1 SAN AGUSTÍN (354-430) Marco histórico El Cristianismo se extendió hasta comienzos del II por todo el Imperio Romano. Su monoteísmo acabó provocando persecuciones. Durante los tres primeros siglos de nuestra era, el Cristianismo adquirió un gran desarrollo, especialmente en las provincias orientales. El año 313 el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán y dotó a la religión cristiana de los mismos derechos que a todas las demás, fue cuando la religión cristiana se fortaleció dentro del Imperio. Después serán los cristianos, convencidos de estar defendiendo la única religión verdadera, quienes se convirtieron en perseguidores de todos aquellos a los que consideraban paganos. En el año 380 el cristianismo acabaría siendo proclamado religión oficial del Imperio. El Imperio Romano fue dividido en 395 entre la parte oriental y la occidental; ésta caería definitivamente en manos bárbaras en 476, año que se considera como el comienzo de la Edad Media. Marco sociocultural El siglo III manifiesta una clara decadencia socio-económica. La economía se hizo rural, hacia el surgimiento del feudalismo Durante el siglo V, pueblos bárbaros iban penetrando pacíficamente en el Imperio. En el ámbito cultural asistimos a una especie de Renacimiento de lo clásico durante el siglo IV. Pero también destacan algunos cristianos (como san Agustín) por el intento de dar a la expresión de su fe una forma pura y viva. Fueron capaces de expresar su pensamiento filosófico y teológico mediante las formas clásicas, pero no imitando, sino produciendo obras de gran altura creativa. En el siglo IV surge la poesía cristiana, que se utilizará en las ceremonias del culto. Se hacían himnos que eran una forma de mantener el contacto con el pueblo, e incluso de invitarle a unirse a la liturgia. Mientras el cristianismo fue perseguido, los cristianos se reunían en catacumbas, cementerios y casas particulares. No hay una arquitectura inicial que defina el nuevo espíritu cristiano, pero sí aparece una pintura muy interesante y un verdadero sistema de iconografía religiosa: paloma, cordero, cruz. Cuando en 313 Constantino acepta el cristianismo, la nueva fe se va a manifestar con todo su esplendor; tienen gran importancia las basílicas. En la escultura, que aparece en los sarcófagos, se mantiene el estilo escultórico romano.
2 Por influencia de Bizancio, la pintura abandona el procedimiento del fresco para acogerse al mosaico. Las escenas representadas en ellos serán tomadas indistintamente del Antiguo o del Nuevo Testamento. Marco filosófico Hay que comenzar destacando algunas novedades que aporta el cristianismo a la tradición filosófica griega: El concepto de creación a partir de la nada (contra Parménides). Frente a la visión cíclica griega, el cristianismo propone una visión lineal y en la que Dios va dirigiendo todo el proceso. Monoteísmo trinitario (diferente del politeísmo griego y del monoteísmo judío). Ser humano con alma inmortal, creado por Dios a su imagen y semejanza. El deber de amar a todos los seres humanos, sin excepción. La necesidad de transmitir el mensaje de salvación impulsará al cristianismo a ahondar en la revelación, buscando el modo en que este mensaje se pueda hacer comprensible para los demás hombres. Pero entonces aparece el problema de las relaciones entre la fe y la razón. Los principales movimientos filosóficos no cristianos que encontramos en esta época son los siguientes. El estoicismo, que defiende que la felicidad se ha de buscar y encontrar en el interior del hombre. El filósofo debe explicar y enseñar su doctrina, dado que la filosofía es, sobre todo, una manera de vivir. Agustín tomó de ellos los conceptos de ley eterna, razones seminales y ciudad de Dios. El gnosticismo, que defiende la creencia en el poder salvador del conocimiento, puesto que da respuesta a los problemas de la vida del hombre. El conocimiento gnóstico está basado no sólo en la razón, sino también en la revelación y en una especie de intuición cercana a la mística. El neoplatonismo, que a partir del siglo III fue el interlocutor filosófico de los cristianos. Su fundador fue Plotino (205-279), cuya obra tuvo mucha importancia en la conversión intelectual de san Agustín, ya que el concepto de Plotino del mal como privación, en lugar de como algo positivo, le abrió la puerta a san Agustín para darle una solución al problema del mal sin tener que recurrir al dualismo maniqueo que había admitido anteriormente. Sin embargo, hubo de rechazar la tendencia panteísta de la propuesta de Plotino. El hecho de que la corriente platónica, impulsada por el neoplatonismo fuera, la más importante y, además, ofreciera muchas similitudes con la doctrina cristiana, favoreció que el cristianismo construyera su doctrina fundamentalmente con conceptos platónicos.
3 Entre las corrientes cristianas cabe citar el pelagianismo, secta combatida por Agustín y condenada como herética en 431. La historia de la incipiente filosofía cristiana tiene diversas etapas: En un primer momento, los escritos, conocidos con el nombre de Nuevo Testamento, eran de carácter interno y estaban destinados a dar a conocer la vida de Jesús y los hechos de los apóstoles a los fieles. A partir del siglo II aparecen las Apologías. Surgen en momentos de persecuciones y en ellos los escritos apologéticos son usados para defender la nueva religión. La Patrística se desarrolla entre los siglos III y VII. Su finalidad es la exponer en ellos la doctrina cristiana. Son, en este sentido, los iniciadores de la filosofía cristiana. Según sea la lengua utilizada por los autores para redactar sus obras, se puede hablar de Padres griegos y latinos. o La patrística griega, durante los siglos III y IV, llevó a cabo una labor de acuñación de los conceptos filosóficos cristianos a partir de los usados entre los griegos, sobre todo, los relacionados con el platonismo. Demiurgo, mundo sensible, inmortalidad del alma, etc. eran fácilmente asimilables por el cristianismo. o La patrística latina cobró importancia a partir de la mitad del siglo III, cuando el latín reemplazó al griego como lengua litúrgica en Occidente. Estos autores tienen influencia de otros latinos, como Cicerón o Séneca, y se dedican, no a la especulación metafísica, como los padres griegos, sino más bien a la formación de los cristianos, cosa que da lugar a la aparición de una doctrina teológica que se transmite por la enseñanza y la predicación, para lo cual necesitaban usar la filosofía. En general, entre los padres de la Iglesia encontramos una valoración positiva de la filosofía en cuanto que se la considera capaz de favorecer una comprensión del mensaje de fe, lo cual, en definitiva, era un elemento que colaboraba en la salvación. Entre sus autores destaca san Agustín, que desarrolló la primera gran conciliación entre cristianismo y filosofía.
4 LAS RELACIONES ENTRE LA RAZÓN Y LA FE Es un problema que han de afrontar todos los pensadores creyentes. San Agustín considera que sin creer (en la autoridad divina de las Sagradas Escrituras) no se puede saber. Aunque admite que este saber no es superfluo, dado que la fe no es entendimiento, sólo nos prepara para él; eso significa que supedita la razón a la fe, si bien la razón es necesaria para entender lo que creemos: la sabiduría se alcanza gracias a la ayuda que la fe recibe de la razón. Así, razón y fe, filosofía y religión (necesarias y complementarias), se funden en un solo proyecto de búsqueda que lleva a la verdad, la sabiduría y la felicidad. EL CONOCIMIENTO DE DIOS Y DEL ALMA COMO OBJETIVOS Según san Agustín, el conocimiento de Dios es el objetivo prioritario para el ser humano pero la primacía temporal recae en el conocimiento de su alma, como puente hacia Aquél. Conocer al ser humano Ser humano compuesto de cuerpo y alma. Como platónico: el alma que se sirve del cuerpo. Como cristiano: unidad personal de cuerpo y alma. El hombre como imago Dei "imagen de Dios") Como veremos más adelante, adentrándonos en la interioridad del alma alcanzaremos el autoconocimiento y el conocimiento de Dios. En su antropología influyen la corriente bíblica (ser a imagen de Dios, pero contaminado por el pecado) y griega (ser dotado de una razón interior). Para lo primero, dos frases del Génesis: "Y Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza" y "Adán perdió por el pecado la imagen y semejanza de Dios"; ahí nacieron el mal moral y el físico (que se suman al metafísico, entendido como carencia de ser 1 ) del ser humano (contra el maniqueísmo). Todas estas formas del mal son compatibles con la bondad y el poder infinitos de Dios. La responsabilidad del mal físico y de la debilidad de nuestra naturaleza y de su inclinación a ese mal moral recae en los primeros padres por la comisión del pecado original. Se enfrenta a los pelagianos (no herencia del pecado original, no necesidad de la 1 San Agustín cree que la realidad está jerarquizada y que el supremo bien, el grado más elevado de ser, sólo se da en el nivel más alto de esa jerarquía; según descendemos a niveles inferiores, el mal, como carencia de ser, va aumentando. Los tres niveles más importantes de esa jerarquía son (en sentido descendente): Dios, almas, seres materiales.
5 gracia sobrenatural ni de la Iglesia para salvarse), insistiendo en las secuelas del pecado original en los seres humanos: mal físico, ignorancia y concupiscencia. El mal moral, el pecado, es el que empaña en el ser humano la imagen de Dios, que, pese a esto, es un ser orientado a Dios, una pequeña parte de la creación que tiene un lugar privilegiado en la misma por su mayor dignidad, que se expresa en su racionalidad. El origen del alma San Agustín defiende dos claramente dos ideas al respecto: cada alma humana ha sido creada por Dios y en todas ellas están presentes las consecuencias negativas del pecado original: ignorancia y concupiscencia. Aunque en el ser humano hay animalidad y racionalidad, su esencia es el alma, que es lo que san Agustín deseaba conocer y para ello se interesó por su origen y analizó su función más específica: la del conocimiento. La teoría del conocimiento: la iluminación El alma desarrolla una función específica, la de conocer. Agustín defiende la creencia de que el conocimiento es posible y, para fundamentarla, parte de la constatación de la imposibilidad de dudar de los datos internos de la conciencia: la duda conlleva la vida del que duda, el error, la existencia del que yerra. Así consideró superado, de raíz, toda forma de escepticismo. En su opinión, el ser humano no debe conformarse con las verdades de la razón (que ordena los datos sensibles para producir la ciencia) sino que debe aspirar a una verdad eterna y necesaria, la de la inteligencia (capaz de conseguir la sabiduría sobre el mundo inteligible) y para que esto sea así, la fuente de la verdad no puede estar en la experiencia sensible, sino que el alma ha de contener las reglas de la sensibilidad (como la idea de unidad), cuyo origen ha de estar en un mundo de realidades extramentales inmutables y necesarias. Así mismo, las ideas de orden metafísico, matemático, ético y estético existen con independencia de la mente humana, en Dios y si nosotros tenemos acceso a ellas es gracias a la iluminación divina. La doctrina de la iluminación El ser humano puede alcanzar la verdad gracias a la iluminación.
6 La fuente de la verdad se halla en el interior del espíritu humano, que está unido a algo superior a él, a Dios, desde el que se irradia la verdad sobre dicho espíritu humano, como algo natural 2. La idea de la iluminación aparece tanto en las Sagradas Escrituras como en Platón (reminiscencia...) y esto influyó en san Agustín. Considera que Dios es la fuente iluminativa de nuestro conocimiento en virtud de las razones eternas, que son las ideas absolutas que se encuentran en Dios; la relación entre ellas y las cosas es de participación. El ser humano, en tanto que luz participada, toma conciencia de su limitación tanto en el orden del ser como en el del conocer y del obrar y esto es lo que le impulsa al conocimiento de Dios. El sentido último de esa iluminación radica en que nos hace conocer nuestro origen, nuestra dependencia ontológica, al encontrar en nuestra alma la huella del creador. La libertad y la gracia (contra los pelagianos) Además de la capacidad de conocimiento, el ser humano tiene voluntad, que puede ser libre o no serlo: el ser humano sólo tiene libertad en el estado de bienaventuranza eterna en el cual siempre se elige el bien, nunca el mal; el pecado es imposible. Pero en la vida terrena el ser humano carece de libertad; lo que tiene es libre albedrío: posibilidad de elegir entre el bien (para lo cual ha de contar con el auxilio de la gracia divina) y el mal (que, debido a la corrupción provocada por el pecado original, no podremos evitar si carecemos de dicha gracia). En este punto, san Agustín se opone a los pelagianos(: no herencia del pecado original, ni necesidad de la Iglesia ni de la gracia). CONOCER A DIOS El principio de la interioridad como camino hacia Dios Si se afana en conocer al hombre es para conocer a Dios, pues está en su interior, como su origen y como su destino. El hombre exterior es el que se caracteriza por su apartamiento de Dios, apegándose a sí mismo y a las criaturas. El hombre interior es el que, consciente de su limitación ontológica, se trasciende a sí mismo para llegar al conocimiento de la existencia y la esencia divinas. La existencia y la naturaleza de Dios 2 "...así como en el Sol podemos distinguir tres cosas: que es, que luce y que ilumina, así también el Dios ocultísimo que quieres conocer tiene tres propiedades: que es, que es inteligible y que todo lo hace inteligible." (San Agustín, Soliloquios, I, VIII, 15)
7 Parte de la evidencia de la existencia de Dios y por ello no necesita demostrarla desde argumentos basados en la experiencia y sin embargo sí propone argumentos que no están destinados a demostrar que Dios existe a quienes no lo creen, sino a dar motivos para regocijarse en la certeza intelectual que proporcionan a los creyentes: Interioridad (o noético). Perfección del mundo. Consensus gentium. Grados de bien. Dada por segura la existencia de Dios, su naturaleza se nos escapa porque Él es inefable 3. Sí admite que la razón humana puede conocer los tres atributos esenciales de Dios: Ser, Verdad y Bien que se corresponden respectivamente con las tres personas de la Trinidad: Padre ( Yo soy el que soy, le dijo a Moisés), Hijo y Espíritu Santo (que también es Amor y Vida). Es todo lo que podemos conocer del misterio de la Trinidad pero lo conocemos de primera mano pues nuestra alma está hecha a imagen de esa Trinidad: es, conoce la realidad y da vida al cuerpo. La creación y el tiempo Este Dios es el creador de cuanto existe, ex nihilo, por un acto de libre voluntad. Pero esta creación no se ha dado en el tiempo sino que el tiempo comenzó con la creación. Dios contiene los modelos arquetípicos de todos los seres posibles, que son ideas, increadas y consustanciales a Él. Para crear el mundo no tuvo más que decirlo, desearlo; lo hizo de una sola vez. Todos los seres han sido producidos desde el origen, pero en forma de gérmenes (rationes seminales), para desarrollarse en su momento, según las leyes divinas. La máxima expresión del creacionismo es el orden del Universo, que no es únicamente físico, sino también personal y social, lo que nos permitirá entender la ordenación espiritual y social de la historia tal como la concibió Agustín en La ciudad de Dios. La ciudad de Dios El ser humano se vincula socialmente a sus semejantes por el amor, que une o separa a las personas, en función de lo que se ama. De ahí se siguen dos ideas: la sociedad no nace de la naturaleza sino de la racionalidad (sólo ella hace posible el amor) y las so- 3 Dice: Cuando se trata de Dios, el pensamiento es más verdadero que la palabra y la existencia de Dios más verdadera que el pensamiento.
8 ciedades se distinguen por la jerarquía de valores que establece el amor compartido por sus miembros. Esa jerarquía legitima el vínculo social. Lo que se ama puede ser espiritual o material; en el primer caso estaría la ciudad de Dios (de la luz, celestial, los seguidores de Abel; simbolizada por Jerusalén; el bien), en el segundo, la terrenal (de la oscuridad, los seguidores de Caín; simbolizada por Babilonia; el mal); la primera está constituida por quienes aman a Dios antes que a lo demás y la terrenal por aquellos que anteponen el amor propio y todas sus secuelas al amor de Dios (así tendríamos una proyección colectiva de un conflicto que se vive individualmente). Los ciudadanos de ambas ciudades viven en las mismas sociedades históricas, pero las ciudades de Dios y la terrenal no están referidas a ningún momento histórico concreto. La ciudad de dios es el modelo de toda sociedad, porque sólo en ella pueden reinar la justicia, el orden y la paz verdaderos. Sin embargo, la terrenal es anterior en el tiempo porque todo hombre bueno ha sido primero malo. Agustín propició la obediencia a las leyes justas del Estado pero defendió la sumisión del derecho civil a las leyes y mandatos de la Iglesia. Los males que surgen en la sociedad civil (entre los cuales el peor es la guerra) tienen su origen en lo mudable de las aspiraciones humanas lo cual, a su vez, se explica por el pecado original. De ello concluimos que no hay justicia humana perfecta, que sólo la sociedad de los justos en Dios realizará la verdadera justicia; pero mientras el amor a Dios no sustituya al egoísmo, la paz, el orden y la justicia serán imposibles por convicción y sólo podrán realizarse por coacción legal. El progreso sólo puede producirse bajo la guía del amor a Dios. Estas reflexiones de Agustín se han valorado como la fundación de la filosofía de la historia 4. Defiende una concepción lineal de la misma, que comienza con la creación y acaba con el triunfo final de la ciudad de Dios sobre la terrenal (en esta historia hay un momento de gran importancia: la muerte de Cristo). En la historia, se conjugan la acción y sabiduría divinas con la libertad humana. En definitiva, se trata de que los cristianos tienen buenas razones para mantener la esperanza por muy adversas que sean las circunstancias. 4 El saqueo y la caída de Roma (410) fueron vistos por muchos paganos como un castigo de los antiguos dioses romanos por haber abandonado las viejas tradiciones religiosas. Mientras Júpiter era venerado, argumentaban, Roma se mantenía poderosa y fuerte; cuando los emperadores se apartaron de él, Roma cayó. San Agustín, tres años después del saqueo, comenzó a escribir una obra, La Ciudad de Dios, que es una crítica contra los que argumentaban a favor de las viejas divinidades. A medida que escribía, san Agustín iba ampliando la temática del libro, hasta convertirlo en una completa concepción cristiana de la historia, de la historia pasada, presente y futura.