ANÁLISIS Y EXPLICACIÓN DEL TEXTO DE NIETZSCHE

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Transcripción:

ANÁLISIS Y EXPLICACIÓN DEL TEXTO DE NIETZSCHE LA RAZÓN EN LA FILOSOFÍA En el capítulo La razón en la filosofía de la obra Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche ofrece una caracterización de los filósofos mediante dos idiosincrasias o peculiaridades (aforismos 1 y 4), y al mismo tiempo contrapone su provocadora y paradójica forma de entender la filosofía a la concepción tradicional (aforismo 6). 1.-LAS IDIOSINCRASIAS DE LOS FILÓSOFOS. Nietzsche considera que hay dos características que determinan la idiosincrasia de los filósofos: a) su falta de sentido histórico y b) su confusión entre lo último y lo primero. Vamos a examinarlas por separado. a) La falta de sentido histórico de los filósofos. (Aforismo 1). En efecto, la filosofía tradicional se ha comprendido siempre a sí misma como un saber de lo universal y necesario, en contraposición con la historia, considerada siempre como un saber inferior (apenas un saber) de lo particular y contingente, de la facticidad de la vida y de las acciones humanas realizadas en el tiempo. La filosofía ha inventado un dominio o ámbito de la realidad sustraído a la historia, ajeno al tiempo, y se ha atribuido a sí misma la capacidad de conocer ese dominio, considerándolo como el dominio de la verdadera realidad y el fundamento o apoyo ontológico de las realidades sensibles y temporales en las que se desarrolla la vida humana. Los conceptos mediante los que los filósofos han pretendido conocer la verdadera realidad, el ser de lo real, han sido el resultado de un vaciamiento, de una abstracción, de la realidad. Recordemos, por ejemplo, que Platón concebía las Ideas como eternas y universales, perfectas e inmutables. Con esto se oponen radicalmente a la particularidad, contingencia e historicidad de las que está hecha la vida humana en su más radical esencia. Este intento de escapar a la temporalidad, al cambio, al devenir, a la mutabilidad y en definitiva, a la muerte, es lo que Nietzsche quiere señalar en el texto con el término "egipticismo". Precisamente esta es la primera característica de los filósofos, que según Nietzsche es un ser humano incapaz de llevar una existencia entregada al tiempo, al cambio, al devenir, a la muerte y por eso expulsa el devenir de su noción de ser: "lo que deviene no es, lo que es no deviene", dice irónicamente haciendo referencia a uno de los preceptos vigentes desde los inicios de la filosofía con Parménides. El filósofo se caracteriza, pues, por su odio a la noción de devenir y por su fe desesperada en lo que es, en el ser, entendido por él como el ser-eternamente-presente en perfecta identidad consigo mismo. La desconfianza e infravaloración de los sentidos y del cuerpo a lo largo de toda la historia de la filosofía, no es más que un efecto del egipticismo característico de los filósofos. Este odio se debe a que los sentidos muestran como reales la multiplicidad, el nacer, el perecer y el cambio. Por tanto razona el filósofo tradicional-, son engañosos e impiden el acceso al ser verdadero. Para poder conocer lo que verdaderamente "es", hay que desprenderse de los sentidos y acogerse a la razón. En esta misma línea hay que entenderla frase "ser filósofo, ser momia, ". El único filósofo que se escapa (sólo parcialmente) a esta caracterización es Heráclito. Tiene el mérito de haber afirmado el cambio continuo de todo y por haber rechazado la noción del ser estático y eterno como una ficción vacía. Pero Heráclito también pensó que los sentidos eran engañosos por mostrar en las cosas demasiada duración y unidad, con lo que también se equivocaba, porque la permanencia, la duración, la unidad, la identidad, etc. no son producto de los sentidos, sino de la razón. Es decir, el responsable último del odio al devenir es el 1

lenguaje: los conceptos o categorías lingüísticas mediante los cuales interpretamos los datos de los sentidos. El resultado de esa interpretación que hace la razónlenguaje es un mundo formado por elementos preferentemente estáticos, eternos, permanentes e inmutables. (Para entender correctamente lo anterior es necesario recordar que razón proviene del griego logos, que puede traducirse también por "lenguaje" o "palabra". En realidad, el mundo que nos presentan los sentidos es el único, puesto que la plenitud del ser es una "ficción vacía", un "añadido mentiroso", mientras que la plenitud del devenir es impensable. Lo que Nietzsche pretende con esta valoración del mundo tal como lo muestran los sentidos es un objetivo doble: en primer lugar, quiere rechazar el "esencialismo", esto es, la pretensión de traspasar el plano fenoménico hacia un inexistente "ser en sí" (esencia, sustancia) de las cosas; en segundo lugar, quiere evitar todo dualismo, toda consideración de que existen dos planos o niveles de realidad. Esto es así porque, en realidad, un ser en sí de las cosas es algo absolutamente indemostrable. Nuestro conocimiento está encerrado en ciertos límites: los datos que nos proporcionan los sentidos y las construcciones que la razón-lenguaje realiza con ellos. Fuera de esos límites no hay, para nosotros, absolutamente nada. Esto significa que la crítica de Nietzsche a la noción de ser no se refiere únicamente a las Ideas platónicas, sino también a la ciencia (que cree encontrar leyes universales, inmutables y eternas que explican el acontecer de los fenómenos), a la moral (que afirma la existencia del bien frente al mal moral, como dos mundos separados e inconciliables) y a la religión, especialmente al judeo-cristianismo (que afirma que la verdadera vida no es ésta que ahora disfrutamos, sino otra que comienza tras la muerte). Esta crítica nietzscheana del conocimiento pretende ir más allá de la crítica kantiana en la medida en que niega cualquier sentido al término objetividad aplicado al conocimiento. Para Nietzsche, la idea kantiana de un conocimiento objetivo de los fenómenos es una contradicción en los términos. Si es de los fenómenos, no puede ser objetivo, por mucho que los juicios de la ciencia sean universales y necesarios. Su universalidad y necesidad es relativa a nosotros, a nuestra perspectiva humana, la cual es particular y contingente, producto de la particular constitución biológica de nuestros órganos sensoriales y de la particular historia evolutiva de nuestra especie, en la que el lenguaje (verdadero lugar trascendental de las categorías) ha desempeñado un papel de primera importancia. b) La confusión entre lo último y lo primero.(aforismo 4). Esta idiosincrasia de los filósofos está estrechamente relacionada con la anterior, hasta el extremo de que se puede decir que se deriva o está implícita en ella. Probablemente por eso, Nietzsche pone en cursiva otra, pues no se trata de algo realmente diferente. Los filósofos, al creer en la existencia de un mundo verdadero del ser y del valor, en el que no hay devenir, pluralidad, historia y muerte, se ven obligados a negar que los conceptos supremos (ser, verdad, bien), mediante los cuales pretenden estar apoderándose del mundo verdadero, tengan un origen humano y una evolución histórica. Y al poner el mundo verdadero como 2

fundamento del sentido y del valor del mundo aparente, se ven obligados a pensar que el fundamento último del ser y del valor (Dios), el ser realísimo y perfectísimo, es causa de sí mismo. Con ello ponen como principio (origen, causa y fundamento) un objeto (Dios) que no existe más que en la cabeza del filósofo, cuyo concepto es una ficción producto de la idiosincrasia del filósofo, el cual, a su vez, como tipo humano es producto de una determinada etapa en la historia de las interpretaciones del mundo. Las últimas frases de este aforismo son especialmente importantes para comprender su sentido general. Al valorar que la filosofía no es otra cosa que el conjunto de dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas, Nietzsche pretende expresar metafóricamente quiénes han sido los filósofos hasta ahora y en que ha consistido la filosofía. Esta dura metáfora hay que entenderla en consonancia con la que aparece en el aforismo anterior: " Ser filósofo, ser momia ". Con la expresión "telarañas" Nietzsche se refiere al sistema o red de conceptos mediante los que la razón pretende comprender el mundo, ordenando y relacionando los fenómenos de la experiencia. Este sistema es obra de la razón y constituye el mundo de los filósofos, del mismo modo que la telaraña es obra de la araña y constituye su mundo. Para ella no existe más que aquello que queda atrapado en la telaraña, del mismo modo que para nosotros no existe más que aquello que podemos atrapar en conceptos. Y de igual modo que la finalidad de la telaraña no es el conocimiento, sino la supervivencia de la araña, tampoco la red de conceptos de la razón tiene auténticamente por finalidad el conocimiento, sino únicamente un dominio y un control del devenir que haga posible nuestra supervivencia. Las dolencias cerebrales de los filósofos tejedores de telarañas se refieren a la pretensión de proporcionar un fundamento ontológico absoluto a nuestra red de conceptos, a la pretensión de convertir esa red de conceptos en conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas, de su verdadero ser. El filósofo es como una araña que se hubiera vuelto loca y pretendiese demostrar que su mundo es el mundo verdadero, que sólo lo que queda atrapado en su telaraña es el verdadero ser de lo real. Lo que los filósofos han entendido como "mundo verdadero" y que han colocado en primer lugar como lo más importante y valioso es, en realidad, una ilusión y una fantasmagoría, un simple invento para sobrevivir. Por lo tanto ese supuesto mundo verdadero no debería ser colocado en el primer lugar, sino en el último. Mejor todavía, no debería siquiera aparecer en ningún lado, pues los conceptos generales que lo forman no constituyen más que humo ("el último humo de la realidad que se evapora"). 2.-LA COMPRENSIÓN NIETZSCHEANA DE LA FILOSOFÍA En el aforismo 6, Nietzsche perfila su posición respecto a las dos idiosincrasias de los filósofos, señalando cuál ha sido, a su juicio, el error. Sintetiza su postura en cuatro tesis cuyo denominador común es el problema del error y la apariencia, mostrando claramente su oposición a cualquier tipo, modo o insinuación de dualismo. Nietzsche advierte al principio que en lo que va a decir a continuación hay cierta contradicción. En qué consiste? Se trata de que estas cuatro tesis se expresan en el lenguaje conceptual, esencialista y dualista que pretende criticar: critica el esencialismo expresándose de modo esencialista! No olvidemos, además, que en las idiosincrasias de los filósofos hemos podido comprender que el lenguaje tiene una función muy importante: él es el responsable último del "odio al devenir". Primera tesis. El mundo al que Nietzsche califica de «"este" mundo» es el resultado de la elaboración, por parte de la razón, de los datos que nos 3

proporcionan los sentidos. Pero entonces, por qué lo califica de "aparente"? Pues, precisamente, porque las categorías que usa la razón para construir este mundo son, en realidad, la verdadera fuente del error, de la falsedad y de la mentira en la que nos han hecho vivir los filósofos durante siglos. Se trata de las categorías de unidad, identidad, permanencia, etc. que pretenden enmascarar lo único que hay verdaderamente "real", esto es, mutabilidad, diferencia y cambio, en definitiva, devenir. Pero nosotros no podemos pensar una "realidad radicalmente múltiple" si no suponemos unidad, identidad, permanencia. No podemos pensar la multiplicidad más que como multiplicidad de unidades, no podemos pensar la diferencia más que sobre el fondo de una identidad, no podemos pensar la mutabilidad más que presuponiendo una permanencia. Por tanto, la "realidad" que Nietzsche considera como única realidad, el puro devenir, es impensable, autocontradictorio. Y él lo sabe perfectamente. Ahora bien, lo que pretende es, en primer lugar, que seamos conscientes de que "este" mundo es una creación nuestra; y en segundo lugar, que no lo desvaloricemos comparándolo con "otro mundo" supuestamente "más real". Segunda tesis. La segunda tesis insiste en esta misma idea, es una derivación de la primera. Los signos distintivos del "mundo verdadero" (unidad, identidad, permanencia) son los signos distintivos del no-ser, de la nada. No hay nada verdaderamente uno, idéntico a sí mismo, inmutable: no hay "ser" en el sentido de la metafísica. El "mundo verdadero", el mundo del "ser", es un mundo aparente, una especie de ilusión óptica, parecida a la que sufrimos cuando observamos el cielo y nos parece que son los astros celestes los que se mueven. Pero Nietzsche también la denomina "ilusión moral", porque es producto de la actitud ante la vida que han adoptado los filósofos. En efecto, la insatisfacción con este mundo que no es posible entender ni como puro devenir (pues es impensable, según hemos visto en la tesis anterior), ni como resultado de la elaboración de los datos sensibles por parte de la razón (pues las categorías son, en realidad, un modo de falsear esos datos), ha impulsado al filósofo a buscar un fundamento trascendente en "otro mundo". En ese otro mundo, el filósofo ha eliminado todo rastro de multiplicidad, diferencia, mutabilidad, todo rastro de devenir, obteniendo -piensa Nietzsche- una ficción vacía, una nada ("el último humo de realidad que se evapora"). Esta es la ilusión moral: ante la insatisfacción del devenir, el filósofo inventa otro mundo en el que no hay devenir y lo afirma como el "único" verdadero, despreciando lo que auténticamente es valioso, es decir, la propia vida. Tercera tesis. El filósofo se caracteriza por una hipersensibilidad a los aspectos problemáticos de la existencia: la muerte, el cambio, la vejez (aforismo 1). Su incapacidad para afirmar estos aspectos, que son inseparables de la procreación y el crecimiento, le lleva a empequeñecer la vida comparándola con otra vida mejor. Esta ficción, esta fábula, es su refugio, la condición bajo la cual él puede conservarse, sobrevivir y soportar la existencia, afirmándose a sí mismo como perteneciente a esta otra vida. De este modo, se toma venganza de la vida cuyo dolor y fugacidad no puede soportar. Los filósofos son los mejores representantes de la "moral del rebaño", estrategia, subterfugio inventado para sobrellevar la existencia de la manera más liviana posible. Pero, eso sí, a costa según Nietzsche- de vivir en el engaño, de recelar ante la auténtica vida. 4

Cuarta tesis. Para Nietzsche, la ética religiosa del cristianismo y la ética racional de Kant comparten la misma actitud negadora de la vida, en la medida en que ambas éticas se sustentan en la contraposición entre el mundo verdadero y el mundo aparente. Kant, dice, no es más que un cristiano alevoso, esto es, que toma precauciones y da un rodeo para terminar haciendo valer la misma actitud moral que el cristianismo. Pero, para Nietzsche, todo desdoblamiento del mundo, toda contraposición entre un mundo verdadero y un mundo aparente, presupone una actitud nihilista ante la vida y toda actitud nihilista ante la vida es, a su vez, un síntoma de decadencia, un producto de una vida que degenera, un producto de una voluntad que quiere la nada. Pero una vida que degenera, una vida descendente, no deja por ello de ser vida, una voluntad que quiere la nada no deja por ello de querer, es decir, de ser voluntad, sino que es una vida o una voluntad que ya sólo quiere conservarse a sí misma, una vida que se retrae sobre sí misma, una voluntad que ya no quiere ir más allá de sí misma y asimilar lo otro de sí imprimiéndole su propio carácter, una vida que ya no quiere ser creadora, sino sólo conservadora y que sólo puede conservarse a base de querer la nada. Ir más allá de sí misma, asimilar lo otro de sí, crear, es propio de una vida ascendente, de una voluntad afirmativa. Esta es la cualidad que Nietzsche atribuye a la voluntad del artista trágico, cuya valoración de la apariencia no supone el desprecio o la desvalorización de la realidad, sino una voluntad de embellecerla, de transfigurarla a base de crear una ilusión, sí, pero una ilusión que estimula a vivir, que se convierte en acicate para la vida, precisamente porque afirma incluso los aspectos problemáticos de la existencia, el sufrimiento y la muerte. Aquí Nietzsche recupera un tema de su obra juvenil, El nacimiento de la tragedia, que explicaba la historia de la cultura griega como resultado de la contraposición entre dos impulsos o instintos originarios, el del sueño y el de la embriaguez, que él veía personificados en los dioses griegos Apolo y Dionisos respectivamente. El instinto apolíneo conduce al hombre a la creación de bellas apariencias, mientras que el instinto dionisiaco le hunde en el fondo originario de las cosas, le hace perder la conciencia de su propia individualidad y humanidad, devolviéndole a su condición de animal, le arrebata en el éxtasis orgiástico donde se mezclan indisolublemente el placer y el dolor, la alegría y el horror, la vida y la muerte. El arte griego clásico, con su predominio de la proporción, la medida, la armonía, fue según Nietzsche el velo de apariencia que los griegos supieron echar sobre el fondo terrorífico de la existencia humana Por eso dice Nietzsche en el texto que el mundo aparente del artista es, si cabe hablar así, más real que el llamado "mundo verdadero" de la filosofía: porque éste es una apariencia generada a partir de la negación del devenir y de la vida, mientras que el mundo del artista es una apariencia generada a partir de transfiguración (selección, reforzamiento, corrección) del devenir y de la vida. Por eso dice también que el artista no es pesimista, sino dionisíaco. El pesimismo es la actitud ante la existencia que se caracteriza por emitir un juicio negativo sobre la vida, una condena de la vida basada en sus aspectos problemáticos (vejez, muerte, devenir). La actitud dionisíaca se caracteriza, en cambio, por negarse a valoraciones y condenas globales de la vida y admitiendo la inseparabilidad del placer y del dolor, de la alegría y del horror, de la vida y de la muerte, simplemente ama la vida en un supremo acto de afirmación. Lo que dice Nietzsche es que el pesimismo está en la base de la filosofía, mientras que la actitud dionisíaca está en la base del arte trágico. 5