LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL EN LA HISPANIA TARDOANTIGUA.

Transcripción

1 LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL EN LA HISPANIA TARDOANTIGUA. Arqueología de la Antigüedad Tardía Luis Rodríguez de Agustín

2 INTRODUCCIÓN. En el siguiente apartado trataremos el tema de cómo se ordenó el territorio de la antigua Diócesis Hispaniarum durante la Antigüedad Tardía. Diremos, para empezar, que la ordenación que nos encontraremos durante ésta época tendrá su base en el esquema provincia-convento-ciudad que ya encontramos en la Península a principios del S.V. Basándonos en éste esquema, desarrollaremos toda la cuestión. LA PROVINCIA. Hispania como el resto del Imperio romano, se incluyó dentro del plan de reorganización territorial llevado a cabo por el emperador Diocleciano ( ). Así pues, ya en el Bajo Imperio se llevará a cabo una primera reforma de la tradicional división de Hispania en Baetica, Hispania Citerior y Lusitania. El proceso consistió en dividir las provincias existentes en unidades territoriales menores que a su vez quedarían enmarcadas en unidades territoriales más amplias, las llamadas Diócesis cuya jurisdicción se encontraba en manos de funcionarios conocidos con el nombre de vicarios. A su vez, y ya en época de Constantino, las diócesis se incluyen en circunscripciones superiores llamadas praefecturae, regidas por un praefectus praetorio..-el emperador Diocleciano, artífice de la reorganización territorial del Imperio Romano. Así pues, el mapa provincial imperial pasó de estar compuesto por 48 provincias durante el S.III a 96 en éstos momentos. En la Península, en el momento en que está

3 aconteciendo la entrada de los pueblos bárbaros, encontramos cinco provincias: Lusitania, Baetica, Gallaecia, Tarraconensis y Carthaginense. La capital de la Diócesis Hispaniarum era Augusta Emérita, que a su vez también lo era de la Lusitania, mientras que Corduba lo era de la Baetica, Tarraco de la Tarraconensis, Bracara de la Gallaecia y Carthago Nova de la Carthaginensis. Sin embargo, y a pesar de todos éstos datos, a la hora de determinar el territorio exacto ocupado por cada una de ellas, encontramos dificultades..- Organización territorial durante el Alto Imperio (izquierda) y reorganización del territorio hispano en época de Diocleciano (derecha). Como representante general del territorio, al frente de la Diócesis Hispaniarum encontramos, como ya hemos mencionado con anterioridad, a los vicarios, cuyo nombramiento proponía el emperador y cuya misión principal era la recaudación y el transporte de los impuestos o annona. Igualmente actuaba como juez de apelación y se encargaba de la supervisión general de los asuntos de la diócesis. Bajo su jurisdicción tenía a los gobernadores provinciales llamados, según la provincia que rigiesen, de diferentes maneras: consulares (en Lusitania, Gallaecia y Baetica)o praesides (en Carthaginiensis y Tarraconensis). La misión de éstos consistía en custodiar la recaudación, supervisar el cursus publicus así como las obras de embellecimiento y mejora de la provincia. Igualmente, ejercían de iudices ordinarii o máximos representantes de la autoridad judicial en la provincia. Por último, los gobernadores contaban con el apoyo de un equipo de gobierno llamado officium y compuesto, entre otros, por cornicularii, tabularii, auditores, subadiuvae, expectores, etc. En el año 409 los suevos, vándalos y alanos penetran en la Península Ibérica. En principio, esto no supondrá ningún cambio sustancial en el ámbito de la organización provincial. Sin embargo, si que se producirá una desvinculación, de facto, de los gobiernos provinciales respecto del Imperio (para entonces ya sólo la Tarraconensis permanecerá en manos de Roma). La Baetica, la Carthaginiensis y la Lusitania quedarán bajo la autoridad de las aristocracias locales, mientras que la Gallaecia será compartida entre ésta aristocracia y los suevos. Estos últimos se valieron de las vías de comunicación y las ciudades ya existentes para vertebrar el territorio de su reciente posesión. Dentro de las ciudades, Braga, Astorga y Lugo fueron las de mayor importancia.

4 .- Expansión de los pueblos bárbaros sobre territorios del Imperio. Una vez que los suevos hubieron metido la cabeza en Hispania, consideraron necesario consolidar su situación. Entre los años 430 y 438 comenzaran a combinar las campañas militares con una hábil política de pactos, imprescindible para la consolidación política y territorial del reino suevo. La identidad de intereses con la aristocracia local les permitiría la obtención de sus objetivos de un modo más sencillo. Como hemos podido comprobar, hasta éstos momentos la organización territorial de Hispania no había variado sustancialmente, ni siquiera con la llegada de los pueblos del Norte. La realidad provincial variará sustancialmente en el año 456, a raíz de la "batalla del río Orbigo" y de las posteriores campañas de Teodorico en el 460, ya que la unidad de la Gallaecia se romperá desde éstos momentos. La división de los suevos entre los del norte y los del sur, anticipará la posterior división administrativa. A partir del año 469 se producirá una nueva ruptura del orden anterior: los suevos iniciarán un proceso de incorporación de territorios al sur del Duero, traspasando así la frontera de la Gallaecia que tradicionalmente se había situado en éste río, e incorporándose territorios del Conventus Scallabitanus. Sin embargo, aún tendremos que esperar a que la presencia de los visigodos en la Península (que ya era real en éstos momentos) tomase mayor protagonismo para que éstos límites que comenzaban a perfilarse se hiciesen más estables. Pero sobre todo habría que esperar a que los visigodos fuesen derrotados por los francos en Vouillé en el 507 para que aquellos comenzarse a identificarse más firmemente con la Península, dedicándola un mayor interés (todo esto se hará visible en época de Leovigildo).

5 .- Medalla conmemorativa de Leovigildo y su hijo Hermenegildo. Así, vemos como en las actas de los concilios celebrados en Braga en 561 y 572, Gallaecia aparece dividida en dos provincias eclesiásticas, siendo Braga y Lugo sus respectivas sedes metropolitanas. En la Divisio Theodomiri (entre el 572 y el 582), se confirma la división, antes citada, de la iglesia gallega en dos provincias eclesiásticas integradas por 13 sedes episcopales. Además, en el momento en que se lleva a cabo la reorganización de la iglesia sueva, el reino ejercía un dominio político sobre los antiguos conventos de Lugo y Braga, además de parte del Astur y del Scallabitano. Astorga y su territorio se encontraban dentro de la provincia de Lugo, mientras que Viseo, Lamego, Coimbra e Idanha pasaron a depender de la metrópoli Bracarense. La frontera entre ambas provincias quedaría delimitado por el río Miño, los montes Aquilianos, los montes de León y la sierra de la Cabrera. Cuando la presencia de los visigodos en Hispania se hizo efectiva, ya con Leovigildo, éstos buscaron la anexión de los dominios de los suevos en busca de la conquista total de toda la Península. En el 585 la entrada de los godos en Gallaecia supuso el fin del reino suevo..- Organización territorial del reino visigodo de Toledo. Aún así, aún quedaría un obstáculo para que toda la Península volviese a estar unida bajo una mismo poder como lo estuvo bajo el del Imperio romano. Éste se llamaba Spania, o lo que es lo mismo, la única provincia bizantina que se fundó en Hispania.

6 Con ésta conquista por parte de los bizantinos, también se rompió la división provincial romana que había perdurado hasta éstos momentos. La extensión de dicha provincia apenas si se limitó a una estrecha franja costera en la que se incluían ciudades como Carthago, Spartaria o Malaca. Seguramente Justiniano, emperador de Oriente, reprodujo en Spania el modelo provincial africano con un dux a cargo del poder militar y un rector consulartis o un praeses en la administración civil. El officium ducis, o la oficina del dux, estaba compuesto por un assessor y 40 duciani. En cuanto al consejo del gobernador, es posible que su composición fuese similar a la del modelo africano..- Justiniano, emperador de Oriente e impulsor de la recuperación de la totalidad de los antiguos territorios del Imperio Romano. Ésta provincia mantendrá "grosso modo" su estructura hasta el 570, año en el que Leovigildo decidió cerrar La conquista de la Península. El enfrentamiento, que se prolongaría mucho en el tiempo, se centró en enclaves como Basti, Malaca, Asidonia, Urci o Sagontia, y también ocuparía los reinados de Witerico y Gundemaro, quién iniciaría la ofensiva definitiva, aunque sería con Sisebuto con quién lograría hacerse con la mayor parte de Spania. Todo éste conflicto acabaría en el 615 con el acuerdo entre el rey visigodo y el patricio Cesáreo por medio del cual se llevaba a cabo la repartición de la provincia imperial, quedando para los bizantinos una estrecha franja en torno al litoral levantino (en torno Carthago Spartaria) además de las Baleares y Ceuta. Sin embargo, será con Suintila con quién se ponga definitivamente fin a la existencia de Spania, con la destrucción de su capital entre los años 623 y 625. Tras analizar la situación de la provincia en los territorios de dominio romano, suevo y bizantino, pasaremos a hacerlo en los de dominio visigodo. Para ello, nos tendremos que volver a remontar a la situación organizativa de Hispania en pleno S.V. en el que se está produciendo una progresiva pérdida de control por parte del poder imperial (sólo controlaba plenamente la Tarraconansis). Ésta situación se agravará con la llegada al trono de Eurico en el 466, momento en que el interés de los visigodos por la Península aumentará, a la par que su intervención militar en dicho territorio (aunque ahora ya en beneficio propio, no en colaboración con el Imperio como hasta ahora). El nuevo rey dirigió sus esfuerzos contra la Tarraconensis y la Lusitania. Alarico II siguió con la tarea de su antecesor. Otro momento clave para la determinación, por parte de los visigodos, de fijar todos sus esfuerzos en la Península fue la derrota de éstos en Vouillé (en la que se puso fin al reino visigodo de Tolosa). Tras ésta, se produjo un periodo de dominación ostrogodo ("intermedio ostrogodo") en el que se intentó la reorganización de los territorios del

7 reino extinto reino tolosano, conservando la estructura administrativa romana, si esto era posible, o revitalizándola allí donde había caído en desuso. Pero volviendo a la ocupación visigoda de la Península, diremos que otro paso decisivo en éste sentido se dio con Teudis, quién comprendió que la firma de acuerdos estables con la aristocracia provincial favorecería mucho el logro de su proyecto. Sin embargo, el definitivo control del territorio peninsular (exceptuando la ya mencionada franja imperial) se produciría durante los reinados de Leovigildo y Recaredo, concediéndose la capitalidad del reino a Toledo..- Monedas acuñadas en época de Recaredo. Ya configurado el reino visigodo de Toledo, Gregorio de Tours nos habla de una provincia Carpitania, posiblemente creada a partir de los territorios no dominados por los bizantinos de la antigua provincia Carthaginiensis. Ésta desaparecería tras la expulsión definitiva de los imperiales, con el fin de reconstruir la antigua provincia unificada. Es probable que la anexión de territorios conflictivos y aún no dominados en su totalidad diera como fruto la creación de provincias de marcado carácter militar regidas por un duque. Ejemplo de esto sería Cantabria. Pero aparte de esto, pocas variaciones se producirán en el ámbito provincial. Lo que sí va a cambiar será las formas de gobierno de las provincias. Los visigodos heredaron del Bajo Imperio romano la figura del rector o iudex provinciae, un gobernador con la máxima autoridad dentro de la provincia. Éste contaría con la ayuda de un officium, con los mismos cargos que en época romana: domesticus, cancellarius, consiliarius, executores y numerarii. Así pues se plantea otra hipótesis frente a la de los que pensaban que desde el primer momento las provincias se encontraban administradas por un dux. Éstos tendrían, exclusivamente, atribuciones de carácter militar, al menos hasta la llegada al trono de Chisdanvinto, según opinan algunos estudiosos como García Moreno. Sin embargo, el ejemplo de Cantabria, la nueva provincia creada por Leovigildo, contradice radicalmente ésta opinión, pues dadas sus peculiares características fue necesario unificar en ella las competencias civiles y militares en la figura de un dux. Sus poderes judiciales y administrativos (además de los militares, que nunca perdieron) quedan reflejados en la legislación promulgada por Leovigildo, Chindasvinto y Recesvinto. Además, en el edicto De tributis relaxatis del año 683, se nos presenta a los duces con una nueva función, la de funcionarios fiscales encargados de la recaudación de impuestos. En definitiva, podemos decir que se ha producido una progresiva sustitución de los rectores provinciae por los dux provinciae al frente de la máxima autoridad de la

8 provincia. Hay quién defiende, basándose en ésta progresiva acumulación de poderes por parte de los duques, que lo que en realidad se estaba produciendo era una militarización de la administración. Tal extremo no es definitivo, aunque si que se ha podido observar una tendencia autonomista de las diferentes provincias comandadas por un dux con respecto a la autoridad central. De éste modo, se irá fraguando una progresiva fragmentación del reino visigodo de Toledo en unidades cada vez más independientes, lo cual nos lo demuestran las diferentes rebeliones contra la autoridad del rey de la que nos hablan las crónicas. Así pues, una vez que el reino visigodo fue capaz de dominar la antigua diocesis Hispaniarum, se llevó a cabo una organización de la misma conservando las cinco provincias del esquema provincial romano (Tarraconensis, Carthaginiensis, Baetica, Lusitania y Gallaecia, con capitales en Tarraco, Toletum, Hispalis, Emerita y Bracara, respectivamente ), a las que se vinieron a sumar la Gallia Narbonensis o Septimania (con capital en Narbo), constituida por territorios conservados al norte del Pirineo tras Vouillé, y la Asturiensis y la Cantabria, de insegura existencia. Sin embargo, sería un error pretender trazar un esquema perfectamente definido de lo que fue la ordenación territorial en época visigoda, puesto que quizás no lo estuviera y en cualquier caso no nos es conocida a la perfección. Lo que queda fuera de toda duda es la importancia del modelo provincial, como nos demuestra el hecho de que los monarcas visigodos solían conceder el gobierno de alguna provincia a aquellos a quienes asociaban al trono. LA CIVITAS Y SU TERRITORIO. La visión de la realidad de la Hispania tardoantigua nos presentaba un mundo urbano en declive desde la crisis del S.III así como una sociedad en proceso de ruralización. A partir de los años 60 del S.XX la interpretación comenzará a cambiar, hablándose ahora de transformación y de adaptación de las ciudades tardoantiguas, en lugar de en declive de las mismas. En la Península ibérica encontramos rasgos de continuación y de transformación. Los cambios responden, fundamentalmente, a la necesidad de crear nuevos espacios relacionados con nuevas funciones de la sociedad urbana. Tal necesidad llevó, incluso, a la creación de ciudades ex novo que en la Península fueron fundamentalmente tres: Recópolis, Victoriaco y Ologicus. La pretensión principal de la fundación de las dos últimas fue la de crear unos centros administrativos, políticos, económicos y militares desde los que consolidar el dominio de los territorios vascones, aún no integrados del todo en el reino visigodo de Toledo. La máxima autoridad de la civitas da la Hispania de la Antigüedad tardía era el comes civitatis un delegado del rey, normalmente de noble cuna y con competencias en el orden judicial, fiscal y militar. En sus funciones era acompañado por funcionarios subalternos: los vicarii y los thiufadi. Otro cargo era el de defensor civitatis (creado en época de Constantino, generalizándose en época de Valentiniano y Valente y perdurando hasta el final del reino visigodo) cuya misión era la de representar a la ciudad en los pleitos, así como la protección y defensa de los más débiles frente a los poderosos. Éste cargo contaba con un consejo u officium, del que se desconoce su composición. Sí que conocemos el nombre de, al menos, un cargo asociado al de defensor, el de numerarius, con atribuciones de tipo fiscal. En el terreno judicial ambos serían los iudices, subordinados al comes civitatis.

9 .- Planta de una villa, de época altoimperial, del barrio emeritense de Morerías. La fase representada corresponde al período tardoantiguo, en la que su función como suntuosa zona residencial es sustituida por la de hábitat múltiple, lo que nos habla de un aumento demográfico (llegada de pueblos bárbaros) y de las nuevas ocupaciones de estas gentes. Las ciudades viven en éstos momentos de un control del espacio que dominan gracias a al entramado viario que de ellas arrancan. Así pues, son las vías de comunicación los ejes fundamentales sobre los que se disponen las diferentes civitates. Las ciudades son, de éste modo, las unidades básicas que constituyen el espacio provincial y que a su vez cuentan con sus correspondientes territorios dentro de los cuales encontramos unidades menores: los castella y los castra. Por tanto, las civitas las constituyen la suma de las urbs y de sus respectivos territorios. En cuanto a las características de las civitas podemos decir que se situaban en el cruce de importantes vías de comunicación, por lo cual eran polos de atracción de multitud de inmigrantes que favorecieron su espectacular aumento demográfico. Del mismo modo, a su privilegiada ubicación geográfica deben su importancia como núcleos comerciales de primer orden. Por último, en ellas se desarrolla la labor fiscal, militar y jurisdiccional, e igualmente constituyen el lugar de residencia de las autoridades civiles. Uno de los principales motivos de la transformación que se producirá en las ciudades de la época va a ser la aparición del cristianismo. Éste trajo consigo la proliferación de edificios para el culto de la nueva fe, así como la conversión de los obispos en una de las máximas autoridades de la ciudad.

10 .- Planta basilical de Santa Eulalia. En cuanto a los elementos del paisaje urbano, podemos decir que las murallas constituyen el pilar básico. Su importancia se prolongará y aumentará durante la Edad Media. La función de éstas era múltiple: por una parte, constituía un elemento de prestigio de primer orden, por otra, incentivaban el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad, y por último, desempeñaban a la perfección sus funciones más inmediatas, es decir, fiscales y defensivas. En época Tardoantigua, no sólo se aprovechó los lienzos heredados del Imperio romano (reconstruyéndolos y fortaleciéndolos), sino que además se procedió a la construcción de otros nuevos. Otros elementos del espacio urbano son los edificios de hábitat, administrativos, de gobierno, religiosos (ya hemos hablado del influjo del cristianismo en éste sentido: basílicas, monasterios, baptisterios, palacios episcopales, oratorios...) o comerciales. Precisamente, la presencia de ciertos lugares de culto en algunas ciudades (Colonia, Santiago, etc.) significarán para éstas un destacado motivo de prestigio y, porqué no decirlo, de beneficio económico. Un espacio que también se hace habitual en el paisaje urbano de la Antigüedad Tardía es el de los cementerios intraurbanos, normalmente en torno a basílicas dedicadas a algún mártir. Igualmente aparecerán los arrabales suburbanos o suburbia, como los

11 anteriores ubicados en torno a alguna edificación de carácter religioso (basílicas o monasterios). No se documenta, sin embargo, la presencia de lugares dedicados a los espectáculos públicos (no sólo no se construyeron en la época, sino que se inutilizaron con tal función los de época romana). Esto se ha venido interpretando como síntoma de declive urbano, aunque en más probable que se tratase de otra consecuencia de la llegada del cristianismo, el cual contaba con una visión negativa de dichos espectáculos. Así pues, podemos concluir que el mundo urbano de la Antigüedad Tardía no se vio afectado por un proceso involutivo, consecuencia de un inexistente proceso de ruralización con origen en la crisis del S.III, sino que aquel se limitaría a adaptarse a las nuevas necesidades del periodo, las cuales requerirían de una menor complejidad. En cuanto a las unidades menores en las que se dividía el territorium de la civitas, el castellum y el castrum, y que ya hemos mencionado con anterioridad, diremos que sus habitantes estaban gobernados por seniores loci, pertenecientes a las elites locales, aunque en ocasiones podemos encontrar al frente del gobierno de éstas unidades a agentes delegados del comes civitatis. La justicia quedaría en manos de iudices, también subordinados a la autoridad del comes, mientras que la recaudación fiscal quedaría en manos de un delegado del numerarius del officium comitatis. Los castellum y los castra intentarían reproducir la estructura de la ciudad (estaban fortificados y en ocasiones podían albergar una guarnición militar. También era frecuente encontrar edificios religiosos en su interior), aunque su densidad de población sería infinitamente menor. Como las ciudades, contarían con sus propios territoria..- Plano de la ciudad visigoda de Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara). CONCLUSIÓN.

12 Para concluir, y a modo de resumen, podemos decir que la organización del territorio en el periodo estudiado se articula en torno a provincias, civitas, (urbs+territorium) y castrum-castellum. La Península, como el resto del Imperio de Roma, sufrió la reorganización territorial de Diocleciano ( ) y sus sucesores, que consolidaron la división de Hispania en cinco provincias: Lusitania, Baetica, Gallaecia, Tarraconensis y Carthaginiensis, todas ellas regidas por un gobernador provincial. En el 409, suevos, vándalos y alanos, penetran en la Península, lo cual, unido al escaso poder que Roma mantenía en el territorio, provocó la progresiva independencia de los gobiernos de las provincias, ahora encabezados por las aristocracias locales. La Gallaecia quedará en manos de los suevos, y ya únicamente la Tarraconensis quedará vinculada, de algún modo, al Imperio. Por otra parte, la disputa entre Agila y Atanagildo, provocará la llegada a Hispania de las tropas bizantinas que intervendrán en la guerra civil, consiguiendo hacerse con parte del litoral de la Carthaginiensis, conformándose desde éstos momentos la provincia imperial de Spania, con capital en Carthago Spartaria. Al frente de la administración militar en ésta provincia se situaba un dux, mientras que de la civil se encargaba un rector. La llegada al poder de Eurico (466) se inicia el proceso que pretendía culminar con el dominio absoluto sobre toda la antigua Diocesis Hispaniarum. Tras Vouillé, se inicia la segunda fase de éste proceso, protagonizada por Teodorico y Teudis. El primero intentó mantener la estructura administrativa romana allí donde fuera posible y restablecerla donde hubiese caído en desuso, mientras que el segundo, asumió que la clave del éxito para controlar las provincias de Hispania residía en el logro de tratados con la aristocracia local, creando un sistema de gobierno territorial estable y articulado. El definitivo control del territorio, exceptuando la provincia de Spania, llega con Leovigildo y Recaredo, tras el cual se procede al nombramiento de los duces, delegados del rey en los diferentes territorios (éstos concentraban los poderes civil y militar, costumbre que había comenzado en la provincia de Cantabria de manera excepcional). Así pues, el reino visigodo de Toledo se organizó en seis provincias: Tarraconensis, Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia y Narbonensis. En cuanto a la visión clásica sobre el mundo urbano tardoantiguo, que defendía el declive de éste tras la crisis del S.III, diremos que hoy en día se encuentra absolutamente superada. Las transformaciones apreciables en las ciudades de la época se deben a la necesidad de crear nuevos espacios y de desarrollar nuevas funciones. La llegada del Cristianismo también provocará la reubicación de las ciudades en torno a los edificios religiosos, en lugar de en torno a los Foros. Éste será el principal legado de la ciudad de la Antigüedad Tardía a la posteridad, aunque también aportará otros elementos como los suburbia. El comes civitatis era la máxima autoridad de la ciudad (atribuciones fiscales, judiciales y militares) y era auxiliado por funcionarios subalternos, como los vicarii. Además, la Cristianización también trajo consigo la conversión de los obispos en una de las principales autoridades de la ciudad. En cuanto a los castra y los castella, diremos que eran entidades locales de relativa importancia, aunque dependían jurídica y administrativamente de las ciudades. Aquí, la autoridad judicial, por delegación del comes civitatis, estaba en manos del iudice, mientras que la fiscal estaba en las del numerarius. La máxima autoridad de éstos espacios era, sin embargo, los seniores loci.

13 En definitiva, hemos intentado mostrar una visión general de la situación territorial de la Hispania tardoantigua, aunque siendo conscientes de la dificultad de la tarea, puesto que en la mayoría de las ocasiones, la realidad suele ser bastante más compleja que cualquier tipo de teoría que se plantee.