Presentación
Imaginemos a un viajero aficionado a la Historia que decide partir tras las huellas de la diáspora africana provocada por la trata de esclavos en los mundos ibéricos. Al final de su recorrido seguramente llegará a la conclusión de que en el Brasil y en el área del Caribe ha podido ver a muchos descendientes de africanos, mientras que en la América Central, los Andes y el Cono Sur su número es muy inferior o apenas existen. En cuanto a la Península Ibérica probablemente considere que su viaje sería superfluo. Imaginemos que ese mismo viajero ha procurado informarse previamente y ha leído algunas publicaciones de carácter histórico más o menos recientes. Es muy posible que al final de su periplo se pregunte: Qué pasó con tantos africanos que según los historiadores vivían en Argentina, Ecuador, Perú, México e, incluso, en España o en Portugal? A dónde fueron a parar ellos y sus descendientes? Tras los trabajos pioneros de Gonzalo Aguirre Beltrán sobre México, de Frederick Bowser sobre Perú y de varias monografías locales sobre España y Portugal, seguimos sin tener respuestas convincentes a preguntas tan acuciantes. Hoy sabemos, sin embargo, que la presencia africana en estos países fue muy importante. En Lima, por ejemplo, a comienzos del siglo XVII la llamada gente de color era la población mayoritaria; en Cádiz, a finales de ese mismo siglo, un individuo de cada cinco, y quizás de cada cuatro, era de origen africano. Cómo explicar, entonces, que hoy día en muchos de esos lugares sea tan flagrante su invisibilidad? Más allá de razones demográficas de carácter cuantitativo, qué es lo que hace que un mismo grupo humano se diluya en unos casos hasta su desaparición física y en otros parezca física y culturalmente omnipresente? Por qué dentro del mundo ibérico se pueden encontrar zonas donde, siendo las uniones entre africanos relativamente numerosas, no parece haber 13
quedado descendencia alguna, mientras que en otras donde eran más escasas han perdurado hasta hoy? Para intentar responder a cuestiones tan complejas hay que recurrir inevitablemente a la comparación entre distintos espacios geográficos y abordar la presencia africana al interior de sociedades diversas: unas, antiguas y estructuradas (como las de la vieja Europa); otras, coloniales y en vías de formación (como las americanas). Resulta además necesario abordar, dentro de contextos específicos (políticos, económicos, sociales, etc.), los factores que pueden favorecer la integración y conducir a la afirmación demográfica y cultural, al mestizaje o, por el contrario, a la exclusión y a la marginación. Aunque no de manera exclusiva, aquí hemos pretendido fijar nuestra atención sobre todo en el fenómeno del mestizaje, o mejor dicho de los mestizajes de cualquier índole. Símbolo de la ruptura del orden social y/o étnico, el mestizo ha atraído a menudo sobre sí el desprecio dirigido hacia el ilegítimo, hacia el bastardo, al tiempo que ha representado la pasarela entre uno y otro grupo, quebrantando identidades supuestas o imaginadas, cual alusión viviente a la estupidez de las categorías raciales. En definitiva, un individuo molesto al que con demasiada frecuencia han dejado al margen tanto la práctica administrativa de los diferentes Estados e Iglesias como el Arte, la Literatura o, incluso, la Historiografía. Razón de más para que nos sintiéramos incitados a hurgar entre los estratos de la arqueología humana, buscando comprender las trayectorias individuales y los procesos colectivos que, de buen o mal grado, han conducido a toda suerte de mestizajes. El título que le hemos dado a este libro (Negros, Mulatos, Zambaigos. Derroteros africanos en los mundos ibéricos) no es el mismo que el que le dimos en su día al Coloquio Internacional del que ha salido (Los africanos en los mundos ibéricos: exclusión, integración, mestizajes), y que tuvo lugar en Sevilla los días 11, 12 y 13 de noviembre de 1999. Nuestra propia progresión intelectual, junto con las contribuciones aquí reunidas, nos han llevado a la conclusión de que los destinos de las personas de ascendencia africana instaladas en América y en la vieja Europa fueron múltiples y muy diversos. En cuanto la documentación lo permite y la mirada del investigador es abierta y sin a priori, detrás de las categorizaciones descubrimos una gama infinita de trayectorias individuales. Esclavos los más de ellos, pero 14
también algunos libertos y otros libres, sus destinos se forjaron en una mezcla de coacciones legales, estrategias individuales y oportunidades sociales, de encuentros casuales o simples azares. Muchos de ellos trabajaron en las plantaciones, tal y como nos ha enseñado una historiografía a veces demasiado funcionalista y economicista, otros muchos fueron empleados en trabajos duros y peligrosos, otros en tareas degradantes, y algunos, aunque fueran pocos, lograron abrirse un camino en el ámbito artesanal, en el comercio, la agricultura o en las artes. En pocas palabras, nos encontramos con una variedad de trayectorias totalmente irreductibles a esquemas simplistas y a cualquier tipo de encasillamientos. Algo semejante ocurre con las identidades, o mejor dicho, con las categorías identitarias que le fueron adheridas a la piel de estos hombres y mujeres originarios del continente africano y a la de sus descendientes. Negro, mulato, zambo (zambaigo) son sólo los más usuales de una vasta panoplia de términos, casi siempre despreciativa, en ocasiones eufemística, y adscrita siempre al color de la piel y a su pretendido grado de mestizaje en relación al blanco, el color de referencia y de ennoblecimiento. Categorías utilizadas por el común, de algún modo fijadas por el administrador civil o religioso, y con frecuencia sobrepasadas por la realidad de los mestizajes. De las tres etiquetas identitarias reflejadas en el título, la de zambaigo (o zambo) es, sin duda, la menos conocida. De etimología oscura, este término fue utilizado por los administradores coloniales para designar al mestizo de negro e india o de negra e indio. Lo hicieron, sin embargo, de manera esporádica y como a regañadientes, reticentes quizás a admitir que las relaciones interpersonales podían escapar al orden colonial predefinido. También la historiografía ha pasado a menudo de largo ante este mestizaje ajeno al eurocentrismo. Pero, ignoradas o mal nombradas, eso no impide que tales uniones hayan tenido lugar, abriendo fisuras tanto en las políticas segregacionistas como en las opiniones racistas. Este mestizaje, como tantos otros, fue frecuentemente negado o escamoteado, en provecho de construcciones identitarias social y/o políticamente utilitaristas. Teorías y prácticas elaboradas por los dominantes y, no obstante, utilizadas también por los dominados. La fabricación de santos negros, y la de San Benito de Palermo en particular, es un ejemplo de este proceso, donde los afanes evangelizadores de los blancos católicos encon- 15
traron su respuesta en la demanda religiosa y en la voluntad de integración social de los llamados negros. Fue así como personas originarias de alejados rincones de Africa, Europa y América llegaron a considerarse étnicamente unidas por el color de su piel. Aunque sin lograr ocultar una realidad de relaciones interpersonales que siguen, pese a todo, otros caminos, tal y como nos muestran los trabajos aquí presentados. BERTA ARES QUEIJA (EEHA, Sevilla) ALESSANDRO STELLA (CNRS, París) 16