EL ACCIDENTE DE TRÁFICO: JUSTIFICACIÓN CIENTIFICO TÉCNICA

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Transcripción:

EL ACCIDENTE DE TRÁFICO: JUSTIFICACIÓN CIENTIFICO TÉCNICA Los accidentes de tráfico constituyen en nuestros días un problema compartido de profundas repercusiones sociales y prácticas. A pesar de los esfuerzos realizados desde múltiples ámbitos, siguen gozando de un dramático protagonismo que se refleja en los elevados índices de accidentalidad que se registran cada año. No en vano siguen siendo la principal causa de mortalidad entre los menores de treinta años. Desde el año 2001 se ha reducido en un 44% la mortalidad en las carreteras españolas, aún así el número de fallecidos en accidentes de tráfico que se registra cada año sigue siendo elevado, aunque sin duda se han cumplido satisfactoriamente los requisitos de reducción de la siniestralidad impuestos por la Unión Europea. Los accidentes de tráfico no suelen deberse a una única causa, generalmente son el resultado de la compleja interacción de toda una serie de factores relacionados con el conductor, el vehículo y la vía. Sabemos que el 85% de accidentes son atribuibles al error o fallo humano, mientras que sólo un 10% se deben a deficiencias de la vía (estado de conservación, trazado, peralte, ancho, señalización) u otros factores ambientales o condiciones atmosféricas (iluminación, niebla, lluvia, nieve, hielo) y apenas un 5% a defectos del vehículo (frenos, neumáticos, dirección ). Identificar los problemas relevantes para la seguridad vial y encontrar soluciones eficaces para los mismos, constituye un objetivo prioritario en cualquier iniciativa que pretenda contribuir a reducir los índices de siniestralidad y mejorar la convivencia y la seguridad vial. Si resulta evidente que la forma en que conducimos causa accidentes, los esfuerzos por garantizar la seguridad vial debieran centrarse en los aspectos relacionados con el factor humano, influyendo en la persona para que actúe de forma más segura. y En el denominado factor humano, se incluyen las infracciones de tráfico los errores atribuibles a diversas causas como la falta de atención, el

cansancio, el consumo de alcohol o la velocidad excesiva. Todos ellos bien conocidos y objeto de programas específicos de prevención. El concepto de prevención no debe centrarse únicamente en la capacidad o aptitudes del conductor para controlar técnicamente su vehículo y las distintas situaciones de circulación, sino también en cómo éstas pueden verse afectadas de forma más o menos circunstancial o transitoria por determinados factores, internos y externos, que sin que el propio conductor sea plenamente consciente de ello, pueden llegar a influir en su ejecución y llevarle a cometer errores e infracciones que incrementen la probabilidad de ocurrencia de un accidente. Es decir, los modelos que explican la conducción como una tarea centrada en las capacidades técnicas de manejar un vehículo y de conocer las distintas situaciones de circulación han sido desplazadas por la comunidad científica. Ya no es tan importante centrarse en lo que un conductor es capaz de hacer, sino en lo que hace y por qué lo hace. Este es el sentido de esta propuesta. Por qué como conductor soy capaz de iniciar o mantener un desplazamiento bajo condiciones de riesgo elevadas y, sin embargo, cuando hablo sobre el problema en situaciones no viales, tras leer, ver o escuchar informaciones sobre la accidentalidad y las conductas agresivas, evalúo condiciones como aquellas en términos de inaceptables por el peligro que representan? (0ppe 2009) La conducción es el resultado de la integración de dos aspectos fundamentales: por un lado, la capacidad que tenemos para conducir, es decir, cómo podemos conducir; y por otro lado, nuestro estilo de conducción, esto es, cómo decidimos conducir. Ambas, la capacidad y el estilo, dependen a su vez de un conjunto de habilidades cuyo funcionamiento adecuado y coordinado pone en marcha una secuencia de acciones necesarias para que la conducción sea segura y eficaz. Estas habilidades son las siguientes: Explorar el ambiente vial con la finalidad de detectar e identificar la información importante, a la vez que se desecha la irrelevante para la conducción. Seleccionar dicha información y mantener la atención centrada en ella durante períodos prolongados de tiempo.

Procesar la información, o lo que es lo mismo, percibirla e interpretarla de forma correcta, lo que a su vez implica reconocer, anticipar y evaluar de forma reflexiva y crítica las diferentes situaciones, los riesgos implícitos reales o potenciales, las alternativas y las consecuencias de cada respuesta posible, las habilidades propias en cada momento, así como el significado, intenciones, valores y expectativas de otros usuarios del tráfico. Tomar la decisión adecuada ante cualquier situación, problema o conflicto que pueda presentarse durante la conducción. Emitir la respuesta más efectiva y prudente. La literatura científica ha puesto de manifiesto que los conductores que tienen dificultades para detectar, seleccionar y atender la información relevante van a procesar la información de forma incorrecta, es decir, van a mostrar fallos a la hora de identificar y valorar los peligros reales o potenciales, seleccionar las posibles respuestas, anticipar las consecuencias de cada una de ellas y reconocer las intenciones, conductas, expectativas y valores de los demás usuarios de la vía. Todo ello hará que sea difícil tomar una decisión adecuada, y en consecuencia responder de modo prudente, adecuado y efectivo en el escenario vial. La conducción prudente y segura exige el dominio y la competencia de una serie de habilidades manipulativas y perceptivas simples relacionadas con el manejo del vehículo (como la capacidad para detectar la información relevante), de una serie de habilidades cognitivas relacionadas con el procesamiento de la información (procesos mentales superiores y operaciones de pensamiento más complejas, como el razonamiento crítico o la toma de decisiones) y de una serie de habilidades sociales relacionadas con las reacciones emocionales y dinámicas de relación interpersonal e interacción social (habilidad de afrontamiento del estrés, autocontrol emocional e interacción social en situaciones de tráfico). Las habilidades de conducción son necesarias tanto para el afrontamiento efectivo de los problemas físicos que encontramos en el escenario vial, tales como las inclemencias del tiempo, las carreteras en mal estado o la

congestión del tráfico, como para hacer frente a los problemas interpersonales relacionados con la conducta de otros conductores, ya que el tráfico es un contexto de interacción social. Los conductores debemos observar con detalle y cuidado la conducta de otros conductores e incluso considerar que dicha conducta puede ser un indicador clave de la nuestra. Por esta misma razón, la conducción es una actividad que requiere de habilidades interpersonales, las mismas que se requieren para actuar de forma competente y eficaz en cualquier contexto o actividad social. Muchas personas que poseen una inteligencia general elevada carecen de inteligencia social, es decir, de la habilidad necesaria para comprender y predecir la conducta de otros. Esto significa que nuestra habilidad para conocer y comprender el mundo físico es totalmente diferente e independiente de la habilidad para conocer y comprender el ámbito social. Esto significa que debemos ser capaces de: conocer las diferentes conductas o cursos de acción que puede realizar otra persona en un momento determinado, evaluar sus intenciones, saber qué actos es más probable que realice, reconocer que la conducta de los demás puede afectarnos y saber cómo reaccionar. Por otra parte, el tráfico, se basa en un sistema de normas que regulan el funcionamiento social. El cumplimiento de estas normas no sólo es necesario para la seguridad, sino que también promueve el intercambio y la cooperación, contribuye a la cohesión social y garantiza la convivencia. El control externo es necesario, como por ejemplo el que se ha conseguido con la implantación del carné por puntos. Sin embargo, además de dicho control externo, es necesario un control interno, que intente concienciar y reforzar el compromiso y la responsabilidad personal del conductor, logrando que se sienta parte de una comunidad que espera de él un comportamiento cívico y respetuoso con el resto de usuarios de las vías públicas. Comprender las relaciones interpersonales y los procesos de interacción social en general, y en particular las ideas, sentimientos y motivaciones

subyacentes al comportamiento del conductor en las situaciones de tráfico, puede ayudar a mejorar su relación con las normas y con las demás personas, contribuyendo de forma decisiva a la seguridad vial. La forma más antigua de prevenir la conducción antisocial consiste en el empleo de medidas de tipo coercitivo, restrictivo y punitivo, que hagan valer la reglamentación de la circulación y la legislación del tráfico a través del control policial. La idea es simple: identificar, detener, arrestar, condenar y castigar al infractor con sanciones económicas o penas de prisión. El empleo de este tipo de medidas se basa en mecanismos psicológicos de activación del temor: se espera que el miedo a las consecuencias tenga un efecto disuasivo que haga que los transgresores y todos en general, nos sintamos inclinados al cumplimiento de la ley y de las normas de tráfico. Se asume que cuanto mayor sea el riesgo de ser detenido y mayor la severidad del castigo, mayor será la adhesión a la norma y menor la probabilidad de infracción. En consecuencia, este tipo de medidas abogarían por una legislación más estricta, castigos más duros para todo aquel que no cumpla las reglas, y un incremento de la vigilancia y del control policial, tanto en frecuencia como en intensidad, para aumentar así la probabilidad de detener al infractor. Las medidas punitivas pueden ser efectivas, pero para que el efecto sea duradero hace falta algo más. Además de la transitoriedad del efecto, un inconveniente de las medidas punitivas reside en el limitado alcance del control policial. Para que fuera plenamente efectivo, harían falta policías en todas partes y vigilancia las 24 horas del día, lo cual lógicamente es algo imposible. No tenemos más que pensar en la facilidad con la que cambia el comportamiento del conductor cuando se divisa un coche de la Guardia Civil de Tráfico, o se circula en un tramo de carretera donde se sabe que hay un radar o una cámara de vigilancia. Muchos conductores aminoran la velocidad, pero tan pronto como pasa el peligro, el efecto de autoridad se disipa y vuelven a pisar el acelerador. Cubrir un tramo de carretera no basta y con ello lo único que se consigue es que el accidente por exceso de velocidad migre a otro tramo sin vigilancia, ya que el efecto disuasivo de la policía depende de su presencia crítica.

Desde un punto de vista psicológico, las medidas punitivas carecen de valor a menos que el castigo sea real, se aplique siempre que se rompan las reglas, inmediatamente después de cometer la infracción, y además sea proporcional a la gravedad de la falta. El hecho de que la policía no pueda estar en todas partes significa que la mayoría de las infracciones y delitos de tráfico queden impunes, por lo menos desde el punto de vista legal, lo que hace que muchas personas asuman el riesgo, dado que la probabilidad de que los pillen es muy baja. Esto explica asimismo que la infracción no sea puntual como un error cualquiera, sino algo recurrente y con altas tasas de reincidencia. Incluso habiendo sido detenidos, algunos conductores piensan que ha sido cuestión de mala suerte y que no tiene por qué volverse a repetir. Algunas personas incluso creen que por el hecho de haber sido cogidas en alguna infracción o parados por la policía, por ejemplo en un control de alcoholemia, es menos probable que les vuelva a tocar. Pensar que la ocurrencia de un evento poco probable hace su recurrencia aún menos probable es un error muy común en el razonamiento crítico. Saber que en caso de sanción ésta no va ser instantánea ni grave, también resta eficacia a las medidas de control. Una fuerte sanción administrativa como la retirada del carné de conducir inmediatamente después de la infracción posiblemente sería más efectiva que la pérdida de dos, tres, cuatro, seis u ocho puntos, que una multa que no habrá que pagar hasta varias semanas después y que a fin de cuentas siempre se puede recurrir, o que un proceso judicial que puede tardar años en resolverse. Muchos conductores antisociales sopesan las consecuencias de sus actos ilegales, pero la inmensa mayoría de ellos no son realistas y subestiman los riesgos: creen que no les van a pillar, o que si les pillan no les van a multar, que si les multan no les van a detener, que si les detienen no les van a condenar, que si les condenan serán absueltos o no irán a la cárcel. Parece una insensatez, pero hasta cierto punto tienen razón. Simplemente a modo de reflexión, por ejemplo, se estima que la probabilidad de que detengan a un conductor bebido por conducir con una tasa de alcoholemia por encima de la permitida legalmente sólo es del 10%, es decir, que de 100 veces que

conduzca bebido sólo le harán soplar en 10 ocasiones. Y lo que es igual de grave, por cada persona que es detenida por conducir en estado de embriaguez, de 200 a 300 quedan impunes. Gran parte de los delincuentes y conductores antisociales son jóvenes e impulsivos; las expectativas de gratificación inmediata constituyen el motivo primario de su conducta antisocial y apenas les importan las consecuencias negativas que puedan derivarse de sus acciones. Muchas veces cometen delitos como una forma de expresarse, como una vía de escape para sentimientos tales como la excitación, la hostilidad, el deseo de venganza, o simplemente bajo la influencia de sus compañeros y amigos. La decisión de infringir la ley o de cometer un delito es muchas veces más emocional que racional. Rara vez se ponen a calcular las consecuencias de sus actos antisociales ni hacen balance de costes y beneficios. Simplemente actúan, y se implican en actividades de alto riesgo sin contemplar el peligro potencial que pueda suponer. La eficacia de las medidas punitivas depende de la severidad del castigo, pero también en relación con este aspecto surgen paradojas. En nuestro actual sistema de permiso de conducción por puntos, por ejemplo, conducir de forma negligente creando un riesgo para los restantes usuarios de la vía está castigado con 4 puntos, y hacerlo de forma temeraria, bajo los efectos de las drogas o con una tasa de alcohol superior a 0,5 mg. por litro de aire espirado (0,3 para profesionales) está penado con 6 puntos. Sin embargo, hasta qué punto esto basta para disuadir a un infractor? Ni siquiera en los casos de sanción máxima, que conllevaran la retirada del permiso de conducción, bastaría. Muchos conductores antisociales simplemente seguirán conduciendo y haciendo de las suyas a pesar de haber perdido el carné. Hay veces en que las infracciones tienen como consecuencia un accidente de tráfico, que aún es peor. Ni siquiera en estos casos escuece el castigo. Cuando uno sufre un accidente ligado a una infracción a lo largo de un año, la probabilidad de volver a sufrir otro accidente por esa misma infracción durante el año siguiente se eleva al 50%. Difícilmente podríamos pensar que

los infractores vayan a aprender la lección sin ningún tipo de intervención adicional. La experiencia nos demuestra que las medidas de tipo restrictivo y punitivo, basadas en el control policial, pueden llegar a ser más efectivas si se combinan con medidas educativas y programas de formación. Esta propuesta se enmarca en este segundo tipo de estrategias orientadas a la prevención con medidas de tipo formativo: la educación, aprendizaje, reaprendizaje y socialización serían los pilares básicos de este tipo de medidas. Los programas de prevención de accidentes de tráfico, para ser eficaces deben enseñan a ser prudente. La prudencia es una mezcla equilibrada de inteligencia, experiencia y sentido común. La inteligencia nos hace distinguir qué medios son buenos, cuáles no tanto y cuáles son francamente malos para conseguir algo; la experiencia nos da argumentos, muchas veces sin que los formulemos conscientemente, para aprovechar al máximo los éxitos anteriores y no repetir los errores; el sentido común nos hace valorar la utilidad de estos medios teniendo en cuenta las circunstancias concretas. La prudencia es el sentido práctico por sistema, y el tráfico requiere prudencia. Como dice un viejo proverbio portugués, debemos aprender que es mejor perder que más perder. Nadie duda que las habilidades de conducción puedan mejorar con el entrenamiento y con la práctica pero igualmente importante es que el conductor no sobrestime sus capacidades ni subestime el riesgo; demasiada confianza puede ser peligrosa porque puede llevar a minusvalorar el peligro, asumiendo riesgos innecesarios. Este es uno de los peligros que tienen los llamados cursos de conducción avanzada, en los que se coloca al conductor en una situación de riesgo (como por ejemplo realizar un contravolante en un sobreviraje por exceso de velocidad), ya sea con un programa de simulación o bajo supervisión, enseñándole a manejarla con éxito mediante el entrenamiento y la práctica guiada y reforzada. Son varios los estudios que demuestran que a raíz de estos

cursos los conductores empiezan a asumir más riesgos en la carretera. En estos casos, los instructores deberían asegurarse de que la adquisición de las habilidades de conducción fuera acompañada del entendimiento de las limitaciones y peligros que conllevan, y de desarrollar motivaciones prosociales y actitudes favorables a la seguridad, en vez de hacerles sentir que están preparados para superar pruebas y asumir mayores riesgos. Prueba de ello es que para integrar un contravolante automáticamente en el cerebelo y por tanto transmitirlo a la ejecución se requiere una práctica de al menos trescientas veces. Los cursos de formación se encuentran ampliamente extendidos, hasta el punto que muchos conductores han pasado alguna vez por algún tipo de curso o programa de formación vial, entrenamiento profesional, cursos de conducción defensiva o de conducción avanzada. Sin embargo los resultados de la investigación no terminan de ser concluyentes a la hora de determinar hasta qué punto sirven para reducir la accidentalidad o potenciar la conducción segura. Tal vez pueda ser debido a que las infracciones, y en general el comportamiento antisocial del conductor, no se debe a un déficit de información sino a un déficit de socialización, ni refleja una falta de conocimiento sino más bien un déficit de motivación, por tanto hay que apelar a la emocionalidad. (En el mismo instante, en el mismo segundo que muere una persona en un accidente de tráfico, muere su padre y su madre, que son las verdaderas víctimas de los accidentes de tráfico, ya que tienen que convivir con la tortura de haber perdido un hijo, y a la vez no tenemos derecho a morir en un accidente de tráfico ya que las secuelas que dejamos en nuestros hijos son insoportables y sobre todo injustificables) Por esta razón, los programas de formación del conductor no sólo deben incidir en la instrucción profesional, sino sobre todo en la importancia del respeto, la responsabilidad y la solidaridad, tratando de dotar al conductor, del equipamiento completo de habilidades, valores y motivaciones prosociales básicas. Si pretenden ser efectivas, este tipo de iniciativas tienen que ir dirigidas a las actitudes, emociones, creencias y valores del conductor. Se ha demostrado

que aquellos programas que hacen reflexionar al infractor sobre su estilo de conducción y se orientan al cambio de actitudes han producido mejoras significativas y han servido para reducir la reincidencia. Los programas convencionales de formación vial no bastan, centrarse en la prevención del accidente no basta, adquirir soltura en el manejo del vehículo no basta. Hay que aprender a respetar las leyes y las reglas del juego. Hay que modificar creencias, enseñar valores, y conseguir que el conductor interiorice las normas, asuma responsabilidades y adquiera madurez. Hay que modificar creencias, actitudes y conductas antisociales, y hay que enseñar valores y habilidades cognitivas, sociales y emocionales que hagan posible la conducta prosocial. Esta es justamente la filosofía de esta propuesta. (Informe elaborado por el Grupo INFORSE de la Universidad de Valencia)