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1. INTRODUCCIÓN. DAVID HUME Hijo de un terrateniente escocés, nació en Edimburgo en 1711 y murió en 1776. Su afición a las letras y a la filosofía hizo que abandonara la profesión de comerciante, a la que se dedicó en un principio. Se trasladó a Francia, donde, retirado en el campo, compuso su obra más importante, el Tratado de la naturaleza humana (1740), que no obtuvo el reconocimiento que esperaba. Escribió otras obras, entre las cuales merecen destacarse su Investigación sobre el entendimiento humano (1748) y su Investigación sobre los principios de la moral (1751). 2. EMPIRISMO Y ESCETICISMO. 2. 1. El conocimiento y sus límites. 2.1.1. Impresiones e ideas. Hume no estaba en absoluto satisfecho con la manera en que Locke utilizaba el término idea para referirse a todo lo que conocemos (el color que vemos, el olor que sentimos). En consecuencia, reservó la palabra idea para designar sólo ciertos contenidos del conocimiento o percepción. Ve, pequeñ@ filósof@ esta página y, a continuación, cierra los ojos tratando de imaginarla. En ambos casos la estarás percibiendo (o conociendo), si bien entre ambos existe una notable diferencia: la percepción de la página es más viva cuando la vemos que cuando la imaginamos. Hume denomina al primer tipo de percepción impresiones (conocimiento por medio de los sentidos), y al segundo tipo, ideas (representaciones o copias de las impresiones en el pensamiento). Las ideas son más débiles, menos vivas que las impresiones. Este ejemplo pone, además, de manifiesto que las ideas proceden de las impresiones, son imágenes o representaciones suyas. 2.1.2. Tipos de conocimiento. Además de la diferenciación entre impresiones e ideas, Hume introduce una importante clasificación relativa a los modos de conocer. De acuerdo con esta distinción, nuestro conocimiento es de dos tipos: conocimiento de relaciones entre ideas y conocimiento de hechos. - Relaciones entre ideas Tomemos la siguiente proposición: el todo es mayor que las partes. La verdad de esta proposición no tiene nada que ver con los hechos, con lo que pase o suceda en el mundo; es independiente de que haya todos y partes: sean cuales sean los hechos, se trata de una proposición verdadera. Este conocimiento no se refiere, pues, a hechos, sino a la relación que existe entre las ideas de todo y parte. Las relaciones entre ideas se formulan en proposiciones analíticas (en las que el predicado está contenido en el sujeto y que son necesariamente verdaderas). 1

- Conocimiento de hechos Aparte de las relaciones entre ideas, nuestro conocimiento puede referirse a hechos: el conocimiento que tienes de que ahora estás leyendo, de que hace un rato veías la televisión, de que dentro de unos instantes hervirá el agua que has colocado sobre el fuego, es un conocimiento de hechos. Y el conocimiento de hechos no puede tener, en último término, otra justificación que la experiencia, que las impresiones. De este tipo de conocimiento nos ocuparemos en las explicaciones siguientes. 2.1.3. Crítica de Hume a la idea de causa. - El conocimiento de hechos y la idea de causa Aplicando este criterio en sentido estricto, nuestro conocimiento de los hechos queda limitado a las impresiones actuales (es decir, lo que ahora vemos, oímos, etc.) y a los recuerdos (ideas) actuales de impresiones pasadas (es decir, lo que recordamos haber visto, oído, etc.) pero no puede haber conocimiento de hechos futuros, ya que no tenemos impresión alguna de lo que sucederá en el porvenir ( cómo vamos a tener impresiones de lo que aún no ha sucedido?). Ahora bien, en nuestra vida contamos permanentemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos: vemos caer la lluvia a través de la ventana y tomamos precauciones contando con que la lluvia mojará lo que encuentre a su paso; colocamos un recipiente de agua sobre el fuego contando con que se calentará. Sin embargo, sólo tenemos la impresión de la lluvia cayendo y del agua fría sobre la llama. Cómo podemos estar seguros de que posteriormente tendremos las impresiones de los objetos mojados y del agua caliente? Hume observó que en todos estos casos (esto es, tratándose de hechos), nuestra certeza sobre lo que acontecerá en el futuro se basa en una inferencia causal: estamos seguros de que las cosas bajo la lluvia se mojarán (en vez de ponerse azules, por ejemplo) y de que el agua puesta al fuego se calentará (en vez de enfriarse más, por ejemplo), basándonos en que el agua y el fuego producen esos efectos. La lluvia es causa, el fuego es causa, y sus efectos respectivos son el mojarse y el calentarse de aquello sobre lo que actúen. - Causalidad y conexión necesaria La idea de causa es, pues, la base de nuestras inferencias acerca de hechos de los que no tenemos impresión actual. Pero, qué entendemos por causa? Cómo interpretamos la relación causa/efecto cuando pensamos que el fuego es la causa y el calor el efecto? Hume observa que esta relación se concibe normalmente como una conexión necesaria (es decir, que no puede no darse) entre la causa y el efecto, entre el fuego y el calor: el fuego calienta necesariamente y, por tanto, siempre que arrimemos agua al fuego, aquella se calentará necesariamente. Como esa conexión es necesaria, podemos conocer con certeza que el efecto se producirá necesariamente. - Crítica de la idea de conexión necesaria No seamos, sin embargo, tan optimistas, y apliquemos el criterio expuesto a esta idea de causa. Idea verdadera es, decíamos, la que procede de una impresión. Pues bien, tenemos alguna impresión que corresponda a esa idea de conexión necesaria entre dos fenómenos? No, contesta Hume. A menudo vemos el fuego y observamos que aumenta la temperatura de los objetos situados junto a él, pero nunca hemos observado que exista una conexión necesaria entre ambos hechos. 2

Lo único observable es que tras lo primero sucede siempre lo segundo, que entre ambos hechos se da una sucesión constante, pero no que exista una conexión necesaria entre ellos. Y como nuestro conocimiento de los hechos futuros sólo tiene justificación si existe una conexión necesaria entre lo que llamamos causa y lo que llamamos efecto, resulta que propiamente hablando no sabemos que el agua vaya a calentarse, simplemente creemos y suponemos que sucederá así. Que nuestro pretendido conocimiento de los hechos futuros, mediante razonamientos causales, no sea en rigor conocimiento, sino suposición y creencia (creemos que el agua se calentará), no significa que no estemos absolutamente ciertos acerca de esos hechos: todos afirmamos y creemos con absoluta certeza que el agua de nuestro ejemplo se va a calentar. Según Hume, esta creencia proviene del hábito, de la costumbre de haber observado en el pasado que, siempre que sucede lo primero, sucede también lo segundo. 2.1.4. Mundo, Dios, yo. Su existencia. Nuestra certeza acerca de hechos no observados no se apoya, pues, en el conocimiento, sino en la creencia. En la práctica, piensa Hume, esto no es realmente grave, ya que tal creencia nos basta y nos sobra para arreglárnoslas y para vivir, Pero hasta dónde es posible extender la certeza basada en la inferencia causal? El mecanismo psicológico mencionado (el hábito, la costumbre) es la calve que nos permite responder a esta pregunta. La inferencia causal solamente es aceptable entre impresiones: de la impresión actual del fuego podemos inferir que a continuación tendremos una impresión de calor, porque las impresiones del fuego y del calor se nos han dado unidas repetidamente en la experiencia. Podemos pasar de una impresión a otra, pero no de una impresión a algo de lo que nunca hemos tenido experiencia. - La realidad exterior Tomemos este criterio y comencemos aplicándolo al problema de la existencia de una realidad distinta de nuestras impresiones y exterior a ellas. Según Locke, la existencia de los cuerpos como realidad exterior y distinta a las impresiones o sensaciones se justifica en una inferencia causal: la realidad extramental es la causa de nuestras impresiones. Ahora bien, esta inferencia es inválida, a juicio de Hume, ya que no va de una impresión a otra, sino de las impresiones a una pretendida realidad, que está más allá de ellas y de la cual no tenemos, por tanto, impresión o experiencia alguna. La creencia en la existencia de una realidad corpórea distinta de nuestras impresiones es, por tanto, injustificable apelando a la idea de causa. - La existencia de Dios Locke había utilizado el principio de causalidad para fundamentar la afirmación de que Dios existe. A juicio de Hume, esta inferencia es también injustificada por la misma razón, porque no va de 3

una impresión a otra, sino que pretende ir de nuestras impresiones a Dios, que no es objeto de impresión alguna. Ahora bien, si la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones y la existencia de Dios no son racionalmente justificables, de dónde vienen nuestras impresiones? El empirismo de Hume no permite responder a esta pregunta. Sencillamente, no lo sabemos ni podemos saberlo: pretender contestar esta pregunta es querer ir más allá de nuestras impresiones, y estas constituyen el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones; no sabemos de dónde proceden. Eso es todo. - El yo y la identidad personal De las tres realidades o sustancias cartesianas (Dios, mundo, yo), sólo nos queda ocuparnos del yo como sustancia distinta de nuestras ideas e impresiones. La existencia de un yo, de una sustancia cognoscente distinta de sus actos, había sido considerada indubitable no sólo por Descartes, sino también por Locke. Y Hume no puede aplicar aquí su crítica de la idea de causa, ya que la existencia del yo no fue considerada por sus predecesores como resultado de una inferencia causal, sino como objeto de una intuición inmediata ( yo pienso, luego existo ). Sin embargo, la crítica de Hume alcanza también a la realidad del yo como sustancia, como sujeto permanente de nuestros actos psíquicos. Contra Descartes y contra Locke, Hume establece que la existencia del yo no puede justificarse apelando a una pretendida intuición de sí mismo, puesto que sólo tenemos intuición de nuestras ideas e impresiones, y ninguna impresión es permanente, sino que unas suceden a otras de manera ininterrumpida. No cabe, pues, afirmar la existencia del yo como sustancia distinta de las impresiones y de las ideas, como sujeto permanente de la serie de los actos psíquicos. Esta afirmación tajante de Hume no permite explicar fácilmente la conciencia que todos tenemos de nuestra propia identidad personal; en efecto, cada sujeto humano se reconoce él mismo a través de sus distintas ideas e impresiones. (Tú que estás leyendo esta página tienes conciencia de ser el mismo que antes veía la televisión; si sólo hay conocimiento de las impresiones y de las ideas, y estas -la página, la televisión- son tan distintas entre sí, cómo es que el sujeto tiene conciencia de ser el mismo?) Para explicar la conciencia de la propia identidad, Hume recurre a la memoria: gracias a ella reconocemos la conexión que existe entre las distintas impresiones que se suceden. El error consiste en que confundimos la sucesión con la identidad. A pesar de que los principios de que parte le obligan a llegar a esta conclusión, Hume se dio cuenta de que su explicación no era plenamente satisfactoria, lo que le condujo a una actitud escéptica: Él piensa que el conocimiento humano es un entramado de impresiones e ideas que se asocian unas con otras, pero por lo que se refiere a las impresiones no nos es posible encontrar explicación o fundamento alguno, y por lo que se refiere a las percepciones que aparecen asociadas entre sí, no es posible tampoco descubrir conexiones reales entre ellas, sino solamente sucesión y contigüidad. Por eso dice: he de solicitar que se me permita ser escéptico. 3. MORAL Y RELIGIÓN. 3.1. El emotivismo moral. 4

Del conjunto de la obra filosófica de Hume, la parte más conocida es su teoría del conocimiento, radicalmente empirista. Esta teoría, sin embargo, solamente constituye una parte de su proyecto general de fundar y desarrollar una ciencia del hombre, como muestra el título de su obra más importante: Tratado de la naturaleza humana. Hume pretende llevar a cabo en relación con el hombre una tarea análoga a la realizada por Newton en relación con la naturaleza: la constitución de una ciencia basada en el método experimental. - Crítica del racionalismo moral En general, podemos decir que un código moral es un conjunto de juicios a través de los cuales se expresa la aprobación o reprobación de ciertas conductas y actitudes; así, aprobamos la generosidad y la benevolencia, reprobamos el crimen y la opresión. La mayoría de los filósofos que se han ocupado de la moral se han preguntado por el origen y el fundamento de esos juicios morales: En qué se funda nuestra aprobación de la benevolencia, por ejemplo, y nuestra reprobación del crimen o la opresión? Una respuesta a esta pregunta, desde los griegos, es que la distinción entre lo bueno y lo malo moralmente, entre las conductas viciosas y las virtuosas, se basa en la razón: esta puede conocer el orden natural y, a partir de este conocimiento, puede determinar qué conductas y actitudes son acordes con él. El conocimiento de la concordancia o discordancia de la conducta humana con el orden natural es, pues, el fundamento de nuestros juicios morales. Hume considera que el conocimiento intelectual no es ni puede ser el fundamento de nuestros juicios morales. Su principal argumento es el siguiente: Premisa mayor: la razón no puede determinar ni impedir nuestro comportamiento; Premisa menor: los juicios morales determinan e impiden nuestro comportamiento; Conclusión: los juicios morales no provienen de la razón. Consideremos las premisas de este razonamiento. La premisa menor es evidente: la aprobación moral de ciertas conductas nos inclina a realizarlas y la reprobación de otras nos impide realizarlas. La premisa mayor se sigue de la teoría del conocimiento de Hume. En efecto, nuestro conocimiento es, o bien de relaciones entre ideas, o bien de hechos, y en ninguno de esos casos el conocimiento determina nuestra forma de actuar: 1. El conocimiento de las relaciones entre ideas no nos determina a ningún comportamiento práctico. Las matemáticas, por ejemplo, son útiles para la vida, pero su conocimiento no nos impulsa, por sí mismo, a aplicarlas: su aplicación tiene lugar cuando se persigue un fin u objetivo que no procede de las matemáticas mismas. 2. El conocimiento de hechos, por su parte, se limita a mostrarnos hechos, y los hechos no son juicios morales. El conocimiento de los hechos nos muestra cómo son las cosas, no cómo deben ser. Por tanto, cualquier pretensión de deducir normas morales a partir de hechos cometerá una falacia, consistente en pasar ilegítimamente del ámbito del ser al ámbito del deber ser. - El sentimiento y los juicios morales Los juicios morales, por tanto, no se basan en la razón (ni en el conocimiento de las relaciones entre ideas ni en el conocimiento de hechos). A juicio de Hume, se basan en el sentimiento. La razón es incapaz de determinar la conducta, son los sentimientos las fuerzas que realmente impulsan a actuar. El sentimiento moral, por su parte, es un sentimiento de aprobación o reprobación que experimentamos con respecto a ciertas acciones y maneras de ser de los seres humanos. Es natural y desinteresado. 5

Al proponer esta teoría sobre el fundamento de los juicios morales, Hume recoge una línea de pensamiento desarrollada en Inglaterra, en la primera mitad del siglo XVIII, por filósofos moralistas como Shaftesbury (1671-1713) y Hutcheson (1694-1746). Esta corriente ha encontrado su continuación en la doctrina denominada emotivismo moral. 3.2. Religión y sentimiento. En la ilustración encontramos la teoría de la religión natural y el deísmo; ambas concepciones se basaban en la idea -ilustrada- de una naturaleza humana de carácter racional. La crítica de Hume es también corrosiva en este punto, al llevar a la disolución de esta naturaleza humana racional : negada esta, Hume niega tanto el deísmo como la religión natural, proponiendo una nueva actitud ante el problema de Dios y ofreciendo una nueva explicación del fenómeno religioso. 1. Acabamos de ver la importancia fundamental que da Hume a la experiencia en el ámbito del conocimiento y cómo, en su teoría, queda negado todo presunto uso del conocimiento más allá de la experiencia. Pero, qué decir de la naturaleza humana racional y de su pretensión de ser base y explicación de la religión? La respuesta humana a esta pregunta es tan tajante como previsible: simplemente, que esa supuesta naturaleza humana racional no existe. Lo que se ha venido considerando como tal no es, en último término, sino un complejo de impulsos, instintos y pasiones, ordenados y fijados de cierta manera por unos principios cuya naturaleza es, en definitiva, inexplicable. 2. Al igual que ocurre con la moral, la religión no tiene su principio en la razón. No es posible encontrarle un fundamento racional. Surge de los sentimientos, y se alimenta del temor, de la ignorancia y del miedo a lo desconocido. Tiene, pues, una base psicológica y, quizá, patológica. Las creencias y los principios religiosos no son más que sueños de hombres enfermos, nos dice en el capítulo XV de su Historia natural de la religión. De acuerdo con la teoría de Hume, cuyo sentido se expresa en el título de la obra que acabamos de citar, no hay religión natural, hay historia natural de la religión: historia o explicación natural de la religión. Tampoco cabe, a juicio de Hume, dar una respuesta negativa tajante y categórica al problema de la religión y de Dios. Duda, incertidumbre y suspensión del juicio aparecen como único resultado de nuestra más esmerada investigación sobre este tema. Estas palabras de Hume constituyen una nueva confesión de escepticismo. El escepticismo, por su parte, constituye un reto para la propia razón, reto que fue recogido por Kant al afirmar que el escepticismo puede ser para la razón, tal vez, un lugar de descanso donde detenerse y reponer fuerzas tras la dura lucha contra el dogmatismo, pero en modo alguno puede ser un lugar de residencia. 6