LIBERAR LA PROFECÍA: LA SOLIDARIDAD EN UN MUNDO DE EXCLUIDOS

Transcripción

1 LIBERAR LA PROFECÍA: LA SOLIDARIDAD EN UN MUNDO DE EXCLUIDOS GRUPO DE TRABAJO NÚMERO 6 Al grupo número 6 del Congreso se le pidió reflexionar sobre el tema de la solidaridad en un mundo de excluidos. El sujeto de esa reflexión lo constituimos 75 personas provenientes de todos los continentes que nos dividimos en 5 grupos lingüísticos para facilitar el diálogo. Es importante este dato porque nos ayuda a entender la aportación del grupo a la reflexión del Congreso. Los contextos culturales, sociales y eclesiales en que vivíamos los participantes en el diálogo eran muy diversos; plural era también la sensibilidad teológica y pastoral; diferentes los trabajos en que estábamos empeñados. De todos modos, fue hermoso constatar las convergencias que existían a la hora de soñar los nuevos caminos que la Vida Consagrada debería emprender para ser una verdadera parábola de comunión y solidaridad en un mundo en el que aumentan los excluidos. La propuesta del tema: Liberar la profecía: la solidaridad en un mundo de excluidos, nos indicaba ya unos puntos de referencia consistentes. Liberar la profecía. La profecía es un don que hay que acoger y al que hay que responder. El enunciado del tema revela ya una convicción: la profecía es algo inherente a la Vida Consagrada, un don que Dios ha dado a quienes ha llamado a esa forma de vida cristiana. Los Padres Sinodales han destacado el carácter profético de la vida consagrada, como una forma de especial participación en la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu Santo a todo el pueblo de Dios (VC 84). Los religiosos deben ser hombres y mujeres en plena sintonía con la pasión de Dios por su pueblo, entusiasmados por su proyecto y dispuestos a darlo todo por él, como Jesús. La profecía es un don que hay que liberar, poner al servicio de la Iglesia y del mundo. Y aquí hay que definir bien cuál es esa palabra profética que se espera de la Vida Consagrada. La palabra profética -que se expresa a través de la voz que anuncia la esperanza y denuncia la injusticia, del gesto solidario, del testimonio de una vida centrada en el Reino, de una presencia silenciosa junto a aquellos que lo necesitan y de otras muchas expresiones- es aquella que nace de una profunda comunión con Dios y su proyecto cuando nada se antepone a éste. De ahí que sea un palabra que crea inquietud, que tiene capacidad transformadora. Llega al corazón de las personas abriéndoles nuevos horizontes en su vida y cuestionando las defensas egoístas que cada uno ha ido construyendo; se dirige a la Iglesia para recordarle lo más genuino del proyecto de Jesús, ofuscado, a veces, en medio de tantas estructuras, instituciones y también, claro está, incoherencias; habla al mundo denunciando la injusticia y convocando a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a unir sus corazones y sus fuerzas para ir construyendo ese nuevo mundo según el designio de Dios. Liberar la profecía es una dimensión fundamental de la Vida Consagrada hoy y lo ha sido siempre. La solidaridad en un mundo de excluidos. A nuestro grupo se le pidió reflexionar sobre las consecuencias que este carácter profético de la vida consagrada conlleva cuando nos situamos ante la realidad de los excluidos: qué preguntas nos suscita, a qué estilo de vida nos orienta, qué acciones concretas nos exige. La palabra que se nos dio como clave 1

2 para articular nuestra reflexión y nuestra aportación fue solidaridad. Una palabra que, por su misma etimología, nos invita a asumir una actitud de compañeros de esas personas o grupos a quienes se niega la participación en los frutos del trabajo de la humanidad, en los bienes que Dios dio como patrimonio a todos. Qué significa ser amigos y compañeros de esas personas, cómo nos acerca a Dios y a su proyecto su presencia, cómo hacer de esa amistad y cercanía un dinamismo de transformación social, qué ubicación nos pide el ser compañeros de esas personas y qué consecuencias tiene para nosotros y nuestras estructuras esa exigencia, en qué proyectos concretos se nos llama a tomar parte. Éstas y muchas otras preguntas fueron suscitando reflexiones y animando el diálogo de los subgrupos y orientando la síntesis general del trabajo del grupo. Nuestra reflexión se construyó desde unos indicadores que se nos dieron por parte de la Secretaría del Congreso. Me parece mejor ceñirme a ellos para reflejar mejor la riqueza del diálogo de las personas que aportaron su experiencia y su sabiduría y compartieron sus dudas y sus sueños. 1. Cómo estamos siendo solidarios con los excluidos. Una primera constatación unánime fue que en nuestro mundo aumentan los excluidos. Ha crecido la capacidad de la humanidad para producir riqueza, ha habido grandes avances en la conciencia de las sociedades sobre la dignidad y los derechos de las personas y los pueblos, se ha facilitado la comunicación entre los pueblos y la posibilidad de compartir los recursos. Pero, al ritmo que aumenta la riqueza aumenta también la avidez para controlarla por parte de los poderosos. El sistema neoliberal, a través de sus traducciones culturales, económicas, políticas, etc., está haciendo aumentar en nuestro mundo el número de excluidos. También se constató que hay algunas experiencias de exclusión dentro de la comunidad eclesial, sobre todo con relación a las mujeres, que deben entrar en nuestro horizonte para encontrar los caminos de superación de las mismas. Parece que los religiosos se han dado cuenta de esa realidad de exclusión y la han discernido desde el Evangelio. De ahí han surgido proyectos y presencias que emergen como signos de vida en un mar donde se descubre tanta muerte. Es bueno recordar lo que se dijo: Las Religiosas/os son muy a menudo catalizadores que permiten romper barreras de toda clase: hay religiosos/as en grupos de diálogo entre religiones en países donde los cristianos son perseguidos; también los hay con compromiso en grupos de base para la búsqueda de la paz; por otra parte, las comunidades con hermanos/as de origen cultural diferente dan testimonio de por sí que se puede vivir juntos a pesar de las diferencias. Hay religiosas/os, de todas edades, en situaciones de conflicto y de violencia, profundamente insertados/as en el pueblo; cuando otros se van, ellas/os se quedan arriesgando sus vidas, en muchos casos hasta el martirio, como signo de solidaridad radical con los excluidos. Hay una colaboración cada vez más frecuente entre religiosos/as y laicos/as, sobre todo en el campo del voluntariado de la solidaridad. En esta colaboración se observa un doble movimiento: de un lado, el entusiasmo de los voluntarios en su entrega reanima en nosotros la pasión y la apertura; de otro, la puesta en común de talentos y de bienes y la comunión entre personas, tal como nosotros las vivimos, es un signo fuerte para ellos/as. También hay que subrayar que muchos religiosos/as se suman a grupos e instituciones de la sociedad civil que buscan la transformación social. Signo alentador es también el hecho que se está desarrollando una más amplia colaboración entre congregaciones al servicio de los empobrecidos y de la defensa de sus derechos (obras comunes de solidaridad; lobbying por la justicia, etc.). 2

3 La realidad femenina de la vida consagrada tiene un carácter profético de signo y de desafío para la sociedad y para la Iglesia que tan poco espacio dan a la mujer. 2. Por qué nos es difícil vivir más radicalmente la solidaridad Sin embargo, entre nuestro deseo de ser solidarios con los excluidos y la traducción en presencias y proyectos de esta solidaridad, descubrimos, en muchos casos, una distancia que nos duele y que cuestiona, de algún modo, la radicalidad de nuestra opción por el Reino por encima de todo. En nuestra reflexión examinamos este aspecto importante e intentamos identificar algunos obstáculos que impiden que el ideal se encarne en proyectos concretos. Descubrimos obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras propias congregaciones, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos. Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras congregaciones y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces, a vivir como compañeros y amigos de los excluidos. Más bien crean unos espacios protegidos que impiden una solidaridad real con esas personas. Otros obstáculos y bloqueos significativos de la profecía nacen del interior de la misma vida consagrada. Entre otros nos parecieron importantes: a. El miedo, que tiene varios rostros: miedo de correr riesgos en el plan institucional y de la misión; miedo de confrontarse con lo nuevo y lo diferente; miedo de perder poder; miedo de la inseguridad que el compromiso con los excluidos nos puede traer. Otro miedo es el de entrar en conflicto con la jerarquía que frena, a veces, la audacia necesaria para crear iniciativas significativas en este campo. b. Nuestras propias divergencias y conflictos internos que paralizan la acción profética del grupo y de algunos de sus miembros con vocación profética que cuentan, muchas veces, con poco apoyo por parte de sus respectivas Congregaciones. c. Un cierto sentido de competición entre las mismas congregaciones que dificulta la colaboración. d. Los escándalos de abuso sexual de algunos religiosos representan un contratestimonio y son negación de la profecía. e. El estilo de vida de algunas comunidades religiosas que las aleja del pueblo. Descubrimos, a veces, una cierta inmadurez humana y espiritual que se convierte en obstáculo para la corresponsabilidad en la misión y para una acción más audaz en defensa de la vida. Nos damos cuenta del peligro real del consumismo, del individualismo, de la apatía y de la increencia que afecta el profetismo de los consagrados. Todo ello genera conflictos internos que dificultan un liderazgo eficiente en el campo de la justicia, paz y ecología. 3. Qué cambios necesitamos para impulsar la solidaridad con los excluidos No basta señalar los obstáculos. Hay que asumir el desafío y ver qué hemos de cambiar o, mejor todavía, cómo hemos de cambiar para que el don de la profecía se manifieste con fuerza en nuestras vidas y en nuestros proyectos pastorales. Es importante señalar que afloró con insistencia la conciencia de que los cambios no se producen simplemente porque hemos decido que hay que cambiar. Los cambios son fruto de una 3

4 apertura al Espíritu del Señor que nos habla a través de su Palabra, que se hace presente en el discernimiento de la comunidad, que nos guía a través de las preguntas que el contacto con los excluidos suscita en nuestros corazones. Los cambios requieren una consistencia espiritual que, a veces, nos falta. Por otra parte, los cambios no se pueden afrontar sin análisis serios de la realidad propia y circundante, porque no se pueden hacer a ciegas ni sin tener muy en cuenta nuestras propias fuerzas. El diálogo fue rico, aunque no se centró suficientemente en lo que era el tema específico de nuestro grupo: la solidaridad. La diversidad de situaciones en los distintos subgrupos lingüísticos hizo que se ampliara el horizonte de la dimensión profética y se apuntaran aspectos que corresponden a su expresión en otros campos. Apunto algunas de las ideas que se compartieron, retocando un tanto su formulación respecto a la que se presentó en el Congreso: Necesitamos un realismo que nos haga tomar conciencia de nuestras propias limitaciones (edad, número, etc.), pero que no nos impida discernir con libertad profética el estilo de vida y las presencias misioneras que corresponden al anuncio del Reino. Debemos promover la reflexión y concentrar nuestras energías en crear algo nuevo en nuestras congregaciones para animar a aquellos que se puedan sentir dispersos o agobiados. En un espíritu de libertad interior, debemos esforzarnos por desplazarnos a los nuevos lugares de misión (nuevos areópagos) que el Papa nos señala, dispuestos a abandonar algunos de nuestros ministerios actuales. Ir hacia la frontera y desplazarse a las periferias han sido siempre signos de vitalidad profética en la vida consagrada. Para estar más cercanos a la gente, debemos promover una inserción real de nuestras comunidades entre el pueblo y dar espacio en ellas a los pobres. Alguien preguntó: no sería más apropiado vivir las etapas de la tercera y cuarta edad en los lugares en donde nos encontramos que crear casas especiales para los religiosos en esas etapas de la vida? Especialmente en zonas donde encontramos personas de diversas tradiciones religiosas, hemos de reforzar nuestra convicción de que Dios es más grande que el cristianismo, que su amor está abierto a todos y que a todos acoge. Esta conciencia nos dispone al diálogo y a la colaboración y multiplica la capacidad de respuesta a la situación de exclusión que viven tantas personas en nuestro mundo. Los formadores deberán educar a los religiosos autóctonos en una valoración de las Tradiciones religiosas de sus pueblos y prepararlos para el diálogo con las mismas. Es necesario simplificar las estructuras de nuestros Institutos a todos los niveles. Debemos pensar, incluso, en la fusión de institutos con un carisma similar. La organización de nuestra vida debe ser siempre en función de la misión. Debemos promover las comunidades interculturales que nos invitan a compartir la fe y el patrimonio cultural de cada uno a la luz del Evangelio. Debemos abrir nuestros proyectos pastorales a los laicos asociados con nuestras congregaciones, compartiendo la misión con ellos pero sin obligarles a tener que integrase en estructuras que les impidan expresar su aportación peculiar como laicos. Su presencia nos puede abrir a nuevas formas de solidaridad con los pobres. Necesitamos buscar nuevos modelos de organización que reflejen mejor el principio evangélico de la autoridad. En este sentido hemos de buscar una ubicación eclesial de la vida consagrada que garantice la realización de su misión específica y una forma de gobierno en nuestros institutos que asuma decididamente la descentralización y la subsidiaridad. Todo ello ayuda a potenciar la creatividad en las respuestas pastorales a los nuevos desafíos, sobre todo en el ámbito de la solidaridad con los excluidos. Es necesario insistir en nuestro espacio de libertad como Institutos religiosos tanto a nivel de cada instituto como de conferencias nacionales o internacionales- de modo que se garantice la expresión del propio carisma y la vida consagrada pueda seguir siendo significativa para la Iglesia y para el mundo. 4

5 4. La iluminación de la Palabra La centralidad de la Palabra en la espiritualidad de los consagrados se ha ido acentuando en los últimos tiempos. En una lectura orante y contextualizada de la misma los consagrados han encontrado la estrella que les ha guiado hacia nuevas ubicaciones; la fuerza que ha permitido a algunos hermanos testimoniar con la entrega de sus vidas su opción por el Reino y por aquellos a quienes pertenece en primer lugar: los pobres; la inspiración para saber ser en cada contexto la palabra de consolación, de denuncia, de reconciliación, de esperanza; el fundamento sobre el que se puede construir una comunidad que sea verdadero signo de la nueva fraternidad del Reino. Muchas Congregaciones religiosas y Conferencias nacionales y continentales de religiosos han vivido proceso muy ricos y exigentes de escucha de la Palabra. Son innumerables los textos que alientan el dinamismo profético de la comunidad de consagrados. Centrándonos solamente en los Evangelios nos hablan con fuerza: Lc 4, 16ss, que nos presenta la identidad de Jesús y de su misión. La unción del Espíritu habilita para proclamar el amor liberador de Dios y realizar signos que lo expliciten. En los relatos evangélicos encontramos los que realizó Jesús. Hoy estos signos serán, sobre todo, las presencias y los compromisos que no buscan compensación alguna sino que están únicamente motivados por el deseo ardiente de que se realice el milagro de la liberación y de la nueva fraternidad del Reino. Los textos que nos presentan la apertura de Jesús que le llevó a superar las barreras étnicas y sociales: la sanación de la mujer sirofernicia (Mc 7, 26ss), el encuentro con la mujer samaritana (Jn 4,1ss), la historia del samaritano (Lc ss). Los relatos que nos explican la actitud de aceptación que Jesús mostró frente a las personas que sufrían alguna forma de exclusión: su acción en favor de la mujer adúltera (Jn 7,1ss), las comidas que compartió con los publicanos (Lc 5, 27ss), la curación de los leprosos y la acogida a los niños (Mc 10,13ss). La proclamación de las Bienaventuranzas (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12) que revelan la visión alternativa de la realidad que caracteriza al Reino de Dios. Jn 13,1-15, que nos presenta al Señor lavando los pies de sus discípulos y pidiéndoles que ellos hicieran lo mismo. La larga lista de textos que fuimos trayendo a la memoria y escuchando nos abrían a lo más nuclear de la vida y misión de Jesús: Él vino para dar la vida para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia (Jn 10,10). Este texto condensa maravillosamente el sentido de la llamada a la solidaridad. En el encuentro solidario con el hermano excluido hay una comunicación de vida que hace crecer en el consagrado y en el excluido ese don de Dios. 5. Nuestro compromiso Es la meta, el punto final hacia el que nos llevó la reflexión y el diálogo. Vimos signos de vida y sentimos el peso de los obstáculos en nosotros mismos y en nuestras comunidades. Nos dimos cuenta de que algo debía de cambiar para poder vivir con más radicalidad la dimensión profética de la vida consagrada. En la Palabra de Dios encontramos una nueva llamada a unirnos a la misión de su Jesús y a su estilo de realizarla, asumiendo proyectos más exigentes de solidaridad con los excluidos. Era el momento de explicitar qué convicciones orientan nuestra vida y cómo queremos darles expresión hoy a través de proyectos concretos. Fue el punto más importante de nuestro trabajo. No descubrimos grandes novedades, pero sí tomamos una renovada conciencia de que la dimensión profética es esencial a la vida consagrada y de que hoy requiere mucha audacia y 5

6 creatividad para crear cauces concretos para expresarla. Recojo tal cual las conclusiones del grupo, porque me parece que fue el elemento más trabajado: Convicciones 1. La profecía es un elemento constitutivo de la Vida Consagrada. Consideramos que el nuevo despertar de la conciencia sobre la dimensión profética de la vida consagrada es un don del Espíritu que hemos de acoger y al que debemos responder. 2. La opción preferencial por los pobres, a quienes pertenece el Reino de Dios, es algo fundamental en la vida consagrada. Los pobres nos evangelizan y nos ayudan a descubrir el rostro de Dios y a renovar nuestras comunidades. La cercanía a los grupos humanos considerados sobrantes en nuestras sociedades sigue siendo una urgencia para los consagrados. 3. Reafirmamos la necesidad de profundizar una espiritualidad integral, alimentada por una lectura contextualizada de la Palabra de Dios, que nos renueve y nos capacite para cumplir nuestra misión profética y crear comunidades que sean signos del Reino, abiertas a la acogida y a la solidaridad con los más pobres. 4. Un diálogo intercultural, en el que resuene con más fuerza la voz de la vida consagrada del sur del mundo, será un elemento decisivo en la formación de la vida consagrada del futuro. 5. Los proyectos de nuestras Congregaciones deben privilegiar la lucha por la justicia. Reafirmamos el compromiso de la vida consagrada en la promoción de una cultura en que se respete verdaderamente la dignidad de la mujer y se promueva su participación activa en la sociedad. 6. Es importante analizar y reflexionar sobre nuestra propia experiencia de exclusión ya que ello nos va a ayudar a no excluir a los demás ni en la iglesia ni en la sociedad en general. Hemos de manifestar nuestro rechazo ante cualquier abuso de poder tanto dentro como fuera de la Iglesia. 7. Necesitamos una mayor colaboración, basada en el bautismo y en los dones de cada uno, entre los religiosos y las religiosas el servicio de la misión. Lineas de acción 1. Resaltar en nuestras vidas el primado de la Palabra de Dios leída y compartida en una nueva escucha en el Espíritu y con los pobres. 2. Revisar, desde la opción por los pobres, nuestro estilo de vida y nuestras obras y estructuras económicas. Reconocemos la necesidad de tomar algunas decisiones significativas en este sentido y de impulsar la simplificación de las estructuras pastorales. Ellos nos ayudará a saber vivir en la precariedad y en la disponibilidad total para la misión. 3. Tener cuidado, en el financiamiento de las comunidades y ministerios en los países con menos recursos económicos, en no hacer de los consagrados una clase social distanciada de la vida de su propio pueblo. 4. Apoyar decididamente las comunidades de inserción. Participar activamente en las redes de solidaridad que existen en la sociedad, contribuyendo a mantener su dinamismo y a alentar la esperanza del pueblo. 6

7 5. Promover la presencia de la vida consagrada en los foros mundiales alternativos y en los centros de decisión donde se determina el futuro de la humanidad, articulando una buena colaboración intercongregacional. 6. Hacerse presente allí donde la vida y la dignidad humana están mayormente amenazadas y estudiar la posibilidad de crear, a nivel intercongregacional, algunas plataformas que permitan a la vida consagrada dar respuestas efectivas a algunas situaciones dramáticas que se producen, a veces, en nuestro mundo. 7. Privilegiar la cercanía y el acompañamiento a los inmigrantes en nuestras sociedades excluyentes. Promover la formación de comunidades interculturales que sean un signo poderoso de comunión en un mundo dividido. 8. Hacer de la atención a los últimos, tanto dentro como fuera de la comunidad, una prioridad para la vida consagrada. Promover las pequeñas acciones que nos permiten ser promotores de cambio. 6. Conclusión Hay momentos en que la densidad de la experiencia de la presencia del Espíritu se multiplica. Las circunstancias, la comunidad sobre todo, nos ayudan a descubrir que está presente acompañando y alentando nuestro caminar. El Congreso nos ayudó a sentir su presencia entre los consagrados. Nos produjo una gran alegría constatarlo y nos capacitó para soñar un futuro más de acuerdo al proyecto del Padre. La presencia del Espíritu del Señor crea siempre espacios de libertad dentro de nosotros y en la comunidad y nos permite atrevernos a proponer metas más exigentes para el futuro. La apertura a las inspiraciones del Espíritu abren horizontes nuevos y hacen crecer la vida. Por eso son importantes las palabras pronunciadas en esas ocasiones. Son palabras portadoras de vida. Nos llevamos esas palabras del Congreso a nuestras comunidades para poder releerlas en la cotidianidad de nuestra existencia. Y ahí comienza el peligro. Nos sentimos tentados muchas veces a pasarlas por los filtros de la prudencia y del realismo. Cuántas veces no habremos repetido ese ejercicio que nos hace perder de vista la estrella con la que nos guiaba el Señor! Liberar la profecía : sí y a pesar de nuestra pequeñez y miedos. Vivir en solidaridad con los excluidos en nuestro mundo excluyente : sí y cada vez con más convicción y audacia, aunque para ello tengamos que renunciar a otros proyectos. Es una preocupación que todos debemos llevar con nosotros y que nos obliga a buscar caminos para darle respuesta en los distintos ámbitos de nuestra vida: el gobierno, la espiritualidad, la formación, el apostolado, la economía. No es una tarea fácil; ya lo sabíamos. Pero es una misión capaz de ilusionarnos y de ilusionar a las nuevas generaciones que se suman a nuestras familias religiosas. La solidaridad con los excluidos es como un parámetro que nos indica la consistencia de nuestra opción por el Reino por encima de todo. Roma, 9 de enero, 2005 Josep M. Abella, cmf. 7