From the SelectedWorks of Jorge Adame Goddard August 28, 2011 Las guerras que producen paz Jorge Adame Goddard Available at: https://works.bepress.com/jorge_adame_goddard/186/
1 LAS GUERRAS QUE PRODUCEN PAZ 1 Por Jorge Adame Goddard En otro artículo explicaba que la paz interior, o paz personal, es el resultado de la guerra que hace uno consigo mismo para la obtención de los bienes que quiere; es la paz del combatiente que sabe que está luchando donde debe y avizora la victoria, y la paz del triunfador que ha obtenido lo que quería. Pero no todas las guerras producen la paz, hay muchas que son causa de angustia, desesperación y frustración. Cuáles son las guerras que producen la paz? La respuesta es sencilla: producen la paz las guerras en las que se lucha por bienes posibles y, a la vez, verdaderos. Pero es necesario explicar qué es lo posible y en qué sentido se habla de bienes verdaderos. Es frustrante la guerra por un ideal imposible, por un bien que no se alcanzará; es una guerra que podrá ser iniciada con entusiasmo, pero al cabo de cierto tiempo de lucha se convertirá en fuente de angustia ante la imposibilidad del triunfo. A veces no es fácil distinguir entre lo posible y lo imposible, máxime que uno puede esperar alcanzar un bien, después de un esfuerzo continuado a lo largo del tiempo. Pero es de elemental prudencia medir las fuerzas antes de iniciar el combate, y no empeñarse en una guerra en la que no hay posibilidades de triunfo. Es asimismo frustrante la lucha por un bien de poco valor, si se han puesto muchas esperanzas en él, pues en cuanto se obtiene, uno se percata que no valió la pena luchar por él. Es diferente cuando se lucha por un bien de poco valor, sabiendo que es de poco valor, como sucede en las competencias deportivas, pues entonces la lucha no es guerra, es un juego. Muchas de las guerras personales que hoy se emprenden se hacen por bienes de poco valor, 1 Derechos Reservados Jorge Adame Goddard. Se autoriza su reproducción, publicación, impresión o edición, total o parcial, para fines públicos o privados.
2 que se toma como si fueran verdaderamente importantes. Es quizá sintomático de esta mentalidad que lucha por lo menor, el que se dé hoy tanta importancia a los resultados deportivos. Para saber qué guerras conviene emprender para ganar la paz, es necesario conocer y distinguir los tipos de bienes por los que se puede luchar. En términos muy generales, se pueden distinguir dos categorías de bienes: los bienes externos: los bienes económicos, el honor y el poder, y los bienes de la persona: de su cuerpo y de su espíritu. En este artículo se analizarán solo los primeros. Los bienes económicos son las cosas, hoy principalmente el dinero, que sirven para satisfacer las necesidades humanas. Son bienes externos a la persona porque no son partes de ella misma sino cosas materiales. Son bienes necesarios para la vida, pero solo en la medida adecuada para proporcionar un nivel de vida conforme con la dignidad de la persona humana; más allá de esta medida, los bienes económicos son bienes superfluos. La guerra por los bienes económicos merece librarse para conseguir lo necesario y adecuado al nivel de la persona humana, pero la guerra por ser más rico y cada vez más rico es frustrante, porque los bienes económicos son, por sí mismos, de poco valor, son solo medios para la vida de la persona, por lo que su acumulación, además de constituir una injusticia, porque priva a otros de tener los bienes que uno acapara, no produce la paz de haber alcanzado un bien verdadero. El honor, el reconocimiento social que tiene una persona, incluido su prestigio profesional o la buena opinión que los demás tienen de ella, es otro bien externo. Es externo porque depende del reconocimiento que las otras personas hagan del valor o bondad de una. La guerra por el honor, principalmente en su aspecto de prestigio profesional y buen nombre, también merece la pena, pero es una guerra que no se dirige a obtener directamente el honor, sino a actuar en servicio de los demás, de modo que éstos, por el bien recibido, puedan reconocer el valor de esa persona. Por ese motivo, se suele pensar que un hombre «honrado» por muchos es un hombre honesto.
3 Pero hay honores merecidos, que corresponden al comportamiento positivo de la persona, y hay otros inmerecidos. Cuando se lucha directamente por el honor, como en las campañas publicitarias de políticos y gobernantes, artistas o profesionistas, se puede obtener honor sin haberlo merecido. A eso lleva la «cultura de la imagen» tan en boga hoy: lo importante es parecer una buena persona, tener una buena imagen, obtener el reconocimiento social, independientemente del comportamiento efectivo. La lucha por este honor sin fundamento no produce la paz, porque el reconocimiento social puede darse o no darse, pues depende de las voluntades ajenas o, como sucede frecuentemente, es un reconocimiento que dura poco tiempo y que en cualquier momento pasa o se convierte en desprecio. Quien se esfuerza directamente por su honor hace una guerra, en cierto modo, ridícula: quiere que todos lo amen por sí mismo, no por haber servido a los demás. El tercer bien externo es el poder, es decir el hecho de que una persona sea obedecida por otras. La esencia del poder está en la obediencia, y ésta se obtiene por el amor o por el temor de los que obedecen. Quien tiene poder tiene más capacidad para obrar y transformar el mundo, pues cuenta con la colaboración de los demás. Todas las personas llegan a tener algún poder en las comunidades donde viven (familia, comunidad laboral, vecindario, etcétera). Vale la pena la guerra por adquirir y ganar más poder? La guerra por el poder que a cada quien le corresponde en las comunidades donde vive tiene sentido, pues teniendo ese poder y ejerciéndolo es como cumple el papel que ahí tiene. Pero la guerra por el poder, lo mismo que por el honor, no se libra para ganarlo directamente, sino para servir a la comunidad, y ganar así, como consecuencia del servicio, la obediencia, en la cual consiste el poder. En cambio, quien hace guerra por ganar directamente el poder hace una guerra absurda: quiere la sumisión de los demás, servirse de ellos para hacerse rico y honrado, como si en ello estuviera su plena realización. El poder ganado sin servicio es consecuencia del engaño y la violencia. Es un bien amargo, siempre inestable, que en cualquier momento puede volverse contra quien lo ejerce y destruirlo, como tantas veces lo demuestra la historia.
Todos estos bienes externos no son valiosos por sí mismos, están sujetos a una medida y un fin. Los bienes económicos son medios para vivir dignamente, el honor y el poder dependen del efectivo servicio a los demás. Por eso las guerras por estos bienes producen paz en cuanto se les considera como bienes ordenados a los fines que le son propios. Cuando se hace la guerra para conseguir esos bienes como si fueran valiosos por sí mismos, no se produce la paz, sino la ansiedad del rico de tener más, el celo del personaje público de no ser «debidamente» reconocido, el miedo constante del poderoso de ser traicionado y depuesto. Por eso, no es de extrañar que casi todas las guerras entre pueblos, que causan tanta destrucción, sean guerras por ganar directamente bienes económicos y poder. 4