Gimnasio Moderno Pedro Rodríguez 10 C Rodrigo Botero Quinta categoría Cuento. Volar

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Francisco Javier Parra Vázquez
hace 8 años
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1 Gimnasio Moderno Pedro Rodríguez 10 C Rodrigo Botero Quinta categoría Cuento Volar Una tibia luz traspasaba las grandes ventanas que mostraban, imponentes, los grandes pájaros metálicos. La lluvia avisaba el venidero invierno, el final del otoño. Los largos pasillos, anchos y esplendorosos, parecían interminables. Arrastraba mi maleta por el brillante piso, barriendo a mi paso chicles, envolturas y recibos. Las gastadas ruedas ya no daban más. Miles de rostros, idiomas y olores traspasaban mis sentidos. Razas, perfumes, sudor, lenguas orientales. Todo, ahí. Busqué frenéticamente el letrero de mi aerolínea. Un aviso rojo, grande, me llamaba al otro lado del aeropuerto. Una joven trabajadora me atendió. Estaba en entrenamiento, y era torpe. Se demoró el doble. Imprimió varias cosas innecesarias, y le puso la etiqueta mal a mi maleta. Finalmente, me entregó el pasaje y mi pasaporte, librándome por fin de ella. Mi vuelo se demoraba un par de horas más en salir, y quería comer algo, así que decidí pasar por Inmigración y Seguridad de una vez. Motivo de viaje? Negocios. Lleva más de $ en su equipaje? No, señor. Muchas gracias, siga dijo el guardia, calvo, de tez oscura, que producía escalofríos. Selló mi viejo y usado pasaporte y lo arrastró con sus manos con guantes de látex azules por la mesa bajo la ventanilla. Lo agarré junto con mi pasaje, le di las gracias, recogí mi maletín, y seguí. El espeso murmullo de las máquinas y las nerviosas personas se escuchaba desde Inmigración. Caminé por unos pasillos y llegué a Seguridad. La fila me esperaba, llena de

Arrastraba mi maleta por el brillante piso, barriendo a mi paso chicles, envolturas y recibos. Las gastadas ruedas ya no daban más. Miles de rostros, idiomas y olores traspasaban mis sentidos.

2 gente preparada, con el cinturón en mano, sin nada en los bolsillos, y otros que no tienen ni idea de qué hacer. Una señora gorda uniformada igual que el guardia de Inmigración, que también tenía guantes de látex azules gritaba con voz grave, y sus alaridos quedaron inscritos en las cabezas de todos. Nada en los bolsillos! Monedas, celulares, llaves. Todo en las canastas! Saquen los computadores y las tabletas y pónganlas aparte! Sin zapatos! Esto retumbó en los oídos de todos los presentes en la fila. Ya iba a llegar mi turno. Adelante, iba una familia latina. La madre, una señora robusta, y con ropa de mal gusto, pasó varias veces por la máquina de Seguridad y cada vez se quitaba otra cosa: los aretes, el cinturón, los zapatos, el celular, el anillo, todo. Duró así por lo menos diez minutos. El guardia, también con guantes de látex azules, se desesperó y la llevó a otra máquina, que muestra exactamente qué tiene la señora y en donde. La fila quiso aplaudir, incluyéndome, pero no parecía apropiado. El guardia con los guantes de látex azules me hizo señas con la mano para que siguiera. Diferente de la latina, ya había guardado todo lo valioso en mi maletín, y el resto lo había depositado en una de las sucias canastas. Puse mi maletín y la canasta en la barra del escáner y caminé, descalzo, por la máquina. El guardia de guantes de látex azules me miró a los ojos, y luego concentró su mirada en el siguiente de la fila. Recogí mi maletín y mis cosas, me calcé los zapatos y salí de ahí lo más rápido posible. Pasé por todas las salas de espera, viendo a través de los grandes vidrios, los aviones. Unos grandes, unos vacíos. Unos levantando vuelo, unos llegando de destinos inimaginables. Todos aquí, organizados. Seguí caminando, admirando las formidables máquinas voladoras, hasta que llegué a donde quería llegar. Bienvenido a SubWay, 15 cm ó 30 cm? Ordené mi sándwich, con la mayoría de adiciones posibles, y me senté en una de las mesas del sitio. Lentamente, masticaba y tomaba coca cola. Terminé rápidamente, me comí la galleta complementaria de mantequilla de maní y me tome los sorbos restantes de la botella. Me paré y me destiné a mi sala de espera. Varios ejecutivos ya estaban instalados ahí, cargando todos sus dispositivos antes del vuelo. La pantalla de arriba del mostrador de la sala de espera daba el número de vuelo y el destino.

Nada en los bolsillos! Monedas, celulares, llaves. Todo en las canastas! Saquen los computadores y las tabletas y pónganlas aparte! Sin zapatos!

3 La hora, no. Me senté y saqué mi computador. No tenía nada más que hacer, así que me conecté a una red Wi-Fi y me metí a Netflix a ver alguna pendejada, sólo para pasar el interminable tiempo de espera. Saqué los enredados audífonos y me dispuse a relajarme. Casi una hora más tarde, llegó el avión al puerto. Los pasajeros salieron. Luego la tripulación. Entonces, anunciaron la bienvenida al vuelo, y llamaron a pasar a todos los de Primera Clase. Varios hombres de traje se pararon de inmediato y, sin siquiera mirar a los empleados de la aerolínea, ingresaron al puerto colgante que lleva al avión. Cinco minutos después, llamaron a los de Clase Ejecutiva y a los Miembros Platino. Me incorporé orgullosamente, guardé mis cosas, recogí mi maletín y me dirigí a la puerta. Un sonriente ayudante, que vestía un chaleco con una etiqueta con su nombre, tomó mi pasaje y lo pasó por el escáner. Hizo una mueca al ver algo raro en la pantalla. Luego, me pidió ver mi pasaporte. Se lo entregué con una mirada de cierto disgusto. Detrás de él, vi como pasaba un guardia con guantes de látex azules por una puerta de seguridad. El ayudante miró la pantalla detenidamente, y le dijo a la supervisora, una señora de edad, que revisara eso. Mientras, yo, ahí, parado, haciendo esperar a otros cuantos pasajeros, moría de pena. Por favor, sígame me dijo la supervisora. Todo mi cuerpo quería hacerle caso omiso a mi cerebro. No quería ir a ninguna parte, sólo sentarme en mi asiento de Clase Ejecutiva, tomarme una mimosa y relajarme. Pero no. Estaba siguiendo a la supervisora de la aerolínea por el aeropuerto. Llegamos a un puesto de control, donde habían dos guardias con guantes de látex azules. Les dijo algo, susurrando. Yo, esperaba a algunos metros de distancia, desorbitado. Luego, los guardias de guantes de látex azules me pusieron una mano en cada hombro y me dijeron que los acompañara. Asentí, asustadísimo por los guardias de guantes de látex azules. Ahora, caminaba por la misma vía por la que había caminado anteriormente, pero con los guardias con los guantes de látex azules. Regresamos al puerto de mi vuelo, pero no iba a abordarlo. Pasamos por detrás del puesto de la aerolínea, hacia la puerta de seguridad. Una mano del guardia con los guantes de látex azules se acercó a un pequeño teclado e insertó una clave. Sonó algo, adentro, y pasamos tras la pesada puerta metálica, hacia un estrecho corredor. Pasamos otra pesada puerta, pero no había un corredor ahí. Sólo una mesa, y una silla. Metálicas. Ninguna ventana.

Saqué los enredados audífonos y me dispuse a relajarme. Casi una hora más tarde, llegó el avión al puerto. Los pasajeros salieron. Luego la tripulación.

4 Mis rodillas temblaban. Me indicaron que me sentara. Obedientemente lo hice. No podía del susto. No lo podía creer. Me senté y puse mis sudorosas manos en mis muslos, tratando de secarlas. Los guardias con los guantes de látex azules se instalaron a cada lado de la puerta. Tenía dudas, pero lo más pertinente parecía esperar callado. Al cabo de unos 5 minutos que parecieron 40, entró un hombre gordo, con poco pelo, vestido de traje. Parecía serio, e importante. Imponía respeto con solo mirarlo. Se paró al otro lado de la mesa, opuesto a mí. Buenas tardes dijo, con voz grave. Un sonido apenas audible salió de mi boca. Sabe por qué estoy aquí? Giré mi cabeza a cada lado repetidamente, negando. Su nombre y su foto salen en nuestra base de datos. No en cualquier base de datos. En la de los buscados por el FBI. Mi corazón se detuvo por un instante al escucharlo. No podía articular alguna palabra, así que seguí escuchándolo. Es acusado de terrorismo y homicidio masivo. Le suena familiar? No. No No! No. fue lo único que pude musitar. Dígame, señor, a dónde planeaba viajar hoy? Las palabras retumbaban en mi cabeza, pero no encontraba la respuesta. Me pudieron haber preguntado cualquier cosa, la más obvia, y mi mente no hubiera sido capaz de responderla. O por lo menos, eso pensé. Sus bombas Sus bombas son diferentes no? dijo. Los guardias de guantes de látex azules, que estaban detrás de mí, se alarmaron al escuchar esa palabra. A todos les corre un escalofrío al escucharla. En especial en un aeropuerto. Escúcheme! Soy un hombre de negocios común y corriente. Mi vuelo sale en 10 minutos podríamos solucionar esto ya? Estoy seguro que es un malentendido. le dije, casi gritando. No pensé esas palabras, sólo salieron de mi boca. El señor hizo una cara de desinterés, seguida de unos alaridos impresionantemente fuertes. No escuchaba ya. Mi mente estaba en otro lado. Mi cerebro no funcionaba. Apenas lo que pude escuchar fueron unas cuantas palabras. Bomba. Cirugía. Quirúrgico. Estómago. Prisión. Mierda.

Al cabo de unos 5 minutos que parecieron 40, entró un hombre gordo, con poco pelo, vestido de traje. Parecía serio, e importante. Imponía respeto con solo mirarlo.

5 Entonces, metí mi mano al bolsillo trasero de mi pantalón, y apreté el detonador.

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