La casa de Asterión Un sueño El laberinto. La metamorfosis. Nørdicalibros. Ilustrado por Verónica Moretta

Transcripción

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2 La casa de Asterión Un sueño El laberinto La metamorfosis Ilustrado por Verónica Moretta Nørdicalibros 2010

3 La metamorfosis comienza donde los relatos anteriores solían terminar: el lector ya no debe recorrer decenas de páginas antes de descubrir el misterio que hay detrás de la puerta, aquí estamos desde el principio del otro lado, descubiertos, en el despertar de Gregor Samsa convertido en un espantoso insecto. El cambio puso en escena un estilo personal, y también una nueva sensibilidad que incorporó el constante palpitar de la duda sobre todo aquello que hasta entonces se había considerado seguro, conocido, inmutable. Kafka escribe su nouvelle en dos semanas, entre fines de noviembre y principios de diciembre de En las cartas a Felice detalla, casi a diario, el derrotero de su trabajo. Ansía leerle ese relato «repugnante» y no deja de recordarle que «estas cosas proceden de mi propio corazón, el lugar en el que vives y toleras como hogar». Meses más tarde, de madrugada, le escribe entusiasmado para contarle lo que acaba de suceder en casa de Max Brod: ha leído en voz alta La metamorfosis y todos la disfrutaron riéndose con ganas. La risa en Kafka es, sin duda, una experiencia esquiva para la mayoría de sus lectores, disciplinados por críticos y profesores en la conservación de un Kafka como quien dice de una sola pieza, domesticable en su pesadumbre; acaso para liberarnos en algo de la nuestra y sentirnos menos kafkianos y a Kafka menos nosotros. Cuando La metamorfosis está por publicarse, en 1915, Kafka hace recomendaciones a su editor. Teme que la tipografía resulte tan oscura y densa como la de las pruebas de imprenta. Solicita, además, que en la ilustración de la cubierta no haya imagen del insecto: «Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos». Una visión única aplazaría las múltiples verdades. Al juzgar el resultado, no quedan dudas de que Ottomar Starke ( ) se mantuvo, radicalmente, a mitad de camino. En lugar del insecto impuso a un hombre en bata y pantuflas cubriéndose la cara, y, detrás, la puerta entreabierta del cuarto. Pocas ediciones en el mundo sortearon la tentación mimética. Las tapas de las traducciones en castellano no han sido una excepción. La primera edición de La metamorfosis es de 1938, fue publicada en Buenos Aires por la editorial Losada. Borges escribió el prólogo y tradujo algunos relatos breves incluidos en el volumen. Se había acercado a la literatura de Kafka en 1916, al decidir estudiar alemán. Ambos compartieron sombras, celdas como cuartos y cuartos como prisiones, laberintos sin muros o con muros elevándose, invisibles, en todas partes. Borges estaba por cumplir cuarenta años al escribir el prólogo, y Kafka había muerto hacía más de una década, a los cuarenta y uno, aunque tuvo oportunidad de conocer, en 1922, la versión en húngaro de su nouvelle y se mostró disconforme. Un caso notable porque el responsable era Sandor Marai ( ), un escritor atormentado por las pesadillas del siglo y que viviría

4 sus últimos años aislado en un cuarto, como si se transformara en el relato que había traducido en su juventud. Una ironía que tanto podría ser de Kafka como de Borges. Una mañana, también al despertar de un sueño intranquilo, Borges le pide a María Kodama que, por favor, anote el poema que iba a dictarle. A diferencia de lo que acostumbraba hacer con cada uno de sus textos, «Ein Traum» quedó intacto desde ese instante, sin una mínima corrección. Tiempo después, Kodama le pregunta si era porque lo consideraba perfecto, y Borges responde que no, simplemente Kafka se lo había dictado en un sueño y sólo él podía corregirlo. La historia del minotauro de «La casa de Asterión» puede leerse como otra metamorfosis, y como otra mañana decisiva: el oprobio de ser único sólo es equiparable al de saberse una mera copia. No hay individuo, entonces, que escape al laberinto infinito que se levanta a su alrededor, y que puede acechar en cualquier rincón. El minotauro apenas amaga resistirse ante la espada de Teseo, al destino que es suyo aunque escrito por otro, o con el otro. Igual que un poema que sólo es posible corregir si se olvida que fue dictado por alguien. Y lo mismo insiste «El laberinto»: «Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte/ es fatigar las largas soledades/ Nos buscamos los dos.» Como a mitad de un sueño, entre sombras negras y blancas, se acercan sutiles los trabajos de Verónica Moretta a Borges y Kafka. En su camino eluden el contacto con la tendencia seguida por Ottomar Starke, eligen dialogar con Isidore Isou ( ) y la vanguardia del Letrismo. El juego retórico de los grafos contrarresta la ilusión referencial de la representación. Estos grafos de Verónica Moretta en ningún momento se consumen en una imagen exterior (sintonía con Kafka: ni de lejos puede mostrarse el insecto), prefieren expandirse para afirmar lo escrito, o subrayarlo (como ese «yo» y el «otro» en «La casa de Asterión»), o susurran (esas curvas que sugieren el símbolo del infinito); pero siempre presentan, en ningún caso se reducen a representar. El desierto de «Un sueño» es papel desnudo, mientras la torre circular del laberinto y cárcel del hombre que escribe es un redondel que, al mismo tiempo, se recorta igual y distinto. A veces la página está calada en redondo y nos deja mirar el otro lado, a veces es un hueco de lo mirado. No hay tregua en ese efecto de mise en abîme. Así, un redondel permite leer «un hombre», y otro apenas nos deja espiar «celda circular». Como dice Borges: «El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.» No estamos ante ilustraciones sino en medio de lecturas que proponen un recorrido posible, y en tiempo presente. Ensayos visuales de una experiencia en acto. Invitaciones que, por momentos, toman la forma de caligramas, como en ciertas «o» y en los párrafos convertidos en muros inclinados, como si todo lo que parece quieto estuviera también en movimiento. Aun así, tengo para mí que estamos ante una serie de mapas que nos conducen al mundo de Kafka y Borges en un sueño nuevo. Miguel Vitagliano

5 L a c a s a d e Asterión Jorge Luis Borges

6 Y la rei na dio a luz un hi jo al que lla mó As te rión. Apo lo do ro: Bi blio te ca, III, I.

7 Sé que me acu san de

8 y tal vez de misantropía, y tal vez de Ta les acu sa cio nes (que yo cas ti ga ré a su de bi do tiem po) son irri so rias.

9 a los hom bres y tam bién a los ani ma les. Que en tre el que quie ra. No ha lla rá pom pas mujeri les aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la Es verdad que no salgo de mi casa, pe ro tam bién es ver dad que sus puer tas (cu yo nú me ro es in fi ni to) están abier tas día y noche quietudy la soledad. Asi mis mo ha lla rá una ca sa co mo no hay otra en la faz de la tie rra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa.

10 Otra especie ridícula es que Asterión, yo, soy un prisionero.

11 que me in el Re pe ti ré que no hay una puer ta ce rra da, aña di ré que no hay una ce rra du ra? Por lo de más, al gún atar de cer he pi sa do la ca - lle; si an tes de la no che vol ví, lo hi ce por Te m o r undieron las ca ras de la ple be, ca ras des co lo ri das y apla na das, co mo la ma no abier ta.ya se ha bía pues to el sol, pe ro el des va li do llan to de un ni ño y las tos cas ple ga rias de la grey di je ron que me ha bían re co no ci do. La gen te ora ba, huía, se pros ter na ba, unos se en car ama ban al es ti - ló ba to del tem plo de las Ha chas, otros jun ta ban pie dras. Al gu no, creo, se ocul tó ba jo el mar. No en va no fue una rei na mi ma dre; no pue do con fun dir - me con el vul go, aun que mi mo des tia lo quie ra.

12 El he cho es que soy úni co. No me in te re sa lo que un hom bre pue da trans mi tir a otros hom bres; co mo el fi ló so fo, pien so que na da es co mu ni ca ble por el ar te de la es cri tu ra. Las eno jo sas y tri via les mi nu cias no tie nen ca bi da en mi es pí ri tu, que es tá ca pa ci ta do pa ra lo gran de; ja más he re te ni do la di fe ren cia en tre una le tra y otra. Cier ta im pa cien cia ge ne ro sa no ha con sen ti do que yo apren die ra a leer. A ve ces lo de plo ro, por que las no ches y los días son lar gos.

13 Cla ro que no me fal tan dis trac cio nes. Se me jan te al car ne ro que va a em bes tir, co rro por las ga le rías de pie dra has ta ro dar al sue lo, ma rea do. Me aga za po a la som bra de un al ji be o a la vuel ta de un co rre dor y jue go a que me bus can. Hay azoteas las que desde me dejo cae r, hasta ens rentarn g A cualquier hora puedo ha cambiado me. con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo jugar a estar dormido, realmente, a veces el color del día cuando he abierto los ojos.)

14 Pe ro de tan tos jue gos el que pre fie ro es el de

15 . Fin jo que vie ne a vi si tar me y que yo le mues tro la ca sa. Con gran des re ve ren cias le di go: Aho ra vol ve mos a la en cru ci ja da an te rior o Aho ra de sem bo ca mos en otro pa tio o Bien de cía yo que te gus ta ría la ca na le ta o Aho ra ve rás una cis ter na que se lle nó de are na o Ya ve rás có mo el só ta no se bi fur ca. A ve ces me equi vo co y nos reí mos bue na men te los dos.

16 No hay un al ji be, un pa tio, un abre va de ro, un pe se bre; son ca tor ce [son in fi ni tos] los pe se bres, abre va de ros, pa tios, al ji bes. La ca sa es del ta ma ño del mun do; me jor di cho, No só lo he ima gi na do esos jue gos; tam bién he me di ta do so bre la ca sa. To das las par tes de la ca sa es tán mu chas ve ces, cual quier lu gar es otro lu gar. es el mun do. Sin em bar go, a fuer za de fa ti gar pa tios con un al ji be y pol vo rien tas ga le rías de pie dra gris he al can za do la ca lle y he vis to el tem plo de las Ha chas y el mar. Eso no lo en ten dí has ta que una vi sión de la no che me re ve ló que tam bién son ca tor ce [son in fi ni tos] los ma res y los tem plos. To do es tá mu chas ve ces, ca tor ce ve - ces, pe ro dos co sas hay en el mun do que pa re cen es tar una so la vez: arri ba, el in trin ca do sol; aba jo, Aste rión. Qui zá yo he crea do las es tre llas y el sol y la enor me ca sa, pe ro ya no me acuer do.