CIENCIA Y FE. Sergio Armstrong Cox ESQUEMA DE CONTENIDOS

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Transcripción:

1 CIENCIA Y FE Sergio Armstrong Cox ESQUEMA DE CONTENIDOS 1. Las perspectivas de la ciencia y la fe 1.1. Dos puntos de vista 1.2. Conflictos entre religión y ciencia a) Debidos a una indebida intromisión de la Iglesia en el ámbito de la ciencia b) Debidos a la ideología de la ciencia c) Debidos a la lucha por el poder sociológico (o el control social) 1.3. La necesaria complementariedad entre la ciencia y la fe a) Reconocimiento del ámbito propio de la ciencia y de la fe b) La necesidad de un diálogo entre ciencia y fe c) Aportes de la ciencia a la fe d) Aportes de la fe a la ciencia 2. Algunos temas claves de ciencia y fe 2.1. El big bang y la creación 2.1.1. Fe y cosmologías 2.1.2. La creación de Dios 2.2. Evolución y actuación de Dios 2.2.1. El problema 2.2.2. El mal y el dolor del mundo 2.2.3. La actuación de Dios a) El abajamiento de Dios b) La promesa de Dios 2.2.4. Comentario a la lectura en grupo: El relato de creación de Gn 1 2.3. El origen evolutivo del hombre y su calidad de imagen de Dios 2.3.1. Origen y evolución del hombre 2.3.2. El hombre, fruto de la evolución e imagen de Dios 2.3.3.Trabajo grupal: Mortalidad y pecado: Gn 2,4b 3,24 2.4. Futuro del universo y esperanza cristiana a) El fin del universo según la ciencia b) El platonismo cristiano c) La esperanza cristiana y el cosmos d) Dos argumentos para la esperanza 3. Ciencia y ética 3.1. Introducción 3.2. Es posible fundamentar la ética desde la ciencia? 3.3. Qué es la ética? 3.4. La relación entre la ciencia y la ética a) La ética interna de la ciencia b) Ética externa. Ciencia y valores humanos c) Ciencia, gobierno e industria d) Interacción entre ciencia y ética 3.5. Ciencia, ética y religión

2 BIBLIOGRAFÍA Barbour, Ian (2004), Religión y ciencia, Trotta, Madrid. Boné, Éduard (2000), Es Dios una hipótesis inútil? Evolución y Bioética. Ciencia y Fe, Sal Terrae, Santander. Haught, John (2009), Cristianismo y ciencia, Sal Terrae, Santander. Marlés, Emili (ed.) (2014), Trinidad, universo, persona. Verbo Divino, Estella. Polkinghorne, John (2007), La fe de un físico,verbo Divino, Estella. Schmitz-Moormann, Karl (2005, original de 1997), Teología de la creación de un mundo en evolución, Verbo Divino, Estella. Teilhard de Chardin, Pierre (1965A), El fenómeno humano, Taurus, Madrid. Teilhard de Chardin, Pierre (1965B), El porvenir del hombre, Taurus, Madrid. Teilhard de Chardin, Pierre (2005), Lo que yo creo,trotta, Madrid. Udías, Agustín (2010), Ciencia y religión. Dos visiones de mundo, Sal Terrae, Santander. Quiénes son algunos de estos autores? Udías, Agustín es jesuita, catedrático emérito de geofísica de la Univ. Complutense de Madrid. Schmitz-Moorman, Karl (1928-1996) fue teólogo y biólogo, profesor emérito en la Escuela Superior de Dortmund, Alemania, y editó la obra completa de Teilhard de Chardin. Polkinghorne, John es catedrático emérito de física matemática y teólogo. Es ministro de la Iglesia Anglicana. Haught, John es teólogo de la Universidad de Georgetown.

3 1. LAS PERSPECTIVAS DE LA CIENCIA Y LA FE 1 1.1. Dos puntos de vista La ciencia -término que tomamos aquí en el sentido restringido de las ciencias naturales- y la religión son, sin lugar a dudas, las dos grandes visiones sobre el mundo. Aunque hay otras visiones, como la artística, estas dos tienen una extensión y fuerza que las sitúan como las dos más importantes maneras de mirar el mundo. En general, podemos decir que la ciencia trata de comprender la naturaleza del mundo material que nos rodea, cómo ha llegado a ser, cómo lo conocemos y qué leyes lo rigen. La religión, por otro lado, trata de lo que transciende el mundo material y pone al hombre en contacto con lo que está más allá, lo misterioso...; en una palabra, con el misterio de Dios y su relación con el hombre y con el universo. Se puede definir la ciencia como una actividad humana encaminada al conocimiento organizado de la naturaleza, basado en la observación y el experimento y expresado en leyes y teorías, por medio de un lenguaje público inequívoco (idealmente matemático), avalado por los controles de la comunidad científica 2. Los principales componentes de la ciencia, entonces, son 3 : - La experimentalidad; es decir, la referencia a experimentos y observaciones. Sin esta referencia no se puede hablar de un enunciado como «científico». El conocimiento científico debe estar siempre relacionado con observaciones y experimentos. - La formalización, es decir, la inclusión de los elementos observacionales dentro de un marco formal de leyes y teorías. Este marco formal constituye el núcleo de la ciencia. Cuando hablamos de «conocimiento científico», nos referimos a las leyes y teorías que explican o describen el comportamiento de la naturaleza. Este marco formal debe expresarse con un lenguaje inequívoco, libre de todas las limitaciones posibles, culturales o sociales. El ideal de este lenguaje es el matemático, tanto por su nivel de formalización como por su independencia respecto de otros condicionantes. Una ecuación matemática significa lo mismo para cualquier persona de cualquier cultura. El proceso de matematización de la ciencia, sin embargo, limita los aspectos de la naturaleza que han de ser considerados por la ciencia a aquellos que, de alguna manera, son susceptibles de medida. Esta limitación debe ser tenida muy en cuenta. - La publicidad. Observaciones, experimentos y lenguajes científicos deben ser públicos, reconocibles y repetibles por todos. La repetibilidad de los experimentos es una condición necesaria para que sean considerados como «científicos». Los resultados de un experimento o de una observación que no pueden ser repetidos y verificados por otros investigadores no pueden considerarse parte de la ciencia. Relacionada con la ciencia está la tecnología, que se puede definir como la aplicación del conocimiento científico a la resolución de problemas prácticos, relacionados con las necesidades de los 1 Basado en Udías 2010. 2 Ziman, John (1978), La credibilidad de la ciencia, Alianza, Madrid, pp. 13-25. 3 Udías 2010, 23-24.

individuos y la sociedad en distintas áreas (salud, transporte, comunicaciones, producción de energía, armamento, etc.). Detrás de la tecnología están siempre los conocimientos científicos sobre los que se fundamenta. La separación de ciencia y tecnología se va haciendo cada vez más difícil. Por «fe» entendemos aquí la fe religiosa, es decir, la fe en una realidad trascendente en todos los sentidos, más allá y a otro nivel de existencia que el mundo material y que da origen y sentido a este mundo. Esta realidad recibe, generalmente, el nombre de «Dios». El fenómeno de la religión y la religiosidad es muy complejo, como puede apreciarse por el elevado número de distintas religiones y las divisiones dentro de cada una de ellas. Además de las religiones claramente definibles como tales, existen actitudes personales que no están vinculadas a ninguna comunidad religiosa y que podemos agrupar bajo el titulo de «religiosidades». El conjunto de todas ellas es difícil de clasificar. De una manera sencilla, y puede que simplista, es posible establecer una graduación en la religiosidad, de acuerdo con una mayor o menor presencia de la aceptación de la idea de Dios y de su acción en el mundo, en los siguientes cinco grados: -Naturalista: esta posición considera que no hay realidad fuera de lo natural. Puede ser materialista o espiritualista según si considera que existe sólo la materia o sólo lo espiritual. - Del misterio: acepta la existencia de un misterio inalcanzable que se manifiesta en la naturaleza sin carácter personal. -Panteísta: en esta visión, Dios se identifica con toda la realidad. No hay separación entre Dios y mundo. -Deísta: se acepta la existencia de un Dios trascendente, creador y ordenador, pero que no interviene en el mundo. -Teísta: se cree en un Dios creador y providente con carácter personal, que interviene en el mundo y se relaciona con el hombre. Por razones de tiempo, privilegiaremos al hablar de la fe religiosa a la fe cristiana. Se ha de tener en cuenta que la ciencia moderna ha surgido principalmente en los países del Occidente de tradición cristiana. No se trata de una mera coincidencia, sino que, de alguna manera, el nacimiento de la ciencia moderna está relacionado con la visión cristiana del universo, como se verá más adelante. La fe religiosa es la aceptación una divinidad personal como fundamento de toda existencia, e implica una esperanza puesta en ella que orienta toda la vida. Dios es percibido no como un objeto, sino como un «tú» con el que el creyente se relaciona, conoce y ama y se siente conocido y amado por él. Se parece más, por tanto, al tipo de conocimiento que tenemos de otros sujetos con los que establecemos una relación personal 4. En ella es fundamental la presencia de esa experiencia en la que se dan juntamente conocimiento y esperanza dirigidos al misterio de Dios, que aparece siempre como fundamento y fin de la propia existencia. La experiencia religiosa conlleva necesariamente consecuencias para la vida 4 4 Udías 2010, 72.

personal, y no puede concebirse sin ellas; afecta a toda la persona y a sus comportamientos. Aunque las formas en que luego se desarrolla esta experiencia son muy diversas, de acuerdo con las múltiples tradiciones culturales, este último elemento fundamental está siempre presente implícitamente en ellas. La teología (la reflexión sobre Dios) utiliza como lenguaje la analogía. Se trata de un lenguaje apto para apuntar a la realidad de Dios porque no pretende alcanzar a Dios en conceptos sino sólo dar una indicación que oriente hacia Él. La analogía tiene tres pasos: a) la afirmación (por ejemplo, decimos, Dios es una realidad personal), b) la negación (Dios es persona pero no como los seres humanos) y c) la eminencia (sólo Dios es persona en un grado incomparable). Un elemento decisivo en la práctica religiosa lo constituyen los ritos, que generalmente son prácticas de carácter público de formas fijas ya establecidas y periódicas, en muchas ocasiones repetitivas y rítmicas, sometidas a reglas precisas, que dicen relación con la experiencia de lo sagrado. Su práctica trata de posibilitar la comunión con lo divino a través de figuras, sonidos, gestos, música y palabras, y sirve para confirmar la adhesión religiosa del creyente. A través de ellos, el hombre es llamado a experimentar una experiencia religiosa. Los ritos tienen, por una parte, la virtud de suscitar emociones que refuerzan esta experiencia y, por otra, un fuerte carácter comunitario; es decir, sólo son practicables en el seno de una comunidad, y siempre en relación con ella, aun cuando se practiquen en solitario. La oración como forma de comunicación entre el hombre y Dios es un fenómeno universal en todas las religiones desde la antigüedad. En general, la oración puede pertenecer al culto público o al culto privado, y suele considerarse que forma parte de los ritos. En ella se expresan diversas actitudes frente a la divinidad, como adoración, alabanza, intercesión, requerimiento y encantamiento mágico. Dependiendo de las distintas tradiciones religiosas, la oración adopta distintas formas. La breve presentación que hemos hecho de la naturaleza del conocimiento científico y religioso nos permite establecer ya algunas conclusiones sobre sus diferencias y puntos de contacto 5. Veamos primero las diferencias: - En primer lugar, como ya hemos visto, la ciencia versa sobre los fenómenos de la naturaleza y trata de entender su estructura y funcionamiento. Su fundamento está siempre en las observaciones y experimentos sobre los que se construyen las teorías. La religión trata del acercamiento del hombre al misterio de Dios y su relación con él. Aunque la naturaleza forme parte también de la visión religiosa, no es su fin principal, y es contemplada únicamente en su relación con la divinidad. - El tipo de conocimiento que genera la ciencia trata de desligarse de todo elemento subjetivo y está desprovisto de toda connotación afectiva y de su relación con la vida personal. La ciencia misma no sirve para orientar los comportamientos concretos del hombre en su vida personal y sus relaciones sociales. Un científico puede ser egoísta, soberbio, poco honrado y mal padre de familia, sin que ello influya en su ciencia para nada. Es verdad que la práctica de la ciencia implica en el científico, como veremos más adelante, cierto tipo de comportamientos éticos; pero éstos se limitan estrictamente al ámbito científico. En la religión, los contenidos afectivos son muy importantes, y los comportamientos humanos forman una parte integrante de ella. El asentimiento religioso no es algo teórico, sino que conlleva siempre una serie de obligaciones y exigencias que se extienden a todos 5 5 Udías 2010, 78-81.

6 los ámbitos de la vida. - El conocimiento científico se limita a aquellos aspectos de la realidad material que pueden ser definidos con precisión, en especial aquellos que son susceptibles de medida. Aspira en lo posible a la cuantificación de los observables para que puedan ser tratados matemáticamente. El ámbito de lo religioso se extiende a la dimensión espiritual de la realidad, no admite definiciones claras, y se accede a él a través de símbolos e imágenes. En este sentido, es más cercano al campo de las humanidades y utiliza muchas veces el lenguaje poético. No aspira a la precisión, ya que, como hemos visto, el misterio de Dios nunca es alcanzable por completo. - La ciencia se hace preguntas concretas sobre la naturaleza y el comportamiento de los observables, preguntas a las que con su metodología puede responder. La religión se hace preguntas sobre la existencia misma del conjunto de la realidad, incluido el propio sujeto, y sobre su sentido, buscando encontrar en el misterio de Dios el fundamento de ambos. Aunque ambas, ciencia y religión, inciden sobre un mismo mundo, sus puntos de vista son diferentes. A pesar de lo dicho, se pueden encontrar algunos puntos de similitud entre el conocimiento científico y el religioso: - En ambos casos, hay presupuestos no puede demostrarse desde dentro del mismo sistema y que deben ser de alguna manera asumidos. Hemos visto cómo la fe es un elemento fundamental en la religión. En la ciencia, aunque no en su aspecto formal, aspectos de fe y confianza de otro tipo puramente humano aparecen también en su práctica. El científico se ve animado por su fe en que estudia una naturaleza ordenada y que los métodos de la ciencia darán finalmente respuesta a los problemas que está estudiando. Esto resulta aún más claro en el caso de la técnica, cuyo progreso está animado por la fe en la posibilidad de encontrar las soluciones que se buscan a los problemas prácticos. Sin una cierta fe en las posibilidades mismas de la ciencia y la técnica, su práctica no sería posible. - Tanto en la ciencia como en la religión desempeña también un papel importante la comunidad. En la práctica, es la comunidad científica, con los controles que ejerce sobre el trabajo de los científicos, la que aparece como finalmente garante de la fiabilidad del conocimiento científico. Nos fiamos, por ejemplo, de que lo que avala la comunidad científica está justificado y comprobado, aunque no podamos en cada caso verificarlo personalmente. La comunidad religiosa ejerce también un papel semejante, impidiendo la disgregación subjetivista del sentimiento religioso y sirviendo de nexo de cohesión entre los distintos miembros. 1.2. Conflictos entre religión y ciencia A lo largo de la historia, las relaciones entre religión y ciencia han sido muy variadas. No es válido reducirlas a la categoría de conflictos (actitud que predominó en el siglo XIX y parte del XX), aunque éstos, como todo el mundo sabe, han estado en ocasiones presentes. Estudios históricos modernos nos descubren la variedad y riqueza de estas relaciones a lo largo del tiempo, que no pueden limitarse a un esquema único, bien sea de oposición o de armonía 6. Como el aspecto de los conflictos es el que está más extendido, conviene empezar por él y analizar un poco sus fuentes, es decir, de dónde nacen estos conflictos. Podemos distinguir cuatro fuentes de conflictos que examinaremos 6 Vale la pena leer el recorrido histórico que hace Udías en los caps.5 a 9 de su libro (2010).

7 brevemente. a) Debidos a una indebida intromisión de la Iglesia en el ámbito de la ciencia En primer lugar, algunos de estos conflictos se han planteado debido a una falta de comprensión y a una indebida intromisión de las autoridades religiosas en el ámbito de la ciencia. El más conocido de estos conflictos es el caso de Galileo y la condena por parte de la Iglesia católica de la enseñanza del sistema heliocéntrico de Copérnico en la sentencia de 1633. La comisión encargada de la revisión reconoce que los jueces de Galileo, incapaces de separar la fe de una cosmología milenaria, creyeron injustamente que la adopción de la teoría copernicana sería capaz de hacer que vacilara la tradición católica, y que era su deber prohibir la enseñanza de la misma. Uno de los argumentos más fuertes de los opositores eclesiásticos de Galileo era que éste no tenía pruebas científicas irrefutables para demostrar el movimiento de la tierra. Hoy vemos claramente que esta exigencia no era de su incumbencia. Otro conflicto, también muy conocido, es el suscitado por la publicación en 1859 de la teoría de la evolución por Charles Darwin. La controversia llegó a alcanzar una gran virulencia, tanto en la Iglesia Católica como en las Protestantes. En general, la obra fue acogida con recelo y rechazo en los ambientes eclesiásticos, que veían en ella un ataque a la religión. A esto contribuyó la incorporación de la evolución biológica en las ideas filosóficas materialistas de autores como E. Heackel y T.E. Huxley, y su popularización con marcados acentos antireligiosos. La idea de que la teoría de la selección natural de Darwin y la imagen cristiana de la actividad divina son fundamentalmente incompatibles fue compartida, a finales del siglo pasado, tanto por sus ardientes partidarios como por sus detractores desde el campo teológico. Sin embargo, ya en 1897 el teólogo americano L. Abbot veía muchas ventajas en una teología que incorporara el aporte de Darwin. En efecto, se puede entender que las leyes de la naturaleza que rigen el proceso de la evolución biológica muestran la acción trascendente de Dios y cómo se desarrolla en el tiempo su obra creadora, como veremos más adelante. A pesar de su complejidad, muchas veces ignorada en presentaciones simplistas, no cabe duda de que subsiste la realidad de tales conflictos. Estos no son consecuencia, como algunos quieren hacer ver, de una oposición fundamental entre ciencia y religión -debido a que la primera se basa puramente en la razón, y la segunda es totalmente irracional-, sino de malentendidos puntuales e intromisiones de la una en el campo de la otra. Sus consecuencias negativas, sin embargo, han repercutido y siguen repercutiendo, generalmente, en un descrédito de la religión, planteando a veces problemas de conciencia en muchos creyentes. Por otro lado, estos conflictos son utilizados aún hoy como argumentos en contra de la fe religiosa. Se presentan muchas veces de forma que parezca que es siempre la ciencia la que gana la batalla, y la religión la que se bate en retirada. El punto central de estos conflictos consiste en la dificultad que encuentran las explicaciones teológicas o formulaciones de la fe para distinguir entre lo que constituye el mensaje religioso y los elementos de su expresión o formulación, siempre dependientes de los presupuestos culturales de cada época. Estos presupuestos incluyen muchas veces elementos de cosmovisiones de épocas y culturas determinadas, dependientes del estado de la ciencia en ellas. Estos elementos acaban por identificarse con el mismo mensaje religioso. Sin embargo, bien comprendidos, estos conflictos tienen su aspecto positivo, ya que llevan a una purificación progresiva de la religión de los elementos culturales que, a lo largo del tiempo, se adhieren a ella inevitablemente, y se llegan a considerar como fundamentales e incluso como

constitutivos del mismo mensaje religioso. El conflicto obliga, de este modo, a repensar el sentido profundo de las verdades religiosas. b) Debidos a la ideología de la ciencia El término mismo, «ideología», puede tener variadas acepciones, y a veces se utiliza con connotaciones negativas. En general, se pueden considerar las ideologías como sistemas de creencias y valores que un grupo de individuos mantiene, a veces por razones muy diversas, y que pueden estar relacionadas con estructuras de poder. Aquí tomaremos un significado más neutro, considerando las ideologías, en general, como sistemas conceptuales que proporcionan una visión totalizadora de la realidad, que sirven para dar sentido a la vida, crear un marco de referencias global y justificar los comportamientos tanto personales como sociales. Una propensión muy generalizada en las ideologías es la de absolutizar valores o esquemas sociales que normalmente se consideran relativos y contingentes. En estos casos, una visión parcial se convierte en un horizonte que abarca la totalidad de la realidad, y se absolutiza esta visión de forma que todas las demás quedan excluidas o se consideran como falsas, lo cual crea actitudes intransigentes que pretenderían obligar a aceptar sus asertos básicos como verdades inapelables. De esta manera, las ideologías se acercan en algunos puntos a las características de la religión, excepto por la ausencia de toda referencia a una realidad sobrenatural. En este sentido, las ideologías pueden en ocasiones suplir las funciones de la religión. La segunda fuente de conflictos nace de lo que podemos llamar una «fe de la ciencia», que constituye una verdadera ideología. Las ciencias, a lo largo de su desarrollo histórico, sobre todo en algunas épocas, han creado también su propia fe. Lo que se plantea como conflicto entre ciencia y religión es muchas veces, en realidad, un conflicto entre dos tipos de fe: entre la fe religiosa y una fe (ideología) inmanente derivada del propio mundo científico, una fe en la ciencia misma. Esta fe raramente se reconoce como tal, y se considera como una consecuencia necesaria de la ciencia misma. Pero, si se reflexiona, se ve que en el fondo se trata de una verdadera fe, un convencimiento que extrapola los principios y las consecuencias de la ciencia fuera del ámbito puramente científico. Examinemos brevemente los dos postulados del materialismo científico. El primero, que se puede formular diciendo que el conocimiento científico es el único conocimiento válido, se basa en las ideas de la filosofía positivista. Su posición se puede resumir en la afirmación de que las ciencias son un conocimiento racional basado en la experiencia, que constituye el único conocimiento objetivo y válido. Para ellos sólo el conocimiento verificable por la experiencia es un conocimiento válido y, en conclusión, el único conocimiento válido es el científico. De este principio básico se deriva su postura de negar toda validez a cualquier tipo de conocimiento religioso. Según Ayer, todo enunciado sobre Dios es carente de sentido, y ésta no es una postura atea o agnóstica, sino una conclusión del principio de que sólo lo verificable tiene sentido. Aunque esta postura dura del positivismo ha sido en gran parte abandonada entre los filósofos de las ciencias, a partir, sobre todo, de los análisis más modernos de K. Popper, sigue estando vigente en muchos estamentos científicos y siguen teniendo una gran aceptación a nivel popular. La íntima unión de esta filosofía con la ciencia ha llevado a crear la ilusión de la incompatibilidad entre ciencia y religión. Pero ha de quedar claro que se trata de una interpretación filosófica de la ciencia, y no de la ciencia misma. El segundo postulado -que toda la realidad es fundamentalmente materialista- lleva 8

necesariamente a un reduccionismo absoluto, en el que todo puede explicarse finalmente en términos de interacciones entre partículas materiales. No siempre se acepta de forma explícita esta postura dura de reduccionismo, pero es difícil, desde el materialismo, escapar a ella. Si se niega toda trascendencia, qué otra realidad puede haber, salvo la material? Si sólo existe materia, por qué no va a ser la física la que tenga la última palabra? El materialismo científico se puede remontar a la famosa respuesta del físico Laplace a la pregunta de Napoleón sobre el papel de Dios en su mecánica celeste. «Yo -contestó Laplace- no necesito de esta hipótesis». No está claro si tal conversación tuvo realmente lugar, pero sí refleja la actitud de muchos científicos en la Francia del siglo XVIII. Aunque la respuesta de Laplace era correcta, dentro de la explicación mecánica del universo, la tentación es extenderla a toda la realidad. Los fuertes ataques a la religión en los siglos XVIII y XIX parten de este tipo de posturas. En el fondo, nacen de una fe en la ciencia que, fundamentalmente, es una fe en la capacidad del hombre mismo, de su autodeterminación, y que mira a la ciencia como la expresión última de sus posibilidades ilimitadas. De cara a la mentalidad popular, la fe en la ciencia se basa, más que en su capacidad de explicación del universo material, en los logros derivados de la tecnología y que afectan a la vida diaria del hombre. Los avances de la tecnología están más cerca y tienen una mayor influencia en la vida y el entorno humanos que las teorías científicas, que las más de las veces resultan prácticamente incomprensibles para el no especialista. En realidad, estos dos factores, el progreso tecnológico y la incomprensibilidad del conocimiento científico, alimentan la fe en la ciencia. Aunque parezca paradójico, la misma dificultad de las teorías científicas para ser comprendidas por el público en general las rodea de un cierto aura de misterio que suple el misterio de lo religioso. Es, sobre todo, el impresionante desarrollo tecnológico de nuestro siglo el que nos ha confirmado en la idea de que podemos recrear el mundo, y de que no hay problema que no pueda ser resuelto, por difícil que sea. La misma incomprensibilidad, para el público en general, de las teorías científicas, refuerza la pretensión de que en ellas se encuentra la última explicación para todo. c) Debidos a la lucha por el poder sociológico (o el control social) Una tercera fuente de conflictos la tenemos en las consecuencias sociales de la ciencia y la religión. El conflicto se crea en la lucha por el poder sociológico, en la que grupos contrarios a las ideas religiosas se apoyan, para combatirlas, en el progreso de la ciencia. Históricamente, el nacimiento de la ciencia moderna se realiza en la Europa del siglo XVI, en la que el estamento eclesiástico tenía un gran poder, heredado de la tradición medieval. La irrupción del estamento científico en la esfera social y su rápido ascenso en prestigio y popularidad no podían menos de crear recelos y conflictos. A medida que aumenta el prestigio social de los científicos, éstos van reemplazando, en influencia popular y política, a los eclesiásticos. Consciente o inconscientemente, los científicos se ven arrastrados a este no declarado conflicto. Las tendencias secularizantes en la sociedad se apoyan en la influencia de la ciencia para minimizar o incluso hacer desaparecer la influencia social de la religión. A este influjo social de la ciencia se asocia también un cierto sentido reverencial. La ciencia se convierte en un sustituto de la religión, y los científicos en sus nuevos sacerdotes. Frente a una indebida hegemonía social y política del estamento religioso, se ha utilizado muchas veces, para oponerse a ella, el influjo y prestigio de la ciencia. En los siglos XVIII y XIX no 9

fue raro que, frente a cierta cerrazón y rigidez de algunas instituciones eclesiásticas ante los cambios sociales, se arguyera, desde otras instancias sociales y políticas, apoyándose en los logros de la ciencia. Los ataques contra las Iglesias, tanto Católica como Protestantes, de parte de racionalistas y agnósticos, utilizaban muchas veces la ciencia como sustituto de la religión. En algunos casos, se trataba de verdaderas luchas por el poder, en las que la religión y la ciencia eran esgrimidas por uno y otro bando para su propio provecho. La comunidad científica, ansiosa también por situarse en esferas de poder social, no fue ajena, muchas veces, a estos conflictos. La situación, hoy en día, ha cambiado, ya que el enorme prestigio de la ciencia ha superado socialmente al de las instancias religiosas. Los conflictos han disminuido, al no ser considerada la religión como un enemigo importante. En esta nueva situación, el prestigio de la ciencia es aprovechado por el poder político, como en otro tiempo lo fue el de la religión. Hoy los políticos quieren ser respaldados por el peso de argumentos científicos, utilizados muchas veces fuera de su contexto. Con estos argumentos se pretenden justificar ante la opinión pública las decisiones políticas. Sin embargo, los conflictos que nacen de las consecuencias sociales de la religión y de la ciencia pueden también tener su lado positivo. A través de ellos, la religión se ve obligada a reconocer que ha adoptado con demasiada frecuencia roles que la han acercado demasiado al poder político. Estos roles se han justificado por el peso de la tradición, sin un análisis crítico de los daños que han causado. Desgraciadamente, estas situaciones de influencia y poder no son abandonadas de propia iniciativa, ni sus consecuencias negativas reconocidas fácilmente. Sólo cuando la religión se ve despojada de ellas, reconoce que, más que una ayuda, constituían un grave obstáculo a su verdadera misión. En efecto, si la religión quiere conservar su fuerza crítica frente a los excesos del poder, que utiliza a veces como justificación argumentos aparentemente científicos, antes tiene que haberse desligado ella de dicho poder. No es desde el poder desde donde la religión debe ejercer su influjo, sino desde la conciencia del hombre y el recurso a una última instancia trascendente. 1.3. La necesaria complementariedad entre la ciencia y la fe a) Reconocimiento del ámbito propio de la ciencia y de la fe Del análisis de las distintas fuentes de conflictos entre ciencia y fe se puede sacar la conclusión de que han surgido del no reconocimiento de que ciencia y religión forman dos ámbitos distintos, dos lenguajes diferentes. Ni la ciencia puede entrometerse en el ámbito de lo religioso, ni la religión en el de lo científico. Además, la historia nos enseña que ambas intromisiones han dado siempre malos resultados y han sido fuente de numerosos conflictos. Hay muchos argumentos en favor de esta actitud de mutua independencia y respeto. En primer lugar, la autonomía de las ciencias en su terreno, y de la religión y la teología en el suyo, debe ser respetada. Esta separación está motivada, no sólo por el deseo de evitar conflictos innecesarios, sino por el deseo de ser fieles al carácter distintivo de cada uno de dichos terrenos. Una de las primeras formulaciones de este reconocimiento de la mutua autonomía en las relaciones entre ciencia y religión se debe a Galileo y se encuentra, concretamente, en su carta a Cristina de Lorena, gran Duquesa de Toscana, escrita en 1615. El interés de Galileo se centra en tratar de resolver la aparente contradicción entre los textos de la Sagrada Escritura y los resultados de las ciencias, en especial en lo que se refiere a la astronomía. Parte del principio de que esta contradicción no puede darse, ya que Dios es autor tanto de la revelación como de la naturaleza. Insiste Galileo en 10

que las Sagradas Escrituras han sido escritas para enseñarnos el mensaje religioso de la salvación y no verdades científicas. Citando al Cardenal Baronio, Galileo dice que «la intención del Espíritu Santo era enseñarnos cómo se va al cielo y no cómo va el cielo». Por lo tanto, se equivocan y causan un gran mal a la religión los que, con argumentos de textos de la Biblia, se entremeten en cuestiones científicas de las que nada saben. Y apoya esta opinión en textos de los Santos Padres, en especial S. Agustín y S. Jerónimo. Del primero cita que no entiende nada el que afirma que la autoridad de la Sagrada Escritura se opone a una razón evidente y segura, y que ella no ha querido enseñar a los hombres las cosas que no les servirán para la salvación. Esta postura, que hoy nos parece tan razonable, no fue comprendida por muchos teólogos contemporáneos de Galileo. El reconocimiento de la mutua autonomía de la ciencia y la religión se encuentra recogido en los documentos del Concilio Vaticano II. Después de afirmar que es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, concluye que «la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraría a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios». Recordando, sin embargo, los conflictos a los que ha llevado la falta de este reconocimiento, y en concreto el caso de Galileo, afirma que «son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, no han faltado algunas veces entre los propios cristianos. Actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe» 7. El reconocimiento de la mutua autonomía e independencia es, por lo tanto, el primer paso en el establecimiento de unas relaciones correctas entre ciencia y fe. b) La necesidad de un diálogo entre ciencia y fe A pesar de todo lo dicho, no es válido hablar sólo de una total independencia y dicotomía absoluta entre ciencia y fe, por la que ambas no se entrecruzarían nunca. Tampoco es correcto reducirlas simplemente a lenguajes independientes sin ningún punto de contacto. Después de todo, es el mismo hombre el que hace ciencia y cree en Dios, y es el mismo mundo el que es objeto del conocimiento científico y de la consideración religiosa. El universo que es analizado por la ciencia es también contemplado por la religión como creado por Dios y escenario de las relaciones de los hombres entre sí y con el propio Dios. Si el creyente reconoce la actividad de Dios en la naturaleza, no puede prescindir de lo que las ciencias dicen de ella. Más aún, el teólogo que considera el universo como creado por Dios no puede ignorar lo que las ciencias han descubierto en él, su estructura y evolución. Por eso, aun respetando la total integridad y autonomía de la ciencia y la religión, éstas tienen que tenerse recíprocamente en cuenta y participar en un diálogo fecundo entre ellas. Por otra parte, las ciencias que estudian los fenómenos naturales en particular no tienen en sí la respuesta sobre el sentido de la totalidad. Por «sentido de la totalidad» entendemos las preguntas sobre el origen y destino de toda la existencia. Las ciencias deben respetar que estas preguntas se planteen y que se busque una respuesta en la perspectiva de la fe religiosa. Del mismo modo, cuando el hombre se pregunta de forma totalizante sobre sí mismo, su origen y su fin, no se trata de preguntas a las que pueda responder la ciencia. Aun la misma pregunta de por qué es posible la ciencia, es decir, por qué la realidad material y el universo son inteligibles, tampoco es contestable desde ella misma. 11 7 Constitución Gaudium et Spes n 36.

Como afirma Juan Pablo II, una simple neutralidad entre ciencia y fe ya no es aceptable. El hombre no puede vivir en compartimentos estancos, persiguiendo intereses totalmente divergentes, desde los que evalúa y juzga el mundo en el que vive. Hay que buscar una nueva forma de relación que vaya más allá del reconocimiento de la mutua independencia y autonomía. Estas nuevas formas de relación, como afirma el mismo Juan Pablo II, empiezan ya a surgir, aunque de forma aún frágil y provisional, apuntando a nuevos y más ricos intercambios, ya que se ofrecen hoy oportunidades sin precedentes para una relación interactiva en la que cada disciplina conserve su integridad y, sin embargo, esté radicalmente abierta a los descubrimientos e intuiciones de la otra 8. Esta búsqueda de un diálogo constructivo y enriquecedor entre ciencia y religión empieza a ser, hoy en día, una tendencia muy extendida, tanto entre pensadores provenientes del campo de la teología como de la ciencia. Sin embargo, hay que reconocer que este diálogo no está libre de dificultades: en el afán por facilitarlo, se corre el peligro de pretender eliminar, de una manera simplista, todas las dificultades. El diálogo exige una gran apertura y honradez por las dos partes, un dejarse interrogar por el otro, sin presuponer nunca que se tienen ya todas las respuestas. Al respeto del uno por el otro, ha de unirse la verdadera humildad de aceptar ser cuestionado, y el deseo de buscar juntos respuestas a las preguntas que van surgiendo. Un escollo a salvar en este diálogo es la actitud, por parte del pensamiento religioso, de un más o menos velado concordismo. Como cuando se identifican los 6 días de la creación de Gn 1 con eras geológicas o la "gran explosión" con el acto creador de Dios. Más adelante retomaremos este tema. c) Aportes de la ciencia a la fe Como se ha dicho antes, si el creyente reconoce la actividad de Dios en la naturaleza, no puede prescindir de lo que las ciencias dicen de ella. Más aún, el teólogo que considera el universo como creado por Dios no puede ignorar lo que las ciencias han descubierto en él, su estructura y evolución. Es verdad, por ejemplo, que las ciencias no pueden, por su metodología, plantearse el problema de la creación; pero el creyente sí puede ver en la evolución del universo, desde la primitiva explosión hasta la aparición del hombre, una expresión de esa creación. La expansión del universo desde el hipotético tiempo inicial, tal como nos la representa la cosmología actual, puede verse por el creyente como la forma en que la creación se desarrolla en el tiempo. Pero ha de tenerse en cuenta que esta visión de la ciencia es, como todas, provisional y puede ser en el futuro sustituida por otra. El creyente puede ver en la evolución biológica la forma en que Dios eligió crear al hombre. La ciencia sólo ve lo exterior del proceso, mientras que la fe puede penetrar en su sentido más profundo. Aun dentro de su provisionalidad y limitación, las teorías científicas tienen siempre algo que aportar al pensamiento religioso. Una cuestión que debe preocupar al hombre religioso de hoy es cómo concebir su fe, sabiéndose situado en un inmenso universo en el que la Tierra no es más que un minúsculo planeta perdido en el espacio poblado de infinidad de galaxias semejantes a la que alberga en su interior a nuestro sistema solar. La teología, que se adaptó en la Edad Media a la concepción de un universo de dimensiones limitadas, en el que la Tierra y el hombre ocupaban su centro, sigue encontrando difícil situarse en la cosmovisión de la cosmología moderna. El hombre mismo se siente como preso de un vértigo cósmico 12 8 Juan Pablo II (1988), Carta al rev. George V. Coyne, S.J. Director del Observatorio Vaticano, ns.17 y ss.

cuando considera las dimensiones del universo. Este vértigo, que puede arrojar al hombre a la desesperación al comprobar su insignificancia, puede también servir de base a una conciencia religiosa de su condición de creatura. La inmensidad del universo y sus procesos, de acuerdo con la cosmología moderna, serían así una revelación natural de la inmensidad de la obra creadora de Dios. La enorme extensión del universo y su proceso de expansión a lo largo de miles de millones de años pueden ser para el hombre de hoy como un reflejo de la trascendencia de Dios, siempre mayor de lo que podemos concebir. Ante la contemplación de este universo, podemos nosotros también hoy exclamar con admiración y preguntarnos con el salmista: «Qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Incorporar esta visión del universo a la experiencia religiosa fue el motor que impulsó la obra de Pierre Teilhard de Chardin, el cual -a partir de una profunda experiencia religiosa, caracterizada por un hondo sentido de las realidades orgánicas del mundo- llega a convencerse plenamente de la necesidad de una convergencia que dé un sentido final a la evolución del universo. Habiendo aceptado la evolución como un fenómeno universal, Teilhard trata de integrarla en su visión religiosa postulando un fin o convergencia que le dé sentido. 9 d) Aportes de la fe a la ciencia Para entender bien este diálogo se debe reconocer que no es del todo simétrico. Mientras que el conocimiento científico de la naturaleza es importante en el trabajo teológico mismo, la ciencia como conocimiento de la naturaleza no depende de intuiciones religiosas, aunque algunos científicos pueden ser movidos por ellas. En cierto sentido, se puede decir que la ciencia, en cada época de su desarrollo, da una imagen del mundo todo lo completa que le es posible, dentro de su propia metodología, y no compete a la religión rellenar los huecos que aún le quedan y que ella misma en el futuro rellenará. En este sentido, la religión no aporta nada a la ciencia como conocimiento de la naturaleza dentro de su propia metodología. Según Newton, Dios tenía que intervenir para mantener la armonía del movimiento planetario; pero más tarde Laplace responde a la pregunta de Napoleón (si la anécdota es verídica) sobre el papel de Dios en su mecánica celeste: «Yo no necesito de esta hipótesis». La respuesta de Laplace era correcta: dentro de la explicación mecánica del universo no cabe invocar a Dios como una causa más que pueda llenar vacíos en la explicación. La acción de Dios se ubica en otro nivel, no captable por el método científico, como se verá. - Respecto de la sociedad La fe debe recordar a la ciencia, que la actividad científica se ejerce al interior de una sociedad y de una cultura. Al comienzo decíamos que el científico no está, en cuanto tal, personalmente implicado con el contenido de la ciencia, a diferencia del creyente, en el que la relación personal pertenece al mismo contenido de la fe. Sin embargo, no debemos caer en la tentación de considerar la ciencia exclusivamente como una forma de conocimiento. La ciencia -y más si unimos a ella la tecnología- constituye un complejo fenómeno humano con enormes consecuencias para el hombre y para la sociedad. En los últimos años, la ciencia ha ido paulatinamente desplazando su 9 Una introducción a su pensamiento es la de Sequeiros, Leandro (2010), Teilhard en mi corazón, Málaga (gratuito en formato pdf, se puede descargar de http://www.bubok.es/libros/172328/teilhard-en-mi-corazon). El texto más importante de Teilhard es El fenómeno humano (Teilhard1965A), pero es recomendable comenzar por El porvenir del hombre (Teilhard 1965B). 13

centro de gravedad, del conocimiento y comprensión de la naturaleza, hacia su dominio y manipulación. Como ya se ha dicho, estamos asistiendo a una inversión en las relaciones entre ciencia y tecnología, en las que esta última adquiere una posición predominante. Este primado de la tecnología tiene consecuencias muy importantes, tanto para el papel que ella desempeña en el condicionamiento de la vida del hombre como para la posición del científico y del tecnólogo en la sociedad. El científico no puede, por lo tanto, despreocuparse de las consecuencias que sus descubrimientos tienen para la sociedad en que vive. Es responsabilidad suya ser consciente de estas consecuencias y asumirlas activamente. El campo de las relaciones entre ciencia y sociedad forma, de este modo, un capítulo importante de sus relaciones con la fe religiosa. Hoy en día, la relación entre ciencia y poder se va haciendo cada vez más estrecha. Todo conocimiento, y de una manera especial el científico, es ya en sí una fuente de poder; pero la trayectoria seguida por el desarrollo de la ciencia moderna y sus consecuencias tecnológicas más recientes ponen de manifiesto aún más claramente esta afirmación. En el terreno de la práctica de la ciencia y la aplicación de la tecnología, el sentimiento religioso impulsa al científico a crear las bases de un mundo más solidario, en el que todos los pueblos se beneficien de sus adelantos. No se puede aceptar como definitivo el actual desequilibrio entre pueblos ricos y pobres. El sentido cristiano de la solidaridad y hermandad entre los hombres debe inspirar al científico a esforzarse para que el futuro de los avances de la ciencia sirva para el beneficio de todos los hombres y de todo el hombre. El progreso científico no puede, como sucede hoy, ser privilegio exclusivo de unas pocas naciones en detrimento de las demás. Mucho menos puede ser el instrumento de poder y opresión de unos pueblos contra otros. - Respecto del conocimiento La religión puede purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Uno de ellos es la absolutización del método científico como conocimiento único. También la reducción de la realidad a lo cognoscible por la ciencia lo es. La fe interroga a la ciencia y le descubre que hay todavía preguntas fuera de su metodología, y que sus respuestas no son nunca definitivas ni totalizantes. Ambas, por lo tanto, han de mantenerse abiertas al diálogo, sin encerrarse en sus propios dogmatismos. - Respecto de la naturaleza El sentido de adoración frente a la naturaleza, derivado finalmente del reconocimiento de la acción creadora de Dios, debe llevar al científico a comprender que la naturaleza misma no puede ser ilimitadamente explotada o contaminada, ni el progreso tecnológico puede llegar a poner en peligro la vida misma del hombre sobre la tierra ni a hipotecar la calidad de la vida de las generaciones futuras. 14

15 2. ALGUNOS TEMAS CLAVES DE CIENCIA Y FE 2.1. El big bang y la creación 2.1.1. Fe y cosmologías La Biblia no pretende proponer una determinada cosmología para ser creída; sin embargo, considera necesario expresar su fe en la creación de Dios con una: la que era común a todo el Oriente Medio. La concepción sumeria y luego babilónica, generalizada por todo el Oriente Medio, consideraba que la Tierra era como un disco plano, sobre la cual se asentaba el firmamento que era una semiesfera transparente. Sobre el firmamento y bajo la tierra había agua. Sobre la superficie de la tierra océanos y continentes. Bajo el firmamento estaba el sol, la luna y las estrellas, que eran considerados seres divinos (en la Biblia son simples "lámparas" que cuelgan del firmamento).

16 Más adelante, los autores cristianos antiguos y medievales adoptan la cosmología griega. Ya en el siglo IV a.c., Eudoxo de Cnido, discípulo de Platón, concebía la tierra como centro del universo y con forma de esfera. La rodeaban 27 esferas transparentes en que estaban fijadas la luna, el sol y las estrellas. Giraban en distintos sentidos, lo que permitía explicar las órbitas. Aristóteles pensaba que el universo era eterno. Los autores cristianos adaptan este modelo a la visión cristiana 10. Le otorgan un comienzo y un fin. Ubican a Dios y a los salvados en el empíreo, ubicado alrededor de la esfera más lejana de la tierra. Algunos pensaban que el infierno estaba en el centro de la tierra. Copénico (y después Galileo) cuestionarán el geocentrismo de este modelo. Newton estableció una nueva visión del universo, regido por una única ley de gravitación que explica tanto el movimiento de los cuerpos sobre la tierra como el de los astros. Las leyes de la mecánica rigen ahora todas las interacciones presentes en el universo, con lo que podemos calificar de «mecanicista» la nueva imagen del universo. El título de la obra de Laplace, La mecánica celeste (1799-1825), refleja perfectamente la nueva concepción del universo, en la que todos los aspectos teológicos del universo medieval han sido eliminados. 10 Un difundido "mito", creado en el siglo XIX, es el de que los reyes católicos no querían apoyar el viaje de Colón porque pensaban (con todos sus sabios) que la tierra era plana. En realidad las reticencias provenían de una desconfianza muy razonable en los cálculos que había hecho Colón.

17 A principios del siglo XX, nuestra imagen del universo se vio definitivamente modificada por el descubrimiento del "big bang" 11. Se observa que las galaxias se alejan entre sí. Siguiendo en dirección inversa las líneas de expansión cósmica, los científicos terminan concluyendo que, en algún momento de un pasado muy remoto (unos 13.700 millones de años), toda la realidad física hubo de estar comprimida en un grano de energía/materia incalculablemente pequeño, caliente y denso. Esta partícula sufrió una explosión, seguida de una acelerada expansión. La expansión produce un gradual enfriamiento y, en la medida en que se desacelera, la fuerza gravitacional va cobrando cada vez más importancia formando las partículas preatómicas y los átomos. Se forman así galaxias, estrellas y planetas. Y en el caso de la tierra, la vida. Se cree que el universo observable actual está compuesto por unos doscientos o trescientos mil millones de galaxias. Finalmente, se espera que, dentro de billones de años, el universo de la «gran explosión», tan caliente en sus orígenes, se colapsará de frío 12. 11 El descubrimiento del big bang se debe al trabajo combinado de varios científicos: Albert Einstein (1917), Alexander Friedmann (1922), George Lemaître (1927), George Gamow (1952), Edwin Hubble (1929). La prueba definitiva la proporcionó el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo en 1964. 12 Haught 2009, 231.

Como afirma John Haught, "Uno de los descubrimientos científicos más sorprendentes del último siglo y medio consiste en que el universo es una historia (story) aún en marcha (...) Antes de la época moderna, el universo abarcante parecería ser el contexto y recipiente general de historias (stories) locales, terrestres, mas sin ser él mismo una historia (story). Ahora, la ciencia ha mostrado que nuestro universo experimenta transformaciones que conviene representar en forma de drama. Antaño, los cielos parecían suficientemente estables para encuadrar todas las historias (stories) que se desarrollaban sobre la Tierra. El firmamento era un lugar de cobijo en el que los habitantes del mundo podían refugiarse, al menos en la contemplación, para huir del funesto flujo de los acontecimientos aquí abajo. Pero, durante el último siglo, también a los cielos se los ha tragado una historia (story) que 18