Estas verdades que descubrimos en nuestro interior nos llevan a Dios, el cual es, al mismo tiempo, inmanente y trascendente al alma.

Transcripción

1 SAN AGUSTIN El conocimiento: Los grados del conocimiento. El objetivo de San Agustín es la búsqueda de la verdad con mayúscula, es decir, la verdad necesaria, inmutable y eterna para ello hace un recorrido que va de lo exterior (las cosas) a lo interior (el alma): a) El conocimiento sensible. Es el conocimiento de la realidad material que percibimos a través de los sentidos. Este conocimiento nos lleva al escepticismo por ser un conocimiento fugaz, variable, poco seguro y que puede ser puesto en duda. Por lo tanto aquí no puede estar la verdad que se busca. b) El conocimiento inteligible. Hay que seguir buscando en el interior del alma (autoconciencia) hasta encontrar la primera verdad cierta e indubitable: Si me engaño, soy o existo..., por tanto, en cuanto conozco que existo no me engaño. Cómo llega a esta verdad?, mediante el siguiente razonamiento: podemos ciertamente engañarnos acerca de las cosas del mundo exterior y dudar de nuestros conocimientos; pero mientras dudamos, somos conscientes de que nosotros mismos somos seres que dudan. Es decir, no puedo dudar de que estoy dudando y por lo tanto de que existo. Esto demuestra que para hallar la verdad no debemos buscar fuera de nosotros mismos, sino que, más bien, es en el hombre interior donde habita la verdad. A partir de la primera verdad es necesario seguir un camino de ascenso espiritual para llegar a la verdad suprema. Este camino nos conduce a penetrar cada vez más en nuestro interior (alma, conciencia), desviándonos del mundo exterior de los sentidos. En este proceso de interiorización descubrimos las verdades, reglas o razones eternas (algo semejante a las Ideas platónicas, como por ejemplo, las ideas de orden lógico y metafísico. verdad, falsedad, semejanza, unidad, etc.; las ideas de orden matemático: números y figuras ; y, finalmente, las ideas de orden ético y estético. bondad, justicia, belleza, etc. Estas verdades no las conoce la razón a partir de la experiencia y los sentidos, sino que son ellas, más bien, las que nos permiten juzgar el conocimiento sensible (así, p.ej., la verdadera belleza ideal nos permite juzgar los objetos bellos de la realidad). Además, son verdades inmutables, necesarias y eternas, mientras que la razón humana es mudable, finita y contingente: en consecuencia, tales ideas no pueden proceder de nuestra razón, sino que son superiores a ella y han de hallarse contenidas en la inteligencia divina, como modelos de las realidades mudables y sensibles. Estas verdades que descubrimos en nuestro interior nos llevan a Dios, el cual es, al mismo tiempo, inmanente y trascendente al alma. La doctrina de la iluminación (Iluminismo). Para que el ser humano pueda alcanzar un conocimiento de esas verdades es necesario que Dios ejerza una acción directa sobre la inteligencia humana: Dios tiene que iluminarnos. Esta idea se inspira en Platón (República, VI), la metafísica de la luz de Plotino y el Evangelio de San Juan (1, 9): al igual que el ojo necesita de la luz del sol para ver, es Dios mismo quien ilumina la razón humana para que ésta pueda llegar a conocer las verdades o ideas eternas. 1

2 Mediante la iluminación divina, el alma logra autotrascenderse y consigue conectar con la propia Divinidad, fuente suprema de Bondad y Belleza, a la vez inmanente y trascendente al alma. Con esta teoría, San Agustín asume y reformula la teoría platónica de las ideas, rechazando a su vez la teoría de la reminiscencia (que supone la preexistencia de las almas, inaceptable para el cristianismo). El amor cristiano, base del conocimiento. En San Agustín, la búsqueda del conocimiento y la verdad no es un simple proceso intelectual, sino que hay un componente emocional que impulsa y dirige tal búsqueda: el amor; ahora bien, este amor se convierte en una amor desordenado o simple deseo (cupiditas, libido), cuando se vincula al cuerpo y al mundo exterior (material), entonces se deja llevar por las pasiones y se pierde entre las vanidades de la vida temporal: poder, placer, fama...; en cambio, cuando el amor consiste en un movimiento del alma que la impulsa a buscar incansablemente la verdad única, inmutable y eterna aparece como amor ordenado o caridad. En la filosofía agustiniana, el amor se concibe, pues, como una especie de carga que aleja al alma de su lugar natural: la búsqueda de Dios; o como un fuego o fuerza ascendente que la impulsa a la búsqueda de Dios. De esta forma San Agustín consigue reinterpretar el éros platónico desde el punto de vista cristiano. La razón y la fe. Si Dios es la Verdad y de su iluminación procede el conocimiento de toda verdad parcial, se comprende que para San Agustín no pueda establecerse una distinción muy neta entre la razón y la fe. Por supuesto, la fe es la guía más segura: hay que creer lo que Dios revela para llegar a comprender. Agustín repite con frecuencia: Nisi credideritis non intelligetis. Si no creéis, no llegaréis a comprender. Pero también la razón puede preceder a la fe, no para demostrar las verdades reveladas, sino demostrando que es razonable creer. Esta mutua colaboración entre la razón y la fe se resume en una frase famosa: intellige ut credas, crede ut intelligas (entiende para creer, cree para entender) La fe ya no es algo irracional, como pensaba Tertuliano, sino que debe buscar la inteligencia de la fe. Razón y fe son inseparables y se encuentran indisolublemente unidas. Dios: Dios se convierte en el eje central de la filosofía agustiniana y de toda la Edad Media (teocentrismo). Por ello es fundamental demostrar su existencia y su relación con los seres creados. San Agustín ofrece varias pruebas de la existencia de Dios: a) Prueba por las verdades eternas: Las verdades que conoce la inteligencia son eternas e inmutables, ellas no pueden proceder de la razón humana que no es ni eterna ni inmutable, por lo tanto ha de proceder de la Verdad inmutable, la Verdad en la cual, y por la cual, y a través de la cual, son verdaderas aquellas cosas que son verdaderas en cualquier aspecto ; esa verdad no puede ser otra que Dios, luego Dios existe. b) Prueba del orden del universo: El mismo orden, disposición, belleza, cambio y movimiento del mundo y de todas las cosas visibles, proclaman silenciosamente que sólo pueden haber sido hechos por Dios 2

3 c) Prueba del consenso universal: la mayoría de los seres humanos coincide en afirmar que existe un ser superior al mundo (Dios) al que éste debe su existencia. Dios, aunque esté presente en el alma, es incomprensible e inefable, porque su luz es excesiva para el entendimiento humano. Lo cual no quiere decir que no podamos saber nada de él, al menos de un modo negativo: si las criaturas son mudables, Dios debe ser inmutable. Así, pues, Dios es: a) Inmutable y eterno, porque el fundamento de las verdades eternas e inmutables debe tener estas cualidades en su máximo grado. b) Mientras que las cosas sensibles son una mezcla del ser y del no-ser (accidentes), Dios es todo él Esencia. Todas las demás sustancias o esencias son susceptibles de accidentes, y cualquier mutación, grande o pequeña, se realiza a partir de ellos. Pero en Dios no cabe hablar de accidentes. c) Dios es, además, una Trinidad de personas que comparten una misma naturaleza: Padre (Dios), Hijo (Mente o Verbo Divino) y Espíritu Santo (o Amor) que conecta a ambos. Dios crea el mundo de la nada, por lo tanto el mundo no emana de Dios como pensaba Plotino, ni procede de una materia previa que es eterna como pensaba Platón. Dios crea el mundo de la nada (ex nihilo) y por ello es absolutamente trascendente al mundo, es decir, se sitúa fuera del mundo, sin formar parte de él. El mundo incluido el tiempo y la materia ha sido creado libremente de la nada por Dios. Para explicar la Creación, San Agustín propone el ejemplarismo, teoría que retoma la doctrina platónica de las Ideas, modificándola en un sentido cristiano: antes de la Creación, Dios tiene en su Mente las ideas de todas las cosas posibles (Verbo); luego, tomándolas como ejemplares es decir, como prototipos o modelos -, crea el mundo (igual que hacen el artista o el arquitecto, quienes poseen en su mente la idea de las obras que piensan crear). Así, en la Inteligencia Divina se encuentra el diseño eterno de todos los seres de la Creación, cada uno dotado del grado de perfección que le corresponde. Al crear el universo, Dios deposita en la materia los gérmenes o razones seminales de todos los seres futuros (idea tomada des estoicismo) y éstos van apareciendo en el momento y lugar que les corresponde, de conformidad con el orden y jerarquía en el plan organizado previamente por Dios. El ejemplarismo se opone a cualquier hipótesis evolucionista, ya que en el universo agustiniano las especies son fijas, limitándose a ocupar el lugar que les es adscrito en el orden eterno e inmutable del universo. Ahora bien, si Dios crea el mundo y en el mundo existe el mal, no será Dios el responsable último del mal?. San Agustín mantiene un optimismo metafísico, según el cual todo lo creado, incluso la materia, es bueno; pero en el orden jerárquico de la creación cada ser posee un grado de perfección más o menos elevado, en función del lugar que le corresponde en dicho orden; la suma perfección sólo le corresponde a Dios, el resto de los seres es relativamente imperfecto. El mal, por consiguiente, no es nada positivo, como pensaban los maniqueos, sino un defecto o privación del bien (no-ser): los seres creados son finitos, es decir, imperfectos, y es este carácter defectuoso lo que explica el mal que observamos en el mundo. Además, no hay que considerar cada ser de forma aislada, sino que hay que tener en cuenta la posición que ocupa en el conjunto del universo, pues es en este contexto superior donde adquiere pleno sentido: al igual que en una composición musical o en un poema la disonancia es fundamental 3

4 para obtener un mayor grado de belleza, el mal y el sufrimiento existen en el mundo para que pueda brillar aún más en él la superioridad del bien. Dios crea el mundo porque quiere (voluntarismo), podría no haberlo creado. Si ha decidido crearlo y hacerlo tal como es, es porque es mejor que exista a pesar del mal y porque es el mejor de los mundos posible a pesar del mal. El ser humano: Antropología Al igual que Platón, San Agustín mantiene una concepción dualista del ser humano, el cual está compuesto de dos realidades distintas e independientes: Alma y cuerpo. El alma es el principio racional y espiritual que se sirve del cuerpo, que, al ser independiente de él, le permite al hombre apartarse del mundo exterior sensible para encaminarse a su verdadera patria celestial. Sólo el alma nos permite conocer a Dios y unirnos a Él; por ello, el alma es superior al cuerpo. El cuerpo, pues, no es una cárcel para el alma, ni el responsable del pecado, sino el alma pecadora es quien ha hecho corruptible al cuerpo. El alma humana, como señala el Génesis (1, 11) es la imagen de Dios en el hombre: es inmortal, simple, es decir inmaterial, y una no hay tres alma distintas como señala Platón -, pero en ella encontramos tres facultades, que son la imagen de la trinidad en el hombre: a) La memoria, que le otorga unidad. b) La inteligencia, por la que aspira a la verdad. c) La voluntad que a través del amor cristiano (caridad) busca el bien y la felicidad. San Agustín da más importancia a la voluntad que a la inteligencia: Si quieres conocer a una persona no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama. Lo que nos identifica como seres individuales es la voluntad. Respecto al problema del origen del alma, San Agustín rechaza la tesis platónica de la preexistencia de las almas y la transmigración, pero no logra darle una solución adecuada. Aunque a veces se inclina por el creacionismo de San Jerónimo, manteniendo que el alma es creada directamente por Dios; otras veces rechaza esta tesis porque resulta incompatible con el concepto cristiano del pecado original. En general acepta el traducianismo (generacionismo) de Tertuliano, quien admitía que el alma, una vez creada por Dios, es transmitida de padres a hijos (de manera semejante a como se transmite el fuego de una antorcha a otra): así se explica que la mancha que supuso el pecado original de Adán pueda haberse transmitido al resto de su descendencia a lo largo de la historia. Tomás de Aquino, por el contrario, después de haber motivado de manera distinta de Agustín la difusión del pecado original, sostiene con decisión el creacionismo, que se impone después de él en la teología eclesial. En la enseñanza del Magisterio sobre este problema se registran las siguientes afirmaciones. 4

5 El hombre tiene una tendencia al mal por culpa del pecado original, pero dicha tendencia se corrige con la gracia divina que recibimos a través de los sacramentos. Lo que significa que el hombre necesita la ayuda de Dios para hacer el bien. De esta forma san Agustín pretende combatir la herejía de Pelagio que afirmaba que el hombre por sí mismo podía hacer el bien. La moral (ética) El hombre goza de libre albedrio (capacidad de elección entre el bien y el mal). Lo cual plantea dos cuestiones: Cómo compaginarlo con la omnisciencia divina (Dios todo lo sabe) y cómo justificar que Dios nos haya dado el libre albedrio que es la causa del pecado. La primera cuestión la responde diciendo que la omnisciencia divina no anula el libre albedrio, porque dicho conocimiento no determina la acción humana: el hombre es quien elige libremente cómo actuar. La segunda cuestión la resuelve diciendo que a pesar de que con el libre albedrio podemos pecar, es preferible tenerlo ya que de lo contrario no sería posible premiar las buenas acciones y castigar las malas. Dios establece lo que es bueno y malo (voluntarismo moral), y lo introduce en el alma humana a través de la ley natural. El hombre actúa bien cuando se dirige a Dios y cumple sus mandatos y mal cuando se deja arrastrar por los deseos y pasiones el cuerpo. Detrás de esta concepción de lo que es bueno y malo está el dualismo antropológico y la idea de que la materia es el grado inferir del ser; por eso todo lo que sea complacer al cuerpo es pecado. Pero el responsable del pecado no es el cuerpo, sino el alma pecadora que vuelve corruptible al cuerpo. Ahora bien, san Agustín mantiene un evidente pesimismo moral: los hombres tienden a hacer el mal por culpa del pecado original. Esa tendencia sólo puede cambiar gracias a la ayuda de Dios, la gracia: don especial otorgado por Dios. De forma que sin la ayuda de Dios no podríamos hacer el bien y ser virtuosos. La gracia divina, al contrarrestar la tendencia innata hacia el mal, nos permite ser libres para poder optar entre el bien y el mal. La moral no se entendería sin el libre albedrio. Dios ha dado al hombre el libre albedrio (libertad), aunque sea la causa del pecado, cuando es mal utilizado. Lo cual no significa que Dios sea el responsable del pecado. El responsables es el hombre que utiliza mal su libre albedrio. Si Dios nos lo ha dado es porque sin él, el hombre bueno no podría ser premiado, ni el malo castigado. Por ese motivo, el libre albedrio es algo necesario. 5

6 La sociedad y el sentido de la historia en san Agustín. San Agustín recoge sus ideas sobre la sociedad en una obra titulada La ciudad de Dios. En ella pretende infundir ánimo a los cristianos que veían peligrar la iglesia ante las invasiones bárbaras, y defenderles de las acusaciones de los paganos que les hacían responsables de la caída del imperio por su pacifismo y desinterés hacia los asuntos públicos. En la segunda parte de dicha obra explica el sentido de la historia a partir de la confrontación de dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad terrenal. No se trata de ciudades en sentido físico y político, sino de dos concepciones y actitudes ante la vida. A la Ciudad de Dios pertenecen todas aquellas personas que anteponen el amor a Dios al amor a sí mismo y a las cosas de este mundo. Estos seguirán los mandatos divinos y su objetivo es la vida eterna. La caridad rige las relaciones entre estas personas y gracias a ella reina el orden y la armonía. A este tipo de comunidad pertenecen personas de distintos países, regiones y ciudades. Se trata de una comunidad universal. A la Ciudad terrenal pertenecen todas aquellas personas que anteponen el amor propio y el amor a las cosas de este mundo, al amor de Dios. El poder del Estado ( autoridad) y su capacidad para castigar a quien incumpla las leyes es lo que permite mantener la paz en esta ciudad. La misión de la Ciudad terrenal es hacer posible y facilitar el triunfo de la Ciudad de Dios, por ello la sociedad civil ha de estar al servicio de la Ciudad de Dios persiguiendo las herejías y el paganismo y creando instituciones donde se fomenten los valores cristianos, entre ellos la caridad como fundamento del orden y la paz. San Agustín está proponiendo como modelo de sociedad a la iglesia cristiana. Esta idea será el origen del agustinismo político, teoría impulsada por algunos Papas (Gregorio Magno siglo VI) que sostenía que el poder política debía estar subordinado al poder religioso. Los sucesos temporales están predeterminados por Dios (providencialismo). Dios ya ha previsto la victoria final de la Ciudad Celestial (de Dios) sobre la Ciudad Terrenal, así como aquellos que serán salvados y condenados en el Juicio Final. La Providencia Divina, sin embargo, no anula la libertad humana, pues aunque Dios prevé los actos humanos, no determina la elección del hombre, que siempre es personal y libre. 6