Constitución Apostólica Sapientia Christiana, art. 4 3 Cf. Sapientia Christiana, art. 72.

Transcripción

1 LA TEOLOGÍA ES UNA EXPERIENCIA ESPIRITUAL P. Fernando Barredo, SJ Facultad de Ciencias Filosófico-Teológicas Pontificia Universidad Católica del Ecuador I En todas nuestras Facultades de Teología nos regimos por las orientaciones que da la Constitución Apostólica Sapientia Christiana. Es cierto que esa constitución apostólica señala que estas facultades están constituidas para la edificación de la Iglesia y el bien de los fieles y que sus profesores deben ser testigos de la verdad viva del Evangelio y modelos de fidelidad a la Iglesia 1. Además, en las Normas para la recta aplicación de la Constitución Apostólica Sapientia Christiana se menciona que la colaboración en la obra de evangelización se refiere a la acción de la Iglesia en la tarea pastoral, ecuménica y misionera, y está encaminada en primer lugar a la comprensión profunda, a la defensa y difusión de la fe 2. Sin embargo toda esta constitución legisla fundamentalmente sobre la organización de los estudios, entendidos como adquisición de conocimientos que deben ayudar a los ministros de la Iglesia en su labor evangelizadora. Al hacer esto, la Sapientia Christiana se mantiene dentro de aquella tradición universitaria que considera que lo fundamental es la transmisión de conocimientos, a fin de que los futuros profesionales puedan realizar adecuadamente su labor y, eventualmente, aportar con algún descubrimiento nuevo para el progreso de la ciencia. En concreto, al tratar sobre los estudios teológicos, la constitución apostólica señala que, en el primer ciclo, se ofrece una exposición orgánica de toda la doctrina católica, junto con la introducción al método de la investigación científica ; que, en el segundo ciclo, se tienen seminarios y ejercitaciones para conseguir práctica en la investigación científica, y que, en el tercer ciclo, se perfecciona la formación científica, especialmente a través de la elaboración de la tesis doctoral 3. II Sin duda esta orientación es insuficiente pues, como desde hace algunos años se reconoce en los planes de estudio de las diversas carreras, la formación universitaria debe procurar no solo la transmisión de conocimientos, sino de habilidades, que permitan al profesional poner en práctica esos conocimientos. De este modo, es normal que en las diversas carreras universitarias se procure unir teoría y práctica. La teoría está destinada a explicar el desarrollo de las 1 Cf. Sapientia Christiana, Proemio IV. 2 Cf. Normas de la Sagrada Congregación para la Educación Católica en orden a la recta aplicación de la Constitución Apostólica Sapientia Christiana, art. 4 3 Cf. Sapientia Christiana, art

2 ciencias y a capacitar al profesional para que, comprendiendo la dinámica de la ciencia, colabore en el avance de ella, a fin de responder a los nuevos problemas. La práctica está orientada a que los estudiantes comprendan mejor la teoría y se capaciten para ponerla en práctica, a fin de solucionar los problemas más usuales Toda esta tendencia se traduce, en el campo de la Teología, en el cultivo de una Teología pastoral, que proporcione no solo sólidos conocimientos teológicos, sino además proporcione ciertos instrumentos para que el mensaje evangélico pueda llegar al pueblo cristiano y contribuya a la consolidación de la Iglesia. Sin embargo, en este modelo existe el peligro de concebir que el mensaje teológico se agota en una comprensión intelectual y en una praxis cultual y moral, es decir, en la vinculación sociológica a una comunidad cultual. III Pese a la relativa bondad del modelo teológico-pastoral, él puede ser cuestionado desde diversos puntos de vista. En esta exposición procuraremos cuestionarlo a partir de las reflexiones sobre los Cuatro Pilares de la Educación, que en 1996 publicó la Comisión Internacional de la UNESCO sobre la Educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors 4. En primer lugar, este cuestionamiento surge de los dos primeros pilares, que son precisamente aquellos en los cuales parece basarse el modelo teológicopastoral: 1) aprender a conocer (adquirir los instrumentos de la comprensión) y 2) aprender a hacer (capacitarse para influir sobre el propio entorno). Es evidente que en un mundo en el que se va multiplicando geométricamente el conocimiento humano, no podemos pretender aprender toda la ciencia. Ni la teoría, ni la práctica aprendida en la universidad pueden ser suficientes para que el futuro profesional realmente se realice; es necesario que adquiera una actitud investigativa, a fin de que, a lo largo de su vida, a través del diálogo con las otras ciencias, vaya actualizándose, tanto en la teoría, como en la práctica, y pueda responder ante los problemas nuevos. Esto también se da en la Teología. Por muchos conocimientos que tengamos en algunas áreas, nos damos cuenta de que no es posible ser expertos en toda la doctrina católica. Nuestra ciencia teológica deberá tener al menos dos componentes, por una parte ciertos conocimientos generales sólidos, que nos permitan encontrar un punto de partida para el diálogo con otras teologías y 4 Cf. Jacques Delors, La Educación encierra un tesoro, informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI. Santillana, Cap. 4: Los cuatro pilares de la Educación. Cf. - Francia. L Éducation: Un trésor est caché dedans Rapport a l UNESCO de la Commission internationale sur l education pour le vingt et uniéme siécle. Learning: The treasure within. Report of the International Commission on Education for the Twenty first Century 2

3 otras cosmovisiones y, por otra parte, debemos continuamente ir profundizando en ciertos aspectos y campos teológicos, hacia los cuales nos sentimos más atraídos, o en los cuales nos experimentamos más cuestionados por los que nos rodean. Por todo esto es comprensible que el teólogo deba, ante todo, conocer los fundamentos de la Teología cristiana y su evolución a lo largo de los siglos, al menos en algunos de los diversos contextos culturales. A partir de esto, el teólogo debe ir continuamente elaborando una síntesis teológica que sea coherente con la doctrina teológica oficial de la iglesia y con sus percepciones y experiencias personales. Esta síntesis teológica debe estar abierta a los cuestionamientos que le presenten los contemporáneos que, en un mundo globalizado, no son necesariamente solo los que pertenecen a nuestro mundo cultural. De este modo, el teólogo se ve obligado a salir de su gueto, de modo que, utilizando expresiones nuevas y antiguas, pueda dar testimonio de nuestra Fe ante gente procedente de los más diversos entornos científicos y culturales. Para entrar en diálogo con el hombre contemporáneo, el teólogo debe ir adquiriendo una buena formación en las diversas ciencias, tanto naturales como sociales (por ejemplo: historia, sociología, psicología y filosofía). Estas ciencias lo ayudarán a comprender a los demás y a su modo de pensar y de sentir. Debe asimismo el teólogo manejar los instrumentos adecuados para que la teología llegue a nuestros contemporáneos y sea comprendida y aceptada por ellos. De este modo, a partir del diálogo con los demás, y a la luz del Evangelio y de la tradición e historia de la Iglesia, puede el teólogo católico ir continuamente profundizando en la riqueza de nuestra fe y en las posibilidades de compartirla con los demás. IV Un cuestionamiento adicional a la enseñanza tradicional de la Teología proviene de lo que la comisión internacional de la UNESCO presenta como el tercer pilar de la educación: aprender a vivir juntos (para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas). A partir de esto se descubre la Teología no solo como un transmitir conocimientos, sino como un transmitir vida. La doctrina y la praxis eclesial son simplemente el lugar concreto donde nosotros hemos experimentado la Gracia de Dios, una Vida que no solo está destinada a nosotros, sino quiere llegar a todos los seres humanos, e iluminar a todas las situaciones humanas y todas las culturas. A partir de este momento se descubre el teólogo como un ser que desborda la esfera meramente académica. Su compromiso con la Humanidad le da un sentido pleno a aquella frase de Terencio: Soy hombre y nada de lo humano 3

4 me es ajeno 5. Así descubre que no solo la doctrina cristiana es algo esencial a la Teología, sino que también son fundamentales los destinatarios del Evangelio. Asuntos críticos, como la economía, la política, el colonialismo, la guerra, la familia, la enfermedad y la muerte son temas importantes en la Teología, que se orienta a que el ser humano vaya descubriendo, a la luz de Cristo, cuál es el lugar y el sentido que tiene en el universo. V Toda esta actividad teológica corre el riesgo de dispersarse si no encuentra su sitio en el mismo corazón del teólogo. Como bien se expresa en el informe de Delors, el descubrimiento del otro pasa forzosamente por el conocimiento de uno mismo 6. En el punto de partida de nuestra actividad teológica y apostólica está un habernos encontrado con la persona y la palabra de Cristo, que no solo da respuesta a las inquietudes de nuestro corazón, sino realmente nos va transformando en compañeros y testigos suyos, y al mismo tiempo se nos muestra capaz de transformar la vida de los demás personas y de los diversos grupos humanos. Esta es la experiencia que estamos llamados a compartirla y al mismo tiempo enriquecerla en el diálogo pastoral y en la acción misionera. Por eso podemos decir que en realidad, la Teología y el diálogo teológico solo alcanzan su real dimensión si expresan y transmiten una experiencia de Dios que da sentido a la vida humana, es decir, si la Teología es realmente una Teología Espiritual, expresión de una relación espiritual con Cristo, que se ha manifestado al teólogo por medio de la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia, los santos y la misma comunidad cristiana, que hacen sentir su presencia de modo peculiar en el culto y la oración de la Iglesia. CONCLUSIÓN Por todo lo anterior podemos decir que la actividad teológica no es simplemente una actividad intelectual, sino es expresión de la vida espiritual del teólogo. Ella nace en una familia o comunidad cristiana, de la que el teólogo ha recibido la fe, ciertamente como una experiencia espiritual, pero condicionada por una cultura determinada. Los estudios teológicos le permiten al teólogo enriquecer su propia experiencia con la experiencia espiritual de otros individuos y grupos cristianos. Es posible que en algunos casos la teología se quede estancada en una especie de descripción de las experiencias espirituales que se han tenido en el 5 Homo sum et humani nihil a me alienum puto Publio Terencio en El verdugo de sí mismo. 6 Cf. Jacques Delors, Op. Cit., cap. 4, bajo el subtítulo: El descubrimiento del otro. Además, en el mismo escrito, bajo el subtítulo aprender a ser se nos dice: Este desarrollo del ser humano, que va del nacimiento al fin de la vida, es un proceso dialéctico que comienza por el conocimiento de si mismo y se abre después a las relaciones con los demás. En ese sentido, la educación es ante todo un viaje interior, cuyas etapas corresponden a las de la maduración constante de la personalidad. 4

5 interior de la Iglesia. Sin embargo, una teología viva no debe quedarse estancada en las aulas o bibliotecas; al ponerse en contacto con el pueblo cristiano, el teólogo puede comprobar que es riquísima la experiencia que el pueblo tiene de Dios. Es cierto que con frecuencia esa experiencia se ve deformada por elementos culturales que se presentan como si fueran realmente palabra de Dios. Aquí es importante la labor del teólogo, para ayudar al pueblo cristiano a purificar su fe, a crecer en ella y a dar testimonio de ella no solo ante los miembros de la propia familia, sino ante miembros de otros grupos humanos, que frecuentemente tienen experiencias muy diversas de Dios. Aquí es fundamental la labor del teólogo, no para impedir, sino para facilitar el diálogo entre personas y grupos humanos que tienen diversas experiencias religiosas. En este diálogo no se trata de imponer una visión determinada, sino en permitir que las diversas experiencias, al encontrarse, se vayan enriqueciendo y fecundando mutuamente. El resultado será una fe viva, que se expresará en doctrinas y prácticas que, siendo propias de un pueblo, podrán ser en diversa medida compartidas por otros, pues reconocen en ellas elementos que los ayudan a manifestar su fe. Ojalá algún día todos los seres humanos, aunque utilicemos explicaciones y ritos diversos, podamos compartir la misma fe. 5