CALCULAR LAS RUTINAS Pdo. Menfis Lourdes Aso Torralba

Transcripción

1 CALCULAR LAS RUTINAS Pdo. Menfis Lourdes Aso Torralba En lo que cuesta echar un pie detrás de otro se rompe la vida. Alguien rompe la vida de alguien. Queda saber porqué, qué mueve a uno y cómo reacciona el otro. No se comprende el sin sentido, que va. La locura tampoco. Existe y punto. O la maldad. Existe para que algunas caras se sonrojen de vergüenza. Para parar el mundo en una reflexión rápida. Para darnos cuenta de la vulnerabilidad. Mientras la televisión local y la radio autónoma cuentan la vida recién rota, la mayoría sigue comiendo el plato de lentejas como si nada. Continúan con las risas o saltan de un tema a otro, hablan de la hipoteca, del precio del gasoil y de encargar ya los libros de los niños. Y añaden de refilón un Has oído? Han secuestrado a uno para continuar limpiando los platos antes de meterlos en el lavavajillas. El secuestrado es un joven universitario que en el momento de los hechos vestía pantalón de tiro bajo, camiseta azul y zapatillas del cuarenta y cinco. Casi la mitad de los jóvenes de la generación del cola cao responderían a esa descripción. Si añadimos lo de las gafas de pasta negra y la estúpida manía de ser un animal de costumbres, la cosa cambia. El locutor de radio ha puesto voz de circunstancias, melosa, como para que la gente deje de masticar el filete y atienda la tragedia. Pero sólo en casa de Gorka parece que se escucha. Allí no para de sonar el teléfono. Una y otra vez. Los allegados quieren saber qué ha ocurrido. La policía ha intervenido la línea, espera la llamada que proponga las condiciones del rescate. Han fotografiado la habitación, copiado el disco duro del ordenador y cotilleado el correo electrónico. Dicen que se puede barajar cualquier posibilidad. Que Gorka se haya fugado al Caribe en busca de sexo. Que fuera miembro de una secta satánica o que le hubiera dado por suicidarse. Lo real es que Gorka no está y en Oria le buscan. Peinan calles y alrededores. Mueven matas, examinan la tierra recién levantada, vacían canales y se apuran cada vez más. Reconstruyen los últimos pasos de Gorka, nada difíciles. Siempre la misma calle, el mismo bar y casi la misma banqueta. La misma hora. Un defecto imperdonable. Nadie lo dice en voz alta pero por casi todas las cabezas circula lo mismo. Una presa fácil. Desde que falta Gorka, en algunos hogares de Oria se preparan para dormir con un ojo 1

2 abierto. No lo confiesan pero el miedo rueda entre las sábanas y baja hasta la boca del estómago. Gorka todavía cree que va a abrir los ojos y verá la habitación, el ordenador Calcula como puede el paso de las horas. Intenta mantener su rutina en ese espacio reducido. Ahora vuelvo de la Universidad. Cojo el veinticinco, cruzo la calle, subo las escaleras, saludo a Neus y lo bajo al jardín a hacer un pis. Casi a la vez Gorka recuerda algunos versos de Altolaguirre "pienso en mí cuando te sueño y robo al tiempo todas mis edades..." y le entra más nostalgia. El zulo es más ancho que alto y huele a humedad. A ratos hay luz eléctrica, a ratos no. El ritmo de las visitas es incierto. Gorka escucha los pasos arriba y no entiende porqué le ha tocado a él. No tiene dinero ni milita partido político alguno. Acaso puede servir de moneda de cambio? O piensan conservarlo un poco antes de cortarlo en filetes y comérselo a raciones recién sacadas del congelador? Gorka sabe que pensar así no le beneficia en absoluto. Intenta enderezarse un poco. Estira las piernas por orden. Siente como si dentro de su cabeza sonaran risas y voces. Es abajo o arriba? Piensa que no tiene porqué ser más feliz en otro lugar, que eso tampoco es un encierro en toda regla. Que cada uno vive atrapado en sus miserias y su propia piel. Podría llorar pero sabe que eso consumirá oxígeno del zulo, le restará facultades y encima no le servirá de nada. Recuerda las clases de Sociología de la Universidad y se aplica en reproducir mentalmente el esquema que preparó para el examen. Se detiene en el tema que habla de la esquizofrenia social. Nota su pulso acelerado, sobre todo porque toma conciencia de que a cada segundo que pasa se hiela un poco más el corazón del tipo del pasamontañas negro. De rebote también el suyo. Le ha pedido algo para leer, que traiga lo que sea en la próxima visita. Piensa un tablero de ajedrez y mueve las piezas. Avanza el caballo, jaque a la reina. Acabará en tablas? Le quedan muchas cosas por hacer. Gorka no quiere ser un cadáver sin más. Sonríe. Se le ocurre cómo será morir de pie. Al tipo de arriba todo le importa un rábano. No es odio cuándo quema los coches ni cuándo cumple órdenes. Él dice que es cuestión de principios. A la sociedad le mueve el miedo colectivo. Abajo, hay un tipo y arriba la gente duerme con un ojo abierto. Pagarán seguro. Todos los que se niegan, pagarán. Así ha sido siempre. Así será también ahora. Las calaveras en la piel. Las botas terminadas en punta. La cabeza rapada al cero. Ha sido fácil meterlo en el coche, ponerle un esparadrapo y anudarle las manos y pies. Mientras se esté callado, que lea. Gorka se estira también en orden. Le pasa por la cabeza el cartel publicitario del Corte Inglés, el que anuncia con una sonrisa que el mundo es bello. Siente rabia, la rabia 2

3 del engaño y estafa porque Oria palpita como si nada. Empieza a entender los contrastes. Hoteles de cinco estrellas con yacuzzi, campo de golf y masajista, por los que pasan ejecutivos sin instalar siquiera el alma, yupiies de los que cuelgan bellas señoritas diez que arden en deseos sexuales. Por debajo de la fachada navegan vicios de alacrán y sueños. Quiero salir de aquí! Gorka imagina una cafetería como la de la Universidad y desayuna como cada mañana café amargo con una porra pero le cuesta asumir que la realidad es otra. Gorka no se porta bien, tiene que ser eso. Respondón, desobediente y rebelde. Quiere estar en Nanclares de la Oca, ocho metros cuadrados y cerrojos. Mejor sería. Escucha los pasos que se acercan. Desde arriba, el tipo del pasamontañas lo mira como si fuera una rata. Le alcanza algo de comida y la metamorfosis de Kafka. Gorka lo imagina con un fonendoscopio colgado al cuello en su doble vida, o en una cadena de fábrica montando los tubos de escape de los coches. O empujando una silla de ruedas y sonriendo a una anciana demente. Fuera de la nave que esconde el zulo, es un tipo inofensivo y simplón. Seguro que deja propina al camarero, abre las puertas a las chicas y recuerda los aniversarios. Gorka no lo culpa todavía. Qué vas a hacer conmigo? Por qué me has encerrado? El tipo del pasamontañas negro no alimenta siquiera el falso entusiasmo para que demuestre que vive todavía. Gorka ni mira. Se concentra en su rutina de afuera. Toca dormir seguro. Viene de noche porque no conviene que la gente vea ni hable. No puede traer las bolsas del súper sin levantar sospechas. Gorka da las gracias por la comida. Quiere pedir un periódico, crucigramas, incluso el diccionario de la Real Academia de la Lengua le sirve para no aburrirse. No entiende qué tiene que ver con el secuestro, si se parece mucho a otro y lo han confundido o si de verdad está elegido como rehén porque le creen útil. Piensa en la Justicia y no puede por menos que sonreír. No se cree nada de nada. Cómo lo va a creer? Si pone la tele y le da ganas de vomitar! No hay día en el que no muera una mujer, asesinada por celos, por agresividad, por esquizofrenia colectiva. No, el tipo del pasamontañas no parece esquizofrénico. Calcula bien. Ambos calculan la distancia, como esperando el momento de sacar las uñas. Suena un móvil con el mismo timbre que el de Sofía para quedar. Pasean a los perros juntos. Mientras unos juegan y corren, otros se corren y juegan. Escucha monosílabos: sí, no, vale, bien. Gorka se pregunta si lo suyo será más importante que un volcán en erupción o el deshielo del Perito Moreno. Si detrás de lo suyo hay una revolución nuclear y los gobiernos hablan de pruebas con bombas de baja carga. O si aunque alguien escriba que en Oria ha desaparecido un tipo, la gente saboreará el croissant y el café deteniéndose sólo en la subida de la electricidad y el 3

4 precio del petróleo. Nadie le conoce como para que sufran por sus huesos. A Gorka se le hiela la sangre. Acaba de recordar el día que rodeó con un círculo el anuncio de alquiler de un piso. Tras hacer números, con la asignación mensual no alcanza a hacerle frente. Recuerda al casero, sus pelos tiesos y voz recia. Después piensa en la cita a ciegas con una chica. Le había parecido algo gótica con los labios negros y la forma de vestir. Pero Dayna no ha podido ser. No hay nada que explicar. Eso pasa todos los días dice. El tren de cercanías, el mismo vagón que le ha arrastrado por las vías, casi similar al viaje de ahora, transitado por almas anónimas con ganas de venganza. Recuerda el pánico colectivo tras el atentado de Atocha, como si meter los pies en los vagones costara, como si de repente los zapatos se hubieran vuelto de mármol. Se han vuelto a cerrar los cerrojos. Piensa que peor lo tienen las putas que se juegan la vida en una lotería de preservativos y SIDA o de semen con hepatitis que tarde o temprano degenerará en cirrosis y cáncer, en cáncer y muerte, en muerte lenta. Tiene a Kafka y su metamorfosis. Nunca hasta ahora había comprendido tan bien el argumento del libro. El tipo del pasamontañas aguardará hasta que vea en el zulo a una cucaracha. Quiere minar el cerebro. Quiere transformar a Gorka en otro, reducir su energía hasta hacer con él lo que quiera. Piensa en las FAC, en los secuestrados que acaban en la selva y tardan años en ser liberados. En que el número de secuestros es de unos cinco o diez por día. Se recuerda que está en Oria. Claro que en Oria hay también impuestos revolucionarios. Pero Gorka no es nadie. Para qué le quieren? Quiere y no quiere que le maten. Quiere que le suelten y no quiere porque teme que le vuelvan a pillar. Cuántos días han pasado? Cuántas latas de alubias sin calentar? Cuántos periódicos recortados? Si sale irá a la Muralla China, ayunará con los budistas que creen en la reencarnación y respetan a las hormigas. Gorka se pregunta qué habrá sido en la anterior vida. Si dura más el secuestro no necesitará reencarnarse en serpiente ni en gusano. Ya repta por el suelo y la rutina se le vuelve borrosa. No sabe si toca desayunar, hacer flexiones, leer por infinita vez la metamorfosis, leerlo al revés, de atrás adelante, negociar con el tipo del pasamontañas, desear que venga ya, antes de que el estómago ruga como un volcán. Imagina música. Bob Dylan, Janes Joplins, Quim Escucha las notas porque no adivina, ni puede, ni quiere casi, meterse en la piel del secuestrador. En Oria, la desesperación de los relojes remueve conciencias. Caminan tan despacio cuándo Gorka no aparece, tan deprisa en la habitación vacía. Gorka ya no siente el tiempo. Le da por pensar en Dios y eso que nunca fue ni a salesianos ni a jesuitas. Si pudiera, le gritaría que qué cojones de mundo se dedicaba a crear, si su amor 4

5 infinito también incluía al tipo del pasamontañas. Porque hubiera cielo o infierno, Gorka está seguro de que el tipo no se arrepiente ni un ápice, que por dentro le recorre la cicuta y aún así no muere ni llora ni le da por liberarlo. Piensa en el purgatorio y palpa con las manos las paredes del zulo. Contrastes. El tipo del pasamontañas debe estar a punto de subirse a un deportivo rojo camino del campo de golf mientras Oria continúa enloqueciendo a través de móviles, policía científica y expertos en secuestros, cuándo en realidad, deberían llamarlos inútiles totales. El profesor de japonología siempre decía que cuánto más se sabía de algo, más cuenta se daba uno de que no sabía nada. Gorka sigue pensando que es maricón y que se ha debido recorrer medio mundo en bicicleta para saber hablar tantos idiomas juntos sin mezclarlos. Los amantes debían ser unos maestros cojonudos. Y le entra de nuevo la tristeza porque la clase de japonología era en un aula especial y empezaba justo cuándo el sol atravesaba la rendija del techo, calculado todo con el número de oro. Sabrá el secuestrador qué es eso? Gorka piensa en las hormigas, en lo bien organizadas que están, en las jerarquías. Me van a matar. Seguro. Habrán dicho que en cuarenta y ocho horas me matan y no dudarán en descerrajarme un tiro. Esos tipos tienen talento, paciencia, nervios de acero. Si no tuvieran huevos tampoco habrían sido elegidos para esta misión. Y si le da por conectarlo a una bomba? Cuatro meses en Marruecos con las brigadas especiales de adiestramiento le habrán servido para aprender a activar explosivos. Eso es, le llevarán a la puerta del Pabellón Catorce para que vea cómo entran y salen los funcionarios, el estrés que suda su piel. Debe ser junio y arriba, dónde los relojes desesperan a la gente, se agota el plazo de Hacienda. Quitar a los ricos para repartir entre los pobres, lo que se les cuenta a los niños. Gorka se acuerda de cuándo su padre le llevaba de la mano al colegio hasta que una bomba le voló las piernas. De su madre que empuja la silla por el pasillo y de su empeño por adaptar la cocina y el baño a las nuevas circunstancias. Se acuerda de la abuela que a ratos pierde la memoria y pregunta dónde está. Y Gorka la comprende de golpe. A ratos olvida aposta porque lo que pone en los periódicos no es lo mismo que lo que hay en casa. En alguna parte alguien se ha equivocado y el mundo no es bello. Piensa que la esperanza es el camino de los vencidos paralelos. Porque los relojes rugen y él no puede volver a casa. Tiene una sola hoja de papel de cuadros y un bolígrafo de propaganda de un banco. Escribe con la letra muy pequeña y dándole la vuelta al folio en espiral para que le cunda más el espacio y no se pueda leer a la primera. Sabe que no será un relato premiado en ninguna parte, que no tiene una técnica que para convencer 5

6 a cuatro señores de un jurado pero que lo que va a contar, le sale de tan adentro que no necesita inventar un protagonista, le basta con trasvasar de la piel al papel. No necesita imaginar que la pantalla de plasma le vierte una tragicomedia con cortes publicitarios cada diez minutos en la que se siente un poco como el dios de las pequeñas cosas, saboreando instantes, poniendo mucha delicadeza entre los dientes, secándose las lágrimas cómo hacen los niños. No se estira en orden buscando amor, ni calla vomitando la locura de sanatorio, mea en cuclillas en una esquina del zulo. Y piensa de nuevo en que es una jodienda estar allí. Jodienda Deja que la palabra le ruede por la boca como si fuera un caramelo de fresa. Nota algo húmedo por la comisura del labio. Se pasa la mano y la mira con la poca luz que tiene el zulo. Parece sangre. La chupa y sabe como debería saber la sangre. Recuerda la úlcera del verano pasado, la que se le abrió por culpa de los exámenes. Si le ha dolido el estómago ha sido un dolor más suave que el del encierro, como el de los algodones recién embadurnados en alcohol. Gorka nota que no huele a alcohol sino a éter. Tiene sueño. Quiere dormir mucho y no volver a despertar jamás. Le pesan los párpados. Cae en un profundo sueño en el que no hay compañeros masticando marihuana ni hay que obedecer siempre al más fuerte. Sueña que todo es pasajero, instantes de esquizofrenia colectiva sin salvación, sin extrañeza. Sueña en el valor de un hombre, de una vida y sonríe. En África una mujer se cambia por dos camellos y ya es mucho más de lo que tiene él. La fatiga en los ojos le puede. Se deja mecer como si fuera papel a punto de elevarse por los aires, panfletos con frases huecas, con ideas equivocadas, con minutos abismales y sin juicio. Vuelve a soñar con Dios, si existe. Se pregunta si se ocupará de las pequeñas cosas, de ordenar su habitación, despedirse de los suyos, si perdonará al tipo del pasamontañas. Si de verdad existen almas, si el alma de ése tipo es de las que invitan a doblar la rodilla en señal de respeto mutuo, si su mente está infectada por odios viejos, por SIDA o tal ver por el mismo éter combinado con arsénico. Piensa que todo es veneno y nada es sin veneno, solo la dosis hace al veneno letal. En Oria la desesperación de los relojes se transforma en esperanza cuándo a varios kilómetros, junto a una gasolinera, aparece el cuerpo de un joven en estado lamentable. Gorka quema con sus ojos el frío de la impotencia antes de regresar al mundo de los vivos. Se pregunta porqué no ha muerto. Recuerda el papel del bolsillo y de repente sabe que le faltaba aún una cosa por hacer. Enviar esa historia a algún certamen y morir de pie. Casi a la vez Gorka recuerda algunos versos de Altolaguirre 6

7 "pienso en mí cuando te sueño y robo al tiempo todas mis edades..." estira las piernas por orden y decide que se fugará al Caribe metamorfoseado en escarabajo verde. 7