Lo que una sociedad inteligente no descuida Por Mercedes Rovira Todos querríamos vivir en países armónicamente desarrollados, donde el bien común sea lo común, es decir, lo habitual para la gran mayoría de los ciudadanos. Que el bienestar no sea artículo de lujo para unos pocos, sino un nivel normal para las familias de aquellos que trabajan con esfuerzo y constancia. Sabemos que en muchos de nuestros países las riquezas naturales para llegar a esos estándares las tenemos. También la población suficiente para explotar y trabajar esas riquezas. Cuando llegamos al tema de la educación adecuada no sabríamos responder de manera tan rotunda. Conocer la razón de las cosas, el porqué de los comportamientos, la necesidad de respetar algunas restricciones naturales, comprender la naturaleza humana, todo eso que en definitiva la filosofía ha estudiado una y otra vez, errando y volviendo a comenzar merece ocupar un espacio en nuestra Revista. Esta sección de Filosofía pretende acercar a nuestros lectores una dimensión del quehacer de gobierno que no suele ocupar las agendas cargadas de urgencias. Confiamos que los temas y sus análisis sean no sólo de interés sino también de utilidad para la labor de dirección diaria. La educación. Seguramente todos la vemos como una necesidad urgente; para mejorarla, para ampliarla a todos los sectores de la población. Cuando oímos hablar de la escuela, de la primera y segunda enseñanza, son pocos los que miran con indiferencia algo tan esencial para el desarrollo. Es fácil comprender que es imprescindible la educación elemental para que una sociedad sea equilibrada. Ahora bien, el desafío llega cuando se trata de reflexionar sobre el papel de los profesores universitarios. La gente de empresas, con su habitual dinamismo y visión de futuro, intuye que se trata de una pieza clave para la madurez de la sociedad, pero quizás no tienen a flor de piel los motivos por los que conviene cuidar a los académicos y prestarles más atención que la habitual en nuestro medio. 66
Esta sección la auspicia Un buen profesor sabe que la universidad es el periodo que tienen los futuros profesionales para habituarse a pensar, reflexionar sobre lo que hacen, calar en su objeto de estudio de tal forma que se lo domine, conociendo bien sus leyes intrínsecas y su fin mrovira@um.edu.uy Por eso vamos a tratar de señalar tres motivos por los que los empresarios, como actores del desarrollo de la sociedad, conviene que sigan teniendo los ojos puestos en los profesores universitarios, aunque personalmente ya se hayan despedido de las aulas. Un primer motivo, la cultura Una sociedad gobernada con inteligencia no es cortoplacista, buscando por encima de todo éxito que pueda exhibirse ya. Tendrán que estar presentes, además de logros que pueden ser urgentes, las visiones a largo plazo; entre ellas, el papel de la cultura. Podríamos decir mejor, la conveniencia de que una cultura sólida y con identidad propia, si es posible empape el espacio más amplio de esa sociedad en la que vivimos. Ortega y Gasset, con la agudeza que lo caracteriza, explica que las funciones de la enseñanza universitaria son tres; si parecería que lo primordial es la enseñanza de las profesiones y la investigación científica, él termina por poner delante de esas dos Mercedes Rovira. Doctora en Filosofía, Universidad de Navarra; Máster en Artes Liberales (Filosofía y Ciencias de la Educación), Universidad de Navarra; Profesora de Antropología y de Ética, Universidad de Montevideo. funciones ineludibles la transmisión de la cultura. Es muy sugerente cómo va introduciendo este aspecto en su escrito titulado La misión de la Universidad. Aunque no se trata ahora de hacer un recorrido por sus apreciaciones, es oportuno recoger al menos un párrafo de ese escrito: Hay siempre un sistema de ideas vivas que representa el nivel superior del tiempo, un sistema que es plenamente actual. Ese sistema es la cultura. Quien quede por debajo de él, quien viva de ideas arcaicas, se condena a una vida menor, más difícil, penosa y tosca. Es el caso del hombre o del pueblo incultos. Su existencia va en carreta, mientras a la vera pasan otras en poderosos automóviles. Dicho de una manera más directa e interesada, no hay duda de que de una sociedad culta nos beneficiamos todos. La formación específica del universitario Un segundo motivo son los aspectos concretos de esa cultura general que están relacionados directamente con el ser y el hacer del profesor universitario. Todos sabemos por experiencia propia que no da igual cómo sea un profesor, y cuando recomendamos a otros qué estudiar si se trata de estudios de postgrado, principalmente lo más probable es que aconsejemos qué profesores elegir, pues lo que se aprende depende, en gran medida, del profesor. Un buen profesor sabe que la universidad es el periodo que tienen los futuros profesionales pa- [continúa ] 67
Un buen oyente, ya sea alumno o profesor, tiene la actitud de oír, es decir, de dejar permear nuestras ideas con la verdad que contengan las ideas del que nos habla ra habituarse a pensar, reflexionar sobre lo que hacen, calar en su objeto de estudio de tal forma que se lo domine, conociendo bien sus leyes intrínsecas y su fin. Es decir, el fundamento teórico, aunque se trate de un aspecto conceptual pero práctico (como en el caso de la prudencia en el ejercicio de la dirección). Quien es capaz de captar lo general en lo particular, posee un hábito intelectual que le facilita hacer propios los principios, y después podrá descender de esos principios a los juicios particulares. Esa persona está más preparada para discernir por sí misma, tomar postura, tener una opinión fundada. Un profesional que tiene criterio podrá aplicarlo en cada caso según lo más conveniente, y aprovechar así las microoportunidades de cada situación. Las empresas más tradicionales, por lo general, están diseñadas para sacar partido de personas poco formadas que precisan instrucciones detalladas; en cambio, con personas de criterio, la empresa se configura como moderna. Por eso este aspecto de la formación universitaria va mucho más allá de un simple desarrollar destrezas. Sin quitarle ninguna importancia a todos los aspectos técnicos del trabajo profesional, necesarios para el desempeño eficiente en cualquier área, lo propio de un profesional universitario es ese plus que da el haber cultivado la teoría. Newman por eso afirmaba que educación es una palabra más apropiada que instrucción, porque implica una acción que afecta a nuestra naturaleza intelectual y a la formación del carácter. Como es lógico, esa formación lleva de la mano tener mayor sentido crítico ante las modas (también ante los libros de management, género en los que también se dan las modas como en el resto de la literatura). Captar lo auténtico de los slogans del momento, ser personas reacias a la manipulación. Si a esa actitud le sumamos una buena cuota de responsabilidad social, tendremos lo que Rosovsky académico de la Universidad de Harvard llamó beca de compromiso del académico con su sociedad. La Universidad no es una torre de marfil, sino que debe ser una fuente de comprensión de un mundo cada vez más global, preocupándose por aportar soluciones a los problemas de la sociedad en la que vive. Es saludable preguntarse de tanto en tanto: trabajar para subir o trabajar para servir? Por otra parte, un profesor tiene un puesto privilegiado para otear el horizonte de la generación siguiente. Quien tiene alumnos interesantes o difíciles (porque todo lo cuestionan, o porque tienen una forma de razonar diferente), puede descubrir en ellos con mucha anticipación los vientos de la próxima generación. Llevará ventaja porque esos alumnos nos adelantan los tipos de actitudes y problemas que se presentarán cuando ellos sean los autores y los actores de un futuro próximo. A qué tipo de personas contratará una empresa? A quiénes se les va a vender determinado producto? Qué ideales o qué egoísmos los mueven? [continúa ] 68
Tercer motivo: contagios saludables para la empresa Aunque cada profesión tiene sus reglas, su historia, sus principios y paradigmas, hay aspectos de la formación universitaria que son directamente trasladables a los hábitos que también conviene desarrollar en las empresas. En primer lugar, la reflexión. Ya dijimos algo sobre este hábito, pero no importa pensarlo dos veces cuando vivimos en un cambio permanente, que nos incita a la premura, a ejecutar, a andar apresurados y a reflexionar poco. Cualquier paréntesis de inactividad parece que atenta contra la utilidad o eficacia de nuestras acciones. Gente en la que se ha invertido un montón de recursos, personas con una preparación envidiable en sus respectivos campos, que no se detienen a pensar en los pros y los contras de su carrera contra el tiempo, aunque tengan la ilusión de hacer las cosas del mejor modo posible. La definición de empresa de algunos autores como acción ardua para conseguir realidades más justas y eficaces en términos relativos en el tiempo, recomienda que es preciso enseñar a trabajar arduamente en temas difíciles, y eso no se puede conseguir satisfactoriamente si no se trabaja con prudencia, sabiendo suspender el juicio cuando sea necesario para obtener más datos, por ejemplo o llevando a cabo la acción, que seguramente aportará nuevos matices al pensamiento. Si las personas con responsabilidades lograran pensar un poco más, un hábito diario que no se trata de llenar horas, sino algún espacio privilegiado de tiempo de reflexionar a la hora de idear, de planificar y poner en marcha las actividades, es muy posible que sus tareas tuvieran mayor eficacia social, científica o académica, y paralelamente, mayores satisfacciones en términos de felicidad personal. Otro contagio es ser personas con capacidad de apertura e integración. En la universidad, se aprende a tratar con todo tipo de personas, con distintas mentalidades, costumbres, visiones; con el afán de superación que nos hace intentar elevarnos sobre nuestros propios puntos de vista, como diría Antonio Valero (fundador del IESE). Con esas personas hay que trabajar, con ellas estudiamos, de ellas vamos adquiriendo mayor apertura mental. Lo que tantas veces llamamos capacidad de diálogo, es algo que en la universidad y especialmente en el trato entre los alumnos y entre los profesores y alumnos va haciéndose un modo de vida. Un buen oyente, ya sea alumno o profesor, tiene la actitud de oír, es decir, de dejar permear nuestras ideas con la verdad que contengan las ideas del que nos habla. La verdad la hacemos nuestra cuando la comprendemos como verdadera, y no tiene nada que ver si es nueva, o vieja, o quién la dijo. El método del caso, del que muchos de los lectores son expertos por haber terminado algún programa en el IEEM o en alguna otra buena escuela de negocios, es un claro ejemplo de enseñanza basada en el diálogo. Siguiente contagio: bien unido al diálogo va la facilidad para trabajar en equipo. Y qué empresa no valora que su personal sea capaz de trabajar en conjunto, uniendo las distintas capacidades de unos y otros? Los profesores que saben ser integradores, que facilitan el trabajo en equipo de los alumnos, colaboran en la flexibilidad que necesariamente se adquiere cuando se trabaja con otros en lo mismo, sabiendo ceder y a la vez respetando los ámbitos de competencia. Por último, confianza. Todo un capítulo que de suyo da para muchas clases y artículos. Esta fecundísima cualidad, tan relacionada con el hacer de las empresas y de la universidad, fomenta la transferencia del saber. Está comprobado, además con estudios empíricos que la confianza ahorra tiempo, y por eso también dinero. Vincula a los colaboradores, fomenta la motivación intrínseca como argumenta Spaemann en contra de la desmotivación y costos que producen los excesivos controles. Este filósofo trae a colación un consejo del General 70
Un aspecto importante para que los profesores sean cabalmente profesores es su consideración social; que sean y se les trate de acuerdo a la preparación y responsabilidad que tienen, como sucede en los países más avanzados Norman Schwarzkopf que viene al caso, ya que entre los lectores se contarán numerosos directivos: el mando es una vigorosa mezcla entre estrategia y confianza. Si tienes que arreglarte sin una de las dos, renuncia a la estrategia. Vasos comunicantes Apuntar alto en la formación de los profesores universitarios, y en la estima que este trabajo despierte entre la comunidad de profesionales, no depende sólo del empeño que pongan las universidades en conseguirlo. Un aspecto importante para que los profesores sean cabalmente profesores es su consideración social. Que sean y se les trate de acuerdo a la preparación y responsabilidad que tienen, como sucede en los países más avanzados. Lograr las condiciones para que los profesores no lleguen a ser o parecer personas resentidas, o demasiado aislados en lo suyo. Tan expertos en su materia que pocos los entienden o se acercan a ellos. (Ya decía Popper que el exceso de precisión, cuando no es necesario, se convierte en la mayor imprecisión). Por un lado, el apoyo que las empresas puedan dar a las universidades es el económico, para que la docencia esté bien pagada, y para que las instituciones académicas cuenten con el apoyo financiero indispensable para desarrollar una investigación seria. Cuando hace unos años se puso de moda lo de la ética da dinero, o las empresas culturales también son lucrativas, yo me preguntaba, no será al revés? Que hay que invertir dinero en las instituciones educativas para que se sepa y se quiera trabajar más éticamente? No habrá que fomentar la cultura aunque salga cara?...ya se revertirán esas inversiones en la sociedad que todos viviremos (o vivirán los que vengan detrás). No es el fin de la educación ni de la cultura dar dinero, pero una sociedad culta, como decíamos al principio, a la larga nos beneficia a todos; ya sea porque el bienestar de la población favorece un clima de respeto, de seguridad, de cultivar aspectos de la vida más humanos que la simple sobrevivencia. Ya sea porque la cultura toca los aspectos más elevados del hombre, llevándole a enfrentarse con su fin, con su ser trascendente, con la dignidad de todas las personas, provocando así un interés verdadero por la justicia y la solidaridad. Resume muy bien Newman que debe volcar la universidad en la sociedad con un texto que se encuentra en sus Discursos sobre la educación universitaria. Apunta (la enseñanza universitaria) a elevar el tono intelectual de la sociedad, cultivar la mente pública, purificar el gusto nacional, facilitar principios verdaderos al entusiasmo popular y metas nobles a las aspiraciones ciudadanas, proporcionar amplitud y sobriedad a las ideas del momento, hacer más suave el ejercicio del poder, y refinar el trato en la vida privada. Algo más, aún, pueden hacer los dirigentes, empresarios, los ciudadanos con peso en la sociedad. Ser puentes o vías de unión entre lo que se produce en las instituciones universitarias y el resto de la sociedad. Si hemos afirmado antes que a las [continúa ] 71
empresas les conviene heredar algunos hábitos de la universidad, ahora podemos ver, desde la vereda de enfrente, que a la universidad también le hace falta contagiarse de ciertos aspectos de la mentalidad empresarial. Esto significa, por ejemplo, adecuar los contenidos de lo que la universidad estudia para que sea apto para todo público. Si quieres que te escuchen, di algo interesante para quien lo escucha, recomienda un sensato pensador. Facilitar, por ejemplo, que el saber de la universidad se esparza adecuadamente al resto de la sociedad en los medios de comunicación. En esa tarea pueden colaborar, sugerir, aconsejar aquellos que por la necesidad de supervivencia de su empresa, quizás se vuelven expertos en marketing. Ellos pueden potenciar la visibilidad del trabajo investigador, pues se darán cuenta más rápidamente si algo que la universidad intenta difundir resulta incomprensible para un público amplio. Lo mismo en temas de prudencia financiera. O si hacen falta estudios más serios y neutrales en determinadas áreas económicas, sociopolíticas para tomar decisiones, y es la hora de promover algún observatorio académico. Y tantas otras formas de colaboración entre universidad y sociedad, de la que todos formamos parte, debemos buscar los puntos de encuentro y contribuir a desarrollarla, sabiendo que mutuamente nos necesitamos y potenciamos, pues ineludiblemente quien trabaja bien para los demás, también termina trabajando mejor para sí mismo. Adaptación escrita de la lección magistral que dio la autora en el INALDE, Escuela de Dirección y Negocios, Universidad de la Sabana (Colombia), con ocasión de la graduación de los MBA 2008. 72