Iñaki Lorente Armendáriz Psicólogo col: N-0284

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2 A lo largo de la historia de la humanidad los cuentos han supuesto un excelente recurso para educar, en especial a los niños. Esto es debido a que las historias así contadas se desarrollan en el mismo plano en el que se encuentran. Los cuentos les llevan, a través de la imagina ción, hacia nuevas dimensiones a las que les sería difícil llegar de otra manera. Así mismo pueden ayudarles a comprender y aceptar sus ideas y sentimientos. Esta es la perspectiva desde donde surge la colección: Los Cuentos de Borja. Dirigidos específicamente a niños y niñas con diabetes, se plantean dificultades de la vida cotidiana y algunas propuestas para resolverlas. Lo que se pretende conseguir es la identificación con el protagonista, la reflexión y el cambio de actitudes. Están concebidos para que puedan ser leídos por ellos mismos, pero fundamentalmente para ser trabajados en la consulta de educación diabetológica o en el entorno familiar. Convirtiéndose, así, en el estímulo que impul se al diálogo y les facilite la expresión de sus propias dificultades. Iñaki Lorente Armendáriz Psicólogo col: N-0284

3 IÑAKI LORENTE ARMENDÁRIZ Licenciado en psicología (1986). Experto en dinámica y terapia de grupos. Actualmente trabaja compaginando la labor como psicólogo de la Asociación Navarra de Diabéticos con su actividad como orientador escolar en un colegio concertado de Navarra. Así mismo coordina diversas escuelas de padres en la Comunidad Foral. Ha participado en numerosos cursos y conferencias relacionados con los aspectos psicosociales de la diabetes dirigidos, tanto a profesionales de la salud, como a pacientes. Entre sus publicaciones están: Controla tu Diabetes (1996); Te Acaban de Decir que Tienes Diabetes (2000) y Ventura o Desventura en Portaventura (2002).

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5 i Borja fuera presidente del Gobierno, lo primero que haría sería prohibir el uso y disfrute de los garbanzos. Hubiera declarado ilegal cocinarlos con verduras, con chorizo o con morcilla. Seguro que enviaba a la cárcel al que los pusiera en ensalada por lo menos cadena perpetua. Pero ni era presidente ni alcalde. Ni siquiera delegado de clase. A varios de sus compañeros tampoco les gustaban, pero era un no gustar modoso. Él los odiaba con todas sus fuerzas. Seguramente sólo dos o tres personas en todo el mundo podían aborrecer tanto los garbanzos como Borja. Para su desgracia, hoy estaban en el menú. Ya se sabe. En los campamentos de niños con diabetes hay que comer sano. Sano! No sé que tienen de sanas esas bolas amarillas que apestan pensaba mientras miraba al camarero con cara de pocos amigos-. Metió con desgana la punta de la cuchara en el plato y se la llevó a la boca. Su madre solía decirle que, cuando algo no te gusta, hay que comerlo sin respirar y con los ojos cerrados. Así, su sabor, casi ni se nota. Probó el sistema pero no funcionó. No sólo era su sabor, sino esa piel rugosa y dura que escondía algo peor: Una especie de pasta asquerosa que se pegaba al paladar. Cada garbanzo era como una cápsula de veneno puro. Y en el plato había cientos de ellos, miles! Borja recordaba cómo los monitores les habían advertido nada más llegar: En un campamento de niños con diabetes, la alimentación no se

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7 negocia. Hay que comerlo todo porque cada menú está calculado para tener los hidratos de carbono necesarios, o algo así. Pero eso no le interesaba. Lo único que sabía era que no estaba dispuesto a dejar que semejante ataque garbancero le arruinara el día. Miró a todos los lados buscando una solución a su drama y, de pronto, una gran sonrisa se le dibujó en la cara. El remedio lo encontró justamente a su izquierda. Por cosas del destino había ido a sentarse al lado de Carlos, el Fórmula 1. No tenía claro si el mote se lo habían puesto por lo rápido que desaparecía lo que hubiera en su plato o porque, como comía tanto, sus glucemias siempre estaban por encima de 250. Le gustaba tanto engullir que, pusieras lo que pusieras, siempre se quedaba con hambre. Así que buscaba la manera de zamparse una ración extra, de lo que fuera. Ideó un plan que, en aquel momento le pareció perfecto. Cuando comprobó que Fórmula 1 había dado buena cuenta de su plato, le propuso cambiarlo por el suyo, todavía rebosante. Por supuesto que a Carlos le pareció una idea excelente. Esperaron a que nadie vigilara sus movimientos y en menos que canta un gallo, la fechoría estaba hecha. Buscó un guiño en la mirada de su cómplice, pero éste ya estaba volcado sobre la segunda ración. Dio un suspiro de resignación mientras meditaba cómo podía haber personas en el mundo capaces de comerse

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9 no uno, sino dos platos de garbanzos. DOS! Puso cara de buen chico cuando pasó el monitor revisando los platos. El pescado estaba mejor, pero la cantidad de patatas que lo acompañaban era ridícula. Claro que, ni intentó sugerirle a Carlos que le diera las suyas. Menuda máquina de comer! Así que, al final, se quedó con un poco de hambre. Qué se le va a hacer! pensó-. La vida es injusta. Por la tarde tocaba paseo por el bosque. A Borja le gustaba caminar entre los árboles. Solía imaginarse que era un gran explorador elfo y que debía velar por la seguridad del grupo. Gracias a su visión superdesarrollada siempre descubría al enemigo antes que nadie, con lo cual podía prevenirles y salvar así a todos sus compañeros de una emboscada. Pero esa tarde la visión élfica empezó a nublarse casi sin entrar en el bosque. Cada árbol se desdoblaba y bailaba a su alrededor cuando intentaba fijar la mirada. Así no había manera de defender a nadie. Recordó el plato de garbanzos no comido y pensó que su azúcar estaría por los suelos. Pero si decía algo al respecto, la bronca estaba asegurada. Para evitarla optó por callarse. No tardó mucho en notar cómo las fuerzas le abandonaban y las piernas le temblaban. El corazón iba a mil por hora. Su cuerpo no obedecía ni una orden y los pensamientos iban como a cámara lenta. Lo último que vio antes de desmayarse fue la cara de preocupación de Fórmula 1 mientras pensaba: Dónde están mis garbanzos?.

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11 Cuando se despertó notaba en el muslo el dolor de la banderilla de glucagón que le habían puesto. Sentía como si 324 camiones le hubieran pasado por encima. La monitora arrodillada a su lado comentó: Por suerte traíamos el glucagón. Sintió miedo y recapacitó: Si esto me llega a pasar en otro campamento cualquiera, no sé cómo hubiera acabado la aventura. Por supuesto no dijo nada de la jugada, pero su mirada se cruzó con la de Carlos, que estaba pálido del susto. Pensó: Sería mucho soñar que no pusieran jamás garbanzos, pero si los ponen, por lo menos que no se me olvide comer unos cuántos.

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13 DÉJAME QUE TE DIGA En qué situación se quedó Borja Un poco más y acaba en el hospital. Ya sé que cada uno tenemos nuestros gustos. Hay cosas que estaríamos comiendo todo el día mientras que otras ni las probaríamos. Una de las cosas que más aborrece Borja son los garbanzos. Seguro que tú también podrías decir algo que no quieres ni probar. Un chico o una chica sin diabetes si no come, como mucho se lleva una reprimenda o un castigo. Pero, amigo!, con diabetes la cosa cambia. Ya te habrán explicado que la insulina que te pones tiene muchísimo que ver con lo que vayas a comer. Por eso tus padres tienen tanto cuidado de pesar los alimentos y de calcular las unidades de insulina. Cuando hay para comer algo que no te gusta, la tentación de dejarlo en el plato es muy grande. Pero antes de hacerlo debes pensar en la insulina que te has puesto. Si no lo haces, te podrías dar un susto como el que se dio Borja. Créeme, es bastante peligroso. Si te encuentras en esa situación, lo mejor que puedes hacer es decirlo y, si tienes suerte, tal vez te cambien la comida odiada por otra. Pero si no es tu día, come, aunque sea muriéndote de asco. Piensa que habrá otros días mejores. Si eso no te ayuda, puedes acordarte de lo que le sucedió a Borja, seguro que no te apetece estar en su pellejo. Y si vas de campamento con el cole, la parroquia, etc. No olvides recordarle a tus padres que te metan el glucagón en la mochila.

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