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C A P I T U L O I P L A N T E A M I E N T O D E L P R O B L E M A

Transcripción:

Cuatro Teorías Freudianas sobre la Etiología de la Homosexualidad Claudio Kairuz Freud propuso varias teorías para dar cuenta de la etiología de la homosexualidad. Estas teorías se encuentran dispersas a lo largo de su obra y van desde notas a pie de página u simples oraciones hasta exposiciones extensas. Vistas en su conjunto, no son totalmente consistentes entre sí, y en ocasiones es difícil decidir si una afirmación freudiana al respecto se trata de una extensión de una aseveración previa o si en realidad es una alternativa a ella. Una lectura global permite distinguir lo que aparece como cuatro teorías separadas sobre la etiología de la homosexualidad. La primera es la que ofrece menos dificultades para su comprensión. Delineada ya en el caso del pequeño Hans (Freud, 1909/2004, pp. 89-90) y expuesta en más detalle en el estudio sobre Leonardo da Vinci (Freud, 1910b/2004, pp. 92-93), esta teoría es una derivación directa de las formulaciones freudianas sobre el Complejo de Edipo. De acuerdo a esta teoría, el niño desarrolla muy tempranamente un lazo erótico con su madre, lazo por lo demás normal a no ser por una ternura excesiva por parte de la madre y una consecuente sobre-estimación del pene por parte del niño. La distinción entre yo y objeto aún no es plena, y el niño supone que su madre está equipada genitalmente de la misma manera que él (Freud, 1908d/2004, pp 192, 195; 1910b/2004, pp. 88-91; 1923b/2004, pp. 148-149; 1924/2004, pp. 183-184). Con el advenimiento del 1

narcisismo y la constitución de un yo más pleno, el niño comienza a registrar la separación respecto de su madre y, simultáneamente, a captar la amenaza de castración, amenaza que él siente podría ser el castigo a sus mociones eróticas hacia su madre. Cuando el niño descubre que su madre de hecho no posee un pene, siente horror y asco. Su amada madre ahora se transforma en un objeto de repulsión y el niño se aparta horrorizado por la posibilidad de que él también pueda sufrir un destino similar. Desde ese momento, la idea de una madre sin pene es intolerable ya que esta idea gatilla automáticamente una angustia de castración intolerable (Freud, 1926/2004, p. 131). El niño entonces corta el lazo erótico con la madre despreciada y de ahí en más elige una figura de compromiso como objeto sexual: una mujer con pene corporizada en un joven con apariencia femenina. Esta teoría complementa las teorías sobre desarrollo psicosexual más generales que Freud construyó alrededor de la época de Tres Ensayos (Freud, 1905a/2004, pp. 109-224). En este sentido, la homosexualidad representa una de las posibles resoluciones del Complejo de Edipo, motorizado como lo está por la amenaza de castración. Se podría decir que la homosexualidad, desde el punto de vista de esta teoría, ocupa un lugar similar al fetichismo, al cual se parece de varias maneras. Tanto el fetichismo como la forma de homosexualidad masculina descripta por esta teoría son respuestas al descubrimiento infantil de que la madre no tiene pene. Sin embargo, mientras que el homosexual se ve forzado a buscar objetos que satisfagan su necesidad inconsciente de una mujer con un pene, objetos que encuentra en los jóvenes feminizados, el fetichista continúa buscando 2

mujeres para equiparlas con el órgano que falta. De acuerdo a Freud, el fetiche, en cualquiera de las formas que pueda adquirir, siempre representa el pene imaginado en la madre. Así, tanto el homosexual como el fetichista están impulsados por la misma angustia, pero los mecanismos que usa cada uno para aliviar esa angustia son diferentes. Según Freud, el fetiche sirve al fetichista para evitar devenir homosexual ya que la presencia del fetiche permite que la mujer sin pene siga siendo un objeto sexual tolerable (Freud, 1927/2004, p. 149; 1940b/2004, p. 277). Aunque Freud mismo no las haya articulado manifiestamente, en esta teoría se encuentran de manera implícita varias razones para considerar a la homosexualidad una condición patológica. Para empezar, esta forma de homosexualidad se monta sobre una angustia de castración tan extrema que opera no sólo al inicio del Edipo sino también cada vez que se elige un objeto homosexual y/o se rechaza uno heterosexual. En estos términos, la homosexualidad masculina puede ser considerada no como el amor de un varón por otro varón sino como la aceptación de este objeto a falta de uno mejor en vista del horror causado por la visión de los genitales femeninos mutilados. Al igual que el fetichista, el homosexual, al encontrar un objeto sexual aceptable, refuerza su creencia en la posibilidad de una mujer con pene. Así, esta vicisitud particular del Complejo de Edipo nunca se supera sino que permanece en un reclamo de repetición desde el inconsciente. Por otro lado, esta forma fallida de tramitación del Edipo representa una regresión a una fase más primitiva del desarrollo psicosexual (Freud, 1905a/2004, 3

p. 211; 1914/2004, p. 85; 1915/2004, pp. 133-134; 1916/2004, pp. 387-388). Antes de atravesar su Edipo, el niño emerge de la fase anal y entra en la fase fálica. Sus objetos de amor son aún parciales y su relación con ellos es eminentemente de búsqueda de satisfacción de la necesidad. Todos los niños sufren el shock de descubrir que sus madres no tienen pene, pero los niños que más adelante en la vida serán heterosexuales en su elección de objeto son impulsados por este shock a buscar objetos cada vez más alejados del mundo de la madre y así consolidar su madurez sexual después del período de latencia. Para algunos niños que devendrán homosexuales, sin embargo, el shock es tan grande que se ven forzados a abandonar los incipientes logros de la fase fálica, regresando a la etapa anal y, de este modo, a una búsqueda de objetos narcisísticos de satisfacción. En particular, las elecciones de objeto de este tipo de homosexual deben tener no sólo genitales como los suyos sino también algún parecido con lo que de él alguna vez fue amado por la madre. Su objeto deber ser como él es ahora, como él o fue o como él quisiera ser, o debe parecerse a alguien que alguna vez fue parte de él (Freud, 1914/2004, p. 87). Toda relación amorosa futura será entonces una estrategia indirecta para amarse a sí mismo. De esta manera, en el desarrollo desde el autoerotismo al amor de objeto [estos homosexuales] han permanecido fijados en un lugar más próximo al primero (Freud, 1909/2004, p. 90). Este punto de vista toma en cuenta la importancia de la zona anal en las relaciones amatorias homosexuales (Freud, 1908b/2004, p. 158) ya que apunta a una regresión desde la conflictiva edípica, a través de la cual el niño podría 4

habilitar una elección de objeto más pleno, hacia un mundo narcisístico de satisfacción de necesidades anales. La segunda teoría es diferente pero no incompatible con la primera y puede de hecho reforzar o reforzarse con las tendencias implícitas en la primera. Freud presentó esta teoría por primera vez en Tres ensayos (Freud, 1905a/2004, p. 132, nota) y la repitió sin muchos cambios en escritos posteriores que versan sobre desarrollo psicosexual (véase por ejemplo Freud, 1910b/2004, pp. 92-93; 1921/2004, p. 102; 1922/2004, p. 224). De acuerdo a esta teoría, el niño que ha de volverse homosexual disfruta de una relación particularmente intensa con su madre. En parte a causa de esta excesiva solicitud por parte de la madre, el niño se rehúsa a renunciar a este vínculo tan estrecho con la madre, su primer objeto de amor. Un evento, Freud no especifica cuál, rompe este lazo con la madre. Para preservarlo en el inconsciente mientras lo abandona en la realidad del mundo, el niño ahora se identifica con la madre y elige futuros objetos de amor que se le parezcan a él. Al amarlos, revivirá el lazo erótico que alguna vez lo unió a su madre; puede seguir amando a su madre en él y, a la vez, ser él el amado. Donde una vez él fue amado, ahora amará, transformando lo pasivo en activo. Aunque un objeto ha substituido a otro, el cambio más importante ha sucedido en el yo, el cual ha sido re-hecho a imagen de la madre. Así, el antiguo objeto de amor ha sido preservado a expensas del yo a través de un proceso de incorporación similar al proceso del duelo patológico (Freud, 1917/2004, p. 246; 1921/2004, p. 103). Estas dos teorías parecen opuestas en cuanto que la primera es la renuncia consciente al lazo erótico con la madre mientras que la segunda es la 5

preservación inconsciente de ese mismo lazo. En la primera, el niño rechaza a las mujeres para aliviar la repulsión y el horror causados por la madre; en la segunda, huye de las mujeres para asegurar su lealtad a ella. Sin embargo, estos dos mecanismos pueden verse como complementarios y conducentes a una compleja formación de compromiso que permite al niño huir de la angustia de castración a la vez que preserva un lazo libidinalmente satisfactorio con la madre. Tal teoría de la homosexualidad implica varios factores patológicos, y Freud articuló sólo alguno de ellos. El más importante es la identificación con la madre y la consecuente alteración del yo bajo el modelo de un carácter sexual (Freud, 1921/2004, p. 102) que resulta incongruente desde el punto de vista biológico. El lazo emocional para todos los varones incluye, originalmente, la identificación con la madre, dado que objeto y yo aún no están enteramente diferenciados. El niño que será heterosexual renuncia a este lazo, impulsado por la angustia de castración y atraído por la identificación con el padre. Así, el yo del niño heterosexual se preserva en lo que respecta a su carácter sexual. Sin embargo, algunos niños que serán homosexuales incorporan el objeto de amor en su yo, transformando al segundo en términos del carácter sexual del primero. Estos niños se identifican con sus madres y aman a varones de la manera que ella lo haría. De algún modo, esta forma de homosexualidad sería más patológica que la primera, en la cual la identidad masculina del niño permanece como tal. En esta segunda teoría, el yo del niño se encuentra profundamente alterado. La tercera teoría es la más difícil y contiene no pocas complicaciones conceptuales. Formulada en el caso del Hombre de los Lobos (Freud, 6

1918/2004), esta teoría se conoce comúnmente como la del Edipo negativo o invertido, cuyos mecanismos son a la vez comenzados y terminados por el Complejo de Edipo. Una primera complicación surge del hecho de que este avatar del Edipo es descripto por Freud en el caso de un varón que no es homosexual. La manera exacta en que las particularidades de este caso pueden ser generalizadas no es clara pero la importancia de la teoría sí lo es en cuanto parece presentar la forma de homosexualidad más frecuente, a la vez que describe con gran agudeza los temas de la pasividad y la actividad como así también de la bisexualidad desde el punto de vista psicoanalítico, temas que se instalarán a lo largo de la historia en toda discusión de la homosexualidad masculina. En este caso en particular, la identificación previa del Hombre de los Lobos con su padre se deshizo cuando una hermana mayor lo sedujo. La posición libidinal del niño, ya cargada de una cierta masculinidad narcisística, viró de un carácter masculino y activo a uno pasivo y anal (Ibíd., p. 60). El padre, que alguna vez sirvió de núcleo de una identificación masculina, se convirtió entonces en el objeto de elección del niño. Más que ser como su padre, el niño eligió ser amado por él (Ibíd., pp. 26-27). Por otro lado, el niño relacionó el ataque de disentería de su madre (Ibíd., p. 72) con la escena primaria que observó un coitus a tergo, more ferarum (a la manera de los animales, por detrás) (Ibíd., p. 55), lo cual recargó sus celos de la madre y la hermana y lo condujo a una nueva identificación con la madre y a un giro de zona erógena primaria hacia el ano. Así, se mostro dispuesto a deponer su masculinidad para poder ser amado como una mujer. 7

El Hombre de los Lobos, sin embargo, repudió esta identificación femenina por el horror que le provocara la visión de lo que para él eran los órganos genitales mutilados de su madre (Ibíd., p. 45). Así, paradójicamente, los mismos factores que llevaron a la homosexualidad en la primera teoría (el horror hacia los genitales femeninos y la consecuente intensificación de la angustia de castración) ahora condujeron a la recuperación de la identificación masculina y a la elección de objeto heterosexual. Esta complicación teórica es harto peculiar, si no contradictoria. Al principio, el niño estaba dispuesto a abandonar su masculinidad por la feminidad para poder ser amado por su padre como si fuera mujer; luego, estuvo dispuesto a renunciar al amor de su padre para poder preservar su masculinidad. Se puede descifrar este acertijo sólo si se acepta que las condiciones psíquicas para estos cambios están en un constante flujo. Parecería que así como las predisposiciones a una posición libidinal masculina o femenina varían de individuo en individuo, también lo hacen en el mismo individuo. A lo largo del análisis del caso, Freud concibió lo activo y lo pasivo, lo homosexual y lo heterosexual como coexistentes (véase por ejemplo ibíd., p. 187; también pp. 26-27). Ya había tratado sobre un deseo bisexual en las fantasías histéricas (Freud, 1908a/2004, p. 146), deseo similar a las aspiraciones pasivas homosexuales del Hombre de los Lobos, las cuales fueron luego subsumidas por sus deseos activos heterosexuales. Freud interpretó el deseo del Hombre de los Lobos de retornar al vientre de su madre como superposición de opuestos. Por un lado, representa el deseo de estar dentro de los genitales maternos cuando el niño se imagina a sí 8

mismo como un pene. En este sentido, la fantasía de renacer es principalmente un símbolo del comercio sexual con la madre. Por el otro, el deseo de estar en el vientre materno representa la aspiración de copular con el padre y de esta manera tanto nacer de él como regalarle un hijo (Ibíd., pp. 76-77). Así, esas dos fantasías se revelan como correlativas: según sea masculina o femenina la actitud de la persona en cuestión, expresan el deseo de comercio sexual con el padre o con la madre. (Ibíd., p. 93). Independientemente de los mecanismos que determinan la elección de objeto, el resultado está por lo menos parcialmente influido por la predisposición psíquica hacia una identificación masculina o femenina. Para decirlo de manera sucinta, el Complejo de Edipo negativo es una variación del Complejo de Edipo general y resulta de la proporción particular de actividad y pasividad, masculinidad y feminidad, en cada individuo. En palabras de Freud: [ ] el varoncito no posee sólo una actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto en favor de la madre, sino que se comporta también, simultáneamente, como una niña: muestra la actitud femenina tierna hacia el padre, y la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre. Esta injerencia de la bisexualidad es lo que vuelve tan difícil penetrar con la mirada las constelaciones {proporciones} de las elecciones de objeto e identificaciones primitivas, y todavía más difícil describirlas en una sinopsis (Freud, 1923a/2004, p. 35). En la misma página, Freud agrega: Yo opino que se hará bien en suponer en general, y muy especialmente en el caso de los neuróticos, la existencia del complejo de Edipo completo. En efecto, 9

la experiencia analítica muestra que en una cantidad de casos [ ] se obtiene una serie en uno de cuyos extremos se sitúa el complejo de Edipo normal, positivo, y en el otro el inverso, negativo, mientras que los eslabones intermedios exhiben la forma completa con participación desigual de ambos componentes. Y en el mismo párrafo, concluye: A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación padre y madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y, simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la identificación-madre. En la diversa intensidad con que se acuñen sendas identificaciones se espejará la desigualdad de ambas disposiciones sexuales. La pregunta que surge con naturalidad en este punto de la revisión es qué gobierna la intensidad con la que se acuñan las identificaciones. No queda claro en la explicación freudiana si en los niños la prevalencia de identificaciones provenientes de un Edipo negativo es el resultado natural de su constitución sexual biológica o de una crisis en particular durante el desarrollo psicosexual como, por ejemplo, una regresión a un lazo erótico temprano con el padre causada por un Edipo positivo particularmente difícil y por una angustia de castración extraordinariamente intolerable. De encontrar una repuesta a este interrogante sobre las intensidades diferenciales de impresión de identificaciones, se obtendrían sub-variedades del Edipo negativo dependientes del desarrollo natural de una constitución biológica dada o de productos accidentales del 10

desarrollo psicosexual, con la consiguiente posibilidad de hacer un pronunciamiento sobre el carácter patológico o no patológico de cada Edipo negativo en particular. La cuarta teoría freudiana sobre la homosexualidad, su última contribución importante al tema, aparece sólo una vez y en su artículo sobre los celos, las paranoia y la homosexualidad (Freud, 1922/2004, pp. 224, 226). Diverge significativamente de las otras teorías dado que no implica una identificación con la madre ni horror ante los genitales femeninos causado por angustia de castración intensa ni una elección de corte narcisístico de objeto. En este caso se describe una forma de homosexualidad enteramente diversa a las otras tres. Tal como en las otras, sin embargo, la transformación del objeto de amor comienza con un amor intenso a la madre, amor que lleva a celos extremos de los hermanos como así también presumiblemente del padre. Estos celos movilizan deseos de muerte y fantasías sádicas de gran violencia. No queda claro qué fuerza al niño a abandonar y transformar estas mociones hostiles pero bajo el influjo de la educación, y sin duda también por la continua impotencia de estas mociones (ibíd., p. 225) éstas son reprimidas y convertidas en sentimientos de amor homosexual a través de una formación reactiva. Es probable que, dado que los celos comúnmente se experimentan hacia hermanos de ambos sexos, el niño traiga una predisposición para tal transformación en dirección de la homosexualidad. Es interesante notar que el proceso de convertir a los rivales en objetos de amor es la imagen especular del proceso por el cual el amor homosexual pasivo 11

se transforma en delirio de persecución y paranoia. En este caso, el impulso homosexual intolerable, lo amo, se transforma por negación en lo odio, y luego se racionaliza por proyección en me odia de tal manera que la paranoia preserva al sujeto de convertirse en homosexual. Lo que es más, esta teoría da cuenta de la notable correspondencia entre homosexualidad y sentimientos sociales altamente desarrollados como el altruismo, ya que el mecanismo de formación reactiva transforma las fantasías asesinas más violentas en impulsos e intenciones exageradamente sociales (Freud, 1922/2004, p. 225). De acuerdo a la cuarta teoría de Freud, el paso de la elección de objeto heterosexual a una homosexual ocurre más temprano que en las otras tres teorías. Además, el niño no tiene una identificación patológica con la madre. Aunque ha tenido, como es de esperar, un vínculo de interdependencia con ella, ha pasado esta identificación narcisística y ha entrado en la conflictiva edípica. Lo que es más, como no hay necesariamente horror a los genitales femeninos, no queda excluida la posibilidad de sentimientos y comportamientos heterosexuales. Esta teoría no requiere el abandono de la madre como objeto sexual prototípico ni de la vuelta contra ella por horror y asco. Más bien, es posible más adelante una elección de objeto heterosexual basada en un vínculo con la madre transformado normalmente de modo que esta forma de homosexualidad no es necesariamente excluyente (Freud, 1922/2004, p. 226). Aun después de esta revisión de las teorías freudianas sobre la etiología de la homosexualidad, no queda claro desde qué marco se debe pensar 12

una homosexualidad patológica. No obstante, se pueden hacer algunas inferencias. Primero, de acuerdo a estas formulaciones, la elección de objeto homosexual en el caso masculino no puede pensarse simplemente como el amor de un varón por otro. En la base de dicha elección se encuentra una fijación con la madre sin resolver. La elección de un objeto del mismo sexo, en estos términos, es un fenómeno secundario que a la vez niega y protege ese amado vínculo de la infancia. El homosexual no se siente atraído hacia su objeto por preferencia sino por el horror de los genitales femeninos mutilados y la posibilidad de sufrir un destino similar, y esta es una fuerza que actúa cada vez que se hace una elección de objeto homosexual o se repudia uno heterosexual. Se puede convenir en que el comportamiento que es motorizado no por deseo, placer o la necesidad de descarga sino por angustia difícilmente escaparía la definición de patológico. Segundo, aunque la identificación con la madre, aun en el caso del niño varón, es una etapa necesaria en el desarrollo psíquico, la clase de identificación que ocurre en el clímax del Edipo que lleva a la alteración del yo para concordar con el carácter femenino de la madre también cae dentro de lo que se podría llamar patológico. Por un lado, la identificación con el padre en la resolución del Edipo es instrumental para la incorporación de normas estéticas, morales y sociales a través de la formación del superyó. Tal construcción, sin embargo, no será efectiva si el resultado del proceso es una identificación con la madre como objeto de amor en vez de una identificación con el padre que profiere la prohibición de amar, un padre que es amado ambivalentemente. La renuncia al 13

objeto de amor por identificación no puede tener el mismo efecto en la formación del superyó que la internalización de una parte de las normas sociales a raíz de la prohibición del incesto. Finalmente, la tendencia del niño hacia una elección de objeto narcisística limita seriamente la posibilidad de que su sexualidad dé por resultado relaciones maduras con su objeto de amor ya que por naturaleza el carácter narcisístico dependerá en parte de sus objetos para obtener el reaseguro de que no está castrado ni lo estará en el futuro. El amante narcisista no puede involucrarse con objetos que sean esencialmente distintos de él. Por último, estas cuatro teorías se apoyan sobre un punto teórico crucial: la noción psicoanalítica de genitalidad. Esta noción, propuesta como ideal del cual toda condición que se aparte se aleja también de la normalidad, tiene influencia directa sobre la cuestión de la naturaleza patológica de la homosexualidad. Sin embargo, Freud mismo afirmó que [ ] la salud sólo se puede describir en términos metapsicológicos, por referencia a unas proporciones de fuerzas entre las instancias del aparato anímico por nosotros discernidas, o, si se prefiere, inferidas, conjeturadas (Freud, 1937/2004, p. 228, nota 11), y en otra parte: Hemos discernido que el deslinde de la norma psíquica respecto de la anormalidad no se puede trazar científicamente, de suerte que a ese distingo debe adjudicársele sólo un valor convencional, a despecho de su importancia practica (Freud 1940a/2004, p. 197). No obstante estas advertencias, en por lo menos tres artículos Freud establece los requisitos de normalidad: en uno de los Tres Ensayos, en su artículo sobre la moral sexual cultural, y en la cuarta conferencia 14

en Clark University (Freud, 1905a/2004, pp. 125-126, 129 y 130, nota 12, entre otras; 1908c/2004, pp. 169, 170; 1910a/2004, p. 41). Para Freud, dado que cada aberración sexual representaba una inhibición en el desarrollo o un infantilismo (Freud, 1905a/2004 p. 211; 1919/2004, pp. 180-189, 190), todas las formas de sexualidad debían ser medidas contra una forma madura estándar, o sea, la sexualidad genital: El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han formado una organización sólida para el logro de la meta sexual de un objeto ajeno (Freud, 1905a/2004, p. 179). En este breve comentario, Freud establece los requisitos de genitalidad: la búsqueda de placer sexual sirve a la función de reproducción; las pulsiones parciales están unidas; los genitales asumen el lugar de primacía como zona erógena; las pulsiones parciales, de operar, lo hacen subsumidas a la función genital; toda moción erótica se dirige hacia un objeto que es externo al cuerpo. Es interesante notar que, excepto el primero, todos estos requisitos pueden ser usados con facilidad para describir características de una sexualidad adulta madura. Sólo el requisito de que la sexualidad debe servir a la reproducción parece quedar fuera de un discurso puramente psicológico y representar más que nada la intrusión de algún valor personal de Freud. Desde el momento en que para Freud la sexualidad ideal necesariamente fusionaba placer y procreación, la homosexualidad debía ser forzosamente una 15

aberración. Esta decisión, de hecho, fue subyacente al modo en que Freud entendió la diferencia entre perversión, la cual implicaba una fijación en metas sexuales infantiles de manera tal que la procreación no predominaba en la búsqueda de satisfacción sexual, y la inversión, cuya característica esencial era la desviación de un objeto del sexo opuesto (y, de este modo, biológicamente correcto) para la satisfacción de la meta sexual (Freud, 1905a/2004, p. 124). De aquí en más, las aberraciones sexuales serían concebidas como deflexiones de la pulsión sexual de su doble objetivo de placer y procreación. No serían nunca medidas en términos de la calidad de la experiencia sexual en sí o la manera en la que satisfacían metas humanas de intercambio de afecto y significado. En su estudio del caso de la joven homosexual, Freud apuntó que la homosexualidad podía tratarse de tres cuestiones diferentes: características sexuales físicas, como en el caso del hermafroditismo, pero esta condición es rara; características sexuales mentales, pero la universalidad de la bisexualidad y de la mezcla de pasividad y actividad hacen esta característica inútil para identificar a la homosexualidad; o una elección de objeto en particular. Aunque Freud podría haber considerado otras características, como las fantasías sexuales, se decidió por la tercera aun cuando en el mismo artículo hizo explicito que la elección de objeto homosexual en varones podía corresponder con una fuerte masculinidad psíquica: Un nombre con cualidades predominantemente viriles, y que exhiba también el tipo masculino de vida amorosa, puede, con todo eso, ser un invertido con relación al objeto, amar sólo a hombres, no a mujeres. Un hombre en cuyo 16

carácter prevalezcan de manera llamativa las cualidades femeninas, y aun que se porte en el amor como una mujer, en virtud de esa actitud femenina debería estar destinado al varón como objeto de amor; no obstante, muy a pesar de eso, puede ser heterosexual y no mostrar hacia el objeto una inversión mayor que una persona normal media. Lo mismo vale para las mujeres; tampoco en ellas carácter sexual y elección de objeto coinciden en una relación fija (Freud, 1920/2004, pp. 169-170). Así las cosas, el legado que Freud dejó al psicoanálisis en lo que concierne a la homosexualidad se puede dividir en dos grandes partes: una variada teoría sobre su etiología y dinámica, y un entendimiento no tan claro de la relación entre la homosexualidad y lo que se podría considerar el funcionamiento psíquico y el comportamiento normales. Se verá que la primera parte de su legado fue tomado por sus seguidores, pero que la segunda siguió siendo oscura y contradictoria y, de esta manera, presa fácil de los caprichos de las convenciones y de la opinión personal. Por un lado, la actitud de Freud hacia la homosexualidad no carecía de profundo respeto por los logros de algunos homosexuales así como de interés en la manera en que la homosexualidad arrojó una nueva luz sobre algunas cuestiones y comportamientos que hasta entonces se habían dado por sentados. Por otro lado, Freud se adhirió, de forma tanto implícita como explicita, a normas culturales que definían el funcionamiento sexual y psíquico saludable a través de su correspondencia con requisitos y costumbres históricas y contingentes. Esta posición, fuera correcta o no, nunca fue substanciada por Freud, aunque muchos analistas posteriores la usarían como pieza clave de sus propias teorías. 17

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