Aquel pobre y vehemente árabe Por William Saroyan

Transcripción

1 Cuento del Mes Aquel pobre y vehemente árabe Por William Saroyan Mi tío Kosrove, hombre de furiosa energía y de una tristeza fuera de lo común, tuvo por amigo todo un año a un hombrecillo de allá de nuestra vieja tierra, que se mantenía siempre inmóvil y reconcentrado como una roca, y cuya tristeza se manifestaba por estar siempre cepillándose una mancha de polvo en la rodilla y no hablar nunca una palabra. Este hombre era un árabe llamado Khalil. Su estatura no era mayor que la de un chico de ocho años, pero, lo mismo que mi tío Kosrove, tenía unos bigotes muy grandes. Contaría muy poco más de sesenta años. A pesar de los bigotes, sin embargo, daba la sensación de parecerse más a un niño, en cuanto al corazón, que a un hombre. Sus ojos eran ojos de niño, aunque parecían estar cargados de años de recuerdos; años y años de verse separado de las cosas que más quería, como quizá lo serían su patria, su madre, su padre, su hermano, su caballo, o algo así. Tenía el pelo de la cabeza espeso y fino, y tan negro como lo que haya de más negro en este mundo, peinado con raya a la izquierda, como enseñan los padres a peinarse a los chicos que acaban de llegar a América del viejo país. Su cabeza, efectivamente, parecía una cabeza de estudiante, a no ser los enormes bigotes, y lo mismo su cuerpo, excepto los hombros muy anchos. No sabía hablar inglés, sólo un poco de turco, algunas palabras en curdo y muy pocas de armenio, pero con este poco le sobraba, porque apenas hablaba nunca. Y cuando lo hacía, sonaba su voz como si viniera no tanto de él mismo cuanto de vieja y lejana tierra. Hablaba, además, como si le doliera tener que hacerlo, como si fuera una tragedia para uno tratar de expresar lo que no puede ser expresado, como si cualquier cosa que pudiera decir no sirviera más que para aumentar la tristeza en que ya se veía sumido. Cómo logró ganarse la atención de mi tío Kosrove, hombre que al menos tenía algo que decir, es cosa que ninguno de nosotros hemos podido comprender. Ya es poco lo que sabemos de la gente

2 que está siempre hablando, cuando más de aquellos tipos que apenas sí abren la boca, a no ser, como es el caso de mi tío Kosrove, para jurar o decirle a otro que se calle. Mi tío Kosrove probablemente se encontró con el árabe en el café de Arax. Mi tío Kosrove escogía a amigos y enemigos por el modo como jugaban al tavli, que es el nombre armenio del juego de dados. Se dice que en el juego es donde mejor se conoce a las personas y, no obstante ser mi tío Kosrove el hombre que tenía peor modo de perder en el mundo, despreciaba a cualquiera otro que no supiese perder con gracia. De qué te quejas tanto? le gritaba a algún tipo de ésos. No es esto un juego? O es que pierdes la vida también? Él, por su parte, parecía que perdía la vida si perdía una partida, pero le resultaba inconcebible que otro cualquiera viese en el juego un significado tan profundo como el que veía él. Para los demás, el juego era tan solo un juego, en cuanto a él atañía. Pera él, en cambio, el juego era el destino, verse sobre el tablero, con un hombre insignificante al otro lado de la mesa moviendo los dados, hablando a los dados en turco, engatusándolos, gritando, y poniéndose en evidencia de mil maneras. Mi tío Kosrove, por otra parte, despreciaba los dados, los miraba como a enemigos personales y jamás les dirigía la palabra. Los echaba por la ventana o bien al extremo de la sala, y tiraba el tablero de la mesa. Perros gritaba entonces. Y enseguida, apuntando furiosamente a su adversario, prorrumpía: Y tú!, compatriota. No te da vergüenza? Te rebajas tú mismo ante ellos. Les andas suplicando. Me avergüenzo de ti. Escupo a esos perros. Naturalmente, nadie jugaba una partida de tavli con mi tío dos veces. Este café era entonces lugar de fama e importancia. Y hoy lo sigue siendo, aunque muchos de los que iban allá hace veinte años, han muerto hace tiempo. Su principal clientela eran armenios, pero iban también otros que no lo eran. Todos los que añoraban la patria. Todos los que la amaban. Todos los que jugaban al tavli o al scambil allá en la tierra. Los que querían saborear las comidas de allá, el vino, el raki, y las tazas de café por la tarde. Los que gustaban de aquellas canciones y de

3 aquellos cuentos. Todos los que querían verse reunidos en un sitio que oliese a cosa familiar, a muchos miles de kilómetros de la patria. Mi tío Kosrove solía llegar alrededor de las tres de la tarde. Daba un vistazo a los clientes y luego iba a sentarse en un rincón, a solas. Casi siempre estaba sentado una hora sin moverse, y luego se marchaba, con un tremendo mal humor, aunque nadie le había dicho una palabra. Pobres muchachos! decía. Pobres huérfanos! O mejor, literalmente : Pobres y vehementes huérfanos! Pobres y vehementes. Es imposible traducir esta expresión suya, dicha en armenio. Nada, sin embargo, más triste, en la vida y en el mundo, que estos pobres y vehementes. Con toda seguridad, sentado en el café, mi tío Kosrove se había dado cuenta de que existía este árabe pequeño, y comprendió que era hombre de valer. Quizás el hombre había estado sentado, jugando al tavli, apoyados los anchos hombros en la mesa, sombría su cabeza infantil y lleno de comprensión y de nostalgia, y quizá también, terminada la partida, le había visto mi tío Kosrove levantarse y ponerse en pie, no más alto que un niño. También pudo haber ocurrido que llegase el hombre al café y, sin conocer a mi tío Kosrove, jugase con él la partida de tavli y perdiese y no se quejase por eso; y que de hecho se diera cuenta quién era mi tío Kosrove, sin que nadie se lo dijese. O también que el árabe no les hablase a los dados. Fuese cual fuese el origen de su amistad, y fuese como fuese el entendimiento entre los dos, y cualquiera la comunión que les unía, el hecho es que de vez en cuando se reunían en nuestra sala, y siempre eran allí bien venidos. La primera vez que mi tío Kosrove trajo al árabe a nuestra casa, olvidó las presentaciones. Mi madre imaginó que el árabe sería alguno de nuestros compatriotas, quizá primo lejano, aunque era un poco más moreno que la mayor parte de los miembros de nuestra tribu, y más bajo. Esto, naturalmente, no tenía ninguna importancia; el mayor encanto de un pueblo está en su variedad, cualidad esta que le hace humano y digno de más amplia expansión en el tiempo. Este primer día, el árabe no se sentó hasta que mi madre le hubo dicho media docena de veces que estaba en su casa. Será sordo?, pensé.

4 No; se veía que oía; escuchaba atentamente. Quizás es que no comprendiera nuestro dialecto. Mi madre entonces le preguntó de dónde era. Él no contestó; lo único que hizo fue frotarse la manga de la chaqueta. Después mi madre le preguntó en turco: Es usted armenio? Esto ya lo entendió el árabe y contestó en turco que era árabe. Un pobre y vehemente huérfano susurró el tío Kosrove. Un momento, mi madre creyó que el árabe quería hablar, pero pronto se vio claro que, al igual que a mi tío Kosrove, nada le afligía más que el tener que hacerlo. Sabía, si era preciso, hablar, pero es que no tenía nada que decir. Mi madre les ofreció tabaco y café y me mandó que les dejase solos. Querrán hablar me dijo. Hablar? dije yo. Querrán estar solos. Yo me senté a la mesa en el comedor y empecé a volver páginas de un número del Saturday Evening Post del año pasado que me sabía de memoria, especialmente los grabados: gelatina Jello, muy arquitectónica; automóviles, con gente alrededor, de colores muy vivos; haces de luz que bañaban parajes oscuros; mesas servidas con fuentes soperas humeantes; chicos jóvenes con trajes negros de fantasía, que eran anuncio de una casa de confecciones y muchas cosas más. Debí yo de pasar las páginas un poco de prisa, sin embargo, porque mi tío Kosrove gritó: Calma, chico, calma. Yo miré hacia la sala y sorprendí al árabe frotándose para quitarse el polvo de la rodilla. Los dos hombres estuvieron sentados una hora en la sala; luego el árabe se sonó muy fuerte la nariz y se marchó sin decir palabra. Yo entré en la sala y me senté donde él había estado sentado.

5 Cómo se llama? pregunté. Calma dijo mi tío Kosrove. Bueno, pero cómo se llama? Mi tío Kosrove se irritó tanto que no supo qué hacer. Llamó a mi madre, como si quisieran asesinarle. Mariam! gritó. Mariam! Mi madre vino corriendo a la sala. Qué pasa? dijo. Mándalo fuera, por favor dijo mi tío Kosrove. Qué ha hecho? Quiere saber el nombre del árabe. Bueno, muy bien dijo mi madre. Es un chiquillo. Es curioso. Díselo. Ya veo se lamentó mi tío. Tú también. Tú, mi hermana. Mi pobre y vehemente hermana. Bueno, pero cómo se llama el árabe? dijo mi madre. No lo diré dijo mi tío Kosrove. Eso es todo. No lo diré. Y se levantó y se marchó. Es que no sabe el nombre explicó mi madre. Y tú no has conseguido nada irritándole. Tres días más tarde, cuando mi tío Kosrove y el árabe vinieron a casa, yo estaba en la sala. Mi tío Kosrove vino derecho a mí y me dijo: Se llama Khalil. Ahora vete. Yo salí de casa y esperé en el patio a que llegara uno de mis primos. A los diez minutos, como no llegara ninguno, me fui a casa de mi primo Murad y estuve una hora discutiendo con él sobre cuál

6 de los dos podría más, de aquí a cinco años. Luchamos por tres veces, y yo perdí las tres, pero una de ellas estuve a punto de ganar. Cuando volví a mi casa, ya se habían ido los dos hombres. Desde la puerta de atrás, corrí derecho a la sala, pero ya no estaban. Lo único que quedaba en el cuarto era su olor y el olor de humo de tabaco. De qué han estado hablando? le pregunté a mi madre. No los he oído dijo mi madre. Es que no han hablado? No lo sé. Entonces es que no han hablado. Hay personas dijo mi madre que hablan cuando tienen algo que decir, y hay personas que no hablan. Cómo puede uno hablar si no tiene nada que decir? dije yo. Tú hablas sin palabras. Nosotros todos estamos siempre hablando sin palabras. Y para qué valen las palabras, entonces? No valen para mucho, casi nunca. La mayor parte de las veces valen únicamente para ocultar aquello que realmente quieres decir, o algo que quieres saber. Bueno, pero ellos han hablado? dije yo. Me parece que sí dijo mi madre. Han estado sentados, tomando café y fumando pitillos. No han abierto la boca, pero han estado hablando todo el tiempo. Se comprendían mutuamente y no necesitaban abrir la boca. Ellos no tienen nada que ocultar. Sabe usted realmente de qué han estado hablando? le dije. Claro que lo sé dijo mi madre. Bueno, y de qué ha sido?

7 No puedo decírtelo dijo mi madre porque no se puede expresar en palabras, pero ellos lo saben. Por espacio de un año, mi tío Kosrove y el árabe estuvieron viniendo a casa de vez en cuando y sentándose en la sala. Unas veces se estaban sentados una hora; otras, dos. Una vez, mi tío Kosrove le gritó de súbito al árabe: No hagas caso de eso, te digo. Aunque el árabe no había dicho nada. Pero la mayor parte del tiempo, llegaba la hora de marcharse sin que hubieran cambiado una sola palabra. Entonces mi tío Kosrove decía bajo: Estos pobres y vehementes huérfanos... Y el árabe continuaba cepillándose la rodilla del pantalón. Un día que mi tío Kosrove vino a nuestra casa solo, yo me di cuenta que el árabe hacía ya varios meses que no aparecía por allí. Dónde está el árabe? le dije. Qué árabe? dijo mi tío Kosrove. El árabe pobre y vehemente que solía venir con usted dije. Dónde está? Mariam! gritó mi tío Kosrove. Y se quedó sin movimiento, aterrado. Oh! Oh! pensé. Qué pifia he cometido? Qué es lo que he hecho?. Mariam! siguió gritando. Mariam! Mi madre apareció en la sala. Qué pasa? dijo. Por favor dijo mi tío Kosrove. Aquí está tu hijo. Tú eres mi hermanita. Mándale fuera, por favor. Yo le quiero con todo el corazón. Es un americano. Ha nacido aquí. Será un día un gran hombre. Mándale fuera.

8 Por qué? Qué pasa? dijo mi madre. Qué pasa? Qué pasa? Pues pasa que está hablando. Está haciendo preguntas. Y yo le quiero. Aram! dijo mi madre. Yo seguía allí presente, y si mi tío Kosrove estaba enfadado conmigo, yo estaba todavía más enfadado con él. Dónde está el árabe? le dije. Mi tío Kosrove me señaló con el dedo, haciéndole ver a mi madre, desesperado, que tenía razón. Ahí lo tienes venía a decir su gesto. Tu hijo. Mi sobrino. De mi propia carne y de mi sangre. Ves? Todos nosotros somos pobres y vehementes. Todos, menos él. Aram! dijo mi madre. Bueno, pero si ustedes no hablan dije yo, no podré entenderles. Dónde está el árabe? Mi tío Kosrove se marchó sin decir palabra. El árabe ha muerto dijo mi madre. Cuándo te lo ha dicho? le pregunté. No me lo ha dicho él dijo mi madre. Entonces, cómo lo has sabido? No sé cómo dijo mi madre, pero ha muerto. Mi tío Kosrove estuvo muchos días sin asomar por casa. Yo estuve sospechando, una temporada, que nunca volvería. Cuando por fin volvió, se quedó de pie en la sala con el sombrero puesto y dijo: El árabe ha muerto. Murió huérfano en un mundo extraño, a diez mil kilómetros de su patria. Quería ir a su patria y morir. Quería hablar de nuevo con los suyos. Quería oler su olor. Oírles respirar. Y no tenía dinero. Siempre estaba pensando sobre eso. Ahora está muerto. Ahora márchense. Yo les tengo cariño.

9 Quise saber más detalles, en especial acerca de los hijos del árabe: cuántos tenía, cuánto tiempo hacía que estaba ausente de su patria, y así por el estilo, pero decidí que sería mejor visitar a mi primo Murad y ver si podría dar con él enseguida, por lo cual me largué sin decir una sola palabra. Y esto sin duda le gustó mucho a mi tío Kosrove y le hizo creer que quizá quedase aún alguna esperanza para mí, después de todo. FIN