Sí que los hay, psicoanalistas que conversan 1. Hablaré hoy informado del tema del congreso, centrado en la equidad social. Lo

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1 Sí que los hay, psicoanalistas que conversan 1 Lucio Gutiérrez Sociedad de Psicoanálisis ICHPA Hablaré hoy informado del tema del congreso, centrado en la equidad social. Lo que diré, si reviste alguna novedad, transitará más por ofrecer una perspectiva personal respecto a un viejo tema, que por entregar datos nuevos que aporten a un problema. Como clínico los datos no son objeto de mi interés sino los modos de mirar el mundo. Aunque ello pueda sonar poco científico, hay un método y criterios de rigurosidad detrás de ello, pero la retórica puede ser un tanto disidente. Quisiera hablarles de una forma particular de equidad social en la médula del pensamiento psicoanalítico. Me refiero a la noción de conversación en psicoanálisis. Al plantear esta cuestión estoy juntando dos términos que no suelen ir de la mano: psicoanálisis y conversación. Y más aún, lo hago a partir de la idea de equidad social, lo cual involucra una paradoja. Hablo de equidad no como sinónimo de igualdad, sino en el sentido de la posibilidad de encontrar lo que a cada cual le corresponde. Tengo la impresión que conversar en psicoanálisis permite encontrar lo que a cada cual le corresponde. Es un asunto de muchas aristas, aunque la que quiero plantear hoy es relativamente simple y directa. A fin de tratar el asunto de la conversación en psicoanálisis debo esclarecer los términos que fundamentan lo que quiero decir. Pensemos en una marcha estudiantil. 1 Presentado en el VI Congreso Chileno de Psicología, Santiago de Chile, 10 de Noviembre de 2011.

2 Hay una marcha y los marchantes van lanzando una arenga. Podemos decir con certeza que están hablando, pero difícilmente podríamos referirnos a eso como una conversación. Dos amigos en un bar hablan y le llaman a eso sin objeción una conversación. En qué punto diferenciamos habla y conversación? Hay elementos comunes entre una arenga de marchantes y los decires de dos amigos en un bar. En ambos casos se habla y esa interacción verbal nos hace suponer que lo dicho se encuentra dirigido a un otro. Siguiendo los desarrollos de cierta teoría del lenguaje, inspirada en el pensamiento de Mijaíl Bakhtin, le llamaremos a eso la presencia de enunciados en lo dicho. Lo dicho no es un mero intercambio de palabras. Las palabras y oraciones vienen marcadas por quien las dice, tanto en función del contexto en el cual se producen, como por el destinatario al que están destinadas. Déjenme ser lo más claro posible en este asunto: decir ahí hay una mesa nunca refiere al significante mesa en conexión con cierto significado mesa. Es esa mesa, aquella preñada de otros enunciados. Quizás en el sentido de ahí hay una mesa apuntando a cómo no lo viste, al modo de ahí hay una mesa añadiendo cierto poh! implícito. O ahí hay una mesa insistiendo en una sorpresa en el contexto de un local lleno de gente. O ahí hay una mesa, en tono lacónico, sugiriendo la inefable condición de la existencia donde luego de muchas vueltas Sartre ha llegado a la conclusión de que sí, ahí hay una mesa, pero más nada. El contexto y la acentuación dotan de sentido plenamente subjetivo a quien dice mesa. Y es que todo decir viene siempre marcado por quien lo enuncia y esto

3 incluye una expectativa de respuesta. Le llamamos a eso la condición responsiva del discurso: todo lo que se enuncia siempre se encuentra inmerso en una cadena de enunciados, acontece como la respuesta a enunciados previos y en la anticipación de enunciados futuros. O en otras palabras, lo que se enuncia se enuncia en respuesta a lo dicho por otro: incluyéndome como otro en el tiempo. Y a la espera también de una respuesta futura, de otro, a lo que he dicho. Volviendo sobre la comparación entre la arenga y el bar, en ambas formas de habla lo dicho se encuentra dirigido a un destinatario, sea ese destinatario el amigo del bar, el estado, algún personaje público, o cualquier otro. Pero a una forma le llamamos conversación y a la otra no. La diferencia parece estribar en que en el caso de dos amigos en un bar, el destinatario se asume en una situación aquí, ahora, conmigo, hablante, mientras que el destinatario de la arenga, típicamente, se encuentra allá en otro lugar, indispuesto a dar respuesta. Conversar supone la expectativa de otro en una situación aquí, ahora, conmigo, hablante. Los dichos son dirigidos a otro que responde. Eso suele enmascarar el hecho de que todo lo dicho siempre va dirigido a otro. Pero que no siempre está ahí para responder. Allí dejamos al teoría del lenguaje y nos adentramos en los que quiero decir respecto al psicoanálisis y que transita en torno a la idea de una disposición, posición

4 o actitud del psicoanalista. Decimos sí que los hay, psicoanalistas que conversan y esto es una toma de posición respecto de la actitud del psicoanalista. La disposición de un analista hacia las comunicaciones de un paciente viene marcada por las ideas que sostienen a cada analista en su práctica clínica respecto de cómo dirigir el sentido de una cura, los modelos psicopatológicos a la base y la teoría de la técnica. Estos conjuntos de ideas establecen cierto espectro a partir del cual se estima lo qué es considerado una válida intervención y se desestima lo qué se consideran errores o aspectos de la práctica clínica que no van en el sentido de una cura. Nociones como la de contra actuación, errores técnicos y buen o mal timing de la interpretación son ejemplos de ello. En particular, la actitud del analista estará marcada por cómo considera debe responder, a través de su quehacer, a los dichos del paciente. Las nociones originarias de este asunto se encuentran en el texto freudiano, en particular en las ideas de abstinencia y atención flotante de parte del médico tratante. Para Freud el paciente y el analista deben abocarse a la misma ley, en dos versiones un tanto diversas. El paciente asocia libremente, esa es su ley. El analista se mantiene libre de atención reconcentrada, de interés preconsciente hacia temas prefigurados, se mantiene en atención parejamente flotante respecto de lo dicho por el paciente. Pero aquí viene la pregunta cómo se lleva a cabo esta ley? Sucesivas formulaciones como la metáfora de Freud donde compara al analista con el temple del

5 médico cirujano, y otras de autores posteriores han dado pie a que muchos analistas se convenzan de la pertinencia de dejar de lado la actitud abierta a lo conversacional con sus pacientes, reemplazándola por una actitud elusiva respecto al paciente o evidencial respecto a lo dicho. Una actitud elusiva de parte del analista le permitirá la abstinencia mediante la evitación de respuesta frente a la pregunta del paciente. Ud qué piensa doctor? Silencio o qué es lo que Ud. piensa. Una actitud evidencial de parte del analista le permitirá la abstinencia mediante la pretensión de reflejar, no ser más que el espejo de los procesos del paciente, o en versiones más sofisticadas el operador de discurso: el cirujano que operará quirúrgicamente sobre el discurso del paciente. Versiones claras de esto se desarrollaron en la década de los 50 y 60, pero hasta hoy tenemos versiones veladas del mismo asunto, por ejemplo la razonable exposición de Kernberg respecto de la necesidad de una neutralidad técnica a la hora de considerar la tarea del analista que toma al Yo como objeto de observación. O bien ciertas lecturas particulares de la obra lacaniana que defienden la idea del analista en el lugar del muerto, enfatizando lo muerto y no el carácter de juego presente en ello. Yo me pregunto si será necesaria una actitud elusiva o evidencial a la hora de trabajar con nuestros pacientes. Me pregunto si será posible sostener la abstinencia en un sentido diverso, no equiparable a la idea de una neutralidad técnica ni mucho menos de una artificial disposición quirúrgica. Creo por supuesto que sí. Siguiendo a Coloma, el análisis debiese instaurarse bajo el marco de un setting coloquial. Esto cobra para mí una forma que podría indicar como una variante específica de esa idea suficientemente abarcativa, y que es la de un setting conversacional.

6 Hablar de un setting que permita la conversación con un paciente no quiere decir que la conversación que se desarrolle será símil de los dos amigos bebiendo cerveza en un bar. Retomando lo anteriormente señalado, diremos que lo que marca lo que llamamos conversación supone la expectativa de una respuesta en un contexto aquí, ahora, conmigo, hablante. Y aquí viene la vieja novedad psicoanalítica. Y es que desde la teoría psicoanalítica asistimos al reconocimiento que lo que se dice no se le dice únicamente al analista. Es la reedición de un clisé, en lenguaje Freudiano. Y le llamamos a eso transferencia. Se transfieren en el decir modos de amar en el pleno sentido del término incluyendo el odio. Y es en función de dicha transferencia, y sólo en función de la comprensión de dicha transferencia, que el analista podrá dirigir la cura. Pero la transferencia ocurre de manera selectiva, se depositará sobre sujetos que contengan elementos particulares que faciliten dicho proceso. Las representaciones del paciente respecto de la cura y la figura del analista suponen también una expectativa respecto de quien será el analista. Estas representaciones van mutando en el tiempo: conforme se instala un trabajo analítico, surge la neurosis de transferencia, que se toma de aspectos del analista para configurar nuevas expectativas respecto a quien será el analista para el paciente. El analista cobra vida, por así decirlo, y con en su voz cobran vida otras voces con las que el paciente comienza a hablar.

7 Allí encontrará el psicoanálisis su valor diferencial como acercamiento psicoterapéutico. Es en la doble condición de ser destinatario actual y destinatario en el tiempo, que el analista podrá conocer e interpretar en sus términos lo que está ocurriendo en la interacción con el paciente. Insisto en ello: al mismo tiempo agente actual y agente en el tiempo, el paciente le habla al analista en respuesta a quien el analista es para el paciente, en respuesta a quien el analista ha sido en el tiempo de ese tratamiento para el paciente, y en respuesta a quien el analista no es, ese otro a quien el paciente le habla dirigiéndose al analista. Esto en nada obliga al analista a una actitud evidencial o elusiva. La abstinencia no es parte de la actitud del analista, sino el resultado de su ejercicio profesional. El analista se encuentra informado de la condición polifónica de la conciencia: lo inconsciente cobra la forma de un empuje a repetir pasados modos de amar, lo cual se traduce en que siempre, en la sesión, asistimos a un barullo de voces marcadas por la pulsión. El analista debe cuidar no suponerse destinatario único, ese es su compromiso ético. Analizar supondrá el ejercicio de indagación en los decires del paciente, a la ciega de las conversaciones detrás de las arengas. Y esto supone poner en perspectiva el discurso del paciente: develar la polifonía de la conciencia, la múltiples voces que hablan en la aparentemente única voz del paciente. Los múltiples destinatarios a los que se dirigen los decires del paciente. Los contextos que dotan de sentido lo dicho y

8 la expectativa de respuesta que se encuentra impregnando los decires de quien padece. La actitud que defiendo es de apertura a lo conversacional pues sólo a través de la conversación podremos encontrarnos con la multiplicidad dialógica de voces que vuelven monológicas, monolitos disimulados en síntomas, en los sueños, las formaciones de compromiso y en general en los dichos de los paciente. Sólo en una disposición a la conversación el analista será capaz de conocer la sutileza de estas voces, reflejo de perspectivas y orientaciones frente a la vida. Analizar es abrirse paso a ciertas formas de conversación para conocer algo del barullo que se silencia en la conciencia cotidiana.