Córdoba, 2 diciembre Señor Presidente de Honor Señores Académicos Señoras, señores.

Transcripción

1 Córdoba, 2 diciembre 1997 Señor Presidente de Honor Señores Académicos Señoras, señores. Nos encontramos aquí reunidos para recibir formalmente en el seno de la Academia al Dr. Ramón Daniel Pizarro, catedrático universitario, civilista destacado, publicista cuyos libros y trabajos han marcado huella en la doctrina y jurisprudencia nacionales. Alguna vez he dicho que la recepción de un nuevo miembro de número es uno de los actos de mayor trascendencia en la vida de nuestra Corporación, que -luego de la partida de amigos que nos acompañaron en esta tarea silenciosa- incorpora sangre nueva, sangre joven, que ha de traer sus aportes para colaborar en el cumplimiento de la misión de servicio a la comunidad que pesa sobre la Academia. Nuestra Academia es una Academia joven, no sólo porque apenas sobrepasa el medio siglo desde su creación, lo que en la vida de estos Cuerpos es apenas un instante fugaz, sino también porque desde el momento mismo de su nacimiento quedó signada de manera indeleble por el propósito que inspiró a sus creadoras de que no fuese el asilo de una senectud dorada, sino que sus integrantes -como nuestro preclaro maestro, Pedro León- fuesen personas con la vitalidad y empuje suficientes para realizar todavía aportes de positiva creación en el campo de las ciencias jurídicas, mirando siempre hacia el futuro. En algunas Academias se fijan topes mínimos de edad para la designación de miembros de número. Nuestra Casa ha preferido más bien poner topes de "excelencia", sin mirar tanto a los años de sus integrantes, cuanto a la madurez acreditada en sus trabajos. No hace mucho perdimos a un compañero muy querido, Guillermo Becerra Ferrer, y en su tumba alguno de los oradores recordó la precocidad de su talento, acreditada por la temprana edad en que obtuvo su licenciatura, su paso por la cátedra universitaria, su desempeño en cargos públicos y su ingreso a la Academia a una edad que fue la menor que registran nuestros archivos: 42 años. A esa misma edad fue elegido Daniel Pizarro para ocupar este sitial. Pero esto no es una novedad; no puedo dejar de

2 2 señalar que muchos otros de los que han honrado esta Casa y al Derecho argentino, estaban en situación semejante cuando fueron designados. Sin pretender agotar la nómina recordaré algunos nombres que han descollado en la doctrina jurídica de nuestra patria: Sebastián Soler, designado a los 43 años; nuestro Presidente de Honor, Pedro J. Frías, a los 45 años, y también a la misma edad los recordados compañeros y amigos: Alfredo Rossetti y Jesús Luis Abad. Ha sido una constante en nuestra Academia buscar sangre joven que pueda dar de sí todo lo posible, y cuyo aporte consolide el futuro de la Institución. Procuraré ahora, en breves trazos, bosquejar algunos aspectos de la personalidad del Académico que hoy incorporamos. No pueden mis palabras dejar de estar teñidas de subjetividad y emoción, porque conozco a Ramón Daniel Pizarro desde hace un cuarto de siglo, en la época en que yo fui designado Académico (diciembre de 1972). Entre los integrantes de una de esas reducidas promociones sin examen que se daban en el pequeño anfiteatro del viejo edificio de calle Trejo 241, descolló como uno de los mejores alumnos que he tenido. Mantuvo desde entonces esa línea, destacándose en los estudios y manteniendo estrechos vínculos con el quehacer universitario en el campo de la investigación y la docencia. A la Promoción sin Exámenes de Obligaciones del Curso de 1973, se agregó posteriormente su adscripción a la Cátedra, apenas recibido, sin cortar el cordón umbilical con la Universidad, y mantener un contacto que se ha prolongado a lo largo del tiempo. Muy joven todavía participó en las Cuartas Jornadas Sanrafaelinas de Derecho Civil, cuyos organizadores habían dispuesto otorgar premios a las mejores contribuciones de autores noveles. Un jurado integrado por Augusto César Belluscio, Jorge Mosset Iturraspe y quien les habla fue el encargado de discernir las distinciones, y el primer premio le correspondió a Daniel Ramón Pizarro; el segundo premio se otorgó a otro querido alumno, Miguel Rodríguez Villafañe, que luego no se dedicó al derecho civil, sino al derecho público. Confieso que en aquella oportunidad tuve el temor de que el afecto por mi alumno más dilecto me inclinase a tratarlo con favoritismo, y al principio me retraje; fue mérito de los otros dos integrantes del jurado el que se le concediese el primer premio. Era un excelente trabajo sobre aspectos procesales de la lesión subjeti-

3 3 va, que ponía de relieve que Ramón Daniel Pizarro no sólo atendía a lo teórico, sino que consideraba indispensable analizar la faz práctica y la aplicación de las figuras que estudiaba. A su tarea en la docencia y la investigación ha sumado siempre su labor en el Foro, como integrante de un destacado estudio que es uno de los más respetados de nuestro medio. Paralelamente prosiguió con sus tareas de investigación y allá por 1980, en colaboración con quien hoy es su socio, Carlos Gustavo Vallespinos, escribimos una obra sobre lo que en esos tiempos era un problema acuciante: "La inflación y la actualización monetaria". Fue el primero de sus trabajos de envergadura. Al mismo tiempo comenzó a trabajar en su tesis doctoral, impulsado no sólo por su maestro, sino también por Sura, su recordada madre, que soñaba con verlo doctorado. Recuerdo que cuando culminó la tarea tuvimos una reunión en su casa de calle 27 de Abril, y Sura, con emoción, en un aparte me solicitó: -Doctor: ahora tiene que lograr que se case! Qué podía responder? Cuando tuve que prologar la obra que había sido el fruto de sus desvelos de doctorando recordé que en algún momento había llegado a creer que, por ciertas circunstancias de la vida, no iba a concluir esa labor, siempre tan dura y que requiere tan exigente dedicación; por ello había recurrido a un ardid psicológico, expresándole que estaba convencido de que no iba a terminar su obra. En realidad, como señalo en ese prólogo, a Pizarro lo afligía otra preocupación, el saber que iba a perder un ser muy querido, y enmascaraba ese profundo dolor tras una sonrisa aparentemente despreocupada. El tema de su tesis, Responsabilidad por el riesgo o vicio de la cosa, respondía en cierta forma a una preocupación que habíamos marcado desde la Cátedra. Con anterioridad en Córdoba la teoría que predominaba en materia de responsabilidad civil era el subjetivismo; en nuestras clases, en cambio, con frecuencia hicimos hincapié en que no debían olvidarse los factores de atribución objetiva, posición que luego se ha impuesto en la doctrina nacional. Pizarro se enroló en esa corriente, como lo demuestra no solamente su tesis doctoral, sino la posición adoptada en libros posteriores como el de "Responsabilidad civil de los medios

4 4 masivos de comunicación", y también en innumerables trabajos publicados en revistas jurídicas del país y del extranjero. Prosiguió su carrera universitaria accediendo al cargo de Profesor adjunto por concurso, y luego de Profesor titular, en la Cátedra que yo había ocupado, sucediéndome en ella. Por eso, cómo no voy a hablar con emoción del discípulo! Para el Maestro la mayor de las satisfacciones es, quizás, ver los logros del discípulo, y este acto de su incorporación como Académico, me brinda, sin duda, esa satisfacción. Es, además, un discípulo agradecido, y esto es algo que debe destacarse. A veces el Maestro da de si todo lo que puede, pero ello no basta; es necesario, en este camino de doble vía, que encuentre discípulos dispuestos a recibir esas lecciones, para hacer fructificar las enseñanzas del maestro. Esa actitud discipular lo ha caracterizado a Pizarro; no se trata de aceptar calladamente las palabras del maestro, que muchas veces serán discutidas y rebatidas, sino de captar lo esencial de la lección que el maestro pretende inculcar a sus alumnos: la necesidad de que cada uno realice con esfuerzo su búsqueda personal de la Verdad. Decía que es un discípulo agradecido; en el Prólogo de la última de sus obras que he mencionado tiene palabras que me hicieron llorar de emoción, recordando las horas compartidas en la tarea que silenciosamente realizábamos en el viejo Instituto de Derecho Comparado. Pizarro es un jurista que tiene visión de la realidad. Aunque ha dedicado largas horas al estudio de los problemas de la responsabilidad, sus esfuerzos no se agotan en ese tema. Sabe que la vida ofrece un prisma mucho más complejo, que exige dedicarse a la totalidad de los problemas que se plantean en el campo del derecho, y esa comprensión cabal lo lleva ahora a internarse por otros caminos, sin abandonar el estudio de los problemas de responsabilidad civil. Pero, además, Ramón Daniel Pizarro es hoy un padre feliz, que ha realizado de esa forma los sueños de su madre, cuya solicitud ha sido atendida por alguien que tiene poderes de que yo carezco, y estará gozando en este instante desde el Cielo, al ver que

5 5 su hijo ha logrado coronar sus esfuerzos y realizarse plenamente tanto en lo académico, como en lo familiar. Nada más.