EL PODER Y LA COMUNIDAD 1 Maritza Montero Universidad Central de Venezuela 1 Este texto se basa en dos capítulos del libro Teoría y práctica de la psicología comunitaria. La tensión entre comunidad y sociedad (Buenos Aires, Argentina: Paidós, 2003).
Introducción El poder atraviesa todas las relaciones humanas. De una u otra manera está siempre presente en ellas, bajo múltiples formas, tanto sutiles, como explícitas. Su uso abusivo suele tener efectos más dramáticos que su empleo con fines benéficos, por lo cual suele ser esa su manifestación más visible. Pero tanto los aspectos positivos como los negativos deben ser considerados cuando se trata de procesos psicopolíticos. Las expresiones asimétricas del uso del poder, aquellas en las cuales un polo de la relación de poder concentra la mayoría o la totalidad de los recursos deseados, generan situaciones cuyo desequilibrio puede producir efectos patológicos sobre las personas, sobre las relaciones familiares e institucionales, afectando en general, todas las expresiones de la intersubjetividad. Tanto el abuso cuanto la ausencia de poder tienen consecuencias en el campo psicosocial que constituye el objeto de estudio de la psicología política. Son evidentes los desajustes que pueden afectar a las personas por la falta de poder, ya que además de producir problemas individuales, debe señalarse que las transformaciones sociales deseadas por grupos sociales (comunidades, grupos étnicos, gremios, minorías en general) necesitan de cambios en las relaciones de poder para que puedan ser llevadas a cabo. Esto significa que hay formas de ejercicio del poder que no se deben considerar como patológicas o socialmente dañinas. No toda forma de ejercicio del poder es opresora y de hecho, dentro de lo que solemos llamar cotidianeidad hay expresiones positivas en el sentido de que permiten que se lleven a cabo cambios reclamados por diversas categorías sociales. Muchas personas, muchos grupos sociales, a veces naciones enteras, pueden tener largas historias de sufrimiento en las cuales la normalidad de esa vida ha estado marcada por excesos de poder de uno de los extremos o polos de alguna de las relaciones que en ellas se producen. En tales situaciones construyen su vida diaria, aprendiendo a moverse y manejarse en relaciones en las cuales ciertas formas de ejercicio del poder causan infelicidad a amplios sectores de la sociedad
negándoles otras posibilidades de vida. Y es que el poder, para bien y para mal, está, como dijo Foucault, en todas partes ; está siempre ahí, que nunca se está fuera (1992: 170). Está en las relaciones de pareja, en las familiares, en las deportivas, en las laborales. Está en toda relación humana, es coextensivo al cuerpo social y sus relaciones son multiformes (Foucault, 1992: 170). Entre el abuso y la carencia: paradojas del poder El poder entonces tiene muchos rostros. Continuamente estamos tratando de ejercer algún poder, a la vez que sobre cada miembro de la sociedad, cada día, alguien ejerce algún poder. Esta condición omnipresente hace necesario repensar el poder, como veremos mas adelante en este capítulo. Pero ya podemos adelantar, que así como se sufre el abuso de poder, también se cuenta con recursos de poder que pueden producir transformaciones y cambios donde y cuando menos se piensa. El poder es un problema entonces, no sólo cuando se lo ejerce abusivamente, de manera dominante y opresora, sino también cuando se ignora que se lo posee. Sobre este punto, la teoría de la ideología tiene mucho que decir y en efecto, su estudio destaca la relación entre poder y hegemonías, así como sus efectos distorsionantes que llevan a no darnos cuenta de que hay relaciones en las cuales somos sujetos de sometimiento, en las cuales no decidimos y somos usados para la obtención de fines que no hemos elegido y sobre los que no hemos opinado; a la vez que nuestra conducta puede ser la causa que impone esa misma condición a otras personas. Y en ambos casos puede estarse ante situaciones consideradas como naturales, y por lo tanto no sujetas a examen crítico. En América Latina las condiciones de vida de la mayoría de su población, marcadas por las privaciones y carencias, así como por la exclusión de muchos bienes sociales, se suele pensar que tales grupos carecen de todo poder. Tal consideración es una forma de naturalización de una situación en la cual los desposeídos, los pobres, los excluidos y en general todos aquellos grupos
sociales que no disfrutan del poder estatuido ni de condiciones socioeconómicas dignas, son vistos como débiles, incapaces, privados de toda posibilidad de transformar su forma de vida. E incluso como carentes de toda dignidad, como si un aspecto cuyo carácter es ético, dependiese de reconocimientos externos ligados al control económico. Esa es una expresión de la concepción asimétrica del poder, que naturaliza las carencias de un tipo (económico, educativo, p.e.), generalizándolas a todos los ámbitos de la vida del grupo y naturalizando la situación de privación, de tal manera que tanto desde fuera del grupo, como dentro del grupo, pasa a ser la perspectiva dominante, ayudando así a reproducir y mantener esa situación. Esa naturalización es uno de los procesos fundamentales en la estructura de las relaciones sociales. De él depende la construcción de condiciones materiales y psicosociales que nos llevan a percibir algo como el modo natural de ser las cosas en el mundo. Como el modo de ser de las cosas. Como si así fuese su esencia, es decir aquello que las constituye y las hace y que por lo tanto no puede ser cambiado sin destruir o modificar sustancialmente a la cosa. La naturalización puede afectar al autoconcepto, llevando a las personas a definirse con prescindencia de rasgos o capacidades que existen en todo ser humano, o que podrían desarrollar para beneficio propio y de quienes las rodean. Así una persona se puede definir a sí misma como débil e incapaz de decidir, cuando la supuesta debilidad puede ser el resultado de una situación histórica de naturalización de roles dominantes y de roles dominados. Ignacio Martín Baró, psicólogo social y político, relataba que los campesinos con los cuales hablaba en su patria de adopción, El Salvador, usaban una expresión para referirse a si mismos: uno de pobre. "Uno de pobre qué puede hacer? "Uno de pobre cómo va a solucionar X situación?. O como decían a la autora las personas de una comunidad de bajos recursos en una zona marginal de la ciudad de Caracas: Es que nosotros no sabemos hablar. Es que cómo va a hablar uno. Es que cómo vamos a ir a hablar con alguien (el Gobernador del Estado) para hacer un reclamo. Es que ellos (funcionarios públicos en el sistema educativo) son los que saben. Lo que tales expresiones no permiten percibir es que siempre se