EL TEMPLO DE HÉRCULES GADITANO: REALIDAD Y LEYENDA LEONOR DE BOCK CANO

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1 EL TEMPLO DE HÉRCULES GADITANO: REALIDAD Y LEYENDA LEONOR DE BOCK CANO

2 El Templo de Hércules Gaditano: Realidad y Leyenda Foto Portada: Pedro Leal Edita: Fundación Vipren Autora: Leonor De Bock Cano I.S.B.N.: D.L.: CA-198/2005 Imprime: Alograf, S.L. Chiclana de la Frontera (Cádiz) La Fundación VIPREN no se hace responsable del contenido y de las opiniones vertidas en esta publicación, siendo de la exclusiva responsabilidad del autor.

3 El Templo de Hércules Gaditano AGRADECIMIENTOS En primer lugar, soy deudora de todos los que han tratado previamente tanto del tema concreto de este libro como de otros aspectos con él relacionados como la civilización y reli - gión fenicias, la mitología griega o la historia antigua y la arqueología de Cádiz y su entorno, que figuran en el correspondiente apartado en el capítulo de la Bibliografía. He preferido no hacer constar notas a pie de página para no hacer demasiado engorrosa la lectura del trabajo. Sólo he indicado las fuentes antiguas de las que proceden los textos mencionados o las noticias sobre el santuario. Las traducciones de textos clásicos proceden generalmente de las de la editorial Gredos- en algunos casos de las de la Loeb Classical Library en inglés, cuando no he podido consultar la traducción al español- y las de los textos árabes, del capítulo XVII de las de Martínez Montávez, Juan Abellán, García y Bellido y en algún caso de Rafael Sánchez Saus. En segundo lugar, agradezco sinceramente la colaboración prestada tanto a las siguientes entidades, como a su personal atento y eficaz, que han hecho posible la confección de este libro: Biblioteca de Humanidades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz Biblioteca del Rectorado de la Universidad de Sevilla Biblioteca General de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla Departamentos de Historia Antigua y de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz Departamentos de Historia Antigua y de Prehistoria y Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla Biblioteca Pública Provincial de la Junta de Andalucía (Cádiz) Biblioteca de Temas Gaditanos Biblioteca del Casino Gaditano Biblioteca Pública Municipal de Chiclana de la Frontera Museo Arqueológico de Cádiz Museo de las Cortes de Cádiz Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera Museo Arqueológico de Sevilla Museo Arqueológico Nacional 5

4 FUNDACIÓN VIPREN Delegación de Cultura de Cádiz Centro de Arqueología Subacuática. Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (Cádiz). También a las siguientes personas, cuyas orientaciones y amabilidad han sido decisivas para mi trabajo: Dña. Mª Cruz Marín Ceballos (Departamento de Historia Antigua, Sevilla) D. Enrique García Vargas (Departamento de Prehistoria y Arqueología, Sevilla) Dña. Inmaculada Pérez López (Departamento de Arqueología, Cádiz) D. Lorenzo Perdigones y D. Juan Alonso de la Sierra (Gabinete Pedagógico de Bellas Artes de la Delegación de Cultura, Cádiz) Dña. Lourdes Márquez, Dña. Josefa Martí y D. Carlos Alonso Villalobos (Centro de Arqueología Subacuática. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Cádiz) Dña. Carmen García Rivera (Delegación de Cultura de Cádiz y directora del Centro de Arqueología Subacuática. Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Cádiz). D. Angel Muñoz Vicente (arqueólogo; director del conjunto arqueológico de Baelo Claudia de la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz). D. J. Ramón Ramírez Delgado (director del Museo de las Cortes de Cádiz). D. Antonio Alvarez Rojas (director del Museo de Cádiz). D. Fernando Fernández Fernández (director del Museo Arqueológico Provincial de Sevilla). D. José Luis Bermúdez García (Departamento de Ciencias Naturales del IES «Pablo Ruiz Picasso" de Chiclana de la Frontera) D. Manuel Montero Rastrero (Departamento de Historia del IES "Pablo Ruiz Picasso" de Chiclana de la Frontera) D. Ricardo Vinuesa Parral (Departamento de Historia del IES "Pablo Ruiz Picasso" de Chiclana de la Frontera) D. José Manuel Traverso Ruiz (Departamento de Dibujo del IES "Pablo Ruiz Picasso" de Chiclana de la Frontera) D. José Carlos Marqués Gómez (licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Córdoba) Por su revisión del trabajo, por las palabras de su prólogo y por sus acertados consejos a: D. Javier Lomas Salmonte, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Cádiz De manera muy especial, por sus revisiones y anotaciones, su paciencia, su ayuda en la realización de las fotos y sus valiosas sugerencias a: 6

5 El Templo de Hércules Gaditano D. José Ramírez Labrador, profesor de la Universidad de Cádiz Mi agradecimiento igualmente a la Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía por la concesión de una licencia por estudios de tres meses durante el curso , sin la cual este trabajo habría visto la luz con un cierto retraso, y particularmente a D. Manuel González, presidente de la Fundación Vipren, gracias a cuyo imprescindible apoyo y patrocinio se ha podido publicar este libro. 7

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7 Dedicado a Concha, mi madre, y a mis hijas Ana y Clara Llegar quisiera hasta los huertos de manzanas de áureo metal de las Hespérides cantoras donde el señor del mar arrebolado no permite el camino al navegante. Allí está el límite del cielo, límite augusto que sostiene Atlas; brotan fuentes que manan ambrosía en los alcázares de Zeus. Allí la tierra fértil y divina hace nacer la abundancia feliz para los dioses. Eurípides, Hipólito,

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9 El Templo de Hércules Gaditano PRÓLOGO Lo legendario fascina, lo fabuloso envuelve y atrapa, la lejanía actúa como imán y nos atrae. Todo eso, y mucho más, es el libro que ofrece para su lectura y satisfacción nuestra Leonor De Bock. La autora es una helenista de sólida formación. Estudió Filología Clásica en la Universidad de Sevilla de la mano y rodeada de un muy buen plantel de profesores; alguno - ay!- ya se nos ha ido. Y estudió con aprovechamiento. Fue profesora de la Universidad de Sevilla y después del Colegio Universitario de Cádiz adscrito a ésta hasta su desaparición coincidiendo con la creación de la Universidad de Cádiz y la Facultad de Filosofía y Letras. Finalmente optó por la dedicación de sus esfuerzos y conocimientos a la Enseñanza Media, habiendo sido hasta la fecha catedrático de Lengua y Literatura griegas en el Puerto de Sta. María y en Jerez de la Frontera. Ha sido luego profesora de Cultura Clásica y actualmente lo es de Lengua y Literatura griegas en Chiclana. No contenta con su dedicación a nuestros jóvenes estudiantes, a los que introduce en los rudimentos de las lenguas griega y latina y a los que traslada su profunda sapiencia de la cultura clásica, ese poso cultural y civilizador que está en la base de la cultura europea de todos los días, del ayer lejano y del hoy presente, busca un hueco en su quehacer diario para beberse a tragos cortos, pausadamente, gozándose en sus aromas, el inmenso y fascinante caudal de la literatura mediterránea de la Antigüedad, en especial de la griega de la que es muy buena catadora. Fruto de ese sabor y gusto, de la silente lectura de los clásicos, son estas páginas en las que recrea para nosotros la poderosa imagen de Hércules-Herakles- Melqart, ese dios trino y uno que señoreó el Mediterráneo desde los lejanos tiempos fenicios en los que su mansión y su poder sobre los hombres fue la otra orilla, oriental, del mare nostrum, hasta los gloriosos días de la Cádiz trimilenaria, mal que le pese a algunos, fenicia y romana sobre todo. Ahí es nada. A lo lar go de estas páginas tenemos ocasión de comprobar su buen quehacer como narradora que nos guía con maestría por el cúmulo de publicaciones de que ha sido objeto el protagonista del relato y por la, a veces difícil, lectura de la literatura clásica que se hizo eco de las andanzas del dios fenicio, Melqart, transmutado por obra del sincretismo en el Hércules romano. Es el suyo, el que Leonor propone, un recorrido histórico que nos intro - duce en las aportaciones culturales fenicias a la protohistoria del Golfo de Cádiz, que no fueron pocas, en el campo de la minerometalurgia y la agricultura, de la lengua y de la religión. 11

10 FUNDACIÓN VIPREN Recrea la paleogeografía y la vieja historia de Cádiz, antaño conjunto de islas, hogaño una península unida a tierra firme por un tómbolo arenoso. Recreación que es amena, clara, tersa e inteligible como lo es su propia escritura, sin caer en tediosas eruditeces o en una historia episódica que no haría sino entretener, marear la perdiz, sin conducir a ninguna parte. Al ser Melqart-Hércules el protagonista del relato, centra su narración en la naturaleza del dios y de la religión fenicia a la que pertenece, en el sincretismo del que fue objeto en tempranas fechas, en la relación entre Herakles y los mitos que los griegos ubicaban en este lejano, para ellos, Occidente, en los trabajos del dios representados en las puertas de acceso al templo. Minuciosamente describe el santuario que albergaba al dios, su ubicación en Sancti Petri, los paralelos que podemos rastrear en el Mediterráneo, la función oracular y los sacrificios que en él se llevaban a cabo, su papel económico y político, su jerarquía sacerdotal y los tabúes y prescripciones que rodeaban al clero y a los fieles. Era un templo prestigiado en el Mediterráneo, por eso precisamente fue objeto de visitas de renombrados estadistas y hombres ilustrados, que alber gaba y poseía inmensas riquezas, por eso precisamente fue objeto de codicia y rapiña por parte de algunos desaprensivos generales romanos. Todavía a fines del siglo IV después de Cristo, cuando ya el cristianismo estaba en pleno auge y consolidando sus posiciones en el Mediterráneo, cuando tenemos constancia de la existencia de comunidades cristianas en buena parte de la Península Ibérica y contaba con una tupida red de iglesias en el Sur, un escritor latino, Avieno, recordaba la solemnitas del templo. Este es un libro que está sustentado en una rica y muy diversa, por la naturaleza de sus géneros, documentación griega y latina, sin descuidar las aportaciones arqueológicas que son importantes para el conocimiento del objeto de estudio, el Hércules gaditano. Por ello, y para quienes estamos interesados en conocer nuestro pasado y somos curiosos y ávidos lectores, el libro es también una invitación a la lectura de nuestros clásicos, griegos y latinos, que además cuentan con traducción al castellano. El curioso enciclopedista griego Estrabón, el no menos curioso Plinio el Viejo, el poeta latino Silio Itálico, el gran historiador griego Polibio, son algunos de ellos. Pero el libro es también una invitación al paseo por nuestros museos, entre los cuales muy principalmente el Museo Provincial, en cuyas salas tenemos y hallaremos el testimonio y el recuerdo de lo que fue el pasado que hollan nuestros pies. Mi cordial felicitación a la autora por las estupendas páginas con que nos regala y por su amable invitación (aunque no lo diga expresamente) a indagar por nuestra cuenta en el pasado a través de la literatura de la que se sirve y de los testimonios arqueológicos que utiliza. Cádiz, Abril de 2004 Francisco Javier Lomas Salmonte Catedrático de Historia Antigua Universidad de Cádiz 12

11 El Templo de Hércules Gaditano INTRODUCCIÓN El gaditano de a pie suele confundir el templo de Hércules con el "castillo", es decir, con los restos de la más reciente fortificación de los siglos XVI al XVIII- que todavía se yergue, junto con el faro, en el actual islote de Sancti-Petri. Sin embargo, los vestigios del antiguo templo no son hoy visibles, por encontrarse todavía sumer gidos en las aguas que rodean el islote, aunque sabemos aproximadamente donde pueden estar y tenemos multitud de testimonios antiguos y modernos sobre él. El nombre de Sancti-Petri tiene, en efecto, múltiples significados. Además de poder referirse a la fortificación militar, se utiliza para designar la isla, esa isla donde han encontrado inspiración escritores como Fernando Quiñones y compositores como Manuel de Falla y que fue la primera en recibir tal denominación. Puede también denominar el caño que enlaza el Atlántico con la bahía gaditana y la península situada en la parte más occidental del término municipal de Chiclana, arteria y corazón del Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Por otro lado, también llevan el mismo nombre el puerto deportivo y el antiguo poblado almadrabero almadrabas las de Sancti-Petri conocidas ya en el siglo XVI- cuyas ruinas todavía contemplamos, amén de algunos nuevos núcleos residenciales turísticos de la zona. Pero Sancti-Petri está especialmente ligado al santuario de Hércules Gaditano, que fue uno de los más importantes de la Antigüedad. En él se dio un sincretismo religioso, es decir, una mezcla de cultos, poco usual en la historia, como poco usual fue su pervivencia a lo largo de mil quinientos años, al final en competencia incluso con el cristianismo. Su vinculación primero con el dios fenicio Melqart y luego con la archiconocida figura mítica de Hércules, aviva la curiosidad de los chiclaneros, que se asombran de que muy cerca de su ciudad, en tiempos remotos, hubiera un templo donde se guardaban las cenizas del popular semidios o donde Julio César lloró delante de la estatua de Alejandro Magno. Puesto que la zona de Cádiz era considerada el extremo del mundo conocido por los griegos y que aquí se situaban alguno de los doce trabajos de Hércules a lo que alude el her - moso texto de Eurípides con el que abrimos este libro-, podemos considerar el templo y su entorno como una de las áreas sagradas de mayor trascendencia en la Península Ibérica, comparable por muchas razones y salvadas las distancias de tiempo y espacio con la zona gallega de Finisterre, otro fin del mundo en el Noroeste de la Península. 13

12 FUNDACIÓN VIPREN Hasta aquí llegaba la vía septentrional romana que enlazaba Pompaelo (Pamplona) con Iria Flavia, en Galicia, cuyo trazado seguía en gran parte el medieval Camino de Santiago, igual que la via Augusta, que llegaba hasta el templo de Hércules, continuaba la mítica via Heraclea por donde el héroe griego transitó con los bueyes robados a Gerión. Igual que las columnas heracleas jalonaron el estrecho de Gibraltar, la torre de Hércules, el faro romano que todavía se alza en La Coruña, señaló el otro finis terrae de la Península. Así como el santuario de Hércules perduró unos 1500 años, el templo consagrado a Santiago viene ya durando un milenio, con sucesivas reformas y ampliaciones sobre la pri - mera iglesia construida encima de la tumba del apóstol, señalada por una estrella (Campus stellae). Este descubrimiento, producido a principios del siglo IX a.c., tuvo una rápida repercusión eclesiástica, política y económica en toda Europa. Objeto de gran veneración eran también las reliquias del héroe fenicio y clásico que se guardaban en el Heracleion. Las de Santiago fueron respetadas por el mismo Almanzor, aunque este caudillo musulmán se llevara las campanas de la iglesia gallega a Córdoba para que le sirvieran de lámparas. El templo del apóstol tiene una entrada espectacular, el famoso "pórtico de la Gloria", desde el que enseñorea Cristo rodeado por más de 200 figuras, de la misma manera que el templo de Hércules presentaba en sus puertas al héroe y algunos de sus 12 trabajos, custodiadas por dos estelas labradas en materiales preciosos. Por el mencionado camino romano que llegaba hasta Galicia, lo mismo que por la mítica via Heraclea que iba desde Roma a Gades, acudían peregrinos en cantidades masivas, a los que una vez llegados sahumaba más por medida higiénica que religiosa el botafumeiro, comparable a los quemaperfumes del templo fenicio. Santiago, el hermano de Cristo, era llamado el Hijo del Trueno por su fuerte carácter, y se convirtió en un personaje guerrero que venía a dar fuerzas en la batalla a los reyes cris - tianos contra el invasor musulmán; Hércules era famoso por su fuerza física y sus accesos de ira que le llevaron más de una vez a la locura, y vino a Occidente según algunos incluso con un ejército para derrotar al monstruoso Gerión. Los paralelismos son muchos, porque los sentimientos religiosos, con frecuencia acompañados de connotaciones mágicas y utilizados como medio de control económico y político del territorio, se repiten en diferentes espacios a lo largo de la historia de la Humanidad. En aquellas charlas informativas que dábamos en los veranos de mediados de los 90 en las excursiones que el partido andalucista de Chiclana organizaba al castillo de Sancti-Petri surgían toda clase de interrogantes sobre el tema del templo de Hércules gaditano, tanto entre los chiclaneros como entre los turistas asistentes, preguntas que intentábamos resolver lo mejor que podíamos. Hoy queremos ofrecer no sólo a la ciudad de Chiclana, sino a las de toda la Bahía así como a los foráneos que nos visitan, la posibilidad de contar con la información esencial disponible sobre un tema tan fascinante de nuestra historia antigua. Esa esplendorosa historia cuyo conocimiento Blas Infante reivindicaba para todos los andaluces y que las nuevas generaciones deben recibir de las anteriores como parte irrenunciable de sus señas de identidad. 14

13 El Templo de Hércules Gaditano I. LOS FENICIOS: MARINOS, COMERCIANTES Y ARTESANOS. LA RUTA DE OCCIDENTE. Cádiz tiene fama de ser la ciudad más antigua de Occidente. Quizás esto no sea exactamente así, pero sin duda es una de las más antiguas, fundada, como es sabido, por los feni - cios, con el nombre de Gadir. Pero, quiénes eran exactamente estos fenicios y de dónde venían? Cómo llegaron hasta nuestras costas? Qué buscaban en un lugar tan alejado del Próximo Oriente, de donde procedían? Intentaremos dar una imagen lo más aproximada posible de esos avezados navegantes a los que algunos investigadores actuales han llamado "señores del mar", mientras que griegos y romanos los calificaban de "rapaces", "taimados", "falaces e intrigantes", "mañosos", etc. (Homero, Odisea, XIV, 288, 289, 290; XV, 415, 419), contribuyendo a crear una tradición que impulsó incluso, alentada por factores extracientíficos, una corriente contraria a los fenicios en la historiografía europea desde principios del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial y que perdura incluso hoy en el imaginario popular. Ya Aristófanes, autor griego de comedias del siglo V a.c., decía: "Me convierto en un verdadero fenicio: con una mano doy y con la otra recojo" (Fr. 957 Kassel-Austin). La palabra "fenicio" ( phoínix) procede de los griegos, y significaba "púrpura" o "color rojo intenso", de manera que "fenicios" serían los "hombres de la púrpura", en relación con la producción y comercio de tejidos teñidos de esta sustancia, una de sus principales actividades industriales, de costosa obtención, pero que les reportaba pingües beneficios. Según la leyenda, Phoinix, el héroe que da nombre a este pueblo, era rey de Tiro y hermano de Europa, y durante sus viajes en busca de ésta última, raptada por el dios Zeus, se había establecido en un país al que había dado su nombre, "Fenicia", que sería "el país de la púrpura". Aeste Phoinix atribuye una tradición el invento de la púrpura, según la cual cerca de Tiro un pastor y su perro hicieron un descubrimiento casual, al morder éste un molusco sin duda, el murex-, con el que se tiñó de rojo las mandíbulas. El pastor, pensando que el perro estaba herido, se las enjugó con un vellón de lana, y ésta se volvió de color violáceo. Llevado el vellón de lana ante el rey de Tiro, éste adoptó el color púrpura como insignia real y como emblema de la monarquía. Que esta leyenda es de origen fenicio, aunque nos la transmiten Nonno ( Dionisíacas, XL, ), Aquiles Tacio (II, 1 1, 4-6) y otros autores 15

14 FUNDACIÓN VIPREN clásicos tardíos, lo demuestra el hecho de que algunas monedas de Tiro llevaban la figura del famoso animal. En algunas de ellas se veía incluso al perro mordiendo una concha. Los fenicios se denominaban a sí mismos "cananeos" y a su territorio lo llamaban "Canaán", denominación que también aparece en la Biblia y entre sus vecinos asiáticos y egipcios, pero nosotros, a partir de la Edad del Hierro, el 1200 a.c., les conocemos con el nombre que les dieron los griegos. A los fenicios de Occidente se les llama "fenicios occidentales" si se trata de los siglos VIII al VI a.c. y "púnicos" -casi siempre sinónimo de "cartagineses"- si hablamos de los siglos VI al II a.c. 16 Fig. 1. Las ciudades de Fenicia y el Mediterráneo Oriental.

15 El Templo de Hércules Gaditano Fig. 2. La expansión fenicia en el Mediterráneo. Estos semitas venían del rincón oriental del Mediterráneo, de una franja costera de apenas 30 Kms. de anchura correspondiente a la actual Líbano, donde sus principales ciudades eran Biblos (o Gubla), Tiro, Sidón y Arvad (fig. n.º 1). No estamos bien informados sobre los tiempos más antiguos de esta cultura, porque nos faltan las fuentes de información, y sobre las épocas más recientes los testimonios proceden en su mayor parte de competidores comerciales o de enemigos (israelitas, asirios, egipcios, griegos y romanos), por lo que no son del todo objetivos. Sin embargo, los nuevos hallazgos arqueológicos por todo el Mediterráneo y una reinterpretación de las fuentes clásicas ofrecen hoy una visión más ajustada de lo que fue esta civilización, tan estrechamente ligada a la cultura clásica. Hacia el 1200 a.c., un grupo de población desarrolla en la mencionada franja costera una cultura original, aunque heredera directa de los centros más antiguos de la Edad del Bronce, como Ebla, Mari o Ugarit (fig. n.º 1). Su extensión cronológica abarca hasta el siglo VI a.c., con la conquista persa de sus ciudades y la afirmación del poderío de Cartago, una de sus más antiguas colonias del Norte de Africa (figura n.º 2). La primera ciudad fenicia en adquirir la hegemonía comer cial fue al parecer Sidón, entre el 17

16 FUNDACIÓN VIPREN 1200 y el a.c. Testimonio de las relaciones comerciales regulares que existían en el siglo XI a.c. entre esta ciudad y la de Biblos con Egipto es el relato de tipo casi picaresco sobre el viaje del egipcio Unamón a Fenicia, que ofrece además el ejemplo más antiguo de un fenicio establecido en el extranjero para comerciar, y viceversa, de agentes comerciales egipcios en Fenicia. Estas relaciones comerciales se traducen en una gran influencia cultural y religiosa del país del Nilo sobre la ciudad cananea en esta época. También en épocas posteriores se dejó sentir con fuerza la impronta del arte y la religión egipcias sobre otras ciudades fenicias. Tiro, hasta entonces una ciudad satélite de Sidón, de la que la separan sólo 40 Kms, aunque era una ciudad de fundación muy antigua, empieza a destacar sólo en el primer milenio a.c., en concreto bajo el reinado del monarca Hiram I ( a.c.), el instaurador de la "Edad de Oro" de los fenicios y fiel aliado de los reyes David y Salomón de Israel, con los que llegó a pactar acuerdos comerciales. A Hiram se atribuye la reconstrucción del puerto de Tiro, al que dotó de potentes astilleros, la ampliación de la ciudad mediante la unifica - ción de las dos islas primitivas sobre la que se había asentado, la construcción del palacio real y del mercado y la reconstrucción de sus templos. Quizá desde mediados del siglo IX y hasta finales del siglo VIII a.c. se diera una unión de Sidón y de Tiro bajo un solo reino, siempre con el predominio de la segunda, o más bien una confederación que incluyera también a Biblos, lo que explicaría la expansión hacia Occidente así como las diferencias de costumbres, ritual, etc., que se detecta en los yacimientos arqueológicos coloniales. Es esta unión la que parece reflejar el famoso oráculo contra Tiro del profeta Isaías (XXIII, 1-14). Los fenicios nunca tuvieron vocación de Estado. Las ciudades de Tiro, Sidón o Biblos no dejaron de ser unidades políticas independientes, a pesar de la proximidad geográfica, la identidad étnica y la coincidencia de intereses comerciales. La presencia de este pueblo en el Mediterráneo fue la única forma que tuvieron de crear una nación, que podría calificarse en todo caso de "Estado marítimo", sin que ello implicara en ningún momento el sometimiento político de los establecimientos por ellos fundados. Así lo dan a entender tanto la arqueología como los documentos literarios, por ejemplo, los oráculos dirigidos a Tiro por Ezequiel (XXVI-XXVII), que reflejan una situación correspondiente al siglo VI a.c. Tiro ejercía cada vez mayor influencia tanto sobre el estado vecino de Israel como sobre otros territorios próximos, lo que provocaba la hostilidad de los profetas hebreos. La estrecha franja litoral que habitaban los fenicios, delimitada al Este por las montañas del Líbano, poseía escasos recursos agrícolas, sobre todo cereales. Tampoco las montañas libanesas eran adecuadas para la agricultura o la ganadería, pero sí abundaban en bosques de cedros y cipreses, hoy aquejados de una fuerte desertización debido a la tala, y también en carbón y hierro, elementos básicos estos últimos para el desarrollo de la tecnología. Por otro lado, la costa fenicia presentaba frecuentes ensenadas, cabos, islas litorales, estuarios, cerca siempre de fuentes de agua potable, con facilidad para el desembarco y protegida frente a las tempestades. En cambio, las comunicaciones por tierra con las regiones del interior como ocurrió con los grie - gos- no eran cómodas, debido a la pobreza de las zonas vecinas y al carácter accidentado del terreno. Por ello desde un principio estos semitas prefirieron los contactos por mar y perfeccionaron las técnicas de la construcción de barcos y de la navegación. A partir del siglo X a.c. en el limitado espacio físico descrito, como suele ocurrir a raíz de una creciente prosperidad económica, se produce un fuerte aumento demográfico y el 18

17 El Templo de Hércules Gaditano consiguiente déficit alimentario, que provocará la búsqueda de territorios de ultramar, como también dos siglos después ocurriría con los colonos griegos por razones parecidas. Se aducen también como motor de las singladuras fenicias hacia Occidente las constantes luchas intestinas por el poder real que se desatan en sus ciudades entre los grandes jerarcas reli - giosos y los oligarcas enriquecidos por el comercio, y también la creciente demanda de metales (cobre, estaño, y sobre todo plata) de los mercados orientales con los que trafica - ban. En particular Asiria, donde las materias primas escaseaban, tenía una fuerte necesidad sobre todo de metales para sostener su desarrollada producción agrícola, su industria artesanal y su potente máquina de guerra. Las ciudades fenicias no estaban integradas en el vecino Imperio asirio, pero, además de comerciar con él, tenían que pagar fuertes tributos a sus reyes, de manera que los asirios eran los principales clientes y consumidores de las materias primas con que comerciaban, como los metales preciosos a que antes nos referíamos, maderas de cedro y de ébano, púrpura, marfil, coral, piedras preciosas, perfumes, animales exóticos, esclavos, etc., al igual que productos manufacturados, pues, además de expertos marinos, los fenicios eran hábiles orfebres, broncistas, metalúrgicos en general, tallistas, canteros, carpinteros navales, etc. Antes que con los asirios habían comerciado ya con los egipcios y luego lo hicieron con las ciudades e islas ribere - ñas del Egeo, en donde se adelantaron a los griegos en las actividades comerciales. A propósito de materias primas, algunas de éstas sabemos sobre todo por algunos textos bíblicos del Antiguo Testamento que hacia el siglo X a.c., en la época de la alianza entre Hiram de Tiro y el rey Salomón de Israel, en la flota mercante construida conjuntamente por ambos reyes, las llamadas «naves de Tarsis» iban y venían una vez cada tres años a un misterioso país denominado en esos textos Ophir, que probablemente se refiera a Sudán, Somalia, o a alguna zona próxima de la Península Arábiga o del Océano Indico, para hacerse con oro, plata, marfil, monos, pavos reales, estaño y plomo. Alguna vez llegó a pensarse que el destino de las naves era el Sur de la Península Ibérica, y se identificó el término bíblico Tarsis con Tartessos, sobre todo por la similitud fonética de las dos palabras, pero hoy está totalmente descartada esa hipótesis, y se cree si bien no hay consenso total al respecto- que el nombre de Tarsis, dependiendo de la época histórica, puede indicar, o bien un tipo de barco mercante grande mediante el cual se comerciaba con áreas lejanas, o bien, en época más tardía, el Occidente en su conjunto, -con este sentido aparece también en textos no bíblicos o incluso una piedra preciosa, quizás el topacio o jaspe del Mar Rojo. En un bajorrelieve asirio que decoraba el palacio de Senaquerib en Nínive, se observa la huida del rey Luli de Tiro en el 701 frente a los ejércitos asirios, y cómo delante de la ciudad le aguarda una flotilla de naves redondas y voluminosas naves mercantes- escoltada por naves de guerra, más alar gadas: se ha creído ver en esta escena una reproducción de las famosas «naves de Tarsis». (fig. n.º 3) Se cree que ya hacia el 1200 a.c. estos semitas pudieron empezar a reconocer el Mediterráneo mediante una navegación de cabotaje, es decir, sin perder de vista la costa (por lo tanto, sólo durante el día, y recalando en la playa por la noche). Los navegantes antiguos en principio no se adentraban en el mar Exterior, más tarde conocido como Océano Atlántico, que se imaginaba lleno de monstruos y de peligros de todo tipo ( Cf. cap. V) y sólo se atrevían a costear sin perder de vista los accidentes del litoral (penínsulas, cabos, estuarios), lo que requiere una excelente memoria visual. Este sistema daría lugar a una amplia literatura marine- 19

18 FUNDACIÓN VIPREN Fig. 3. Huida del rey Luli de Tiro. Bajorelieve asirio de Khorsabad. Principios del s. VII a.c. ra de viajes, los llamados con un término griego «periplos», donde aparecían detallados los elementos más sobresalientes de las costas que frecuentaban. En el Mediterráneo es posible avistar el litoral desde bastante distancia, salvo en la zona meridional, frente a Egipto y Libia, y en los sectores intermedios entre las Baleares, Cerdeña e Italia, pero siguiendo el curso del sol se podía recuperar la orientación en cualquier momento. A comienzos del primer milenio antes de la Era este pueblo oriental aplicó a la navegación unos conocimientos astronómicos que había tomado probablemente de los caldeos. La observación nocturna de las estrellas le llevó a descubrir la posición fija de la Estrella Polar, que forma parte de la Osa Menor, constelación que los griegos conocían como "la fenicia". Este descubrimiento permitió progresivamente la navegación de altura sin riesgo de perder el rumbo, y sin necesidad de detenerse por la noche, lo que aumentó la rapidez de los viajes. Algunos hallazgos han permitido inferir que durante la noche los fenicios se ayudaban de ánforas horadadas con grandes agujeros circulares y otros más pequeños de forma trian - gular, sirviendo los primeros para proyectar un foco de luz sobre el barco, y los segundos como luces de posición, que colgaban a proa para iluminar los barcos. En el interior de estas ánforas debía colocarse una especie de esponja bañada en aceite o quizás una mecha flotante 20

19 El Templo de Hércules Gaditano sobre el aceite, lo que permitiría mantener horizontalmente la superficie del líquido, a pesar del movimiento de la nave. Autores modernos sostienen que en caso de niebla o pérdida de orientación en alta mar después por ejemplo de una tempestad, se guiarían también por el vuelo de los pájaros para encontrar la tierra más próxima. En definitiva, este sistema de navegación resultaba más avanzado que el de los griegos, que sólo conocían la navegación de cabotaje, y que aprendieron algunos conocimientos naúticos de los marinos orientales. Los autores antiguos nos hablan de los «sabios» de Tiro y de los «filósofos» de Sidón es decir, de expertos en astronomía y aritmética- que iban a bordo de los barcos como timoneles. Los fenicios frecuentaron primero las costas de Grecia y las islas del Egeo, como Tasos y Creta, y fundaron santuarios y establecimientos en la isla de Chipre, como el de Kition (fig. nº 1). Pero a partir del siglo IX a.c., en que su presencia parece atestiguada en Cerdeña, Sicilia, Malta y quizás Etruria (al Noroeste de Italia), se da el salto más allá del Mediterráneo central y se establecen las rutas de ida y vuelta hasta el occidental (fig. nº 2). Con ello estos semitas se integran en una vasta red de comercio internacional en la que los principales protagonistas serán también los griegos, eubeos y corintios sobre todo. En este complejo entramado comercial en principio no hay rutas ni áreas restringidas, sino colaboración y unos intereses comunes, de manera que los griegos pueden comerciar con productos fenicios y viceversa, frecuentar ambos los mismos puertos internacionales o crear asociaciones industriales o navales mixtas. Esta red de comercio internacional tenía su precedente en el sistema oriental del karum, palabra que significa literalmente "muelle" o "puerto". Ya en Asiria, en el segundo milenio a.c., e igualmente en Babilonia y en la costa siro-palestina, en época posterior, parecen haber existido una serie de barrios comerciales en los puertos de cada ciudad, bien en la costa, bien a orillas de un río, con órganos de gestión propios pero dependientes de un karum central dirigido por el estado, para facilitar la or ganización del comercio. En algunos de ellos debió haber agencias permanentes de los comerciantes extranjeros, con los que sostendrían relaciones regulares y que servirían asimismo como lugares de reunión y de mer - cado, al igual que ocurrió más tarde con las factorías del Occidente medieval o con las de las compañías europeas que comerciaban con la India en época moderna. Un karum de este tipo mantendrían también los tirios en Menfis, en Egipto, según atestigua Herodoto (II, 112). Estas pequeñas factorías, extendidas más adelante al Mediterráneo central y occidental, debieron funcionar en una primera fase igualmente como escalas para descansar y reparar averías, - antes los fenicios incluso se contentarían, como hemos dicho, con ir de un puerto a otro o con pernoctar esporádicamente en uno de ellos- y sólo a partir del siglo VII a.c. se daría la transformación de algunas de ellas en colonias estables con territorios definidos, la competición comercial, el monopolio de ciertas rutas y el acceso exclusivo a determinadas materias primas. Para realizar la travesía hasta el estrecho de Gibraltar considerado entonces como el límite del mundo-, los navegantes semitas tuvieron que ser capaces de construir grandes barcos de transporte con la madera de los cedros y cipreses del Líbano. Para unos investigadores esto sólo ocurrió hacia el siglo VIII a.c., para otros ya en el IX e incluso en el X a.c. También tuvieron que llegar a conocer a fondo las corrientes marinas, que en el Mediterráneo discurren apegadas a la costa y en el sentido contrario a las agujas de un reloj (fig. n.º 7), así como de los vientos imperantes en el estrecho, que griegos y romanos llamarían "columnas de Hércules". 21

20 FUNDACIÓN VIPREN Fig. 4 a) Fig. 4 b). Naves fenicias en un bajorelieve del Palacio de Sargón II en Khorsabad (s. VIII a.c.). Por lo que sabemos, las naves de carga fenicias (figs. nº 4 a y b; también fig. nº 3 ) eran panzudas, y se las llamaba gauloi, o sea, "bañeras", por la redondez de su casco. Homero las llama "las negras naves fenicias", quizá por el recubrimiento de pez, una sustancia resinosa que las impermeabilizaba y preservaba las maderas en las lar gas travesías, perfeccionamiento atribuido a este pueblo, y que se detecta con toda probabilidad en dos embarcacio - nes descubiertas recientemente en Mazarrón (Murcia), en las que también se observa el ensamblaje del barco por piezas sustituibles rápidamente en caso de desperfecto de alguna de ellas, lo que suponía una importante economía de tiempo en la construcción o reparación de sus naves. 22

21 El Templo de Hércules Gaditano Estas tenían entre veinte y treinta metros de eslora y seis o siete de manga; el calado era de un metro y medio aproximadamente, en proporción con la parte saliente del casco. La popa era redondeada y terminaba con un friso, mientras que a la proa, también curvada, la remataba usualmente a modo de mascarón la cabeza de un caballo, por lo que a estos bar - cos se les llamaba también hippoi ("caballos"). En el casco, a espaldas de la proa, estaban representados dos ojos, para permitirles ver la ruta y, llegado el caso, atemorizar a los enemigos. Según algunos investigadores, con el nombre de hippoi no se aludiría a los grandes barcos mercantes fenicios, sino a embarcaciones más pequeñas que servirían sobre todo para faenar cerca de la costa y que serían también utilizadas por los griegos, -como indica la palabra hippoi- y en el Occidente peninsular ya a finales del segundo milenio. Las emplearían todavía los gaditanos del siglo I d.c. y hasta hace poco los habitantes de la isla de Malta. La colocación en la proa del barco de un genio enano o de un animal podía ser también un felino, un jabalí, un toro o un pájaro- como elemento identificador de la procedencia de las naves era usual en la Antigüedad, y cumplía una función similar a la de las banderas actuales, además de proteger la travesía. Las naves fenicias se gobernaban con el timón colocado a popa, pero también llevaban remos al parecer unos 18 ó 20- que permitían maniobrar con cierta rapidez y desplazarse cuando faltaba el viento. También a popa estaba el castillo de la tripulación que rara vez superaba los veinte hombres, incluyendo al capitán armador y al piloto-, donde se guardaban los aparejos, y la cocina de a bordo. El elemento central era un palo mayor que soste - nía una vela rectangular fija con una verga que se orientaba siguiendo la dirección del viento, una mejora técnica que habían introducido los fenicios, además de reducir su altura para mejorar la estabilidad del barco. Estos marinos perseguían en el intercambio de productos comerciales unos beneficios suplementarios, y para ello buscaban lo barato y abundante de un lugar por ejemplo, la plata en el Suroeste de la Península, y, en general, los metales: cobre, hierro, plomo y estaño- y ofrecían a cambio algo que fuera allí raro y apreciable, como eran sus productos manufacturados de lujo. Se trataría ya, según algunos, de una economía de mercado, con sus leyes de oferta y demanda, a pesar de que no llegaron a adoptar el uso de la moneda hasta época bastante tardía. La plata acabó por realizar la función de patrón tipo para las transacciones comerciales: su peso y calidad eran fijados mediante marcas de control y garantía, proceso que a veces asumían los templos: es un sistema pre-monetal que sustituía al más primitivo sistema de trueque simple. Sabemos por las fuentes que los fenicios conseguían los metales españoles con gran facilidad por el poco valor que les daban los indígenas, que desconocían su uso, y así por ejemplo Diodoro de Sicilia (V, 35, 3 ss.; V, 38, 2-3) nos cuenta con evidente exageración que, habiéndose incendiado una vez los montes Pirineos, corrieron por ellos torrentes de plata, por haberse fundido el mineral del que se extraía, y que cuando los mercaderes fenicios no podían cargar más plata en los barcos, sustituían por anclas de este metal las normales de plomo para poder transportarlo en mayor cantidad, con lo que amasaban grandes fortunas. No sabemos si esta anécdota debe aplicarse a época fenicia o sólo a la púnica, que es la del historiador griego que la cuenta. 23

22 FUNDACIÓN VIPREN Fig. 5. Colonias fenicias ( ) y asentimientos indígenas ( ) del Sur de España. Estrabón (III, 3, 14) recoge la noticia, que puede retrotraerse a la época fenicia y púni - ca, de que en Andalucía los turdetanos (es decir, los tartesios) tenían objetos de uso común de plata, como toneles y pesebres. En la década de los 80 se han descubierto cerca de las célebres minas de este metal de Riotinto y Aznalcóllar, en Huelva, instalaciones minerometalúrgicas fenicias de los siglos VIII-VII a.c. que nos hablan de una intensa actividad industrial durante 200 años (figura nº 5). Incluso se ha propuesto recientemente que el nombre "Hispania", cuyo significado original se ha creído tradicionalmente que era el de "tierra de conejos", debería reinterpretarse, partiendo de una raíz fenicia, bien como "isla o costas del norte", bien como "isla o cos - tas de los metales". Pero la industria y artesanía fenicias tenían dos vertientes distintas: las manufacturas de lujo a que nos hemos referido y los productos baratos pero atractivos que hoy denominaría - mos baratijas, bisutería o pacotilla y que Homero llamaba «preciosidades». Estas «preciosidades» serían sobre todo telas estampadas, amuletos, joyas, vasos de metal y cerámica pintada. El mercado de los dos tipos de producción era muy distinto, y el ciclo comercial completo consistía en obtener materias primas valiosas a cambio de baratijas, y luego en vender estas mismas materias primas, transformadas en objetos de lujo, a cambio de productos de consumo. Los objetos de lujo son pequeños y fáciles de trasladar, y el lar go transporte marítimo resulta más ventajoso cuanto más caro es lo que se puede vender: por ello los fenicios se especializaron -con una visión comercial muy moderna que sólo parecen haber practicado ellos entre los pueblos de la Antigüedad- en este tipo de artículos, lo que también les obligó a un desarrollo industrial de las técnicas artesanales para abaratar los costos de producción. 24

23 El Templo de Hércules Gaditano Al menos al principio, uno de los mecanismos diplomáticos de su estrategia comercial era el don o regalo recíproco entre príncipes o monarcas, que respondía al deseo de ganarse la voluntad de los jefes de la comunidad que eran los que controlaban las vías de comunicación-, asegurándose así el derecho de paso a los territorios más ricos y el comienzo de transacciones de mayor envergadura. Los reyezuelos y miembros de las élites locales por ejemplo, los tartesios del Suroeste de la Península, pero también los de Chipre, Cerdeña e Italia central- usaban estos "dones"( objetos de lujo de cerámica como las cerámicas griegas- o de metal, marfiles, joyas, suntuosas piezas de tela, envases de perfumes, etc.), sobre todo en sus funerales, para manifestar su rango y, por tanto, implícitamente, para exigir el reconocimiento de su encumbrado papel en el seno de la comunidad, por lo que el sistema favoreció la aparición o la acelera - ción, si ya empezaban a existir, de las primeras estructuras sociales jerarquizadas entre los indígenas. De ahí que estos objetos de prestigio se concentren en zonas estratégicas del Sur peninsular, como Huelva, Carmona y el Carambolo (Sevilla) o Cástulo (Jaén) formando parte de ajuares funerarios principescos, lo que demuestra el interés de los fenicios, una vez establecidos en Gadir, hacia las poblaciones que controlaban las principales vías de comunicación y los accesos hacia los recursos mineros y agropecuarios del interior (figura nº 5). Estos bienes "de prestigio", cuyo intercambio tenemos atestiguado también en Homero vinculado a normas de hospitalidad y amistad, sólo podrían obtenerse a cambio de productos metalúrgicos, con lo que originaron en los territorios a los que arribaban una intensificación de la extracción de metales preciosos y también de la producción agropecuaria- para satisfacer su demanda y una mutua dependencia entre indígenas y comerciantes. Dentro de estas normas de reciprocidad para abrir vías comerciales se incluía también el intercambio matrimonial, como atestigua la unión entre la hija del rey de Tiro Ithobaal, la famosa Jezabel de la Biblia, con el rey de Israel, Ahab, que reinó entre el 887 y el 856 a.c. El historiador griego Herodoto (IV, 196) nos cuenta cómo actuaban los cartagineses cuando llegaban a las costas de Africa, lo que sin duda es válido también para los fenicios, una vez que tenían abierta la vía comercial, y ello explica que en un principio no hubiera ciudades fenicias estables. Los púnicos desembarcaban sus mercancías colocándolas en fila a lo lar go de la playa, regresaban a sus barcos y hacían humo. Los indígenas, al ver el humo, acudían al mar, colocaban oro sustitúyase por plata en el caso de Tartessos, en épocas más antiguas- en lugar de las mercancías y se retiraban lejos. Desembarcaban los cartagineses, lo examinaban atentamente, y si el metal precioso les parecía suficiente, lo cogían y se marchaban. Si no, se retiraban de nuevo a sus barcos y se quedaban allí hasta que los indígenas depositaban en la playa una cantidad de oro que les pareciera suficiente. El mismo autor nos refiere que una de las mercancías preferidas por los fenicios, además de los metales, eran esclavos o esclavas para venderlos en los harenes orientales. Cuando, según el sistema que acabamos de describir, las jóvenes y mujeres indígenas acudían a los barcos a mirar y a comprar las mercancías que más les agradaban, los fenicios aprovechaban para raptarlas, meterlas en las naves y llevárselas a Egipto o a otros lugares, práctica que 25

24 FUNDACIÓN VIPREN Fig. 6. Fenicios llevando tributo al rey de Asiria. Bajorrelieve del palacio de Asurnasirpal II en Nimrud ( a.c.) podría tener su reflejo en algunos mitos griegos como el de Io, hija de Inaco, rey de Argos, en Grecia, que según una de las versiones fue raptada en estas circunstancias y llevada por la fuerza al país de los faraones (Herodoto, I, 1-2; I, 5). Ya Homero (Ilíada, XXIII, ) atestigua cómo estos comerciantes, cuando no conseguían colocar sus mercancías en un puerto, iban a presentarlas a otro y luego a otro, buscando siempre un comprador, en calidad de auténticos vendedores ambulantes o buhoneros Los objetos de lujo con los que comerciaban pasaban de mano en mano hasta regresar a veces a su punto de origen, en calidad de premios, rescates o regalos ceremoniales a reyes o señores locales, como vemos por la historia de la cratera de plata que Aquiles ofrece como premio en los funerales de su amigo Patroclo ( Ilíada, 23, ). La epopeya refleja otras actividades ocasionales de los fenicios como la de or ganizadores de transportes de pasajeros mediante el pago de una tarifa, y otras menos edificantes como las de piratas o secuestradores de niños ( Odisea, XIII, ; XV, ). Eran además, en una concepción muy moderna del asunto, conscientes de los peligros que representaba el espionaje industrial o la publicidad de sus rutas comerciales, por lo que procuraban mantenerlas en el mayor secreto, según nos cuenta Estrabón (III, V, 11). Un mercader fenicio, cuyo atuendo nos recuerda a los piratas modernos, ha quedado estupendamente representado en un relieve de Nimrud del palacio de Assurnasirpal II ( a.c.), llevando unos monos al monarca asirio. Se cubre la cabeza con un turbante, lleva pendientes en las orejas, la barba rizada, el bigote con las puntas dobladas, y el cabello, también rizado, recogido sobre el cuello; viste una túnica que le llega hasta los pies y una esclavina de flecos sobre los hombros. Calza botas puntiagudas y unos brazaletes adornan sus muñe - cas y su brazo (fig. nº 6). Para llegar desde la costa de Fenicia hasta Occidente parece que había una ruta de ida y otra de vuelta. A la primera se la llama "del norte o de las islas", pues, comenzando en Fenicia, enlazaba Chipre y Creta con Malta, Sicilia occidental y sur de Cerdeña y, tras Ibiza, alcanzaba las costas de la Península Ibérica, con lo cual es de suponer que los fenicios arribaron primero al Sudeste español. La ruta de regreso sería "la ruta del sur", bordeando la costa del Norte de Africa, desde Marruecos y Argelia, y aprovechando las corrientes marinas y los vientos la principal fuerza de la navegación antigua- que en esa zona presentan una dirección Oeste-Este (fig. n.º 7). Sin embargo, si en las primeras expediciones de tanteo la navegación era todavía de cabotaje y diurna, se necesitarían, como decíamos más arriba, escalas para el refugio, el 26

25 El Templo de Hércules Gaditano Fig. 7. Rutas de navegación en el Mediterráneo. aprovisionamiento y el descanso nocturno, que pudieron estar emplazadas cada 60 kms. aproximadamente, distancia máxima que podía recorrer una nave en un día o jornada de navegación. En este caso los fenicios debieron emplear también una ruta de ida a través del Sur de Anatolia, Grecia y Sicilia, en línea casi recta paralela a la costa del Magreb, bordeada de sierras altas e islotes perfectamente visibles, a pesar de las corrientes marinas y vientos contrarios, cuya fuerza, sin embargo, es limitada, excepto en la zona concreta del Estrecho. La travesía Tiro-Gadir se realizaría sólo en la estación veraniega, entre los meses de marzo y octubre, como hicieron siempre los griegos. De Tiro a Gadir en línea recta hay 2600 millas, lo que tardaría en recorrerse entre 80 y 90 días, o sea, unos tres meses. Este viaje no se realizaría de una sola vez, sino que los navegantes tendrían que invernar en la Península o antes de llegar a ella, lo que justificaría, entre otras razones, la existencia de las colonias fenicias de la costa de Málaga, Granada y Almería - Malaka, (Málaga), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra), ya conocidas por las fuentes clásicas-, y otras como Toscanos, Chorreras, Guadalhorce, Morro de Mezquitilla, Cerro del Prado, Cerro del Villar, etc., excava- 27

26 FUNDACIÓN VIPREN Fig. 8. Las colonias fenicias de Andalucía Oriental (, ) y los asentamientos indígenas del Bronce final ( ). das sólo recientemente y con materiales muy antiguos, ya del segundo cuarto del siglo VIII a.c (figura nº 8). Según otras opiniones, sin embargo, estas colonias se explicarían más bien como fundaciones de Gadir, como centros de apoyo al control de las rutas de acceso a los metales del área tartésica y como núcleos agrícolas que darían solución a la crisis demográfica de la metrópolis, Tiro, y a su escasez de recursos agrícolas. En cualquier caso, las fundaciones del Norte de Africa, como Utica, Auza y Lixus, en las costas de Túnez y Marruecos, (fig. nº 2) también de gran antigüedad, sí habría que entenderlas fundamentalmente como puertos de apoyo y refugio antes de llegar a Gadir. Lo cierto es que entre el viaje de ida y el de vuelta se podía emplear aproximadamente un año (fig. n.º 2). Quién financiaba estas expediciones hasta el extremo del mundo conocido? Unos viajes tan largos y de los que se esperaba obtener grandes beneficios debieron contar también con fuertes inversiones. Parece que al principio era un comercio de Estado, con dones y contradones de los que se beneficiaba sobre todo el príncipe de la ciudad, como hemos apuntado más arriba, y que alcanzaba también a sus agentes de comercio; pero estos, digamos, "emisarios reales", terminaron en parte independizándose y convirtiéndose en una nobleza mercantilista que competía con el rey por el comercio ultramarino, y por tanto hay que hablar también de capital privado, los "príncipes de la mar" de los que habla el profeta Ezequiel (26, 16), como un tal Urkatel que aparece en el relato de Unamón. En esta inicia - tiva privada habría además que distinguir entre élites oligárquicas sólidamente or ganizadas y un comercio privado más cercano a la piratería que a la actividad mercantil propiamente dicha, como el que se refleja en varios pasajes de Homero. Por otro lado, es difícil diferenciar entre el papel del estado y el religioso, pues el comercio con Occidente está íntimamente ligado también al templo de Melqart. El sacerdocio del 28