"Juego Y SublimaciÓn (i)"

Transcripción

1 "Juego Y SublimaciÓn (i)" (*) Chile- Octubre 2001 Cristina Marrone I- Cuándo la clínica a la que somos convocados en tanto analistas nos pone frente a una encrucijada?. Cuando se trata de lo actual en el sentido de lo actual de la neurosis como expresión de una temporalidad en la que la transferencia queda reducida a la vigencia del presente en exclusividad. Esto quiere decir que, en lo esencial, no disponemos del significante en su retorno como efecto de la represión secundaria y posterior bajo la forma del síntoma y del recuerdo, pero tampoco del objeto, en su condición de radicalmente perdido. Son momentos en los que la estructura se nos presenta como un terreno resbaladizo, en los que el goce domina imponiendo sus designios más funestos; en esos momentos de verdadero festín prehistórico, la neurosis de transferencia se torna neurosis actual; ó, dicho de otra manera: la clínica con los adultos vira hacia lo medular de la clínica con los niños ya que ellas, lejos de oponerse, se articulan. Con lo dicho hasta aquí intento transmitir que me parece que dentro del lacanismo se ha producido cierto fenómeno: se expresa a la clínica con los niños bajo los términos del Sujeto y del significante: esto produce una consecuencia derivada de esa ruta conceptual, la de una adultización riesgosa para la clínica con los niños. Por el contrario, entiendo que se trata en determinados momentos de llevar la clínica con adultos hacia aquello que la clínica con niños nos enseña: que el establecimiento de cierto jugar permite sostener la apuesta de la transformación del goce en el terreno mismo del narcisismo. La clínica con los niños nos pone frente a la problemática del narcisismo y el juego, es en sí un recurso estructurante para el narcisismo. Es un artificio esencial en la clínica y diría que incluso es uno de los nombres de la ética del psicoanálisis aunque todavía sea necesario demostrar por qué. Para avanzar, me dirijo a comentar algunos datos del caso clínico de Sandra (1), una niña de siete años que parte en la vida con un destino de cuerpo enfermo, en la medida en que se muestra afectada por la repetición de crisis febriles respiratorias y urinarias. El papá, de quien se sabe es alcohólico dice: Estamos separados, a la nena la veo sola. Soy más abuelo que padre, la mamá no cortó el cordón pero yo no me meto ya que es la madre la que decide. - Página 1 de 5 -

2 La mamá de Sandra, asmática, a su vez creció junto a una madre alcohólica que golpeaba a su esposo, en escenas de violencia que se detenían por los ataques de asma. Dice de su hija: Ella es lo único en mi vida. Cuando se enferma el padre no aparece. En verdad, esta mamá golpea a su manera: la cambia de escuela, le impide el contacto con su hermanastro y con su padre. Se presenta como una niña excesivamente solícita, lo que en la escuela la lleva en ocasiones a someterse a las crueldades de otra nena a la que llama la jefa, y en sesión se lamenta cuando no puede hablar, jugar o dibujar. Pero lo cierto es que a menudo falta a los primeros encuentros a causa de sus crisis febriles e incluso algunos juegos quedan interrumpidos por mareos y vómitos. Sandra dice espontáneamente que su mamá tiene una tele-visión en la cabeza. Por otros datos sabemos que la mamá tiene que ver cada comida y cada deposición de la niña, aún durante los encuentros de ésta con su padre. Se trata entonces de Otro adictivo, que con sus ojos cae sobre el cuerpo de la niña llenando sus agujeros, reduciéndola a un cuerpo enfermo sin semejantes, bajo el predominio indudable del Goce del Otro. Además de sus ciclos febriles, Sandra manifiesta que no puede entender matemáticas porque ella tiene que ver. O sea, porque no puede dejar de ver, es posible decir hasta ahí, esta niñita está internada en la madre, la que tiene que ver pero también, como niñita de un padre que ve, no obstante éste, renegatoriamente, deja que la madre decida. Entonces, por lo dicho hasta aquí es posible advertir que el cuerpo de esta niña se enferma de repetición porque, desde la madre, la pulsión escópica se denuncia en su exceso, fisgoneo sin límite. Su mirada se mete o entromete en el cuerpo de la niña mientras el padre no le dona la ley porque cuando la madre de su hija se excede, él mira para otro lado. Un sueño enlaza el comienzo de cierto anudamiento transferencial que permite a la analista posicionarse como compañera de juegos: Soñé un sueño muy feo; a mi mamá la mataban. Ahí se suceden juegos en los que las nenas, hartas de los padres, quieren irse pero se lastiman, se queman, e inevitablemente hay que llamar al doctor. Un buen día, propone jugar a la Bella Durmiente, la que no sabía que era princesa y era atrapada por Maléfica, y luego por el capitán Garfio, quien la tira con una venda en los ojos a los tiburones, aunque Peter Pan la salva en el país de Nunca Jamás. Así, en el siguiente juego, las vendas toman el estatuto de mágicas: son el remedio para curarse de una Vampira que la chupa y, finalmente, en un último juego, en el que la niña sale por los agujeros de un Cabildo, manifiesta que el Rey debe quitarse las vendas de los ojos para poder ver y construir un dormitorio para las nenas. De esta manera, el despliegue de la transferencia en este caso singular nos permite advertir el recorrido de esta niña desde la posición inicial de la que tenía que ver hasta la creación de las vendas, como producto sublimatorio, efectuado mediante el juego. O sea, las vendas son la expresión misma donde en la estructura la letra VER, letra sin par, se metonimiza, se desplaza hacia los diferentes personajes de la escena de juego, tomando diferentes valores, cobrándose nuevos sentidos. Las vendas se hacen signo tanto de la renegación de la mirada - Página 2 de 5 -

3 del padre como del interdicto a la niña y a la madre vampira. Las vendas para no ver todo y también para el cuerpo lastimado son, en definitiva, el invento que asombra y conmueve emergiendo en el seno mismo de la escena lúdica. La ilusión que concierne al juego participa de dos raíces diferentes, ya que no es lo mismo considerar la ilusión en su vertiente religiosa, en la que se asienta la identificación que un niño manifiesta en el juego, que atender a la ilusión estética, aquella vertiente desde donde, sublimación mediante, se posibilita un efecto de invención, efecto por el cual un niño en el terreno lúdico transforma alguna porción del goce-malestar que lo habita. Es que con las vendas la niña muestra que quiere ser durmiente y bella, lo opuesto a ser enferma: son el producto sublimatorio con el que indica su éxodo del cuerpo del Otro. Esas vendas señalan la transformación del goce en el mismo juego como acontecimiento, en el ahí de la transferencia. Son la letra y, al mismo tiempo, el artificio en el sentido de un sinthome que la pequeña inventa en el sitio mismo en que ninguno de sus antecesores le transmitió la castración. Artificio que como tal no es privativo de la psicosis, y el concepto de forclusión destinado a juntar los fragmentos dispersos del Yo, ya que también se hace solidario del narcisismo en tiempos instituyentes, allí donde el déficit en la constitución del cuerpo indica que a la renegación no le llegó el auxilio pacificante de la represión. La premisa es que la clínica con niños implica fundamentalmente una transformación en el narcisismo. Sandra nos lo muestra: ella parte de un cuerpo cuyos agujeros están tapados (por el ojo voraz de una madre que no se priva de ver) y arriva a cierto despeje de los agujeros en el juego del cabildo (que se lee en el juego mismo y en que Sandra está bien y ya no se enferma). Pero la cuestión para nosotros es que esa transformación en el narcisismo se opera por la instauración del complejo del semejante, enlazado al juego; o sea, topologizando en la dimensión transferencial o clínica. Si al comienzo del tratamiento Sandra buscaba solamente hacerse amiga de una nena que la golpeaba, a la que llama la jefa, es que va al mundo adherida al goce y al cuerpo del Otro en una identidad especular envolvente. Entonces la niña no dispone del complejo del semejante, porque éste implica radicalmente tanto a la condición de mismidad como a la de alteridad. El designio adictivo del goce del Otro siempre suma, nunca resta, y por eso troncha el camino hacia el afuera. Por ello, cuando el otro es equivalente a la alteridad no es sólo lo parecido al Yo, sino que es lo otro lo que quiebra la adición, el efecto de sumación entre el Yo y el Otro absoluto. Es la expresión de la resta, de la pérdida de goce, hasta ahí radicaba exclusivamente en la identidad. Así, el juego cuestiona la fijeza del espejo congelado en lo mismo, o sea, cuestiona al presente crónico, instaura un afuera, hace lazo social, porque abre la búsqueda entre lo mismo y lo altero, le resta algo de goce a lo mismo, lo vacía. En otros términos: si hace de lo mismo otra cosa es porque el juego, articulado al complejo del semejante, convoca a la sublimación y, por ende, se constituye en una razón ética para el psicoanálisis, la que encuentra su soporte en la causa, en la radicalidad del objeto en tanto perdido. - Página 3 de 5 -

4 II- De la sublimación Llegados hasta aquí, es preciso detenernos por un momento para enfocar hacia el concepto de sublimación, en tanto éste constituye una vía medular de la experiencia lúdica. Sandra, la niña de estos juegos en transferencia y el pequeño Hans de Freud son niños que sufren, cada cual a su modo con matices diferentes, ya que ella presenta su cuerpo enfermo como signo de su malestar, mientras que Hans lo representa bajo la forma de un objeto fobígeno, el que se tornaría en causa de variadas fantasías a lo largo del tiempo fóbico. Sin embargo, ambos nos conducen a advertir cierto común denominador: el Otro primordial que atropella con su goce. Ambos comparten el efecto aplastante de una madre omnipotente en su narcisismo, y por eso es lícito extender la fantasía de Hans para metaforizar a esta niña. En consecuencia, sería posible decir que estas madres, en el sentido de su erotismo narcisista ilimitado, son como caballos sin control que arrastran el carro de sus vidas. En el Seminario IV Lacan dice que al pequeño Hans algo le falta para la salida, y en ello se refiere al falo simbólico en el sentido de déficit, de lo no donado por el padre. Incluso su expresión al respecto será aún más fuerte: dirá que la madre fálica vale por partida doble, ya que Hans entre su madre y la madre de su padre es en definitiva hijo de dos madres (2). Por eso, llevando las cosas a la comparación artificiosa, podemos decir que estos niños están atrapados en el terreno cienagoso del Otro del goce y, porque se trata de la salida que ellos encuentran, es preciso advertir la importancia del concepto en cuestión. Habitualmente se articula a la sublimación con la pulsión. Efectivamente: es uno de sus destinos. No obstante, me interesa destacar que la articulación mencionada es pertinente pero no exclusiva, puesto que propongo insertar a la sublimación como el recurso lúdico en el que estos niños buscan salir del terreno narcisista de la madre fálica. En ese sentido se puede decir que Lacan enlazó a Leonardo con Hans (3), y no sin razón. Por ello, teniendo en cuenta las dos orillas que se enlazan al concepto, es posible afirmar que la sublimación es el intento de restar goce al borde narcisista estableciendo un efecto lúdico que se emparenta a la creación estética. Dicho de otro modo: en 1910, con su Leonardo (4), Freud establece cierta revolución en cuanto al concepto; viraje que pongo en el centro de la clínica con niños y de las neurosis actuales en la clínica con adultos. Para partir del narcisismo del Otro e instaurar su cuerpo como propio y cierta alteridad simbólica de su experiencia en el mundo, un niño necesita de la sublimación. El recorrido por Tres ensayos... nos asoma al enlace de la pulsión con la sublimación, enlace más conocido, no por ello más entendido. Allí donde se trata del cambio de meta o de fin y del desasimiento del objeto sexual sustituído por otro de condición no sexual, la reversibilidad señalada es muy importante ya que cuando un niño dispone de este recurso pierde al Otro materno como objeto real de su goce, y ello es necesario para que pueda instalar al Otro como simbólico, o sea, constituirlo como Campo del Otro para su estructura. - Página 4 de 5 -

5 Entonces se trata de una transformación de lo erótico pulsional y de un apartamiento de la agresividad amenazante del narcisismo materno. Así, la sublimación hunde su raíz en la pulsión pero se eleva como potencia psíquica. Transformando la meta de la pulsión, un niño establece alteridad porque le resta el falo supuesto al Otro materno. La sublimación es el hilo tensor del juego, cuerda de equilibrista mediante la cual un niño atraviesa el goce incestuoso y encuentra la salida al desasirse del cuerpo del Otro, descompletándolo. Se tratará de no ceder ante establecer la pérdida del objeto, en la vía sublimatoria y lúdica en un efecto de invención sobre el narcisismo. Dicho de otra manera, y para concluir: la ética del psicoanálisis no es sin el juego, en el que cada analista, en tanto otro, en tanto causa, no obstaculiza la invención, ya que mientras la madre de esta niña hacía religión, la pequeña, inventando las vendas mediante el juego, hace arte. NOTAS: (1) Caso clínico presentado por Viviana Ardiaca en las Jornadas del espacio de Convocatoria Clínica de (2) Jacques Lacan: El Seminario, Libro IV, Las relaciones de objeto y las estrusturas freudianas. Clase N 24, 3/7/57. (3) Jacques Lacan: ob. cit. (4) Sigmund Freud: Un recuerdo infantil de Leonardo. Tomo II. Rueda Editores. - Página 5 de 5 -