David Gil Torregrosa. Un paseo colonial. Un emotivo viaje en el tiempo, que te llevará a las antiguas colonias españolas

Transcripción

1 David Gil Torregrosa Un paseo colonial Un emotivo viaje en el tiempo, que te llevará a las antiguas colonias españolas

2 La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de nuestra lengua, recogidas en la Ortografía de la lengua española (2010), Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) y Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2001). Estas dos últimas están en proceso de adaptación a la Nueva gramática de la lengua española (2009) y a las normas de la nueva edición de la Ortografía de la lengua española (2010). Un paseo colonial David Gil Torregrosa ISBN: Depósito legal: A Edita: Editorial Club Universitario Telf.: C/ Decano, n.º San Vicente (Alicante) ecu@ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: C/ Cottolengo, n.º San Vicente (Alicante) gamma@gamma.fm Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

3 A mi mujer y a mis hijos, por soportar mi ausencia en estos viajes y estar siempre presentes en mi llegada.

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5 ÍNDICE Introducción...7 Capítulo 1 La Guinea Española, isla de Fernando Poo. Año Capítulo 2 Buscando a «La Carlota» en Filipinas. Año Capítulo 3 En un taller de La Habana, Cuba. Año Epílogo Agradecimientos Índice fotográfico...121

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7 Introducción Actualmente, España atraviesa una dura crisis económica. Bien es sabido que toda crisis económica siempre va acompañada de una crisis de confianza de sus ciudadanos, en su propio país; pensamos y llegamos a dudar sobre si seremos capaces, como nación, de hacer frente a esas adversidades, lo que todavía dificulta más, si cabe, la ansiada recuperación. Mucho se habla y se pone en duda sobre la capacidad que tiene España o los españoles de superar esas barreras, y olvidamos que, tan solo ciento cincuenta años antes, se podía dar la vuelta al mundo saltando a través de los territorios españoles. Con este libro haremos tres pequeñas incursiones en el tiempo y pasaremos unos aventurados días en las últimas colonias españolas. Bueno es que todos recordemos de manera diferente dónde estaba la isla de Fernando Poo, y cómo era la ciudad de Santa Isabel, o a qué se dedicaban los españoles en Manila, y cómo se viajaba a Dagupán, o qué es lo que realmente se perdió en Cuba. El libro combina la nostalgia y la fábula de viajar en el tiempo con unos escenarios reales, unos datos verídicos salvo algunas adaptaciones y, por qué no, un poco de sentido del humor en algunos momentos. Las pequeñas fotografías de la época ayudarán al lector a sumergirse en cada lugar y proporcionarán una visión más humana de cada escenario. La idea del libro no es solo proporcionar al lector un conocimiento de cómo eran esas colonias españolas, sino conse- 7

8 guir que el lector guarde recuerdos de vivencias que él mismo pudiese haber vivido en esas tierras, durante aquellos años. David Gil 8

9 Escudo de la ciudad de Santa Isabel Isla de Fernando Poo 9

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11 CAPÍTULO 1 La Guinea Española, isla de Fernando Poo. Año 1917 Hoy me he tomado el día libre, y he decidido coger mi maleta imaginaria para dar un paseo por la Guinea Española en Si alguno de ustedes tiene curiosidad y le apetece hacer hoy algo distinto, en el barco hay sitio para todos, solo se necesita imaginación y un poco de tiempo. Se animan? Pues adelante, el Puerto de Santa Isabel nos espera. 11

12 Santa Isabel es la capital de la isla de Fernando Poo, que junto con la pequeña isla de Annobón, unos pequeños islotes y el territorio continental de Río Muni constituyen la colonia española en el África central o Golfo de Guinea. Las máquinas de vapor del buque San Francisco se pararon, lo que nos alivió de un ruido ensordecedor y un humo que se impregnaba por todas partes. Al bajar del barco, el ambiente era extraño; aquí se juntan operarios nativos en la zona de carga, soldados de la Guardia Colonial, personal de las compañías marítimas y señoritos vestidos de época que vienen a recibir a sus familiares. Manuel, un miembro de la tripulación, me comentó minutos antes que el pantalán había sido construido recientemente; hace poco se sustituyó por el antiguo espigón de madera, lo que ha proporcionado un avance en la actividad del muelle; ahora, los enormes vapores ingleses y españoles pueden atracar en el puerto sin ningún temor. 12

13 El ajetreo en el puerto era notable; los buques combinaban el pasaje con la carga de mercancías, lo que originaba un constante movimiento de grúas en el muelle a medida que bajaban o subían los viajeros; no solo eran mercancías comerciales, también enseres o mudanzas que traían los nuevos colonos a su llegada. Los mozos del puerto rodaban enormes barriles de vino de un lado a otro; largos troncos de madera, vías de ferrocarril desmontadas y cientos de sacos se apilaban a nuestro alrededor. Tuve curiosidad por saber qué contenían esos sacos y le pregunté a un chico que estaba sentado encima de ellos; me dijo con acento un tanto curioso: «Cacao, señor!». Asentí con la cabeza mientras me alejaba, y aquel joven miraba como si algo no le cuadrase; no sé si me descubrió, pero los dos sabíamos al menos yo que no nos volveríamos a ver Me equivoqué, la verdad es que si algo me ha enseñado la vida, ahora, es que te puedes volver a encontrar con alguien, por difícil que parezca. En el puerto estaba todo muy concentrado; el diseño geográfico de Santa Isabel no ofrecía muchas posibilidades en esta época. A pocos metros del muelle ya se levantaba un promontorio cubierto de espesa vegetación tropical que llamaba la atención en lo alto a la preciosa ciudad de Santa Isabel. Su fisonomía recordaba a las antiguas metrópolis que usaban estrategias naturales de protección ante los bárbaros que llegaban en barco a sus orillas. Para salir del puerto, solo se podía hacer subiendo una escarpadísima rampa, aquí llamada la Cuesta de las Fiebres. Les aseguro que el nombre le hace justicia; unos trescientos metros de dura subida, que, a su vez, era fragmentada por una curiosa y estrecha vía férrea con cremallera en el centro. 13

14 Precisamente, en aquel momento se acercaba una pequeña y estrafalaria locomotora de vapor, tirando de unas minúsculas vagonetas cargadas hasta los topes con sacos de cacao y balanceándose de lado a lado por aquella apretada pendiente. Tuve precaución de apartarme cuanto pude, porque daba la sensación de que aquellas vagonetas podían descarrilar y despeñarse ante mí en cualquier momento. Con fortuna, pude librarme de tan peligrosa situación y continué mi ascenso hacia la cima. Una vez subida la pendiente, las vistas eran impresionantes. Una majestuosa balaustrada blanca recorría por completo todo el centro de Santa Isabel; apoyado en ella, divisaba el puerto al que había llegado unas horas antes y, a mis espaldas, la inolvidable Plaza de España. 14

15 La bahía formaba unos salientes pronunciados a ambos lados, en forma de pinzas de cangrejo, y las vistas desde la plaza eran paradisíacas. Confieso que he viajado a muchos sitios, pero nunca había visto belleza semejante. La Plaza de España me cautivó por completo. En el centro y rodeado de cuidados jardines, se encontraba el monumento al gobernador D. Ángel Barrera; al fondo, se veía el Palacio del Gobierno, que era un bonito edificio de mampostería en color blanco y remates en crema. A la izquierda, llamó mi atención un elegante edificio de madera pintado de blanco, con las ventanas de color rojo inglés, y una curiosa iglesia construida con chapas. Me acerqué y en sus puertas conocí a dos personas que no olvidaré jamás: eran misioneros claretianos. Hablamos durante horas; me contaron que aquel edificio era la misión católica de Santa Isabel y que la iglesia fue construida por ellos a finales de 1890, utilizando chapas de hierro traídas de Bélgica. 15