Estimado profesor Felipe Portocarrero, profesora María Matilde. Schwalb, profesor David Mayorga, Padre Provincial de la Compañía de

Transcripción

1 Estimado profesor Felipe Portocarrero, profesora María Matilde Schwalb, profesor David Mayorga, Padre Provincial de la Compañía de Jesús, queridos miembros de la comunidad que conforma la Universidad del Pacífico: Un mes de agosto de 1980, durante las vacaciones escolares, visité por primera vez la Universidad del Pacífico. Eran épocas muy distintas a las actuales, no había internet, las universidades no hacían publicidad, las opciones en pregrado eran pocas y el conocimiento que aquellos jóvenes podíamos tener sobre un programa académico, sobre la calidad del cuerpo docente o sobre las posibilidades de egresar y conseguir un buen empleo eran limitadas. No era posible acceder a un estudio de mercado o a un ranking internacional que pudiera orientar la decisión a tomar en ese rápido proceso de elegir carrera e institución universitaria. El consejo de un amigo y un poco de suerte hicieron que algunos meses después empezara mis estudios de Administración en esta casa. Pocos estudiantes en esa época tenían autos y, como es fácil deducir, no existían los celulares, no teníamos computadoras personales y el máximo contacto que teníamos con la tecnología eran las tarjetas 1

2 picadas con pequeños agujeros que debíamos presentar en una ventanilla para formalizar nuestra matrícula. La vida universitaria empezaba a las ocho de la mañana y concluía con la última clase, muchas veces al caer la noche. Pasábamos días enteros en la universidad, desconectados del mundo, entre clases en un solo pabellón de cinco pisos y algunas horas de descanso en esa pequeña cafetería con forma de media luna que acogía a los estudiantes, a los profesores y a los colaboradores administrativos. Tal vez ese mundo que nos abstraía del exterior por la época en la que vivíamos, fue en parte la razón para estrechar lazos como una comunidad que compartía todos los días los mismos sueños y una misma visión de futuro. Los estudiantes no utilizábamos auriculares, como se estila hoy, para desconectarnos de la rutina académica a través de la música, pero estábamos acostumbrados a una melodía constante: el repicar de los cinceles y martillos que hora tras hora y día tras día, por cinco años, fueron la música de fondo de nuestras clases. Era una bulla insoportable pero aceptada con gusto, porque sabíamos que lo que allí se construía era la Universidad del Pacífico para los que vendrían después y, ahora en perspectiva, pienso que éramos estudiantes 2

3 generosos porque aceptábamos que esa vieja casona que se tiraba abajo en ese entonces y que daría paso a una plaza central y al primero de varios nuevos edificios, albergaría a quienes seguirían nuestros pasos. Esa era la mística de la Universidad del Pacífico, una comunidad orgullosa de los logros del otro, una comunidad que aceptaba retos y que aún desde esos años, sabía que en sus aulas se forjaba el carácter de los líderes de las organizaciones del país. La Universidad del Pacífico de aquella época que, por supuesto recuerdo con una dulce nostalgia, era construida con el aporte económico de los empresarios y con la mirada cuidadosa de los padres jesuitas y de un joven rector con vocación de arquitecto. Aunque, lo más valioso de esa universidad, aquello que unos años después me hizo regresar y quedarme hasta hoy, fue siempre su gente. Situados en el hoy, puedo concluir que estamos aquí para servir a esa universidad que nos acogió, que nos vio madurar y que nos dio tanto. Estamos aquí simplemente para continuar la obra de muchos otros, para mirar hacia adelante y para recordarnos a todos que, si la Universidad del Pacífico es grande, es por la calidad humana que hay en ella. 3

4 Nuestro país nos ofrece uno de los mejores momentos de su historia, tenemos la oportunidad de soñar en grande, de hacer que el prestigio de la Universidad del Pacífico se expanda por la región y, por qué no, por el mundo. Tenemos las armas tecnológicas y modernas instalaciones, tenemos a nuestros exalumnos, a las empresas del Patronato, a la Compañía de Jesús, a nuestros alumnos talentosos y tenemos profesores y colaboradores administrativos- la energía y la experiencia para volar alto. Necesitamos recordar los valores que nos cohesionan y que a varios de nosotros nos han permitido que muchos años de trabajo hayan pasado en un abrir y cerrar de ojos porque lo que se hace con convicción y con pasión supera la barrera del tiempo y del espacio. Grandes lecciones de su pasado siguen hoy muy vigentes y nos permiten orientar el futuro. La Universidad del Pacífico no masifica la educación, evita como dice Gridley- la MacDonalización de nuestra actividad formadora, una tendencia observada en las universidades que crecen como si el éxito de la estrategia en el mercado educativo se tratara tan solo de crear franquicias en diversos territorios. Nuestro pregrado y nuestro postgrado no deben perder la preocupación por la 4

5 calidad de la experiencia educativa de nuestros alumnos. Y para enfatizar una orientación hacia el fortalecimiento de nuestro capital social, debiéramos procurar gestionar nuestro crecimiento reemplazando enfoques de competencia por la búsqueda de alianzas y de modelos de cooperación interinstitucional. Es decir, privilegiar la complementación y la agregación de esfuerzos, así como la generación de sinergias con otras instituciones pares de educación superior que cuiden celosamente la calidad y que nos permitan generar para nuestros estudiantes, experiencias significativas de internacionalización y de fortalecimiento de capacidades. Charles Handy, pensador en tópicos vinculados con las organizaciones, nos dice que necesitamos como seres humanos asociarnos con una causa para dar sentido a nuestras vidas. Quienes trabajamos en una universidad que busca formar a los líderes de este país como ciudadanos responsables de su propio desarrollo y del progreso de su sociedad, tenemos como causa formar al hombre bueno. Somos responsables entonces, como diría Jennifer Gridley, de trabajar por el desarrollo de la mente, pero también del corazón y del alma de nuestros jóvenes. Siguiendo sus ideas, necesitamos dejar nuestros 5

6 viejos modelos de educación, pertinentes para la era industrial, de manera de concebir un modelo educativo que fortalezca la conciencia de los individuos. De allí la importancia de repensar nuestros planes de estudio con una verdadera orientación hacia la formación integral, donde hagamos mayor hincapié en promover en nuestros estudiantes la imaginación, el pensamiento orgánico, la participación activa en su aprendizaje, la creatividad, la estética y la espiritualidad. En este escenario, cobra sentido un centro cultural que se infiltre en nuestras clases para aportar con una educación artística. Del mismo modo, la promoción de nuestro trabajo académico en el campo de la ética, que nos humanice, mientras vivimos la vorágine de las miradas cortoplacistas que han resultado ser la tentación de algunos modelos empresariales. Necesitamos asumir como propio el objetivo de la sostenibilidad y practicar la gestión responsable para lograr una educación verdaderamente ecológica. Mientras que, al mismo tiempo, debemos generar espacios para la innovación en todas sus dimensiones, de manera de ofrecer una educación con perspectiva de futuro. Como parte de la esencia de nuestra universidad, debemos priorizar una educación transformadora que deje en nuestros 6

7 estudiantes experiencias de aprendizaje significativo, es decir, lecciones de vida. Ahora bien, para ser capaces de llevar a cabo una educación transformadora, tenemos que tener la capacidad de reinventarnos y de abrir nuestras fronteras mentales e institucionales a nuevos aires, a nuevas ideas, a profesionales de otras disciplinas que hoy son parte de nosotros. Y, en ese sentido, requerimos tener la apertura suficiente para escuchar al que opina diferente y, sin embargo, comparte los mismos ideales. Como dijo el Padre Adolfo Nicolás, se necesita una comunidad de compañeros comprometidos que trabajen juntos. No tienen que pensar todos igual, porque cuando todos se ponen de acuerdo con demasiada facilidad, quizá es porque no todos están pensando. En nuestra institución, como debe suceder en una universidad, la diversidad de especialidades y posiciones debe ser vista como un activo valioso. Procuremos cultivar, asimismo, la generosidad. Al fin y al cabo, enseñar es un acto de generosidad. Pero, el reconocimiento a los logros del otro también es generosidad. Procuremos practicar la humildad intelectual, la permanente vocación por el aprendizaje y, sobre todo, la 7

8 vocación de servicio. El directivo que sirve a sus colaboradores se ennoblece; el profesor que deja todo por apoyar a un estudiante, crece como ser humano; el colaborador administrativo que encuentra en su labor la trascendencia de la causa de esta universidad, se vuelve un educador; el estudiante que reemplaza una queja por una propuesta, está fortaleciendo sus propias capacidades. Observadores del quehacer de las instituciones educativas nos alertan sobre los fantasmas de las universidades y de las escuelas de negocios: la autocomplacencia, el conservadorismo, la fragmentación producto del natural individualismo del quehacer docente y la inercia que amenaza con acompañar a instituciones como la nuestra que, en épocas de crisis y en épocas de bonanza, pueden seguir sintiéndose necesarias y no advertir el efecto de la modernidad. Tenemos que preservar atributos claves de la cultura de la Universidad del Pacífico, su espíritu autocrítico y su sed de excelencia. Por eso, tenemos que hacer realidad modelos formativos innovadores que aprovechen la tecnología, hoy tan accesible. Los educadores, en una universidad que forma gestores, expertos y líderes de opinión, tenemos la obligación de ser un buen reflejo de la realidad del mundo 8

9 laboral, donde los modelos de negocios y las instituciones aplican tecnologías digitales en todo orden de cosas. Los educadores, tenemos que cambiar nuestros viejos modelo de largas clases centradas en los discursos para pasar a ser verdaderos coaches (entrenadores) y mentores de nuestros estudiantes. Debemos entender que el docente hoy necesita hacer investigación para enriquecer su perspectiva y generar valor en las aulas, más allá de lo que el propio joven puede encontrar simplemente presionando unas cuantas teclas que lo conectan con un mundo infinito de información. Otro reto importante que tenemos, es el logro del delicado balance entre el conocimiento académico y el experiencial, así como entre la rigurosidad científica y la aplicación práctica de nuestros hallazgos. Persiste, entre nuestras tareas a futuro, el lograr enfoques multidisciplinarios cuando en las aulas discutimos problemas complejos de la realidad. Esto pone de manifiesto la necesidad de trabajar una currícula con una mirada más transversal, dejando de lado la simple cosmética para dar paso a un trabajo de prospectiva y crear, de este modo, un modelo educativo que promueva la formación integral. 9

10 Para nosotros, que asumimos esta nueva responsabilidad, desde nuestra perspectiva, el gran reto consiste en la instauración del liderazgo en el ADN de la institución. No me refiero al liderazgo solo de las autoridades, sino al liderazgo protagonizado por cada uno de nosotros en nuestros diferentes roles. Nuestro verdadero liderazgo responsable radica en movilizar a nuestros compañeros para actuar, donde nuestro éxito será medido por el éxito del conjunto y no de las individualidades. Aspiramos a construir para la Universidad del Pacífico una comunidad universitaria donde todos asumamos el rol de líderes integradores que, apoyados en nuestro pasado de éxito e inspirados en una mirada amplia del futuro, seamos actores claves en el desarrollo de nuestro país. Los invito desde aquí a reconocernos en lo avanzado, que ha sido mucho, y a establecernos a nosotros mismos desafíos relevantes en cuanto a la buena docencia, a la producción intelectual, al trabajo cercano entre profesor y estudiante, a la eficiencia en los procesos y a la vocación de servicio. 10

11 La Universidad del Pacífico, y en ella evoco a cada uno de sus miembros, merece pasar los años venideros en un espacio de optimismo, de caos creativo bien monitoreado, de construcción colectiva de una identidad renovada con el ímpetu de nuevos estudiantes que provienen de una generación sensible hacia su entorno y preocupados por su trascendencia. Pero, sobre todo, con la confianza de que cada uno de sus integrantes encontrará también espacios para que se valore lo que son, lo que hicieron pero, mucho mejor aún, lo que pueden todavía dar. La Universidad del Pacífico está preparada para liderar con el ejemplo, para ser modelo y referente en el país y en la región. Basta con que seamos firmes en los pasos que demos hacia adelante y que tengamos la certeza de que, lo que no puede hacer tal vez alguien solo, puede hacerlo una comunidad de personas de mucho talento y de gran compromiso. Desde el lugar que hoy nos toca ocupar a las autoridades entrantes, un lugar en esencia coyuntural y pasajero, tienen en nosotros a sus aliados, quienes sabremos apoyarlos pero, también, llevarlos -con firmeza y cuando sea necesario- a mirar hacia adelante, a no desconfiar 11

12 de nuestras propias potencialidades, porque tenemos la certeza de que, en este mundo actual competitivo y complejo, la Universidad del Pacífico tiene en sus espaldas los activos necesarios para atraer a los mejores. Otra vez, a los más brillantes hombres buenos. Muchas gracias. Elsa Del Castillo Mory 13 de agosto de