Vomitar seis veces al día nunca había formado parte del plan. Nuria pensaba que aquello era una trama internacional para evitar la extinción de la

Transcripción

1

2 2 Vomitar seis veces al día nunca había formado parte del plan. Nuria pensaba que aquello era una trama internacional para evitar la extinción de la especie humana. Imaginaba que cuando le cortaban el cordón umbilical al niño y la madre lloraba de alegría porque por fin había acabado la tortura, aparecían en el paritorio unos señores vestidos de notario y le hacían firmar un documento. Un contrato por el que se comprometía a hablar del embarazo como algo mágico, único, agradable, cómodo, fantástico y a no confesar jamás que aquellos primeros meses de gestación le habían hecho arrepentirse muy seriamente de no haber recurrido a la adopción. Si se iba de la lengua, si se le ocurría hacer un solo comentario

3 alusivo a la pesadilla que suponía la preñez, la Sociedad Pro-natal, le arrebataría a su hijo para siempre, como a una Bella Durmiente de Philip K. Dick. Nuria empezaba a entender el porqué deesa frase que oía invariablemente cada vez que se quejaba de la acidez, del dolor de tetas, de los gases o de los vómitos. «Huy, ya verás, en cuanto tengas delante la carita de tu hijo, todo esto, los dolores del parto y todo lo demás, se te olvida, es como si no hubiera pasado.» Lo de la confabulación no podía estar más claro, porque ella tenía muy claro que todo lo que estaba pasando antes de parir, no se le iba a olvidar mientras viviera. Nacho decía que todo eso era psicológico. Una reacción inconsciente de rechazo. Y ella pensaba que tenía razón. Llevaba una temporada que no le podía soportar. Había varios detalles de él que la sacaban de quicio

4 pero el que últimamente más le desesperaba (esencialmente porque cada día se levantaba con una molestia nueva) era que se empeñara en atribuir cualquier dolencia física a un problema psicológico. «Eso es cosa de los nervios», era la frase que más usaba Nacho desde que Nuria se había quedado embarazada. Pero no era algo nuevo, no se trataba de una cuestión relacionada con su preñez. Aquello venía de atrás y era una fuente inagotable de anécdotas para contar en las reuniones con amigos. La favorita de Nuria era la de aquella vez que la operaron de peritonitis y tuvo que amenazarle con un cuchillo para que llamara a una ambulancia porque él se empeñaba en decir que el dolor de estómago que tenía era cosa del estrés, que el periodismo era una profesión muy absorbente. Pero esa actitud de Nacho tenía su relativa

5 explicación. Hacía sólo dos años que había conseguido vencer una hipocondría que de haber seguido su cauce natural podía haber acabado con los presupuestos de la Seguridad Social. Nuria sabía que curado no estaba, pero el psicólogo le había convencido de ello, le había dado el alta y Nacho, como confiaba en sus doctores con una fe ciega, había pasado drásticamente al punto contrario. Ahora negaba la enfermedad y huía de los médicos aunque la evidencia fuera clarísima. Nuria estaba convencida de que tendría que parir sola. Eso lo daba por supuesto, prefería que la atendieran a ella en vez de que la comadrona anduviera dándole sales a Nacho. Pero podía imaginarse la escena prenatal, con ella diciéndole que estaba a punto de parir y él llamándola exagerada, achacándolo todo a los nervios y negándose a ir a la clínica, «porque al

6 hospital se va por cosas importantes». En el fondo, a Nuria ese punto de excentricidad (había quien lo llamaba neurosis) le parecía atractivo. Nacho, en todo lo demás, era tan normal que esas manías, en el fondo, le daban un toque extravagante y a ella eso le gustaba. Curiosamente cuando hablaba de él no comentaba lo ordenado que era, ni lo cariñoso, ni que jamás salía por ahí sin ella, ni que le traía todos los días el desayuno a la cama, ni lo responsable que era en el trabajo, ni que estaban a punto de ascenderle, ni lo organizado que era para llevar las cuentas de la casa... Siempre sacaba a colación anécdotas relacionadas con esa parte atípica de Nacho porque todo lo demás, con el tiempo le había llegado a aburrir violentamente, aunque al principio tenía que reconocer que le parecía atractivo o más bien confortable. De una manera parecida al que,