Panel: La enseñanza religiosa escolar y los actuales desafíos de la clase de Religión

Transcripción

1 Panel: La enseñanza religiosa escolar y los actuales desafíos de la clase de Religión DESAFÍOS ACTUALES DE LA CLASE DE RELIGIÓN EN LA EDUCACIÓN CATÓLICA Samuel Yáñez 1 La clase de religión en la educación chilena tiene su lugar propio, tanto en el ámbito del sistema educativo nacional, como en el horizonte de la vida eclesial. No hay una identidad sin más, empero, entre los fines buscados por el Estado y por la Iglesia. Para la Iglesia católica, la clase de religión constituye una instancia concreta, entre otras, para el anuncio de la Palabra y para la formación en la fe. La clase de religión se ubica en la línea del servicio o ministerio, precisamente, de la Palabra. Por su parte, el sentido de la clase de religión en el sistema escolar nacional es educar esa dimensión humana consistente en su apertura a lo espiritual, religioso y/o trascendente. Se trata de una dimensión privilegiadamente religiosa, aunque hay personas que resuelven la pregunta por el sentido de sus vidas en el mundo con una respuesta irreligiosa. En todo caso, todos estamos religados, es decir, nos planteamos la pregunta por Dios (lo divino, los dioses) y por el sentido y la finalidad de la vida. 2 Actualmente, se consideran dos horas de religión semanales en los niveles primario y secundario. Los contenidos de los programas de religión son elaborados y presentados por las Iglesias, y el Estado los aprueba. El diseño contempla clases de religión en escuelas con proyectos educativos de orientación confesional y no confesional. El diseño también considera la decisión de los padres y/o apoderados de los niños y jóvenes, en orden a asistir a estas clases. En suma, el modelo integra el interés social por educar esta dimensión, el interés de las iglesias y la prerrogativa de los padres respecto de la educación de sus hijos. Ahora bien, hay que reconocer que la realización práctica de este modelo actualmente se enfrenta a problemas no desdeñables de diverso género. En algunos colegios, se usa el tiempo de la clase de religión para otros fines, normalmente relacionados con las exigencias de rendimiento en dimensiones medidas con pruebas 1 Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad Alberto Hurtado, director del Área de Educación Religiosa Escolar. 2 Cfr. Zubiri, Xavier, El hombre y Dios, Alianza Fundación Xavier Zubiri, 2007, 8ª edición,

2 estandarizadas, o bien se reorienta la clase hacia temas morales o de desarrollo personal. Hay pocos jóvenes interesados en formarse para ser profesores de religión, en contraste con la necesidad que hay en muchos colegios. Por otra parte, es común que la clase de religión no esté bien integrada con las restantes áreas del currículo, lo que obstaculiza que el estudiante pueda relacionar conocimientos y perspectivas de comprensión. En colegios católicos, algunos critican que la clase de religión no se distinga suficientemente de la catequesis o de la pastoral. Se proponen distintos modelos de clase de religión. Hay que investigar más sobre las formas didácticas más efectivas. En fin, pueden mencionarse varios otros problemas y desafíos. En esta presentación, me referiré someramente a dos desafíos de orientación, por llamarlos de algún modo. En primer término, pienso que la clase de religión tiene que aportar a los desafíos comunes que nos afectan a todos. En segundo término, pienso que, para la renovación de la clase de religión, es crucial la toma de conciencia del cambio hondo que acontece en los modos de creer a causa de los procesos modernos. 3 Al abordar los desafíos de la enseñanza de la religión, me parece que hay que comenzar respondiendo una pregunta de base: cuáles son los desafíos fundamentales que enfrentamos en la hora presente? Se trata de un asunto que supone una comprensión global actualizada de nuestra situación en la naturaleza y en la sociedad. Esta visión por cierto problemática y compleja- incide necesariamente en la tarea educativa de niños y jóvenes. Identifico dos desafíos principales, que poseen una suerte de familiaridad entre ellos, incluso una raíz común. En primer lugar, está el desafío (chileno, latinoamericano, mundial) de avanzar sostenida y significativamente hacia sociedades más integradas y equitativas. Las cifras que expresan las diferencias de oportunidades, de derechos realmente poseídos y de posibilidades de realización, son muy conocidas. Ya no se trata sólo de igualdad, sino de reconocimiento, pues la primera puede tender a una homogeneización indebida y al etnocentrismo; la segunda, en cambio, admite una equidad plural. En segundo lugar, hay que traer a la conciencia el desafío global de la cultura del descarte y de la indiferencia, que impregna nuestros estilos de vida y maneras de proceder, tanto a nivel individual como social. En su reciente Carta Encíclica, el papa Francisco muestra con elocuencia esta enfermedad humana, que afecta por igual a nuestras relaciones con la naturaleza y con los seres humanos. Los problemas ecológicos y sociales 3 Taylor, Charles, Las variedades de la religión hoy, Paidós,

3 están estrechamente vinculados y afectan más a los pobres y abandonados: personas, seres vivos, realidades naturales. Cabe preguntarse por qué campea actualmente esta cultura del descarte y de la indiferencia, que se expresa en exclusión. Una raíz principal está en el desarrollo unilateral, desequilibrado, de las fuerzas del cálculo y de dinámicas tecnológico-financieras en esta etapa del modelo de desarrollo capitalista. Se trata de intereses, de poderes, de actitudes, que fraguan en prácticas irresponsables. Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional (LS 54). El poder conectado con las finanzas es el que más se resiste y los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras (LS 57). Es necesaria una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (LS 111), una valiente revolución cultural (LS 114). Jürgen Habermas viene alertando desde hace algunos años sobre la encrucijada de humanidad a que estamos enfrentados como especie. Ante este panorama, son necesarios todos los aportes y tradiciones vivas de sociedades y culturas. 4 Por su parte, Francisco insiste en la necesidad de un pensamiento, de una visión integral (LS ). El gran desafío es el desarrollo de una cultura del cuidado y de la integración, con la naturaleza y en la sociedad, a nivel de la urbe y del orbe. Esto implica, con energía y no sin sacrificios, poner al bien común en el lugar de privilegio, modificar nuestros estilos de vida y trabajar por un marco institucional adecuado. Ya Ignacio Ellacuría, en la década de los 70 del siglo pasado, tomando una idea de Kant, señalaba que el estilo de vida de las sociedades desarrolladas no resulta moralmente aceptable, en la medida que no pasa el test ético de la universalidad. En efecto, universalizar dicha forma de vida significaría un colapso a mediano plazo. 5 Para afrontar este enorme y central desafío, las tradiciones religiosas y la humilde y valiosa clase de religión deben y pueden aportar. Es interés social y estatal integrar este aporte, así como el de otros. Al decir esto, me refiero a Chile, pienso en las tradiciones cristianas (católica, evangélica, metodista, pentecostal, bautista, etc.), en la espiritualidad y religiosidad mapuche, y en otras tradiciones con menor presencia. En nuestro país tiene significación también una tradición laica humanista, cuyo aporte es igualmente necesario y esperado. 4 Cfr. Habermas, Jürgen; Ratzinger, Joseph, Entre razón y religión. Dialéctica de la secularización, Fondo de Cultura Económica, Cfr. Ellacuría, Ignacio, Utopía y profetismo desde América Latina: un ensayo concreto de soteriología histórica, Revista Latinoamericana de Teología, n 17, UCA Editores, 1989,

4 Las tradiciones religiosas poseen una perspectiva de sabiduría y de acción. Sus propias fuentes alojan una gran riqueza en el sentido del cuidado y la armonía, el respeto a la madre tierra y el compromiso con los demás. Hay en ellas reservas de sentido y capacidad de sacrificio. Igualmente, en las tradiciones cristianas hay un diálogo permanente con las racionalidades filosóficas y científicas, lo que enriquece su aporte a la hora de ampliar marcos racionales estrechos. No hay que cerrar los ojos al hecho, conocido por todos, que en las tradiciones religiosas también anidan dinamismos desintegradores, violentos, excluyentes y fanáticos. Por ello, el aporte que las tradiciones religiosas están llamadas a dar exige de ellas una renovación constante, una actualización de esa sustancia humana y evangélica de su experiencia de Dios, y de la tarea por dar razón de sí mismas a la altura de estos tiempos. No soy partidario de una clase de religión que consista solamente en una entrega de conocimientos sobre las religiones, su historia y su sentido para la cultura, la sociedad y la existencia humana. Pienso que la perspectiva de las ciencias de las religiones (historia, psicología, sociología, etnología, etc.) permanece en gran medida extrínseca al fenómeno religioso. Su aporte es hoy fundamental tampoco soy partidario de omitir esta perspectiva-, pero, de algún modo, es un acercamiento desde afuera al fenómeno. Por ello, me inclino a hacer de la noción de experiencia religiosa la categoría orientadora de la clase de religión. Toda experiencia incorpora vivencias (que implican las distintas dimensiones de la personalidad y de la vida humana), pero no se queda en ellas, sino que supone una profundización reflexiva y una integración libre y optativa. No hay experiencia sin vivencia, pero tampoco sin opción y profundización. La clase de religión, a mi juicio, tendría que ayudar a recoger y elaborar reflexivamente las vivencias de sentido, y hacerlas dialogar con la mentalidad o forma mental de las tradiciones religiosas. Para esto, se requiere una presentación actualizada y relevante de dicha forma mental (que implica contenidos, actitudes y habilidades, es decir, competencias). Las encuestas realizadas a jóvenes en la última década muestran una tendencia a la baja del número que se reconoce católico, aunque no irreligioso. Está claro que el proceso de transmisión de la fe católica a las nuevas generaciones cuenta, cada vez menos, con un medio de apoyo en la familia, en la cultura, en las formas simbólicas y en los modos usuales imperantes en la sociedad. Asistimos a una transformación social y cultural en Chile respecto de la religión y, en particular, respecto del catolicismo. Esta mutación también alcanza a los modos de creer de los mismos católicos. Las formas y vías de la 4

5 búsqueda espiritual y de la experiencia religiosa de las personas están sufriendo hondos cambios. Como ya tenemos delante, a esta altura de la historia, de manera panorámica, la experiencia religiosa milenaria de la humanidad, 6 se ha podido desarrollar un saber sobre la experiencia religiosa, ciertamente bien diversa, pero con un significado antropológico que hace posible establecer relaciones de semejanza y de diferencia entre unas y otras experiencias. Por qué el hombre desarrolla religiones? Qué lugar ocupa la experiencia religiosa en el conjunto de la vida humana? Qué formas de religión es posible reconocer en la historia de la humanidad? Qué conexiones pueden descubrirse entre la experiencia religiosa y las formas de organización social y política? Qué papel juega la religión en orden a la paz, la violencia, la solidaridad? Cómo se integra la fe religiosa en la vida cotidiana de las personas? Qué patologías psicológicas y sociales parecen tener una relación especialmente estrecha con la dimensión religiosa? Cómo se expresa en el arte actual la búsqueda religiosa? Se podrían seguir añadiendo preguntas como éstas. El profesor de religión requiere haber adquirido y formado básicamente esta perspectiva que, en última instancia, le permite comprender la experiencia religiosa en el conjunto de la vida humana. Este saber, esta manera de mirar, le permitirá dialogar con el joven de hoy, de modo que la clase de religión gane en relevancia formativa. El profesor de religión tendrá las claves para el diálogo pedagógico si logra, en su formación, una comprensión incardinada y actualizada del sentido y función de la experiencia religiosa en el horizonte de la vida, en todas sus dimensiones. Para ello, constituyen una ayuda indispensable la historia y las ciencias de la religión. A veces, me ha parecido encontrar temor en algunos a integrarlas en la formación de los profesores de religión católica. Por mi parte, las considero muy necesarias, para sensibilizarse al significado antropológico de la experiencia religiosa. No basta la formación teológica católica para el profesor de religión. Como su vocación es la de educar, tiene que tener herramientas para ayudar a que los jóvenes descubran el sentido vital y multidimensional de lo religioso. El aporte de las ciencias humanas y de la fenomenología es aquí indispensable. La educación religiosa escolar católica, pienso, tendrá eficacia en la medida que sea capaz de radicar la comunicación de la experiencia cristiana en el seno de lo que podría denominarse una antropología de lo religioso. Esto es necesario hoy por la situación de transformación de las maneras de creer (época postsecular) y por el panorama interreligioso, pero también por una exigencia intrínseca al 6 Cfr. Eliade, Mircea, Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Cristiandad,

6 mismo Cristianismo, pues la gracia no destruye la naturaleza, sino que la asume y perfecciona. 7 El modelo de desarrollo vigente en Chile desata fuerzas que centran la vida humana en carriles individuales, en el éxito material y en una mentalidad y prácticas utilitarias. Mas la experiencia religiosa, particularmente la cristiana, valorando en medida ajustada el individuo, las posesiones y el cálculo, abre a las dimensiones comunitarias, espirituales y gratuitas de la vida. Esto a veces se expresa cuando se dice que la experiencia religiosa tiene que ver con la hondura y el sentido de la existencia. Es, nuevamente, como si una escotilla de trascendencia o de profundidad se abriera en un mundo dirigido por los principios de lo sensible y de lo útil. La educación religiosa escolar es hoy una actividad contracorriente. Pero, si una antropología de lo religioso es capaz de mostrar que la apertura del mundo cerrado es una dimensión inherente a la vida humana el problema del fundamento, el problema de la trascendencia, el problema de Dios-, entonces una habilidad propia del profesor de religión ha de ser saber identificar esas escotillas de profundidad, esos atisbos religiosos, en los niños y jóvenes que educa, para contribuir a su desarrollo integral. Una formación en antropología religiosa unida a un conocimiento profundizado del Evangelio- pueden ayudar a formar en esa habilidad para ver las marcas de Dios en la cultura actual, es decir, en las formas y vicisitudes vitales de niños y jóvenes. No se trata primeramente de comunicar a Dios, sino de ayudar a reconocerlo: Dios ya está. Una buena y suficiente formación teológica es indispensable. Pero así como a veces se dice primum vivere deinde philosophari primero hay que vivir, luego filosofar-, se podría también afirmar: primero la experiencia cristiana, luego la teología. La proposición tiene su ambigüedad y, en cierto sentido, es falsa, pues la experiencia cristiana incluye siempre una reflexión teológica. Todo cristiano es un teólogo, no profesional, pero sí de a pie. De hecho, la experiencia cristiana en su acontecer histórico primero los evangelios-, nos ha llegado gracias a comunidades y personas que la recibieron y la elaboraron teológicamente. Los Evangelios, en efecto, son comunicación de una experiencia, es decir, son fruto de una profundización humana (inspirada por el Espíritu) de algo que fue visto y tocado. Los evangelios incluyen mucha sensibilidad, memoria y reflexión. El cristianismo es, ante todo, una experiencia que acontece, que llega a nosotros, que se reactualiza novedosamente en el tiempo, que sigue ocurriendo, una experiencia humano-divina que, incluso, acontece más allá de las fronteras visibles de los ámbitos expresamente cristianos. Esta experiencia 7 Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, I, q. 1. 6

7 cristiana, siempre teológica, tiene que conocerla suficientemente el profesor de religión, en sus dimensiones fundamentales. Éste es el sentido de su formación teológica. Pues su quehacer consistirá precisamente en la educación religiosa católica. Hay que mantener el foco en la experiencia, que incluye la teología. Hay que mantenerlo, para evitar una formación en fórmulas meramente abstractas, es decir, en expresiones con menos posibilidad de ser significativas para el niño y el joven de hoy. La Tradición, es decir, la transmisión histórica de la experiencia cristiana, es la que hace posible la actualidad de la experiencia cristiana. Y es necesario, en todo tiempo y lugar, emprender el esfuerzo de pensar y decir con palabras nuevas, vivas, el meollo cristiano. Los esquemas interpretativos heredados resultan valiosos, no se trata de desecharlos, sino de actualizarlos de manera renovada. En este punto, tenemos hoy un desafío inmenso. Los esquemas interpretativos heredados se van perdiendo. Las palabras, los conceptos, las proposiciones que permitían identificar la experiencia cristiana, van cayendo en el olvido. Muchos niños y jóvenes no los conocen. El profesor de religión tiene que conocerlos, los centrales, y hacerlos presente en la clase, decirlos de una manera nueva. El foco no puede estar en las fórmulas, sino en lo que más ayude a comprender la experiencia cristiana. Se trata, a mi juicio, para la Iglesia, no sólo de comprender la clase de religión como parte del ministerio de la Palabra, sino de entender que, con la clase de religión, ella también presta un servicio en la línea de la koinonía, de la formación de lo común. 7