FASE FÁLICA DISCERNIMIENTO DE LA DIFERENCIA DE SEXOS YO REAL DEFINITIVO

Transcripción

1 FASE FÁLICA DISCERNIMIENTO DE LA DIFERENCIA DE SEXOS YO REAL DEFINITIVO La pulsión fálica tiene una fuente erógena compuesta: el centro de la excitación se ubica en la mucosa, aunque también recibe aportes, desde la fantasía o del estímulo sensorial y no sólo de la economía pulsional. El acto estimulante placentero tiende a separarse de la expulsión de alguna sustancia del interior del cuerpo, a diferencia de lo que ocurría en la fase anterior. Sin embargo, en el proceso excitatorio es de fundamental importancia la estimulación urinaria y el pasaje de la orina al exterior; de allí el nombre que recibe el primer momento de esta fase: fálico-uretral. El erotismo fálico-uretral implica que ciertas magnitudes voluptuosas, correspondientes a las fuentes pulsionales pasivas, deben encontrar una forma de trasposición sensorial como rescate de la pasividad sufrida por el yo. Dichas fuentes pulsionales pasivas están ubicadas en la mucosa vesical, por un lado, y el clítoris y la mucosa del pene, por el otro. El derrotero seguido por este erotismo en la búsqueda de cualificación difiere en uno y otro sexo. Así también la construcción de la premisa fálica y el complejo de castración varían en el niño y en la nii1a. El criterio lógico dominante sigue siendo la analogía, produciendo ahora dos complejos del semejante con diferentes núcleos según el sexo, uno más reductible al yo que el otro, sobre la base de sus predicados. Seguiremos las vicisitudes correspondientes a estos desarrollos en ambos sexos. En el varón, el intento de ligadura entre excitación anal, tacto y vista, no alcanzado en la fase anterior, encuentra en la fase fálica una forma de plasmación. Este logro se da a través del registro visual, articulado con sensaciones cinéticas y táctiles, vinculadas con la actividad masturbatoria y el control de la orina. La excitación pasiva producida por la orina en la mucosa de la vejiga suele transponerse en actividad en la micción. Esto ocurre a través del pasaje del valor psíquico de la mucosa vesical al pene en tanto órgano de la micción. El erotismo uretral genera la posibilidad de ocupar diferentes lugares: uno activo, el de aquel que decide orinar; otro pasivo, el de quien es orinado o se orina, y el de la orina misma. La orina que tenía un valor excitatorio para un yo pasivo se transforma luego en un objeto visible que permite identificatoriamente la conquista de un espacio exterior como perteneciente al yo. La conquista de un espacio exterior visible como propio expresa un deseo ambicioso que podrá desplegarse en el momento en que se renuncie a la meta directa de la pulsión:... la precondición para apoderarse del fuego ha sido la renuncia al placer -de tinte homosexual- de extinguirlo mediante el chorro de orina" (Freud, 1932, pág. 173). El apoderamiento del fuego como paradigma de conquista cultural aparece así ligado a una inhibición de la meta pulsional, en este caso vinculada con el placer por competir fálicamente. El cambio introducido en la meta crea un espacio distinto para desplegar la rivalidad, en el cual la sensualidad queda sustituida por un logro intelectual. El análisis hecho por Freud del mito de la conquista del fuego contiene una proposición: el héroe o el genio trasmudan el goce en lógica y lo ofrecen a la cul tura como conquista de la humanidad.

2 Por otra parte, cuando no ocurre un cambio en la meta, sino una sofocación del deseo, ya sea por angustia, sentimiento de culpa o de aniquilación, el yo queda sometido a un estado de pasividad. En este estado cede a otro la realización del deseo ambicioso, en cuyo caso el yo queda en el lugar de ser orinado por el rival ante el cual se experimenta una crisis de humillación. En lo que respecta a la otra fuente pulsional pasiva, la mucosa del pene, excitable por estimulación táctil, el yo logra una respuesta activa en la erección La meta específica, el orgasmo fálico, se articula generalmente con la micción. El placer por orinar como transposición de un goce pasivo en otro activo, parece estar asociado a un proceso identificatorio con la actividad del padre. En los casos en que predomina la pasividad, el esfuerzo por retener la orina como sustancia estimulante en la mucosa desemboca finalmente en una descarga enurética. La mayoría de las llamadas afecciones vesicales de esta época son perturbaciones sexuales: la enuresis nocturna, cuando no responde a un ataque epiléptico, corresponde a una polución. (Freud, 1905, pág. 172) Valor de la fantasía. La madre fálica La premisa universal del falo, des cripta por Freud como válida para ambos sexos, implica la existencia de un único órgano genital: el pene, cuyo opuesto no es la vagina, concepto imposible de asir en esta fase, sino la castración. Es digno de señalarse que no desempeñan un papel aquí los genitales de ambos sexos, sino sólo el masculino (falo). Los genital es femeninos permanecen por largo tiempo ignorados... ambos parten de la premisa de la presencia universal del pene. (Freud, 1940u (1938), pág. 152) La actividad autoerótica en que se entrelazan las metas pulsionales fálicas y uretrales es acompañada de fantasías en las que ocupa el lugar predominante la producción de una representación madre fálica, modelo con el cual el yo pretende alcanzar una identificación. Esta pretensión está apoyada en la coincidencia todavía posible entre libido narcisista y libido objetal. El yo placer purificado coexiste aún con el yo real definitivo, a pesar de la creciente preeminencia del lenguaje. La palabra aún no se ha separado de la cosa y por lo tanto se rige por la misma lógica que domina para los procesos inconcientes. Los nombres aparecen ligados a la erogeneidad, designando zonas y objetos de goce en el contexto de un lenguaje íntimo entre el niño y su madre. El falo atribuido a la madre es producido por procesos proyectivos en un todo similares a aquéllos que fundaron una exterioridad como puesta de un objeto sensorial en el cual reencontrar un estado del yo. La proyección del falo en la madre es acompañada de un enlace causal invertido, por el cual dicha representación es tomada como causa del goce masturbatorio, completando de este modo el circuito proyección-identificación, constitutivo de cada momento psíquico. La producción de la fantasía de la madre fálica desemboca en determinado momento en el anhelo de percibir aquello representado. El falo materno, que el niño supone haber visto alguna vez, debe ser reencontrado en la percepción, pese a la no evidencia visual. Este no dar crédito a la información proveniente de lo visual sucumbe finalmente a la eficacia de un acto psíquico, un pensamiento, como lo es el juicio de existencia del yo real definitivo. La admisión de la no existencia del falo materno se presenta también como una fantasía, que intenta salvar la premisa universal a través de una contingencia: la castración.

3 Un efecto inmediato de la fantasía de castración es su admisión identificatoria, dado que la madre se halla colocada en el lugar de modelo, en un vínculo en el que se juega el ser; el destino del propio yo es el mismo que el del ideal. La admisión identificatoria de la supuesta castración materna es debida al pensar judicativo que intenta reconducir lo percibido al propio cuerpo; este esfuerzo culmina en horror ante la propia castración. Una parte del trauma es transpuesta en hostilidad hacia la madre y otra queda ligada en el interior como masoquismo erógeno fálico. El horror ante la castración queda asociado con un deseo masoquista de ser castrado, deseo expresado en fantasías de ser cortado, arrojado, etcétera. Estas fantasías pueden tener diferentes destinos según la corriente defensiva que opere sobre ellas: pueden sufrir la represión primordial, en cuyo caso integrarán un lenguaje del erotismo; pueden pasar a formar parte de la corriente de las identificaciones secundarias, dando lugar a ideales superyoicos o rasgos de carácter. En el caso en que predominen la represión secundaria, la desmentida o la desestimación, estas defensas tendrán eficacia en desenlaces clínicos diversos: neurosis, perversiones o psicosis, respectivamente. En un momento lógicamente posterior ocurre un proceso desatributivo del falo materno que arroja a la madre fuera del ámbito del ideal con el cual el yo se identificaba. La figura materna deja de ser familiar para transformarse en ominosa. La articulación entre líbido objetal y libido narcisista, que se daba en torno al yoplacer purificado, sufre ahora una desimbricación con un correlato en el plano yoico: la separación del yo real definitivo que cobra autonomía y pasa a subordinar al yo de placer purificado. El pensar judicativo, ligado a la percepción, cede su preeminencia a otro tipo de juicio derivado del procesamiento psíquico de la palabra del padre articulada con pensamientos Ínconcient.es. 1 ;1 surgimiento de un preconciente que exprese un pensar y no sólo un representar (ligado a la percepción, a la vivencia) se acompaña del despliegue del complejo de castración. En este sentido recordemos que para Freud (1939a) el progreso en la espiritualidad es consecuencia de una conquista, la de la supremacía del pensar por sobre el representar, y que en este proceso es de fundamental importancia la intelección acerca de la participación del padre en el propio origen. La filiación materna deriva de la vivencia; en cambio, el papel del padre en la procreación debe ser inferido, es producto de un pensamiento por el cual el niño mismo se coloca en el lugar de hijo de su padre. El pensar que desembocó en el discernimiento traumático de la no falicidad materna permite también una superación del mismo al producir a la madre como generadora de hijos, los cuales aparecen llenando una ausencia. Se gana así un espacio para nuevos procesamientos psíquicos de tipo preconciente, estructurados a partir de la ausencia de algo anhelado. Se dará lugar a las formaciones sustitutivas de aquello que declinó como forma de pensamiento primordial. El enlace entre pensar y palabra es distinto a aquél que se establecía en torno al lenguaje íntimo elaborado en el vínculo materno; es precisamente la falta de un nombre como parte de la cosa, lo que precipita el discernimiento de la supuesta castración. La falta de un nombre para designar el falo supuesto en la madre impide que el yo constituya, sobre la base de la omnipotencia nominativa, un espacio, una palabra como soporte de la proyección. Si existiera tal nombre el yo podría configurar proyectivamente la sensorialidad, de modo tal de reencontrarse con lo que anhela. Sin embargo, esta falta de un término verbal no adquiere su eficacia como dato objetivo, sino que es producida por el mismo yo, al adquirir preeminencia la palabra como expresión del pensar inconciente, en un proceso de complejización creciente.

4 La identificación padre, como sostén del pensar inconciente, vía palabra, adquiere así importancia fundamental en el esfuerzo por conquistar nuevas lógicas. Este resulta el único camino para acceder a la expresión de ciertos procesos pulsionales, aquéllos que derivan en voluptuosidad excesiva, para la cual no hay vivencia posible que permita la ligadura. Para Freud, la razón básica que motiva el abandono de la masturbación infantil no se halla en circunstancias externas como las amenazas, ni tampoco en percepciones displacenteras, sino en causas internas vinculadas con la ausencia de un goce esperado. Razón última de todas las inhibiciones intelectuales y de trabajo parece ser la inhibición del onanismo infantil. Pero acaso llega más hondo, no se trata de su inhibición por influjos externos, sino de su naturaleza insatisfactoria en sí. Siempre falta algo para el pleno aligeramiento y la satisfacción -"en attendant toujours quelque chose qui ne venait point"-, y esta pieza faltante, la reacción del orgasmo se exterioriza en equivalentes en otros ámbitos: ausencias, estallidos de risa, llanto (Xy), y quizá otras cosas. (Freud, 1941f, pág. 302) La espera de un goce parece deberse a un proceso de pensamiento, en oposición a un orgasmo inaccesible para el yo a través del vivenciar. El abandono del autoerotismo no es contingente, sino que ocurre por una necesariedad psíquica derivada de la sobreinvestidura del pensar que le dará al vivenciar el sentido de una búsqueda constante, no destinada a la consumación sino a constituirse en horizonte de posibilidad del deseo. Al principio el pensar preconciente es sólo una cobertura de la sensualidad, del autoerotismo; posteriormente la sobreinvestidura de los pensamientos inconcientes deriva en la conquista de lógicas progresivamente más refinadas como modo de acceso a la conciencia. Pasaremos a considerar las tramitaciones del erotismo fálico en la niña. Al igual que en el varón al comienzo, las dos fuentes pulsionales pasivas, la mucosa del tracto urinario y la del clítoris obtienen una respuesta activa en la micción y la erección; también en la niña la micción puede transformarse en un modo de descarga de un orgasmo clitorídeo. La necesidad de encontrar un correlato sensorial para la erogeneidad fálica promueve un esfuerzo proyectivo sobre estímulos visuales y prensiles. Por tal razón, la proyección recae sobre el pene, visto o supuesto, pero en realidad producido psíquicamente. Con el atributo supuesto en la madre, la niña establece un enlace causal, de características similares al que realiza el niño; pone al pene como causa del goce autoerótico. La producción de la fantasía de la madre fálica es condición necesaria para que se mantenga la actividad autoerótica. El falo atribuido a la madre se constituye en el soporte de las fantasías que acompañan la masturbación. El proceso atributivo que dota de pene a la madre y a todo ser viviente es seguido de un movimiento identificatorio, por el cual el yo placer se apropia del pene, puesto como causa del goce. La niña realiza un esfuerzo por trasponer la erogeneidad fática, en la imagen visual del propio cuerpo, en un intento de reducir la contradicción entre lo que supone debería verse y lo que se ve. Cuando este esfuerzo fracasa, surge un intento sustitutivo, basado no en las proporciones en cuanto a tamaño, sino en la forma y los elementos cromáticos que ponen de manifiesto el valor estético. La fantasía que permitió a la niña apropiarse del falo por identificación es sustituida por otra mediante la cual su cuerpo se constituye en falo por identificación. Los encantos visuales, olfatorios, gestuales, corresponden a predicados atribuidos a una representación cuerpo femenina que sustituyen a la falta de un núcleo y con los cuales es posible acceder a una identificación, pero que no es la de sujeto sino la de objeto para la mirada de otro.

5 Como hemos dicho, el esfuerzo por realizar una unificación estética es posterior a otro, en que niña pretende articular su erogeneidad en mucosa con un registro visual, verbal o prensil. Mientras que el varón puede ligar el placer por tocar con el placer por ver, la niña solo registra un borde erotizado en sus genitales que no puede ligar con una sensación visual. Además, el varón puede desplegar en relación con su pene la pulsión de aferrar en su forma activa, mientras que la niña sólo puede desplazar la yema de sus dedos sobre una superficie. Cuando la niña pretende investir con atención sus genitales, experimenta el trauma del registro de una triple ausencia: visual, nominativa y prensil, con una fuga de libido narcisista por el lugar en que se da la falta de registro. De allí la desorganización de la representación yo, sobre la cual recae la identificación; no es posible estructurar una representación con la cual identificarse en posición de sujeto. Se podría describir la siguiente secuencia: 1) proyección e identificación con el pene del varón; 2) desidentificación y búsqueda de una impresión sensorial propia en que trasmudar la erogeneidad fálica; 3) fracaso de este esfuerzo y vivencia de fragmentación corporal; 4) reunificación a partir de criterios estéticos y cesión de la posición de sujeto a otro. Su creencia en la premisa universal se derrumba y surge la envidia fálica. La admisión del juicio de la castración en la niña puede relacionarse, en un primer momento, con la frustración en el intento de pasaje de la pasividad a la actividad en la micción. La conquista de un espacio que el varón podía realizar a través del chorro de orina, en la niña culmina en fracaso. Queda ubicada en cambio en el lugar de ese espacio conquistado por otro quien la avergüenza y la humilla. La conservación del deseo ambicioso requiere de otros procesos identificatorios y defensivos (véase el capítulo VII). El enlace con la palabra paterna. El cuerpo fragmentado El determinante más eficaz en la admisión del juicio de la castración se produce en torno a un enlace con la palabra paterna que al comienzo implica una posición hostil. Como lo describimos con respecto al niño, este enlace deriva en realidad de la eficacia de un pensar. Las afirmaciones inconcientes se expresan como preguntas dirigidas a la madre a partir de una identificación padre. El interrogante de la niña alude a un término positivo, el de falo materno, ya que a partir del ser de ese nombre podría configurarlo como sostén de su sexualidad. El fracaso de la articulación entre erogeneidad y nominación tiene como causa aparente la ausencia de un nombre público para designar el genital femenino. Los términos que existen pertenecen al ámbito de la intimidad, o son procaces, o provienen de lo científico; en todos los casos resultan inútiles para el procesamiento del yo infantil. Sabemos que el nombre como parte de la cosa tiene una ligadura primordial con el cuerpo y la falta de nombre condena lo que debería ser nominado a su falta de ser. Sin embargo, esta falta de nombre cultural para los genital es femeninos no es más que un efecto, derivado de la lógica con que opera el psiquismo infantil, para la cual es imposible designar metafóricamente la ausencia de algo que debía estar presente. La caída de la omnipotencia nominativa en el intento de expresar un pensamiento a través del lenguaje atribuido al padre precipita a la niña en un trauma, del cual sale a través de la nominación sustitutiva. En esta búsqueda de sustitutos lo faltante es nombrado con la palabra que designa a su causa. En lugar de sustituir el horror a la castración por la amenaza, como se da en el varón, la niña se entrega a una relación masoquista con la palabra paterna a la que pone como causa del goce. La niña llega al convencimiento de que

6 ha tenido algo que luego perdió, y de allí surge el masoquismo fálico: el deseo de ser cortada, castrada por el padre. El efecto que produce este enlace con la palabra paterna es una fragmentación de la representación cuerpo, diferente a la fragmentación correspondiente a momentos anteriores cuando se desconstituía la unificación lograda según la erogeneidad y los criterios lógicos imperantes en cada fase. En esta fase, en la niña, la unificación que se pierde es aquélla que se supone debió lograrse en torno a un elemento visual, estético: el pene; la representación cuerpo es entendida como una superficie erógena que carece de una armonía estética en el plano visual y también en el nominativo. En un primer momento, la fragmentación surge de la decepción con respecto a una pregunta dirigida a la madre; posteriormente el enlace con la palabra paterna pretende hallar un término para lograr una nueva unificación, esfuerzo que culmina en otra decepción. El efecto de este segundo fracaso es el establecimiento de la dependencia amorosa de un hombre, en cuya palabra se espera reencontrar la armonía supuestamente perdida; para que ello ocurra, es necesario que se dé un traslado de la sensualidad al amor, en una articulación de la erogeneidad con el interés del yo total, ese yo que deriva de la síntesis del yo-placer con el yo real definitivo y el superyó. El vínculo del yo con la supuesta palabra paterna que expresa, en realidad, los propios pensamientos inconcientes implica ofrecer al padre un cuerpo erógeno sobre el cual recaiga una marca injuriosa, ofensiva, que rompa con la ilusión de ser único. Las vivencias individuales son transformadas en patrimonio común al ser denominadas por palabras pertenecientes al código cultural. Ante esta palabra injuriosa tanto para el varón como para la niña es necesario doblegarse, como única forma de acceder al desarrollo do procesos psíquicos de mayor complejidad. En el inicio de esta fase, cuando predominaban los procesos proyectivos e identificatorios, la niña concebía al niño como apéndice del pene. En un momento la eficacia del pensar asociado a la palabra, vía complejo de castración, le permite reconocer que el pene tiene un portador, el padre, al cual pasa a amar. Para la niña el amor al padre se constituye en tabla de salvación, le permite ordenar sus investiduras libidinales de objeto, en el esfuerzo de reencuentro con una representación cuerpo estético. Se constituye entonces una estructura en el preconciente, un "frase de promesa (Maldavsky, 1980ª) en la que se expresa la tentativa de promover en un destinatario la ilusión de que se le entregará un don, que en realidad quien promete espera recibir. Como culminación de este desarrollo surge una nueva fantasía, la de recibir un hijo del padre como don, como expresión de amor. Este nuevo producto psíquico, la fantasía de un hijo, surgido de la imbricación de pensamientos inconcientes con la palabra paterna permite reunir finalmente en un término aquellas mociones pulsiones que no encontraron modo de expresión anhelada. En este proceso de pasaje de la madre al padre como dador de un don vinculado con el goce, queda una herida, la nostalgia de un don proveniente de la madre que revele el secreto de la voluptuosidad. La sustitución de este deseo por la metáfora paterna, conduce a una combinatoria entre ambos deseos; y del procesamiento ulterior de la misma resultarán los desenlaces posibles de la sexualidad femenina. Poner palabras significa tener categorías de pensamiento abstracto, pensamiento preconciente, proceso secundario, a través de las cuales pueda sublimar la pulsión de saber y ligar pensamientos inconcientes correspondientes a otra lógica. (C. Roitman, 1993, pág. 26)

7 Los desarrollos de afecto En esta fase, los desarrollos de afecto surgidos en los momentos previos, adquieren mayor especificidad y se articulan entre ellos. Así sucede con dos desarrollos de afecto ya descriptos, como son los celos y la envidia. En la niña parece haber un incremento de los celos como derivados de la envidia fálica. La diferencia entre ambos consiste en que en la envidia hay un deseo hostil hacia el modelo decepcionante e injusto y en los celos este deseo no se encuentra. Es posible inferir que en el pasaje de la envidia a los celos ha habido una sustitución de la persona que ocupa el lugar de ideal, de la madre por el padre, -por quien la niña desea ahora ser amada. Otro desarrollo de afecto, en este caso vinculado con el placer, es el goce autoerótico derivado de la estimulación del pene o del clítoris, el cual supone un estado tal.de omnipotencia, de felicidad que determina un apego, un enamoramiento del yo con la fuente del placer. (Maldavsky, 1986). El discernimiento de la falta de pene en la madre provoca en el niño un desarrollo de afecto complejo al que Freud (1910c) denomina horror. En él se conjugan la angustia, el sentimiento de culpa y el sentimiento de aniquilación del yo; estos tres afectos se hallan relacionados con tres deseos del niño hacia su madre: el deseo de hallar en la madre un doble de sí, del cual deriva la angustia de castración; el deseo hostil hacia el objeto investido libidinosamente, al que el yo atribuye la causa de la carencia, y que origina el sentimiento de culpa; y el deseo de ser el ideal --cuando el ideal del cual depende la identificación cae, origina el sentimiento de aniquilación del yo. Estos tres desarrollos de afecto reunidos en el horror determinan defensas diferentes como forma de mantener dichos afectos en amago; ellas son: la represión, la identificación secundaria y la desmentida.