, y en consecuencia, una propiedad del viviente que es el que realiza estos actos. Una vía para saber lo que es la vida ha sido partir de la observación de los seres en los que la vida se manifiesta. Qué es lo más propio de la vida? Nos percatamos entonces que siempre que se trata de un ser vivo, éste tiene un dinamismo particular que se debe a la capacidad de movimiento propio que posee. Tomás de Aquino, por su parte afirma: «Decimos que un animal vive cuando tiene el movimiento desde sí mismo; es decir, cuando no necesita que otro principie su movimiento», y «El nombre de vida se puso para significar la substancia a la que por naturaleza conviene moverse espontáneamente, o a sí misma». Así pues, tenemos que la automoción es la característica principal del ser vivo. Esta automoción supone tener dentro de sí el principio del movimiento, lo cual nos introduce en un tipo de actividad intrínseca muy particular que, para empezar, supera al simple cambio local, que es el movimiento externo de un lugar a otro, porque en el ser vivo donde principalmente se da el movimiento es en el interior de sí mismo, por lo cual el viviente, a diferencia de un ente inerte, tiene «interioridad». Ese principio intrínseco de movimiento es lo que se denomina psyché -alma-, de modo que vida y alma son correlativas. Donde hay vida hay alma y siempre que exista un alma hay vida. La posesión del alma es lo que hace que la vida no sea estática, sino radicalmente dinámica. Aristóteles al hablar 42

de la vida se refiere a la «vita in motu»: vida en movimiento. Según el Estagirita, «para el viviente vivir es ser», es decir que en el viviente ser y vivir es lo mismo. Esta declaración es muy importante, y, aunque no sea la máxima averiguación sobre el ser humano, su conocimiento sugiere horizontes muy interesantes. Luego dirá Aristóteles que la vida (enérgeia) más alta para el ser humano es el conocimiento intelectual (práxis téleia) y en la vida moral será tajante al no dejar camino posible: o crecer (lo propio de la vida) o morir. Y el crecimiento o perfeccionamiento estará conducido, según su herencia socrática, por la inteligencia humana lo que da lugar a la virtud moral. La actividad del hombre es entonces superior a la de los demás vivientes debido a sus actos más propios, y la intensidad y profundidad de esos actos posibilitará su irrestricto crecimiento. De acuerdo con la concepción clásica de la vida humana, un ser humano vivirá más intensa y profundamente cuanto mayor y mejor sea su actividad intelectual y volitiva, que brotando del interior del hombre se manifiesta en sus acciones externas. Actualmente, en la psicología se suele usar el término atonía vital para señalar un estado de falta de vigor o de vitalidad en un sujeto. En el lenguaje corriente este nivel de atonía (a=sin, tono=vigor, energía) se manifiesta cuando se dice de un ser humano que «no lleva el motor dentro de sí mismo», cuando ha renunciado a llevar él mismo las riendas de su propia vida y está en una situación tal que necesita ser movido por otro u otros. Esto nos lleva a recordar que se suele decir que la vitalidad, el vigor, es propio de la juventud, sin embargo conviene precisar que según este planteamiento la vida más alta se 43

refiere al nivel de vitalidad espiritual, el cual es independiente de los años y la edad. La vida de una persona madura puede ser muy intensa y fecunda, mucho más que la de un joven adolescente que a veces por escasa vitalidad espiritual puede estar en una situación de abandono en que el predominio lo tienen sólo sus operaciones vegetativas o sensitivas. También se podría dar el caso contrario, que se haya vivido mucho, pero no se haya vivido bien, con lo cual sí se puede tener una escasa vitalidad espiritual, que se nota por ejemplo en la cancelación del interés por conocer y profundizar más en la realidad, por la acidia, el desencanto, entonces se vive de la trampa, egoístamente; en esta situación sí tendríamos una auténtica vejez. Por qué se aburren los jóvenes, si -como se suele decir- están en la flor de la vida? Por qué hay vidas marchitas? De acuerdo a lo que llevamos diciendo la causa es que no han cuidado bien de su vitalidad espiritual. El alma que tiene un joven es de naturaleza racional, como hemos dicho antes, sin embargo puede ser que la actividad intelectual y volitiva brillen por su ausencia, y entonces sólo se deja llevar, atendiendo a los reclamos de su propia sensibilidad, del modo como se sienta, del me gusta o no me gusta, o del reclamo de estímulos externos, frecuentemente manipulados. En esa situación no es de extrañar que caiga en el aburrimiento, o en las depre de los domingos por la tarde, situación que más o menos se describe de la siguiente manera: que los domingos por la tarde un joven se encuentra aburrido y entonces presiona el botón de la televisión para distraerse, pero que después de varios programas, se aburra y entonces busca como salir de ese estado y pone la radio, pero también después de algún rato lo tiene que apagar porque sigue aburrido, y entonces busca desesperadamente algo que le distraiga y 44

llama a los amigos, con ellos puede estar un rato en la esquina hablando de cualquier cosa, hasta que también le aburren y entonces si no hay ningún plan de salir a una discoteca, a tomar unos tragos, etc. sobreviene nuevamente la amenaza del aburrimiento. Es evidente que han habido algunos intentos de salir de esa situación, qué es lo común a todos ellos? que se invocaba a una dinámica externa para que se encargara de operar dentro, con lo cual ya se ve que el individuo en este caso no tiene el motor dentro, inclusive se podría decir que dentro, es decir en las interioridades de aquel sujeto no hay nada, y por tanto se tiene que recurrir a algún recurso externo, unas cervezas, un espectáculo, etc., para cargar las energías que dentro no se tienen. B. Operaciones elementales del ser viviente. En el nivel más básico o elemental se encuentran las operaciones vegetativas que aunque son propias de los vegetales también las poseen los animales y el ser humano. Dichas operaciones son principalmente las siguientes: 1. La auto-organización: es la actividad básica del ser vivo. Consiste en la diferenciación de partes y coordinación de funciones. Toda organización empieza por ser básicamente ésto: diferenciar elementos y coordinar sus funciones, y en la medida en que esto no se haga se habla de desorganización y en consecuencia de muerte. También se pueden distinguir diferentes niveles en esta organización. El cuerpo vivo es un organismo, está constituido por órganos diferentes, con funciones específicas, que concurren al bien del conjunto. Esta base orgánica también es propia de animales, plantas, y es una de las dimensiones del ser huma- 45

no. La desorganización del viviente comporta la pérdida de su vida, la muerte. Por esto se suelen hacer equivalentes las frases: cuerpo vivo y cuerpo organizado. También se suele decir que la organización es un principio básico en la vida personal y en la vida de las instituciones, en que hay que dividir las partes y funciones y coordinarlas. 2. La nutrición: es la transformación de una sustancia inerte en la substancia misma del ser vivo. El agua fuera del viviente es una sustancia inerte, por ejemplo el agua que se sirve en la mesa; sin embargo cuando el ser vivo la bebe la asimila de tal modo que el agua en el ser vivo está viva. Los alimentos, las moléculas de carbono, de oxígeno, etc., fuera del viviente son sustancias inertes, en cambio cuando son asimilados por el viviente, por ejemplo en la fotosíntesis, cobran vida en el viviente. Propiamente las sustancias nutritivas no alimentan al ser vivo, sino que éste «se» alimenta. La nutrición es una operación inmanente que es fundamental en el viviente, y si deja de hacerla o la realiza mal, pone en juego la continuidad de su propia vida. En cambio si se realiza bien sostiene al viviente y hace posible su desarrollo y su reproducción. 3. El crecimiento: El ser viviente tiene una dimensión temporal, cuenta con un tiempo entre nacimiento y muerte en el cual está llamado a desarrollarse. Por ello se ha afirmado que crecer es una manera de aprovechar bien el tiempo. El viviente al dedicarse a crecer hace eso precisamente, hace que el tiempo juegue a su favor. Ahora bien, el crecimiento no sólo es aumento en el sentido de acumulación en el plano material, si esto fuera así se daría crecimiento, por ejemplo, en la simple yuxtaposición de zinc con otras sustancias como el cobre. 46

Aumentar no es crecer, sino que éste incide radicalmente en las facultades del viviente, de manera que el crecimiento se asienta en su misma naturaleza. Por otra parte, el crecimiento, como la nutrición, se realiza no aisladamente, sino en contacto con un hábitat externo, con el cual se establecen diferentes relaciones. El viviente está en relación con su medio, del cual recibe diferentes influjos externos, algunos de los cuales pueden ser positivos como en el caso de los nutrientes que hacen posible su desarrollo, pero también puede recibir influjos externos negativos que amenazan su desarrollo o crecimiento. Al respecto se podría decir que el viviente tiene muchas «defensas», desde el mismo nivel orgánico. Por ejemplo, si se ha ingerido una sustancia nociva las células del viviente luchan contra ella. Sólo si aquella es muy poderosa y no puede ser fagocitada adecuadamente, sobreviene la destrucción del organismo vivo y le acaece la muerte. A diferencia de otros vivientes, el ser humano posee un grado de vida superior, que no tiende a lograr el equilibrio homeostático, sino que posee la capacidad de influir en el medio ambiente adecuándolo a favor de la propia vida humana. Por lo demás, el ser humano puede habérselas con los influjos externos de muchas maneras y hasta con inventiva. Un hecho significativo es la capacidad de «cambiar de signo» a los acontecimientos o influjos externos. Por ejemplo, un mal, un acontecimiento, una ofensa grave que una persona reciba de otra podría amenazar su crecimiento, incluso hay quien entonces ve detenerse su vida o ya no quiere seguir viviendo; pero 47

si sabe recibirlo, si aquello es dotado de sentido, si saca fuerzas, si aumenta sus recursos; entonces puede perdonar convirtiendo aquellos males en bienes, y entonces sigue adelante más fortalecido. En este sentido también cabe aplicar el dicho popular de que lo que no mata, alimenta. Precisamente por esto, no debemos desconcertarnos demasiado cuando aparezcan dificultades y tengamos problemas, en primer lugar por que estos son inevitables, no es posible evitar los influjos externos tanto positivos como negativos, ni podemos vivir dentro de una campana de cristal. Cuando alguna vez me ha dicho un alumno que tenía problemas, he tratado de decirle con simpatía felicitaciones por que ahora crecerás, aprenderás a luchar, sacarás de tu interior muchas energías, etc. Para hacer frente a los problemas lo primero es no gastar energías lamentándose sino emplearlas para sacar el mayor provecho posible a favor de nuestro desarrollo personal y el de los demás. Los problemas en la vida humana deben ser vistos como de ordinaria administración. 4. La reproducción: en el nivel orgánico es la operación mediante la cual un organismo dota a un nuevo organismo con la carga genética que le hace semejante al primero. Para que se realice la reproducción es necesario que el viviente haya alcanzado un grado determinado de crecimiento o madurez. La madurez es pre-requisito para la reproducción. En el ser humano se puede hablar de madurez orgánica o biológica, de madurez psicológica y de madurez espiritual. Por tanto, la reproducción humana puede y debe integrar todos esos aspectos de la madurez humana y no reducirse sólo al aspecto biológico, por esto la procreación humana tiene connotaciones morales. En el plano espiritual también se puede hablar de «producción» cuando se obtiene la respectiva madurez humana, por 48

ejemplo un sabio, un científico, cuando «produce» intelectualmente es porque ha llegado a un grado de desarrollo intelectual, a una madurez, que le lleva a realizar una tarea intelectual muy fecunda. También un verdadero maestro con su magisterio puede hacer posible un semejante, por ejemplo un discípulo, cuando adquiere una cierta madurez intelectual y personal. C. Características del ser vivo Conforme a lo que hemos visto, podemos decir que al poseer la vida el viviente se caracteriza principalmente por: 1. La automoción. Tal como explicamos anteriormente, la automoción es la característica principal de todo ser viviente. Esta automoción se debe a la posesión del alma, llamado principio intrínseco de movimiento y esto es lo más diferencial respecto de los seres inertes. Este dinamismo peculiar tiene diversos niveles o grados. En lo que se refiere al ser humano, éste se encuentra en continua actividad y no sólo en el ámbito fisiológico (las operaciones del sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, etc.) o en la actividad meramente sensible (mirar, imaginar, recordar, etc.) sino en la actividad más alta, la espiritual (entender, razonar, amar, etc.), es más, estas últimas están a menudo muy relacionadas. 2. Inmanencia. La actividad más propia del ser vivo no es actuar sobre otros sino actuar sobre sí mismo. Esto es lo que se ha denominado actividad inmanente (in: dentro y manere: permanecer dentro). En virtud de este tipo de actividad, el viviente puede actuar sobre sí mismo (aquí se usan con alguna frecuencia los verbos reflexivos, por ejemplo, trasladar- 49

se, nutrirse, desarrollarse, etc.) Así pues la actividad inmanente tiene el fin en sí misma y ella misma es el fin. La inmanencia se da en el plano del conocimiento, de lo cual hablaremos en su momento, pero también se da, en cierto modo en la vida práctica. Así podemos observar que esa inmanencia habla de un «dentro», de una interioridad, de tal manera que todo lo que se hace, también lo que se hace externamente, queda de alguna manera «dentro» del propio sujeto. Por esta razón se puede decir que en nuestra vida los «out put» las salidas, son «in put», entradas, o dicho más claramente, que todo acto que «sale» de nosotros «regresa» sobre nosotros mismos, configurándonos. Los seres humanos tenemos que ser conscientes de esta inmanencia humana que por ser tal convoca a toda nuestra actividad. No tenemos «compartimentos estancos», según los cuales podamos decir por ejemplo que hay cosas que hacemos externa o técnicamente y que eso no tiene nada que ver con nuestras instancias interiores. Cada vez que actuamos muchas de nuestras facultades se ponen en actividad, de manera que después de cada actuación quedan configuradas nuevamente. Así por ejemplo, a veces se dice que una cosa es «la vida pública y otra la vida privada» o también se oye decir que «los negocios son los negocios», son aparte. Todos nuestros actos libres tienen unas consecuencias no sólo externas sino interiores. Por lo tanto, los negocios no son operaciones aisladas, si son malos negocios son realmente malos negocios, en cuanto que el sujeto queda después muy deteriorado. Algo parecido se puede decir de la «vida pública» y de la «vida privada», las cuales están muy interrelacionadas. Uno no puede permitirse un acto en cualquiera de esos dos ámbitos 50

y pensar que no le afecta al otro. Aún un pensamiento muy interno, aquel que pareciera que nadie se da cuenta, influye en la actuación posterior en cuanto deja más o menos debilitado, más o menos fortalecido al sujeto. En la Filosofía socrática esta consecuencia interna de los actos humanos era continuamente puesta de relieve. Platón recibió una lección viviente, cuando su maestro prefirió la muerte a una vida sin verdad, puesto a elegir no le quedó más alternativa que elegir la muerte. Hasta ese punto valoraba la vida auténtica, porque una vida sin verdad, aunque fuera larga, en realidad no era una vida verdadera, era la muerte. Tal legado socrático fue reconocido por Platón quien lo puso de manifiesto en sus escritos. Es conocida la clásica pregunta que Platón pone en labios de su maestro, Sócrates, en uno de sus diálogos: qué es peor, recibir una injusticia o hacerla? La respuesta es muy esclarecedora, ya que Platón considera que es peor hacerla porque en este caso el propio sujeto es el que se hace malo. De manera que siendo las dos cosas un mal (no se podría decir que recibir una injusticia es algo bueno), lo que es peor o «más malo» es realizar la injusticia. Sólo sería peor el recibir una injusticia si el que la realizara no tuviera consecuencias interiores, pero como los actos humanos son inmanentes entonces las hay inevitablemente, de manera que la injusticia que «sale» al exterior, que va hacia la otra persona, «regresa» sobre el propio sujeto, quien acusa ese mal, esas consecuencias, interiormente. Las facultades de aquel hombre no quedan igual antes de haber realizado la injusticia que después, por lo cual él mismo sufre los efectos, qué es lo que ha tenido que hacer con su inteligencia, con su voluntad, con su sensibilidad, al realizar 51

ese acto injusto, al no darle al otro aquello que le corresponde? Esas facultades quedan debilitadas y en cierto modo dañadas, ha introducido el mal dentro de sí mismo, de manera que si es muy tonto todavía puede pensar que el daño se lo ha hecho al otro, no es seguro que sea así, si aquel que recibió la injusticia aumentó sus recursos interiores, le «cambio de signo» a ese mal y lo convirtió en bien, entonces sale fortalecido, gana, en cambio el hombre injusto sale perdiendo. Por esto se puede decir que el egoísta además de malo es tonto; porque a veces piensa que sacrificar el bien de los demás en favor del propio es necesario para cuidar de sí mismo y por tanto miente, finge, maltrata, ofende, roba, etc.; sin darse cuenta que su acción revierte sobre sí mismo. En cambio, al hacer una obra buena en favor de otro quien resulta beneficiado es él mismo, en su interior, en sus facultades, adquiere una ganancia interna, aún si el otro no estuviera bien dispuesto al recibirla. Esta averiguación sobre el ser humano es muy importante y es necesario revalorarla actualmente, es la clave de una disciplina que forma parte de la antropología: la ética, y que se podría expresar con una advertencia, semejante a la de aquel autor que solía decir: «Tenga Ud. piedad de su propia alma!», «no sabe hasta qué punto se estropea con ese capricho, con esa ligereza, con ese comentario, con esa mentira, con ese pensamiento, con aquel sentimiento, con aquella acción». En el mismo sentido se puede entender el mandato evangélico de «ama al prójimo como a ti mismo», es decir, «obra a su favor, no le estropees, así como tienes que obrar a favor de ti mismo, no estropeándote». Es el recto amor de sí mismo el que cuida de no estropearse y consiguientemente, de 52

perfeccionarse, fortaleciendo, no degradando sus facultades humanas. Decíamos que es necesario revalorizar actualmente esta verdad sobre el hombre, precisamente ahora cuando cuentan mucho los «resultados», «el éxito», «las apariencias», «la imagen externa», etc. Hay que advertir que entre los resultados están inevitablemente los resultados interiores, no sólo los exteriores. Esto se tiene que saber en el ámbito laboral, lo tienen que saber todos los miembros de aquella institución, también los directivos, quienes tienen que favorecer esa ganancia interna en su equipo de colaboradores. Una empresa, de cualquier tipo, económica, educativa, familiar, etc., sólo tendrá vitalidad y continuidad en el futuro si entre los recursos cuenta con un buen equipo, que no es cualquier grupo de personas y que no se improvisa. Por otra parte la formación de los cuadros directivos y de los equipos de colaboradores es uno de los motivos por los que las relaciones empresa-universidad tienen que estrecharse aún más. Si se trata de tener un buen equipo y se afirma que con un buen equipo se va a cualquier parte, para poder ir realmente a cualquier parte, en el sentido de competitividad, para crecer, para alcanzar metas cada vez más altas, es importante tener en cuenta esta verdad sobre los «recursos» humanos. Si están estropeados, si el propio directivo los estropea, no se puede ir a ningún sitio, no se crece y la «organización» entra en pérdida. Por ejemplo, un directivo que ponga unos incentivos económicos muy altos para subir las ventas de su empresa «a cualquier precio», es decir, fomentando acciones poco lícitas como la coima u otras injusticias, no puede ser tan torpe como para no darse cuenta de hasta qué punto está estropeando a 53

sus agentes de ventas, y después sería todavía más tonto si esperara de ellos lealtad, cuando ya los ha corrompido previamente. En general, al actuar externamente tenemos que tener en cuenta que la vida humana tiene sus requerimientos, nuestras operaciones vitales son inmanentes, es decir que alcanzan su fin en sí mismas, en su propia operatividad, de manera que nuestros actos redundan sobre nosotros mismos aunque no seamos conscientes de ello. A menudo vivimos volcados a lo exterior, que nos reclama, nos seduce o nos atrae y podemos olvidar que dentro de nosotros se está produciendo una gran actividad y movimiento interior, nuevas configuraciones, inclinaciones, hábitos, etc. El mundo exterior es muy importante, pero no puede llevarnos a descuidar el ámbito interno de la vida. Es importante lo que hacemos externamente, los resultados externos de nuestra actuación, pero más importante es «lo que nos pasa» a nosotros dentro mientras hacemos aquellas cosas, por ejemplo, mientras trabajamos, cuando hablamos, etc. Si no estamos atentos a esa realidad, tampoco podemos acoger bien lo de fuera, sino que se acoge mal o descuidadamente. Evidentemente, hay diferentes modos de inmanencia en los seres vivos, ya que no es el mismo automovimiento el que realiza un animal, o una planta o un ser humano. Los grados de vida dependen de los grados de inmanencia de su actividad. La inmanencia más intensa, en la vida humana, sólo se da en el nivel espiritual. A continuación veremos rápidamente los diferentes niveles de vida, para destacar mejor lo específico de la vida humana. 54

D. Los niveles de vida 1. Vida vegetativa Sus operaciones características son aquellas básicas o elementales, organización, nutrición y reproducción, a las cuales nos hemos referido anteriormente. El vegetal como todo ser vivo tiene alma que es su forma o principio vital, y que es la que pone en marcha toda su actividad vegetativa. El alma vegetativa no es inmaterial no la vemos, pero no espiritual, lo cual a veces se presta a confusión. Inmaterial no es igual que espiritual. Aunque lo espiritual es inmaterial, no todo lo inmaterial es espiritual. Inmaterial puede ser una ley física, biológica, moral, etc., o una operación numérica por ejemplo, la cual puede tener una entidad inmaterial, no lo podemos ver con los sentidos; pero de ahí no se puede decir que sea espiritual. Aún con ser inmaterial el alma vegetativa se termina cuando las partes del ser vivo vegetal se destruyen. Esas leyes inmateriales, biológicas, que surcan el organismo del vegetal permanecen mientras sus partes corpóreas están vivas, sin embargo desaparece en ausencia de éstas ya que el alma vegetativa está muy unida a lo material. En cambio, lo espiritual es aquello que puede tener una vida independientemente de lo corpóreo, su existencia trasciende lo material. Por ejemplo: los actos intelectuales como los de entender, el amar no son orgánicos. Por su parte, la vida vegetativa está supeditada a lo corpóreo, sus operaciones se realizan orgánicamente. Por ello el alma vegetativa no es subsistente por no ser espiritual, desaparece, muere, deja de existir en el momento en que lo material se desorganiza. 55

2 Vida animal Es un poco más compleja que la anterior. Está caracterizada por la vida sensible es decir por el conocimiento a través de los sentidos y el consiguiente apetito sensitivo. En el alma animal también nos encontramos con un principio vital inmaterial, sin que ello signifique que el animal tenga alma espiritual y por tanto subsistente después de la muerte o desintegración corpórea. El alma animal está supeditada a lo orgánico. Las características más importantes del alma animal son: a. Es superior al vegetal ya que a diferencia de éste conoce y por consiguiente apetece. Los animales, además de realizar funciones de organización, nutrición, crecimiento y reproducción usan los sentidos externos (la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto) y los sentidos internos (el sentido común, la imaginación, la memoria y la estimativa) El animal cuenta con unos nueve sentidos principales, y en esto se parece al ser humano que también los posee. En el ser humano los sentidos tienen una base orgánica, como en los animales y no se ejercen independientemente de lo corpóreo. Los sentidos no son exclusivos del hombre, aunque el alcance que tienen en los seres humanos sea mayor debido a la presencia de las facultades superiores como son la inteligencia y la voluntad. b. Es inmaterial pero no es espiritual, ya que depende del cuerpo. En cambio, el alma humana sí es espiritual porque el hombre puede abstraer, entender, amar, etc.; y estos actos no son orgánicos. No se puede decir, por ejemplo, que se ame con un órgano. Uno ama con todo su ser. En algunas ocasiones se puede representar el amor con el corazón, pero esto sucede porque estamos muy dados a imaginar y a veces no sabemos 56

cómo conocer si no es con imágenes sensibles. Pero el acto de amar es un acto distinto de una simple afección del órgano. Con éste se puede sentir, pero amar no se reduce al sentir. Debido a que el alma animal no es espiritual es por lo que es multiplicable ya que es todavía dependiente de la materia, en cambio, eso no ocurre en el ser humano, cuya alma es espiritual, el ser humano posee un acto intelectual que es personal, no se adquiere por vía hereditaria. c. Conlleva ausencia de pensamiento y ausencia de lenguaje. Se habla de un cierto «lenguaje» en los animales, pero es diferente la comunicación de voces inarticuladas y el lenguaje articulado que tiene un significado, que remite a una realidad a la cual se alude y que supone la comprensión intelectual del signo en cuanto tal. d. Es engendrada y corruptible, lo cual se deriva de lo visto anteriormente. El alma animal comienza y cesa con lo orgánico. Comienza a existir cuando el cuerpo está suficientemente organizado (en la dotación corpórea intervienen los padres) y cesa cuando está desorganizada, por encima de un cierto límite (por influencia de agentes externos destructivos, o por el desgaste de los propios órganos). La muerte resulta de la lucha del organismo contra las fuerzas de destrucción, y es parte del proceso de envejecimiento. e. Posee apetición. En el animal el conocimiento sensible está relacionado sólo con la conducta práctica, es decir, con la acción que instrumentaliza los medios para conseguir el fin, aunque el conocimiento de éste en cuanto tal le está vedado al animal. 57

En el animal no cabe el «detenerse» a pensar, a planificar, ni tampoco el penetrar intelectualmente en la realidad. Las cosas, su entorno, los otros animales, las personas, sólo son conocidos por el animal, y consiguientemente apetecidos, en cuanto tienen que ver con sus actividades propias como el comer, dormir, aparearse, sentir, etc., pero jamás las llega a considerar en cuanto tales. Por ejemplo, el animal conoce a «éste» que es su dueño, que le prodiga la comida, que le hace sentirse protegido, etc., conoce «aquel» rincón o lugar en el que le ponen la comida, duerme, etc. Pero de este conocimiento concreto no debe sacar propiedades, características generales, etc. Por otra parte, como se sabe, con el conocimiento siempre se despierta la apetición, en este caso dado que el conocimiento es sensible se ponen en marcha los apetitos sensibles. En los animales no existe inteligencia que pueda dirigir o retirar la atención de determinados objetos libremente, por lo tanto, no tienen control de sus apetitos, sino que su conducta es instintiva, no pueden ejercer un dominio racional sobre ella, debido a esto es que frente a la presencia del objeto inevitablemente despliegan emociones o sentimientos los cuales son a veces complejos como amistad, ternura, ira, temor y venganza. 3) La vida humana. Es el nivel de vida más complejo porque involucra la vida vegetativa y sensitiva, cuyas operaciones integra dentro de la racionalidad humana que es lo más alto que posee. A estudiar la vida humana, el alma y sus diferentes actos y operaciones nos dedicaremos en los capítulos que vienen a continuación. 58

III. EL ALMA HUMANA A. Noción de alma. Como ya vimos, el alma es lo que constituye al organismo vivo como tal, diferenciándolo de los seres inertes e inanimados y, por tanto, no es una noción exclusivamente humana. Sin embargo el alma debe entenderse bien, lo cual no es fácil. El alma en composición con el cuerpo no se opone a éste, porque un cuerpo es un organismo vivo que ya posee alma. Es más, en rigor no se tendría que hablar de un cuerpo muerto, que propiamente no es un cuerpo sino un cadáver. Un organismo vivo o un cuerpo animado no es, por tanto, un cuerpo más un alma, sino que el cuerpo ya está organizado por el alma. Como es sabido, según la sentencia clásica, el alma es el primer principio de un cuerpo vivo que tiene la vida en potencia. Tomás de Aquino, siguiendo la tradición aristotélica sostiene que el alma es el primer principio vital. Según lo que hemos visto, los seres vivos se distinguen de los inertes por poseer un alma gracias a la cual poseen una cierta intimidad o simultaneidad consigo mismos y por lo tanto son capaces de ejecutar operaciones inmanentes. Aristóteles define al alma psique- como el acto primero del cuerpo que posee la vida en potencia. El alma es actualidad de un cuerpo natural orgánico. El ser vivo es aquel cuya propia forma (principio activo intrínseco) hace posible su automovimiento (autorrealización). Es necesario contar con unos elementos materiales, la disposición de los diferentes elementos que conforman los distintos órganos que hacen posible que un cuerpo tenga vida; pero es el alma quien actualiza esa potencialidad corpórea. 59

Por tanto, según la concepción aristotélica, el alma es acto final y primero. Es acto primero porque constituye cualitativamente al cuerpo en tanto que cuerpo vivo y final porque constituye la perfección última por la cual se constituye el organismo viviente como tal. De ahí que se suele decir que el alma es el principio remoto de operaciones, aquello por lo que primeramente vivimos, sentimos, nos movemos y entendemos, es decir que el alma es principio de las operaciones. El alma, no es por tanto, una sustancia o un órgano como el corazón o el cerebro, sino un principio vital. Es importante insistir que el alma es el acto primero del cuerpo que posee la vida en potencia, porque así se puede prevenir tanto el dualismo como el fisicalismo. El dualismo sostiene que existen dos realidades que van separadas, cada una por su lado, independientemente: el alma y el cuerpo. El problema que aparece inmediatamente es la relación entre los dos elementos. El fisicalismo por su parte reduce el alma al cuerpo, es decir entiende al alma constituida por elementos físicos determinantes y nada más; con lo cual reduce al ser vivo a sus constituyentes materiales u orgánicos. Así pues, Aristóteles sostiene que por medio del alma el cuerpo posee vida, y pone un ejemplo diciendo que si el ojo fuera el cuerpo, el alma sería la vista. Por otra parte, la vista no es el simple órgano, sino que está animada, es decir, está viva, si no lo estuviera entonces no hay vista; cuando se habla de un ojo de cristal sólo se está hablando de ojo en sentido equívoco. El órgano por sí sólo no puede ejercer la función si no estuviera vivo. La relación entre el ojo y la vista es semejante a la del cuerpo y el alma porque la vista es la operación y el acto propio del ojo, con la diferencia de que la actividad del ojo como órgano es una operación que sólo es posible si el cuerpo está animado. 60

El alma es por ello un acto del cuerpo como lo es la vista respecto del ojo, como el cortar lo es del cuchillo. Aún más todavía, el alma es el principio de configuración y unificación básica del ser vivo, es como ya señalamos anteriormente un acto enteléquico. El alma no es material, pero tampoco es un mero elemento inmaterial como lo es un número, sino un principio activo de unificación de los elementos materiales, por lo que se constituye un ser viviente. El alma no es entonces un elemento que pre-exista, porque de ser así, surgiría la pregunta, incorrectamente planteada, acerca de qué une el alma con el cuerpo. El alma no es ningún elemento que haya de ser unido al cuerpo para constituir el ser vivo, sino el principio unificador de los elementos y componentes orgánicos de un cuerpo. Por lo tanto, en rigor la pregunta de la unión entre el alma y el cuerpo carece de sentido, como ya indicara Aristóteles al señalar que no se debe preguntar si cuerpo y alma son uno, como no se debe preguntar si el sello y la cera son uno; porque de todos lo significados de «unidad» y «ser» la actualidad es el primero. Asimismo, según Tomás de Aquino no se puede preguntar qué unifica el alma con el cuerpo, porque el alma es el principio activo unificante, y nada une lo unificante con lo unificado. El cuerpo no es el propio organismo vivo constituido en un segundo momento, sino el conjunto de órganos y funciones que lo constituyen. El alma humana informa todas las operaciones, de modo que éstas están especificadas de alguna manera por aquella y ésta está determinada por sus operaciones. Así, no es igual el 61

acto de la visión en un animal y en un niño. Esto lo veremos un poco más al hablar de la mirada humana, pero ocurre así con todos los sentidos. Incluso el olfato, con ser inferior a la vista no es meramente un proceso fisiológico, sino que involucra otros aspectos del alma. B. La naturaleza del alma humana Podemos tratar de caracterizar la naturaleza del alma humana en lo siguiente: 1. Es subsistente: existe por sí misma. 2. Es inmaterial: no tiene partes materiales. 3. Es espiritual: no depende del cuerpo par ser. 4. No es substancia completa ya que está unida a un cuerpo. 1. El alma humana es subsistente Según la filosofía clásica, lo subsistente es aquello que existe por sí mismo. La inteligencia y la voluntad son facultades humanas espirituales porque sus actos no se supeditan al cuerpo, a lo orgánico (por ejemplo, cuando el hombre abstrae, reflexiona o ama), por lo cual el alma espiritual puede subsistir cuando el cuerpo se haya desintegrado. El alma humana no es un accidente del cuerpo, como lo puede ser su cualidad, cantidad, etc. 2. El alma es simple, inmortal y espiritual. a. Es simple: Lo que es simple no tiene partes, es indivisible. Por ejemplo, se suele decir que Dios es absoluta- 62

mente simple porque en él no hay composición. El alma se puede entender intelectualmente pero no se puede conocer sensiblemente, por medio de los sentidos, porque no tiene partes físicas: ni se divide ni se descompone. b. Es inmortal: La muerte es la corrupción o descomposición del ser vivo. El hombre es mortal, sin embargo, el alma no lo es. El alma humana no se puede descomponer ya que es simple, no tiene partes, no depende del cuerpo para existir, ya que es espiritual. Tampoco puede ser aniquilada ni por ninguna criatura, ni siquiera por Dios quien le ha creado a cada uno dándole un acto de ser personal, sirviéndose del aporte de los padres. Son conocidos los argumentos sobre la inmortalidad del alma. Entre ellos está el argumento del deseo natural de inmortalidad, que sostiene que el origen del alma humana atiende a su naturaleza específica y su tendencia más natural es precisamente a su felicidad sin término alguno. El ser humano tiende a vivir eternamente, de esta tendencia no puede prescindir porque está finalizado por la propia naturaleza. Otro argumento conocido es el de la justicia, que sostiene que la supervivencia de la persona es una exigencia de la conciencia moral, y ya que es evidente que la justicia no reina en este mundo, donde la virtud raramente es recompensada y el vicio a veces no es castigado, por ello el mérito debiera ser recompensado en un destino ulterior. c. Es espiritual: El alma humana no tiene ni cantidad ni extensión que son propios de los cuerpos, pero además lo espiritual, aún cuando tenga base corpórea, no puede depender de los órganos materiales porque sus operaciones, entender y amar van más allá de lo orgánico. 63

Por otra parte, un espíritu no puede proceder de una transformación de la materia, de lo inferior no se puede sacar lo superior. La creación se realiza siguiendo las leyes naturales, pero la nobleza y dignidad del alma humana es que el ser humano es personal, cada ser humano es término de una voluntad particular, de un acto de amor único de Dios. El alma humana no puede existir sin el cuerpo, lo cual se daría si fuera un puro espíritu, sin relación con un cuerpo. Desde la concepción, el cuerpo del niño es organizado progresivamente por su alma racional presente en él desde el origen. A medida que va creciendo, sus órganos van madurando, y esa alma racional va pudiendo manifestarse, pero ya está desde el comienzo, y cegarla, interrumpir su dinamismo vital es un homicidio. Tomás de Aquino, continuando la tradición aristotélica sostiene que el alma intelectiva es la forma de un cuerpo: «Si quiere alguien sostener que el alma intelectiva no es la forma de un cuerpo, tendrá que encontrar el modo de explicar como esta operación de entender es la operación de este hombre en concreto: cada uno experimenta ser él mismo quien entiende. Tres modos hay, según Aristóteles, de atribuir la operación a algo. Así se dice de una cosa que mueve u opera, ya sea con todo su ser, ya sea mediante una parte, así como el hombre ve por sus ojos; ya sea por medio de algo accidental, como si dijéramos que lo blanco edifica por acaecer que es blanco el constructor. Cuando decimos que Sócrates o Platón entienden, no se lo atribuimos accidentalmente, porque se lo atribuimos en cuanto son hombres, esencialmente. Así, dice Aristóteles: 64

«uno mismo es el hombre que simultáneamente percibe, entiende y siente; y puesto que no es posible sentir sin el cuerpo, es preciso que el cuerpo forme parte del hombre. De donde se sigue que el entendimiento por el que Sócrates entiende es una parte de Sócrates, y de manera que esté unido de algún modo a su cuerpo». C. El problema de la unidad del alma humana Existen argumentos contrarios a la unicidad del alma humana. Así, existe un prejuicio excesivamente espiritualista por el que se afirma que un alma intelectual no puede ser principio de actividades corpóreas. Existe la afirmación de que el alma única sólo posee las funciones más nobles de la vida humana. A veces se llega a pensar que el hombre es sólo un ser racional exclusivamente, es decir que el ser humano es sólo espiritual; inclusive se ven a las operaciones sensibles de manera vergonzosa, como si fueran algo extraño al hombre. Con ese espiritualismo lo que se hace es precisamente provocar la reacción contraria, la de quienes exaltan exclusivamente lo sensible, lo corpóreo en el hombre, apoyándose precisamente en la parte de verdad que tienen sus posturas y es que lo corpóreo y sensible pertenecen indefectiblemente al hombre. También se ha visto un cierto dualismo irreconciliable en el hombre cuando se ha comprendido mal la frecuente pugna entre el apetito sensible y la voluntad. Es la cuestión de la tensión que en muchas ocasiones se suscita entre la voluntad solicitada por un bien espiritual y el apetito sensible esclavizado por un bien corpóreo. Esto prueba justamente lo contrario. Dicha tensión no es la que hay entre la voluntad de un hombre 65

y el apetito sensible de otro, sino el conflicto que se da en uno mismo, en el que no hay separación entre cuerpo y alma. Por otra parte, existen algunas teorías que sostienen que el alma y el cuerpo se unen pero de modo accidental. Poco importa que se reconozca en cada uno un alma única y permanente, si luego se la piensa como accidentalmente unida al cuerpo humano. Quienes sostienen tal dualismo son principalmente Platón y Descartes. El primero afirma que el hombre no es el compuesto de su cuerpo y de su alma, sino tan sólo su alma la cual se vale de un cuerpo. Descartes, por su parte sostiene que el hombre es una sustancia cuya esencia o naturaleza completa no es más que pensar. Con este planteamiento el hombre es actividad pensante, y el cuerpo es extensión, lo que más inmediatamente actúa sobre nuestra alma. Con este dualismo se produce una separación del ser del pensamiento y el ser de la extensión (materia). El problema es evidente, cómo se comunican tales sustancias separadas? Según el mecanicismo, el hombre sólo se entiende como una máquina. Esto hace incapaz de distinguir una sonrisa y una mueca. La sonrisa es algo propiamente humano y constituye un tema antropológico importante como lo es la mirada humana por ejemplo. Tampoco hay un acto interior de sonreír que excluya la manifestación externa, ya que entonces todo se reduce a la simple mecánica del cuerpo. Existe una gran capacidad expresiva y simbólica en el ser humano, pero esto pone de relieve su dimensión corpórea y espiritual también. En general podemos decir que el cuerpo humano tiene mucha virtualidad, está muy abierto, tiene una 66

gran indeterminación, en razón de que hay un espíritu que es capaz de darle determinaciones diferentes. La capacidad manifestativa en el hombre es muy grande. Por otra parte, algunos filósofos afirman que se puede distinguir entre concepción materialista del alma y concepción espiritualista. La tesis materialista es falsa, pero de eso no se deduce que el espiritualismo sea verdadero. El ser humano cuando piensa, no lo hace como un ángel o espíritu puro; por lo demás en el ser humano el conocimiento empieza con los sentidos y ya en este mismo está interviniendo espíritu, respetando y sosteniendo las propias leyes del conocimiento sensible. En favor de la tesis que mantiene la unidad esencial humana tenemos en primer lugar el testimonio que la propia conciencia ofrece de que el yo es el sujeto único de toda su actividad. Esto sería imposible si cada hombre fuese no una unidad sustancial, sino un simple agregado. De ser así cada hombre se dividiría en tantas entidades sustanciales como distintas almas se admitieran en él. La experiencia demuestra también que en cada hombre se impiden u obstaculizan entre sí operaciones que no son contrarias, sino simplemente diversas, de tal manera que lo que unas ganan en intensidad otras pierden. Por ejemplo, mientras digerimos pierde vivacidad nuestra imaginación y por lo tanto, también el entendimiento. A la inversa, un fuerte trabajo intelectual se manifiesta también en un gasto de energías porque aunque el intelecto no se cansa, el cuerpo sí. Esto sólo es posible si ambos pertenecen a un mismo sujeto. Si la salud y la intelección no perteneciesen a un mismo sujeto, no habría inconveniente en que aunque la salud estuviera 67

deteriorada, la actividad intelectual se realizara sin ningún obstáculo y con mucha intensidad. Inclusive cuando es el espíritu el que tira del cuerpo, es evidente que el espíritu tira de éste, no lo hace a sus espaldas, como si fuera un espíritu aislado. Con lo expuesto anteriormente, se puede empezar a entender la unidad de cuerpo y alma. Sin embargo, es importante advertir que esta unión puede deshacerse y el cuerpo y alma pueden separarse. El alma humana es principio de vida, principio organizativo (una unidad actual) de funciones, pero tiene la posibilidad de separarse del cuerpo, la unidad que guarda con el cuerpo no es muy intensa, precisamente por esto es posible su separación y entonces acaece la muerte. También podemos ver que en el ser humano cabe una perfección de la propia naturaleza, debido a que está dotado de un nivel espiritual, el de la inteligencia y la voluntad. Estas facultades están llamadas a controlar, a dirigir, a gobernar lo sensible y lo corpóreo que hay en nuestra naturaleza humana. Este perfeccionamiento es lo que va constituyendo propiamente a la esencia humana de cada quién. Por lo demás, el ser humano tiene un ser personal que trasciende el universo. La persona humana está abierta a todo ser y es capaz de entrar en comunión con las demás personas, de interrelacionarse con ellas y de remitirse a ellas. 68

D. Facultades del alma humana. Tipos de facultades. 1. Naturaleza de la facultad. Según la filosofía aristotélica el alma es acto primero y se distingue de los actos segundos que son los actos de las facultades. El alma es el principio remoto de operación y las facultades los principios próximos. La noción de facultad explica el hecho de que el ser vivo no esté ejerciendo siempre en acto sus operaciones. Si aquello por lo que el vivo vive, el alma, fuera la facultad que realiza una operación concreta, dejar de ejercerla supondría dejar de tener alma y por tanto, dejar de vivir. El alma es considerada el principio remoto de operaciones y las facultades los principios próximos, más inmediatos, de las operaciones. Consideradas en sí mismas las facultades humanas se ordenan a sus actos propios y éstos a sus objetos. De esta manera las facultades se especifican por sus actos y éstos por sus objetos. Así por ejemplo el acto de ver especifica la vista que es la facultad de la visión, a su vez el acto de ver se especifica por el objeto que es visto. Del mismo modo la inteligencia es una facultad que se especifica por su acto de entender y éste a su vez por el objeto entendido. 2. Tipos de Facultades: a. Facultades cognoscitivas: son aquellas potencias del alma humana que tienen como acto propio el conocimiento. Estas facultades cognoscitivas se clasifican en sensibles e intelectuales. 69